Ejemplos con flaco

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Una niña, rota y sucia, lloraba sobre una rueda, queriendo ayudar al borriquillo, más pequeño ¡ay! y más flaco que Platero.
Increíble parece que aquel cuerpo flaco y endeble, encerrara dentro de sí espíritu tan gigantesco y tan fuerte, hecho a golpes de zarpas y a caricias de ala, capaz de abrir surcos y levantar cimientos y capaz, de poemizar el dolor e idealizar el martirio, apto para abrigar una tempestad y para echarse todo entero en el cáliz de un jazmín.
En el pilar que divide las dos hojas de la puerta, Jesús, con corona y manto de rey, flaco, estirado, con el aire enfermizo y mísero que los imagineros medioevales daban a sus figuras para expresar la divina sublimidad.
Acordóse de su hijo, cuyo ángel de la guarda era ella, encargada de defender sus intereses y su educación contra su padre mismo, y temió que aquel amor apasionado fuera en su corazón el punto flaco que la llevara a pactar con el enemigo, la planta viciosa que arrebata a cuantas la rodean los jugos de la tierra, apropiándose ella sola la savia que vivifica y da frescura y lozanía.
Hay personas que padecen una especie de estrabismo moral que les hace ver lo flaco donde está lo gordo, y lo gordo donde sólo lo flaco existe.
Enrique ni estaba más pálido, ni más flaco, ni más caído que antes.
El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada de , esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel, y el padre y el hijo, con los trajes de pana deslustrados en costuras y rodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta, iban por las tiendas, de puerta en puerta, vergonzosos y encogidos, como si pidiesen limosna, preguntando si necesitaban un.
Al poco rato entró en el despacho un hombre muy flaco, de cara enfermiza y toda llena de lóbulos y carúnculas, los pelos bermejos y muy tiesos, como crines de escobillón, la ropa prehistórica y muy raída, corbata roja y deshilachada, las botas muertas de risa.
Su ama le leyó la cartilla el primer día, diciéndole: Mira, si algún sujeto que tú no conoces, por ejemplo, un señorito flaco, de mal color, así un poco alborotado, te pregunta en la calle si vivo yo aquí, dices que no.
Iba un fraile muy flaco que era el padre Alelí, un señor pequeñito con anteojos, que era el papá de Isabel, algunos militares y otros tipos que se confundían en su mente con las figuras de los dos mandarines.
Su entristecido arqueo de cejas le prestaba vaga semejanza con los retratos de Quevedo, su pescuezo, flaco, pedía a voces la golilla, y en vez de la vara que tenía en la mano, la imaginación le otorgaba una espada de cazoleta.
—Ya está eso hecho y pagado, dijo Monipodio, mirad si hay mas, que si mal no me acuerdo, ha de haber ahí un espanto de veinte escudos: está dada la mitad, y el esecutor es la comunidad toda, y el término es todo el mes en que estamos, y cumpliráse al pié de la letra, sin que falte un tilde, y será una de las mejores cosas que hayan sucedido en esta ciudad de muchos tiempos a esta parte: dadme el libro, mancebo, que yo sé que no hay mas, y sé tambien que anda muy flaco el oficio, pero tras este tiempo vendrá otro, y habrá que hacer mas de lo que quisiéremos, que no se mueve la hoja sin la voluntad de Dios, y no hemos de hacer nosotros que se vengue nadie por fuerza, cuanto mas, que cada uno en su causa suele ser valiente, y no quiere pagar las hechuras de la obra que él se puede hacer por sus manos.
Saliéronle al encuentro, y, preguntándole por don Quijote, les dijo cómo le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea, y que, puesto que le había dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar y se fuese al del Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido que estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia.
Fue la condición que habían de correr una carrera de cien pasos con pesos iguales, y, habiéndole preguntado al desafiador cómo se había de igualar el peso, dijo que el desafiado, que pesa cinco arrobas, se pusiese seis de hierro a cuestas, y así se igualarían las once arrobas del flaco con las once del gordo.
Lo mejor es que no corran respondió otro, porque el flaco no se muela con el peso, ni el gordo se descarne, y échese la mitad de la apuesta en vino, y llevemos estos señores a la taberna de lo caro, y sobre mí la capa cuando llueva.

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