Ejemplos con cruel

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Macilento = violento, cruel, peso = sentimiento.
Y ese es el destino cruel del enamorado monstruo, que soy yo, estar petrificado, a una distancia infranqueable de la amada y haciendo gárgaras.
En fuerza de imaginar luctuosas peripecias, el pecho se le colmaba de impulsos vehementes, a manera de necesidad perentoria de acción, y acción cruel.
No sea usted cruel, señora, el pobre Manolín un cachalote.
Es un estado de anarquía cruel y productiva, así como la Iglesia primitiva era un estado de dulce y baldía anarquía.
El alma de don Restituto y de su consorte era tan simple e ilusionada, que Dios hubiera pecado de cruel si en el momento de llevarlos de este mundo y abrirles la puerta del cielo no hubiese ordenado a San Pedro, acomodador en jefe, que les situase en una platea proscenio, desde donde pudieran ver bien y que los vieran bien a ellos.
Asaltábanle allí toda clase de miedos, a los ladrones principalmente, pero de éste se sacudía con alguna facilidad, considerando que hasta para robar era cruel aquella noche, aun en el supuesto de ser creíble que en semejantes soledades habitaran los que viven a expensas de lo que tienen los que jamás pasarían por allí, a no estar tentados del demonio, o del afán de ser diputados a Cortes, que tanto monta.
Después venía el navajeo cruel, los cortes, que aguantaba firmemente el cliente con la cara manchada de sangre.
Y ahora, repentinamente, después de la dulce flojedad de diez años de triunfo, con la rienda a la espalda y el amo a los pies, venía el cruel tirón, la vuelta a otros tiempos, el encontrar amargo el pan y el vino más áspero pensando en el maldito semestre, y todo por culpa de un forastero, de un piojoso que ni siquiera había nacido en la huerta, descolgándose entre ellos para embrollar su negocio y hacerles más difícil la vida.
Pero el trance más cruel, el obstáculo más temible, estaba casi al final, cerca ya de su barraca, y era la famosa taberna de.
Batiste mugió con la satisfacción cruel que produce el goce de lo prohibido.
Se estremecieron sus poderosos brazos, sintió una cruel picazón en las manos.
Estuve encerrado más de doce meses, sufriendo los rigores de una severidad intencionada y cruel.
¿Quién sabe lo que le estaba reservado? Tal vez algún día, con más vergüenza que aquellas infelices, tendría que tender la mano a las gentes, sintiendo calor en el rostro y en el estómago el cruel arañazo del hambre.
No tenía miedo, como el poeta, a encontrarse con su dolor a solas, y caminaba por aquel lugar poco frecuentado, saboreando con gozo cruel el hondo pesar que, de vez en cuando, estallaba en ruidosos suspiros.
Aire espacio libertad, se ahogaba en las calles tortuosas, con sus paredes que parecían aproximarse para cerrarle la marcha, necesitaba horizontes inmensos, para no creerse aplastado, para poder ensanchar sus pulmones y arrojar la cruel madeja de suspiros que se apelotonaba en su garganta.
Llevóse la mano a la frente como si fuera a arañarse con cruel impulso, y sus ojos se dilataron con espanto.
Al día siguiente hizo averiguaciones para conocer con exactitud lo ocurrido, y los calaverillas de la Bolsa, que sabían lo de la riña, le enteraron con una exactitud cruel.
Aquella noche fue cruel para Juanito.
Por un lado, la mamá con sus sofoquinas y pellizcos, ordenándole que rompiese las relaciones con el hijo de Cuadros, por ser una proporción desventajosa y denigrante para la familia, y por otro, el tal señorito acosándola, enviando carta tras carta, unas veces en prosa y otras en verso, pero siempre repitiendo lo del corazón de hielo, pérfida, cruel, etc.
La miseria del hogar, la abundancia de hijos, y sobre todo la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna, justificaban en parte el cruel abandono de los hijos.
Pero ¡ah! la realidad estaba allí, delante, cruel, implacable.
¿Por qué quieres llevarte a la pobre anciana? ¡Necio de mí que no acerté a pensar que la muerte estaba tan cerca! No, sí, lo pensé, lo pensé muchas veces, pero siempre la ví lejos, ¡muy lejos! Y ahora venía de pronto, ¡insidiosa, inesperada cruel terrible! El que se muereme decía yoes como un náufrago arrebatado por las olas: lucha por ganar la orilla, todos los que le aman quieren salvarle, y no pueden, y es imposible, todo esfuerzo es inútil y el infeliz pide socorro ¡y parece que no le oyen! ¡Horrible! ¡Horrible!.
Angelina: eres cruel conmigo, y no temes lastimar mi corazón.
Me parece cruel, inhumano, que los ignore.
Dulce y reparador después del trabajo, consolador y benéfico cuando el dolor hinca en nuestro pecho sus garras de milano, rico en imágenes y fantasías cuando está con nosotros la esperanza, suele ser esquivo, desdeñoso, cruel, si cuando la felicidad nos sonríe le pedimos, para completar nuestra dicha, un ramo de su corona de adormideras.
Tenía algo, mucho, del amigo ingenuo que nos ha pintado a maravilla Edmundo de Amicis en uno de sus libros más hermosos, de ese cruel amigo que nos domina desde el primer día, que nos subyuga, que nos hace sus esclavos, sin que nos sea dable rebelarnos en contra de él, que con una frase nos parte medio a medio, y que, riendo, del modo más natural, en presencia de todos, sin discreción ni consideraciones de ninguna especie, nos dice lo que no queremos que nadie nos diga, o que a propósito de una debilidad o de un afecto que ocultamos con el mayor empeño, nos lanza un chiste que penetra en nuestro corazón como la hoja de un puñal, amigo contra el cual no podemos alzarnos indignados por duro que sea con nosotros, ya porque somos impotentes para replicarle de modo que nos asegure el triunfo, ya porque, a pesar de todo, le estimamos y le amamos por sus muchas cualidades.
En uno de los libros, al abrirle al acaso, tropezaron mis ojos con un nombre de mujer: ¡MATILDE! Así, entre dos admiraciones, como un grito de alegría, como la expresión de la más dulce esperanza, como la confesión de un afecto sofocado en el pecho, que un día se nos escapa irresistible y delata ante la malicia estudiantil, ante la cruel y dura indiscreción de los condiscípulos, que una mujer de ese nombre tiene en nuestro corazón un altar, donde recibe culto y homenajes, donde sólo ella reina, señora de todo afecto puro, dueño de todos los pensamientos, soberana de nuestro albedrío.
Por ellos son abnegadas víctimas del cruel amor e incomparables amantes.
Yo sostengo que esto que ahora empieza lleva larga cola, y que tendremos una nueva lucha cruel y sangrienta que durará lo que Dios quiera.

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