Ejemplos con pepeta

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pepeta, apoyada en el lomo de su vaca, les veía avanzar, poseída cada vez de mayor curiosidad.
Comenzó Pepeta el arreglo de la fúnebre pompa.
Pero los ruegos de su hija y la voluntad de Pepeta pudieron más, y escoltada por muchas mujeres, salió de la barraca con el delantal en la cara, gimiendo, tambaleándose, sin prestar atención a las que tiraban de ella disputándose el llevarla cada una a su casa.
Pepeta comenzó a dar gritos queriendo imponer su autoridad en esta confusión.
A las diez de la mañana, cuando Pepeta con sus dos compañeras regresó de Valencia, estaba la barraca llena de gente.
Ella iría a la ciudad con dos compañeras, para comprar la mortaja y el ataúd, otras fueron al pueblo o se esparcieron por las barracas inmediatas, buscando los objetos encargados por Pepeta.
Batiste hasta se estremeció viendo cómo la pobre Pepeta abrazaba a Teresa y su hija, confundiendo sus lágrimas con las de éstas.
Pepeta, la pobre bestia de trabajo, muerta para la maternidad y casada sin la esperanza de ser madre, perdió su calma a la vista de aquella cabecita de marfil orlada por la revuelta cabellera como un nimbo de oro.
Pero Pepeta se fué rectamente a la cama, apartando a las otras mujeres.
Creyó Batiste oir gritos ahogados de mujer, choque de muebles, algo que le hizo adivinar una lucha de la pobre Pepeta deteniendo a , el cual quería salir para dar respuesta a sus insultos.
Era una sobrina de , hija de una hermana de Pepeta, la que decía esto, morenilla, nerviosa, de nariz arremangada o insolente, orgullosa de ser única en su casa y de que su padre no fuese arrendatario de nadie, pues los cuatro campos que trabajaba eran muy suyos.
¿Podía esto consentirse? ¿Qué pensaba hacer el temible marido de Pepeta?.
Todos los días veían lo mismo: las mujeres cosiendo y cantando bajo las parras, los hombres en los campos, encorvados, con la vista en el suelo, sin dar descanso a los activos brazos, tendido a lo gran señor ante las varitas de liga, esperando a los pájaros, o ayudando a Pepeta torpe y perezosamente, en la taberna de unos cuantos viejos tomando el sol o jugando al truco.
Y las palabras eran entrecortadas por los sollozos, y volvían a abrazarse el padre y las hijas, y Pepeta, la dueña de la barraca, y otras mujeres lloraban y repetían las maldiciones contra el viejo avaro, hasta que intervino oportunamente.
Pepeta, con la emoción y el cansancio, apenas pudo decir dos palabras seguidas.
En la barraca de Tòni, conocido en todo el contorno por , acababa de entrar su mujer, Pepeta, una animosa criatura, de carne blancuzca y flácida en plena juventud, minada por la anemia, y que era sin embargo la hembra más trabajadora de toda la huerta.
Pepeta iba a seguir adelante, hacia su blanca barraca, que asomaba entre los árboles algunos campos más allá, pero hubo de permanecer inmóvil en el alto borde del camino, para que pasase un carro cargado que avanzaba dando tumbos y parecía venir de la ciudad.
Pero aquella mañana, Pepeta, influída por su reciente encuentro, se fijó en la ruina y hasta se detuvo en el camino para verla mejor.
La misma Pepeta hacía tiempo que no había parado su atención en la vieja barraca.
Soltaron las mustias ubres hasta su última gota de leche insípida, producto de un mísero pasto de hojas de col y desperdicios, y al fin Pepeta emprendió la vuelta a su barraca.
Y subió veloz por la escalerilla, después de recomendar mucho a Pepeta que pasase alguna vez por allí, para recordar juntas las cosas de la huerta.
¡Hija! ¡y qué desmejorada estaba la pobre Pepeta!.
Después de hablar del triste pasado, la curiosidad despierta de Rosario fué preguntando por todos los de allá, y acabó en Pepeta.
Pepeta olvidó su actitud fría y reservada para unirse a la indignación de la muchacha.
Pero la mirada fija de los ojos claros de Pepeta acabó por avergonzarla, y bajó la cabeza como si fuese a llorar.
Y Pepeta, inmediatamente, manifestó su asombro.
Levantó su cabeza Pepeta, fijó por primera vez sus ojos en la mujerzuela, y también pareció dudar.
A las ocho, después de servir a todos sus clientes, Pepeta se vió cerca del barrio de Pescadores.
Pepeta pasó entre los obreros de los arrabales que llegaban con el saquito del almuerzo pendiente del cuello, se detuvo en el fielato de Consumos para tomar su resguardounas cuantas monedas que todos los días le dolían en el alma, y se metió por las desiertas calles, que animaba el cencerro de la con un badajeo de melodía bucólica, haciendo soñar a los adormecidos burgueses con verdes prados y escenas idílicas de pastores.
Pepeta, insensible a este despertar que presenciaba diariamente, seguía su marcha, cada vez con más prisa, el estómago vacío, las piernas doloridas y las ropas interiores impregnadas de un sudor de debilidad propio de su sangre blanca y pobre, que a lo mejor se escapaba durante semanas enteras, contraviniendo las reglas de la naturaleza.

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