Ejemplos con viejecito

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Es un viejecito al que le gustan las mujeres bellas y, cuanto más jóvenes, más le gustan.
Era un viejecito pulcro, de facciones correctas y ojos vivos que gastaba perilla y bigote enteramente blancos ya y el cabello cortado en media melena como tributo pagado a su gloriosa juventud romántica.
Iriberri era un viejecito pequeño, imberbe, con el aire enfermizo, el pelo rubio y los ojos ribeteados.
Siempre deseé casarme a gusto del viejecito, y no afligirlo con esos amoríos y esas locuras con que otras muchachas desazonan a sus padres.
Pero no le diré nada, no, jamás, se apenaría el santo viejecito, y no quiero contristar ese noble y apasionado corazón, corazón de niño, corazón de mujer que fácilmente se lastima.
Si no fuera por tí y por mi pobre padre, ¡cuántas veces me hubiese decidido a ser el primero en un avance o el último en una retirada, para que me quitaran de en medio! Tú y mi padre me sostenéis, para vosotros vivo: el pobre viejecito necesita amparo, y contigo, ¡puedo ser tan feliz! No dejes de escribirme detalladamente lo ocurrido, tengo ansia de saberlo, pero, ¿cómo diablos has podido suponer que yo te engañaba? Tu carta está confusa, veo en ella mucho amor y mucho arrepentimiento, mas no me doy cuenta de lo que ha sucedido.
no se ofenda usted: estábamos acostumbrados a la frente rugosa, a las canas del pobre viejecito que le precedió.
-La señora Madre aguantó el cachete, por venir de Roma, y esperó, el señor Patriarca, ya muy viejecito, no podía ser eterno.
El último, que era un viejecito, se acercó a él y le dijo si le quería comprar aquella arca.
El viejecito parecía sumido en un coma, precursor del tránsito, pero las palabras del doctor le galvanizaron de pronto.
¿Por qué no he de ser más afortunado o más listo que tú, papá? Y, además, yo soy joven, y tú eres viejo, ¡muy viejecito!.
La muchacha gemía, se retorcía las manos, porque acababa, no hacía una hora, de ver arder su casa y caer bajo los golpes de los feroces asesinos a su padre, viejecito, y a un hermanillo de doce años.
Pues bien, sepan ustedes que, a pesar de todo, tenía el completo aspecto de un buen sacerdote viejecito y durante toda la noche se mostró muy chistoso, realmente, resultó muy diverti­do, encantador, pero yo me sentí cruelmente desilusio­nada y, cuando le pregunté por su cota de mallas, se contentó con reírse y me dijo que era demasiado fría para usarla en Inglaterra.
-Eso sólo vos podéis saberlo -contestó el viejecito-, pues sólo vos, Satanás, ángel rebelde, las habéis andado.
-Pues ya que tanto sabéis -dijo al viejecito-, ¿me podréis decir cuántas leguas hay del cielo al infierno?.
-En el trono celestial -dijo el viejecito-, pues allá está María en cuerpo y alma.
-No, señor -repuso el viejecito-, que posee una gran virtud, pues que en pocas horas lleva a su dueño y a los que con él se embarcan adonde apetecen ir y donde deseen.
En aquel momento acertó a pasar por allí un entierro, se fue a la caja, le echó una gota de bálsamo en la boca al difunto, que se levantó tan bueno y dispuesto, cargó con su ataúd y se fue a su casa, lo que visto por el segundo pretendiente, compró al viejecito su bálsamo por lo que le pidió.
-¿Para qué me ha de servir ese bálsamo? -preguntó al viejecito.
¡Asistir al viejecito! Vaya: eso sí que lo haría de muy buen grado Inés.
Estando en estas tribulaciones, sin cesar de procurar lo que buscaban, se encontró el primero que había llegado con un viejecito, que le dijo si le quería comprar un espejito.
-¿No me había usted puesto por condición que conservase de jardinero, eternamente, al que tenía usted, un señor Damián, creo recordar, un viejecito?.
El cura de la aldea es un viejecito que no cree en los filántropos ingleses ni en los Catones americanos, que se sabe de memoria todas las vejeces de la Biblia, que arruina al tabernero, de la aldea, aconsejando a los vecinos que no se diviertan en la taberna, que con sus sermones ha conseguido que el amor sea en S.
:¡Qué hermoso el campo en estos días de fiesta, en que todos lo abandonan! Apenas si en un majuelo, en una huerta, un viejecito se inclina sobre la cepa agria, sobre el regato puro.
-Con usted no va nada, don Cayetano o don Fuguillas, usted podrá ser un viejecito verde, pero no es un.

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