Ejemplos con boyero

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Eran el cabrero, lechonero, vaquero, el yegüero, boyero y machero, quienes agrupados salían por la mañana desde la casa de uno de ellos.
El boyero: sobre el criollo Remigio Calamaco, uno de los personajes importantes del libro.
Otras importantes firmas que han pasado por Guía del Ocio son Vicente Aranda, Rosana Torres, Javier Menéndez Flores, Carlos Boyero, Arsenio Escolar, Roberto Piorno, Darío Vico, Luis Cepeda, Pablo Sobisch, Raúl Álvarez.
LAS FIESTAS DE LAS MERIENDAS SE LLEVABA PRINCIPALMENTE EN LAS LABORES DEL TEPOZAN , EL CHIVO , EL ACOCOTE , EL APAREJO , BOTAS PRIETAS , EL PONIENTE , EL BOYERO , ETC.
Pregunté al boyero por dónde se subía más de prisa a Bisusalde, y me mostró el camino, que, al principio, más que camino, era una escalera formada por tres o cuatro tramos hechos con vigas y que terminaba en una cuesta en zig-zag.
El boyero seguía machacando al otro con la escopeta y con piedras de gran calibre.
Y mientras el boyero con ferocidad trataba de rematarle, Fernando gritaba al otro: Ven, ven pronto tú también, canalla, aquí te espero.
Mientras las dos niñas, muertas de miedo, se encomendaban a la Misericordia Divina, Fernando y el boyero se apartaron un poco para explorar el peligro, y, en efecto, vieron unos seis hombres, con escopetas, que avanzaban subiendo, como a distancia de tiro de fusil.
Suponiendo que toda la cordillera estaría ocupada por soldados de Isabel II, deliberaron acerca del camino más corto para ponerse en salvo, y como opinase el boyero que debían picar hacia la venta de Arrida, se acordó tomar aquella dirección, aunque el nombre de la maldita venta fue un mal presagio para las huérfanas, que no podían olvidar las tristísimas ocurrencias de su viaje de ida.
Comiendo se arrimó al boyero para trabar conversación con él y sondearle, pues de su lealtad y buena disposición dependía el éxito del viaje.
Por disposición de doña Rosa, el boyero tomó interinamente el bastón, quiere decir, el látigo, mejor, el mando de los esclavos del ingenio de.
Mire, ahí vienen las carretas con las últimas cañas probar la máquina Allá lejos se ve el boyero en su mula, y más lejos , por la otra guardarraya, veo ahora a don Liborio.
En otros separados se hallaban la carpintería, la herrería, la enfermería, y la que puede llamarse casa de maternidad, las habitaciones del mayoral, del boyero, carpintero, mayordomo y maestro de azúcar, quien temporalmente residía también en el ingenio.
No se cuidaba de eso, antes se llevaba a la boca por un extremo el trozo de caña y le chupaba afanoso, sin dejar de animar a los bueyes con voces descompasadas y repetidos pinchazos hasta sacarles sangre: puede ser en desquite por la que el boyero hacía saltar de sus espaldas con la pita, o llámese punta, del terrible látigo.
Pero, siguiendo mi cuento, niñas, lo peor de todo era que si yo me sonreía con el maestro de azúcar se ponía bravo el boyero, o el tejero, o el Mayordomo, o el médico, o el Mayoral, don Liborio Sánchez quiero decir, ése que acaba de botar Señorita por fiera con los negros, y que entró cuando salió don Anacleto Puñales.
No bien se alejaba el boyero de un punto dado, se aprovechaba el conductor inmediato para sacar de la carga el trozo de caña que mejor le parecía, en cuyo acto arrastraba otros varios que se caían en el camino y allí quedaban para ser hollados y molidos por las carretas que venían detrás.
Desunció luego los bueyes de la carreta el boyero, y dejólos andar a sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura convidaba a quererla gozar, no a las personas tan encantadas como don Quijote, sino a los tan advertidos y discretos como su escudero, el cual rogó al cura que permitiese que su señor saliese por un rato de la jaula, porque si no le dejaban salir, no iría tan limpia aquella prisión como requiría la decencia de un tal caballero como su amo.
Ya en esto, volvían los criados del canónigo, que a la venta habían ido por la acémila del repuesto, y, haciendo mesa de una alhombra y de la verde yerba del prado, a la sombra de unos árboles se sentaron, y comieron allí, porque el boyero no perdiese la comodidad de aquel sitio, como queda dicho.
El boyero unció sus bueyes y acomodó a don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada flema siguió el camino que el cura quiso, y a cabo de seis días llegaron a la aldea de don Quijote, adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote.
Y así, con aquel espacio y silencio caminaron hasta dos leguas, que llegaron a un valle, donde le pareció al boyero ser lugar acomodado para reposar y dar pasto a los bueyes, y, comunicándolo con el cura, fue de parecer el barbero que caminasen un poco más, porque él sabía, detrás de un recuesto que cerca de allí se mostraba, había un valle de más yerba y mucho mejor que aquel donde parar querían.
DONCELLA Soy bien nacida como tú, boyero.
El boyero canta:.
Así, esclavizando a la hermosura de su queredora todo el mujerío montañés, canta su cantar el boyero, y van los ecos del cantar extendiéndose por el espacio en himno de amor, que sube y se pierde hacia los orientes de la luz.
del boyero que a ratos deja la yunta y sueña.
Al lado de la yunta andaba un boyero de piernas desnudas y quemadas por el sol, los pies calzados con sandalias, y vestido con una especie de camisa de tela, ahuecada en la cintura, un sombrero de paja cónico, echado hacia atrás y sujeto al cuello por una cinta, dejaba ver su cabeza, de un tipo desconocido hoy, la frente baja atravesada por duras nudosidades, el pelo rizado y negro, la nariz recta, los ojos tranquilos como los de sus bueyes, y el cuello de Hércules campesino.
El boyero vio a Octavien y pareció sorprendido, pero siguió su camino, una vez volvió la cabeza, pues sin duda no hallaba explicación al aspecto de aquel personaje extraño para él, aunque dejaba, en su plácida estupidez rústica, la clave del enigma a personas más hábiles.
Los peones, sentados en el pértigo, picanean y gritan, apurando los bueyes, tratarán de llegar pronto al término del viaje, la plaza Constitución, al rededor de la cual, una vez llevados los bueyes a alguna chacra, y libres de toda preocupación, podrán encontrar los mil medios paradisiacos de gastar su plata, con que sueñan voluptuosamente, durante el largo viaje de la vuelta, los marineros, en el mar, el boyero, en el camino.
El boyero, en lugar de ayudar a los bueyes a salir de aquel trance, se quedó allí cruzado de brazos, invocando entre todos los dioses a Hércules, que era el de su mayor devoción.
Conducía un boyero una carreta hacia una aldea, y la carreta se despeñó a un barranco profundo.
Un boyero que apacentaba un hato de bueyes perdió un ternero.

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