Ejemplos con lloronas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las lloronas de piedra, son unas esculturas, en total dos, que están situadas en las esquinas del cementerio del pueblo, están en actitud orante y lloriqueando.
De la blancura incierta de algunas camisas, rígidas y acartonadas por el líquido seco, emergían ubres como harapos, adaptando su arrugada flacidez a las bocas lloronas de los pequeños.
Que esta era el amor, fácilmente se comprende, un amor como los que se estilaban en aquella época: abrasador, exclusivo, con tendencias lloronas y funerarias, sabores de amargura y relámpagos de lirismo.
-En esto de novelas andamos tan descaminados -dijo Amaranta-, que después de haber producido España la matriz de todas las novelas del mundo y el más entretenido libro que ha escrito humana pluma, ahora no acierta a componer una que sea mayor del tamaño de un cañamón, y traduce esas lloronas historias francesas, donde todo se vuelve amores entre dos que se quieren mucho durante todo el libro, para luego salir con la patochada de que son hermanos.
Que esta era el amor, fácilmente se comprende, un amor como los que se estilaban en aquella época: abrasador, exclusivo, con tendencias lloronas y funerarias, sabores de amargura y relámpagos de lirismo.
-¿Esas tenemos? Mira, mi hijita, déjate de venir a fastidiarme, a mi no me gustan las mujeres lloronas -dijo duramente-.
A las lloronas las hemos reemplazado con algo peor si cabe.
Como se ve por este ligero cuadro, si había en Lima oficio productivo era el de las lloronas.
La aristocracia no dio cabida nunca a las lloronas, dejando ese adorno para la popular procesión de los mercenarios.
Dejo en paz a los difuntos y vuelvo a las lloronas.
Sólo en el fallecimiento de los niños no tenían las lloronas misión que desempeñar.
Sólo a las lloronas les era lícito sonarse con estrépito y lanzar de rato en rato un ¡ay Jesús! o un suspiro cavernoso, que parecía queja del otro mundo.
No concluía aquí la misión de las lloronas.

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