Ejemplos con hambrientas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

A ello, se le unió la declaración del vecino de Ball que declaró que había visto a Ball descuartizar el cuerpo de una mujer, lanzando fragmentos a sus hambrientas mascotas.
Muchas mujeres, hambrientas y agotadas, dejarían a sus niños hambrientos en la orilla de la carretera, y seguirían su camino tortuoso.
La armada de Warwick, comandada por el experimentado Conde de Kent y el recién perdonado Lord Scales, impidieron la llegada de noticias a través de las hambrientas guarniciones.
Son criaturas obesas y hambrientas con un gran ego y una ambición tan grande como su crueldad, ocultada por un aspecto ligeramente gentil, que utilizan para engañar y tienen una gran riqueza, adquirida gracias a sus constantes negocios sucios.
El Dios del Estado prusiano es el viejo Dios alemán , un heredero de la feroz mitología germánica, una amalgama de las divinidades hambrientas de guerra.
Y cuando volvió por fin a echarse, ensangrentado, muerto de fatiga, tuvo que saltar tras las ratas hambrientas que invadían literalmente el rancho.
¡Adiós, recuerdos! ¡Adiós, María Teresa! Ella estaría allí en un palco, rodeada de luz, con su tía y sus amigas, tal vez bajo las hambrientas miradas de codicia varonil fijas en las tersas blancuras de su escote.
Los buques están encallados, las tripulaciones hambrientas y sublevadas, los indios de Jamaica se muestran hostiles, nada puede esperar ya de los hombres, pero se consuela con visiones celestes que se le aparecen de noche sobre el alcázar de popa y le hablan También lo admiraba en los peligros del regreso de su primer viaje, peligros en los que le iba algo más que la existencia: la pérdida de la gloria que consideraba entre sus manos.
Di de comer a las hambrientas, y a las ignorantes, como fieras cogidas con lazo, les di el pan de la enseñanza: lectura y escritura.
Se había imaginado encontrar algo semejante a las antiguas expediciones de las Cruzadas: soldados que peleaban por el ideal, que hincaban la rodilla antes de entrar en combate para que Dios estuviera con ellos, y por la noche, después de ardientes plegarias, dormían con el puro sueño del asceta, y se encontraba con rebaños armados indóciles al pastor, incapaces del fanatismo que corre ciego a la muerte, ganosos de que la guerra se prolongase todo lo posible para mantener la existencia de holganza errante a costa del país, que ellos creían la más perfecta, gentes que a la vista del vino, de las hembras o de la riqueza se desbandaban, hambrientas, atrepellando a sus jefes.
Alonso, con estas pobres niñas hambrientas y nosotros desfallecidos! Si tuviéramos la suerte de que bajaran tropas cristinas a ocupar a Oñate, menos mal.
Llegaban en grupos, escalonando sus viajes por meses, cual hordas hambrientas que con la mirada querían devorarlo todo.
Alguna vez, al refugiarse en el cuarto del teatro, contemplando a solas su gallarda figura ante el espejo, sintió deseo de riqueza, quizá, ebria de adulaciones, resplandores y músicas, soñó despierta con la realidad del amor, mas ni el fantasma del lujo ni la tentadora voz de la Naturaleza lograron rendirla, porque se sentía humillada de no despertar en los hombres más que la misma impureza que les inspiraban aquellas de sus compañeras, viciosas o hambrientas, que se vendían por un traje o se prostituían por una joya.
Un amasijo de paredes deformes, de casuchas de tierra pardas y polvorosas como el suelo, formaba la base, con algunos fragmentos de almenadas murallas, a cuyo amparo mil chozas humildes alzaban sus miserables frontispicios de adobes, semejantes a caras anémicas y hambrientas que pedían una limosna al pasajero.
La multitud no podía expresar lo que sentía al ver reproducidas en los espejos del palacio de los reyes de Francia sus hambrientas caras, los jirones de sus vestidos, sus desnudos miembros fortalecidos por el trabajo, al oír repetido en la concavidad de las suntuosas salas el eco de su ruda e imponente voz, que entonaba en discordante algarabía el himno informe de sus agravios satisfechos, de su secular injuria vengada.
Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba, y de todo se aficionaba: primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas, de quién él tomara de bonísima gana un mediano puchero, luego le aficionaron la voluntad los zaques, y, últimamente, las frutas de sartén, si es que se podían llamar sartenes las tan orondas calderas, y así, sin poderlo sufrir ni ser en su mano hacer otra cosa, se llegó a uno de los solícitos cocineros, y, con corteses y hambrientas razones, le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas.
Di de comer a las hambrientas, y a las ignorantes, como fieras cogidas con lazo, les di el pan de la enseñanza: lectura y escritura.
Con lo que, a costa del generoso heredero y del tío que en mal hora pasara a mejor vida, hicieron su agosto esas hambrientas sanguijuelas que el Diccionario de la lengua llama albaceas.
La joven quiso oírlos de cerca, pero se lo vedaron los indios y, puesta al centro de la tropa y junto a Sinchirigra, fue arrebatada cual por enjambre de hambrientas hormigas, pobre mariposilla, por entre un dédalo de árboles y sombras.
La multitud no podía expresar lo que sentía al ver reproducidas en los espejos del palacio de los reyes de Francia sus hambrientas caras, los jirones de sus vestidos, sus desnudos miembros fortalecidos por el trabajo, al oír repetido en la concavidad de las suntuosas salas el eco de su ruda e imponente voz, que entonaba en discordante algarabía el himno informe de sus agravios satisfechos, de su secular injuria vengada.
El posadero trajo la cena y una porción de botellas de vino y de sidra, y, como la caminata desde Arichulegui hasta allá les había abierto el apetito, se lanzaron sobre las viandas como fieras hambrientas.
La hetera de lugar es menos exigente, pedigüeña y antojadiza que las Coras, las Baruccis, las Paivas y otras famosas heteras parisinas, pero aquéllas son solas, se diría que nacieron como los hongos, y la lugareña tiene un diluvio de parientes, que se lanza y abate sobre la casa y la hacienda del mantenedor enamorado, como bandada de langostas hambrientas y voraces.
y tendí mis dos manos hambrientas de infinito.
para que, hambrientas, las que entraron flacas.
entre las rosas las serpientes, entre los claveles los áspides, y bramaban las hambrientas.
asegurarle de los hombres cuando le dejaba entre las hambrientas fieras.
¿Qué razones poderosas no podían, pues, alegar todas estas gentes predestinadas desde la cuna a hacer causa común contra aquellas tres ruinas hambrientas que pasaban continuamente por debajo de sus ventanas oliendo el vaho de los manjares ajenos? Oler el exquisito aroma de los guisos que ellas no habían confeccionado, ¿no era, acaso, una impertinencia? ¿Con qué derecho se tomaban esta libertad? Y después de esto, ¡ver acaso con envidia cómo las chimeneas de los vecinos humeaban, porque en su hogar estaba apagado el fuego!.
Podía decirse de aquella siniestra puerta que eran las fauces hambrientas del vicio que tragaba sin misericordia a la incauta juventud.
Toda una madeja de enredos, de esperanzas hambrientas y de negocios iniciados, forma al fin un verdadero pueblo de partidarios, en el que abundan adulones, personas de todos los pelajes que arrastra el interés, la necesidad o la gratitud: de aquí resulta un encadenamiento de circunstancias que hacen necesario a un hombre y que lo mantienen siempre a flote: colocado por la suerte y la injusticia brutal de los sucesos en esta posición, si es algo vivo escala prontamente las alturas, donde, según la atinada expresión de un autor, sólo llegan los reptiles o las águilas.
En una época de severas virtudes, ya que no de virtudes severas, de sentimientos democráticos, aquella contestación hubiera sido aplaudida, mas entonces había tal corrupción en las costumbres y era tal el espíritu aristocrático y de subordinación a las altas jerarquías sociales, que el rey, los cortesanos, las damas y pueblo todo, para no indignarse de los humos de la viuda y de su hija, determinaron reírse y declararlas tonti-locas, llamándolas las cogotudas hambrientas, las reinas andrajosas, las pereciendo por su gusto y otros dictados y títulos de escarnio.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba