Ejemplos con palafrenero

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hijo de un palafrenero de las caballerizas reales, la pobreza de sus padres le obligó a ganarse la vida por su cuenta desde muy pronto.
Natural de Villarrubia del Guadiana, era el palafrenero del infante Don Carlos y tenía una hija de cinco años.
El aire de presunción con que manejaba un soberbio potro andaluz en que iba caballero, y la precisión con que le obligaba a todo género de movimientos, le daban a conocer como picador o palafrenero, y el tercero, por último, que montaba un buen caballo de guerra e iba un poco más lujosamente ataviado, era un mozo de presencia muy agradable, de gran soltura y despejo, de fisonomía un tanto maliciosa y en la flor de sus años.
También entran por mucho en estas cosas los contrarios, pues tengo por juego y burlería el haber combatido en el mar con Antíoco, pedagogo de Alcibíades, y haber engañado al orador de los Atenienses Filocles, Hombre oscuro, sin más que larga lengua, a los cuales se desdeñaría Mitridates de que se les comparara con su palafrenero y Mario con cualquiera de sus lictores, pero de los grandes que contendieron con Sila, cónsules, pretores, demagogos, para pasar en silencio a los demás, ¿quién, entre los Romanos, más temible que Mario? ¿quién, entre los reyes, más poderosos que Mitridates? Y entre las gentes de Italia ¿quiénes más aguerridos y mejores soldados que Lamponio y Telesino? Pues de todos éstos, al primero le obligó a huir, al segundo lo sojuzgó y a éstos últimos les dio muerte.
En resumen, el tal manuscrito no parece sino un libro de defunciones, porque, según él, hasta el mismo Mendo, el palafrenero, fue víctima de una apoplejía fulminante que le trajo su obesidad cada vez mayor.
No le pesaba al rollizo palafrenero de la absolución de don Álvaro, porque, desvanecidos como el humo sus proyectos de servir a un conde con la muerte del de Lemus, creía que ninguno podía haber más honrado para reemplazarle que el señor de Bembibre, pero no estaba en esto la dificultad, sino en que, como amo y criado, venían a ser a sus ojos una misma persona, y él no había cedido en sus amorosos propósitos respecto a Martina, veía dar en el suelo toda la fábrica de sus pensamientos con semejante desenlace.
Quedóse entonces el palafrenero con la boca abierta y siguiendo con los ojos la carrera de su palafrén predilecto hasta que, soltando un grito, exclamó con una impetuosidad que le era totalmente extraña:.
Sin duda, el pobre palafrenero iba cayendo en la cuenta de que por muy conde y muy señor que fuese el de Lemus, no llegaba a juntar otras cosas que no hacen menos falta, como la hombría de bien y la bondad del carácter.
Los encubiertos caballeros en cuanto recibieron el permiso se entraron a caballo en el cercado y se encaminaron por las señas que les dio el palafrenero hacia donde quedaba su señora.
Esta alusión a la inquietud y comezón que le causaban las visitas un poco frecuentes de Millán, no fue muy del agrado del buen palafrenero, que de seguro hubiera respondido si se le hubiera ocurrido algo de pronto, pero como no era la prontitud del ingenio la cualidad que más campaba en él, y como, por otra parte, el recado que traía era urgente, se contentó con responder:.
Añádase a esto que la mala sombra de Millán andaba lejos rompiéndose la crisma contra las murallas de Tordehumos, y que Martina volvía más interesante con la ligera palidez que le habían causado sus vigilias y congojas, y tendremos completamente explicado el regocijo del buen palafrenero.
-Pues si se enamoró, que se desenamore -contestó el terco palafrenero-, además, que no dejará de hacerlo en cuanto su padre levante la voz, porque ella es humilde como la tierra, y cariñosa como un ángel, la cuitada.
Encendióse en ira la espaciosa cara del buen palafrenero que, revolviendo el potro, se puso a mirar de hito en hito al escudero.
-Pero hombre -replicó el escudero con sorna, aunque no fuesen encaminadas a él las palabras del palafrenero-, ¿qué culpa tiene mi dueño de que la doncella de tu joven señora me ponga mejor cara que a ti para que le trates como a real de enemigo? Hubiérasle pedido a Dios que te diese algo más de entendimiento y te dejase un poco menos de carne, que entonces Martina te miraría con otros ojos, y no vendría a pagar el amo los pecados del mozo.
-Dígote Nuño -decía el palafrenero-, que nuestro amo obra como un hombre, porque eso de dar la hija única y heredera de la casa de Arganza a un hidalguillo de tres al cuarto, pudiendo casarla con un señor tan poderoso, como el conde de Lemus, sería peor que asar la manteca.
Había un palafrenero que robaba y llevaba a vender la cebada de su caballo, pero en cambio, se pasaba el día entero limpiándole y peinándole para lucirlo de lo mejor.
El mismo Mendo, el palafrenero que tan inclinado se mostraba a favorecer los proyectos de su amo y a llevar las armas de un conde, apenas podía contener las lágrimas.
Porque el sultán había casado a Sett El-Hosn con un palafrenero jorobado, pero el tal no pudo acostarse con ella, y ha ido contando por toda la ciudad que la noche de su boda los efrits le habían encerrado a él, para dormir ellos con Sett El-Hosn.
Estaba poseído de indignación por la injusticia del sultán obligándole a casar a la hermosa Sett El-Hosn con el palafrenero jorobado.
Y Badreddin repuso: ¡Soy yo, querida mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos reír, y también para librarnos del mal de ojo, pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin igual, y tu padre alquiló a ese palafrenero para qué conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez dinares.
Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera más que los pies.
Entonces el búfalo gritó: ¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida para atacarla con tu innoble herramienta? Y el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra.
Y el jorobado, lleno de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas si pudo gritar: ¡Socorro! ¡socorro! Y en seguida el borrico creció aún más y se transformó en un búfalo monstruoso, que obstruyó por completo la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta vez, habló con voz de hombre, y dijo: ¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta de mi trasero! ¡Eres el palafrenero más inmundo!.
Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque a tu salud.
¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!.
Y el repugnante palafrenero no tardará en salir del hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.
Y el sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que se escribiese su contrato de matrimonio con la hija del visir Chamseddin, a pesar de las súplicas del padre.
Más atrás venía un palafrenero llevando del diestro el caballo favorito de Amado, por si a éste se le ocurría montar, y después seguían lacayos con una silla de manos, otros, con blandos cojines, otros, cargados de refrescos y dulces, todo por si el príncipe experimentaba en la selva ganas de sentarse, o de comer, o de beber, Amado fue despacio y por su pie hasta el sitio marcado, que era un valle en que un torrente, saltando entre dos negras rocas, caía al borde de un prado de fresca y menuda hierba, bañando las raíces de álamos gigantescos que sombreaban la pradería.
El coche fúnebre se hallaba a la puerta, un coche magnífico, de cuya arquitectura no podía darse cuenta porque estaba materialmente cubierto de flores, de coronas y de cintajos, ocho caballos, lujosamente enjaezados tiraban de él, al lado de cada caballo había un palafrenero, ostentando sobre su cuerpo la enlutada librea de la casa y la blanca y aristocrática peluca, que formaba un contraste grotesco con aquellas fisonomías innobles y rústicas, detrás del carro mortuorio iban las carrozas de gala de la casa, la servidumbre entera, y luego coches y más coches, todos los coches propios de Madrid a no dudarlo.
Don Simón Antonio entregó su cabalgadura a un palafrenero y dio orden de que se llevase al preso al calabozo.

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