Ejemplos con tentaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Oiellet: príncipe de los Dominios, tentaba a los hombres para que rompieran el voto de la pobreza, por lo tanto, es el demonio de la riqueza, es invocado en las letanías del Sabbat.
Allatou: demonio femenino, esposa de Nergal, tentaba a las personas a realizar actos inmorales.
Gardner nuncá descartó fenómenos paranormales, pero sintió que en algunos casos se tentaba a Dios.
Ahora, a enseñarle el idioma más vulgar posible , se dijo Belarmino, no sin cierto desconsuelo y perplejidad, porque no se le ocurrían vulgaridades ni le tentaba ingeniarse en inventarlas.
Le tentaba los brazos para convencerse de su fuerza, le hacía relatar sus peleas nocturnas, como valeroso campeón de una de las bandas de muchachos licenciosos, llamados en el de la capital.
El Hotel Drouot ya no le tentaba.
A este severo personaje, pues, habíamos robado un paquete de cigarrillos, y aunque nos tentaba iniciarnos súbitamente en la viril virtud, esperamos el artefacto.
A pocos minutos, en el centro del valle, estaba Loyola con su convento inmenso, cuya fealdad de caserón-palacio tentaba la curiosidad del doctor.
La carne que a él le tentaba era otra, la de ternera por ejemplo, y la de cerdo más, en buenas magras, chuletas riñonadas o solomillo bien puesto con guisantes.
Amaranta era no una mujer traviesa e intrigante, sino la intriga misma, era el demonio de los palacios, ese temible espíritu por quien la sencilla y honrada historia parece a veces maestra de enredos y doctora de chismes, ese temible espíritu que ha confundido a las generaciones, enemistado a los pueblos, envileciendo lo mismo los gobiernos despóticos que los libres, era la personificación de aquella máquina interior, para el vulgo desconocida, que se extendía desde la puerta de palacio, hasta la cámara del Rey, y de cuyos resortes, por tantas manos tocados, pendían honras, haciendas, vidas, la sangre generosa de los ejércitos y la dignidad de las naciones, era la granjería, la realidad, el cohecho, la injusticia, la simonía, la arbitrariedad, el libertinaje del mando, todo esto era Amaranta, y sin embargo ¡cuán hermosa!, hermosa como el pecado, como las bellezas sobrehumanas con que Satán tentaba la castidad de los padres del yermo, hermosa como todas las tentaciones que trastornan el juicio al débil varón, y como los ideales que compone en su iluminado teatro la embaucadora fantasía cuando intenta engañarnos alevosamente, cual a chiquitines que creen ciertas y reales las figuras de magia.
En su visible estado de agitación, sacaba la petaca, la dejaba sobre la mesa, volvía a guardarla, se tentaba el bolsillo y, en suma, ejecutaba movimientos inconscientes, reveladores de distracción profunda.
Los valedores de los hombres como mi padre, habían pasado para no volver, al decir de amigos y enemigos, al paso que los Garcías, como gentes activas en el nuevo curso de ideas y de sucesos en que iba entrando la sociedad más que deprisa, tenían, en primer lugar, a los Calderetas de la villa no lejana, familia en quien venía vinculándose la representación casi oficial, y sin casi omnímoda, de los altos poderes de «arriba» para cuanto en aquellas comarcas circundantes hubiera que cortar y que rajar, lo mismo en el orden político que en el administrativo, y aun sospecho que en el judicial, en bien del Estado, se entiende, y con la mejor de las intenciones, siendo muy de tenerse en cuenta que en la tal familia había ramas de todos colores, y hombres, por lo tanto, para todos los apuros, de modo que los Calderetas siempre estaban en candelero, y, por consiguiente, los Garcías de mi lugar, ¿Cómo demonios había de conseguir yo arrancar a éstos una administración que conservaban ellos tanto por cuestión de honra como por razón de provecho? Por eso dije antes que aunque la tal administración tentaba mucho a mi padre, la consideraba tan difícil de alcanzar como acertar un terno seco a la lotería primitiva, no obstante la intimidad de mi cuñado el procurador con el juez del partido, la de éste con el regente de la Audiencia del territorio, el parentesco del regente con el marqués del Perejil.
Pero, en cambio, y echando de ver que de su parte no había motivos racionales para otra cosa, entabló gustosísimo una frecuente correspondencia con su hermana, que a ello le tentaba desde la ciudad de Méjico, a la cual había trasladado su marido el campo de sus operaciones mercantiles, que, por lo vastas y lucrativas, no cabían ya en el tenducho de Mechoacán.
Y se tentaba el cuerpo diciendo: «Aquí está.
Al subir, se tentaba el cráneo para indagar cuántos y de qué calibre eran los agujeros que en él, a su parecer, tenía.
Todos aguardaban que estallase la ira del anciano guerrero, cuyo orgullo tentaba Cumandá con su franco lenguaje, pero él, bien porque no quiere mostrarse áspero con la belleza cuyo corazón le conviene ablandar, bien porque le parece conveniente aparentar generosidad y grandeza de ánimo en presencia de los demás jefes, pues su larga experiencia le ha enseñado algunos toques de política, echa un velo al enojo y con cierta dulce gravedad, exclama:.
A ratos se tentaba el bolsillo para ver si no había perdido el coche de muñecas tirado por dos corderos.
San Miguel se tentaba la ropa, que era talar y de bayeta de un rojo chillón y repugnante, y no se atrevía a pisarle las tripas al diablo, quería dar largas al asunto para esperar más gente.
Y, sin embargo, aún el demonio de la poesía tentaba mi imaginación, mostrándole en otros lados nuevos reinos para el deseo, nuevas lontananzas seductoras.
Era dúctil y complaciente en grado sumo, y la curiosidad el demonio que más le tentaba.
La ira le hervía en el pecho, y la indignación le impelía y le tentaba, pero el propósito que había formado le contuvo, y quiso seguir su camino sin darse por enterado del encuentro.
Como no le tentaba el deseo de hablar, ni era conveniente provocársele, según encargo muy encarecido de Neluco, dime a meditar yo por no tener otra cosa en qué ocuparme allí.

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