Ejemplos con zopencos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Contéstame, presidente, si tú te hubieras librado a algún capricho de la fantasía en la intimidad de tu casa, ¿te parecería muy equitativo que una turba de zopencos irrumpiera con sus antorchas en el seno de tu familia y que valiéndose de artimañas inquisitoriales, de engaños y de delaciones compradas, llegaran a descubrir ciertas faltas, disculpables cuando se tienen treinta años, y se aprovecharan de todas esas atrocidades para perderte, para desterrarte, para mancillar tu honor, deshonrar a tus hijos y saquear tus bienes?.
Yo me puse también la máscara de una grande aflicción y dije , reconociendo así que por nuestros pecadillos consentía el Sumo Dios la tremenda paliza que los cristianos administraban a estos zopencos.
Sois unos zopencos, hacéis mal en tomar en boca a personas honradas, que ni han escandalizado ni escandalizarán jamás.
¡Qué par de zopencos sois! Yo te miraba y te quería comer con los ojos, dándote a entender que te resistieras, y tú, hecho un marmolillo Y luego quieres echártela de hombre de carácter.
con lo cual se acaba todo, y en buenas palabras resulta que somos unos zopencos y ellos unos Salomones.
Cuando el Emperador nos trasladó de improviso y sin revelar su pensamiento al centro de Europa, estábamos un tanto amoscados porque las violentas marchas nos mortificaban mucho, y como éramos unos zopencos, no comprendíamos los grandes planes de nuestro jefe.
-Pero vengan acá, zopencos -dijo Santorcaz-.
- Nisco es un mozo trabajador y muy despierto, harto más inteligente en su oficio que la cáfila de zopencos que le critican.
- ¡Callad, zopencos! ¡Qué Tetuán ni qué calabaza! ¿No veis que ha dicho «Lanjarón»? ¡Perros moros! ¡Harto me enteré yo ayer tarde de lo que hablaban los amos sobre sus herejías!.
Sólo que aquellos aldeanos son unos zopencos llenos de superstición.
Yo me puse también la máscara de una grande aflicción y dije amén, reconociendo así que por nuestros pecadillos consentía el Sumo Dios la tremenda paliza que los cristianos administraban a estos zopencos.
Casi casi me habría atrevido a dar quince y raya al más entendido en materias literarias, siendo yo entonces uno de aquellos zopencos que, por comer pan en lugar de bellota, ponen al Quijote por las patas de los caballos, llamándolo libro disparatado y sin pies ni cabeza.

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