Ejemplos con amenazadores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ante los amenazadores gestos de los indios, el capitán Valdivia desenvainó su espada para defenderse e hirió a uno de ellos.
Los gestos amenazadores constaron de cartas, llamadas anónimas, secuestros, tiroteos de drive-by, y asaltos contra soldados fuera de servicio.
Tiene una retorcida perilla y una enorme nariz y ojos amenazadores.
Con el paso del tiempo, un trazado tan sinuoso y de angosta calzada, con estrechos puentes colgantes, abismos amenazadores y pendientes pronunciadas, imposibilitaban el tránsito ligero y el desplazamiento de vehículos de carga.
Cuando los chicos llegan, inician una ceremonia, pero a Aang se le apaga la llama y al tratar de quitarle a Zuko la suya y la apaga, ambos se miran frustrados, aparecen los grandes maestros dragones, quienes parecen amenazadores, pero ejecutan una danza, la que muestra la misma forma que aparecía en las estatuas y los chicos la ejecutan.
Esto era especialmente asi durante el ambiente creado por los juicios de McCarthy Aunque insulsos desde el punto de vista de hoy estos volúmenes eran tan amenazadores que las mujeres los ocultaban, quemaban o los tiraban.
Todo termina con Homer y Burns mirándose a los ojos el uno al otro, de momentos riendo y de momento amenazadores.
La indignación contra el grosero interruptor creció a tal punto con estas humildes palabras, que se oyen gritos amenazadores y muchos agitan los puños frente al sitio de donde había partido la voz.
Y como comprendía que usted habría sabido hacerla feliz, la soberbia, el amor, los celos, todas las pasiones, todos los instintos de mi raza, de mi naturaleza, se sublevaban amenazadores.
Les interesaba la cuestión social como algo positivo relacionado con su bienestar, pero por más esfuerzos que hicieran los oradores por exponer las generosidades de la sociología revolucionaria, la gente sólo veía la ventaja de aumentar en unos cuantos reales el jornal y trabajar alguna hora menos Pero se hablaba del jesuíta, del fraile, del cura, y la muchedumbre se ponía instintivamente de pie, con nervioso impulso, y brillaban los ojos con el fulgor diabólico de una venganza secular, y sonaba estrepitoso el trueno del aplauso delirante, y se levantaban los puños amenazadores, buscando al enemigo tradicional, al hombre negro, señor de España.
Los deudores le contestaban altivamente, alegando la miseria como un derecho para no sufrir su avaricia, sus órdenes imperiosas tardaban en ser ejecutadas, y tenía la percepción clara de que al andar por el claustro se reían a su espalda o le hacían gestos amenazadores.
Cállese usted, so chillaba Segunda, que por los movimientos amenazadores que hizo, parecía dispuesta a desbaratar con un par de bofetadas la frágil persona del.
El chiquillo gateaba por entre las patas de los perdigueros, que, convertidos en fieras por el primer impulso del hambre no saciada todavía, le miraban de reojo, regañando los dientes y exhalando ronquidos amenazadores: de pronto la criatura, incitada por el tasajo que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la cabeza, lanzó una feroz dentellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico, obligándole a refugiarse más que de prisa, asustado y lloriqueando, entre las sayas de la moza, ya ocupada en servir caldo a los racionales.
Por la calle de las Fuentes, por la de las Hileras subían columnas de milicianos granaderos, terribles, amenazadores, iban a cubrir el flanco de la Plaza.
Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino, aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna, tierra surcada por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula, necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace locos a los cuerdos, aquel campo sin fin, donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos, necesitaba aquella escasez de ciudades, que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre, o de un animal, necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad, calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien lo ampare contra los opresores y tiranos, necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo, necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, los cuales no necesitaban sino hablar, para asemejarse a colosos inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores.
-dijo doña María conteniendo con grandes esfuerzos los gestos amenazadores, natural expresión de su ira.
Veto se ofreció a nuestra vista pálido y humillado: le devorábamos con nuestras miradas, centenares de sables amenazaban su cabeza, y los muchos emblemas irrisorios o amenazadores que llevábamos, lo mismo que el corazón de buey, se presentaron a sus atónitos ojos como la expresión concreta de nuestro resentimiento.
Revolvía en su mente mil pensamientos, pasaba de la ira al dolor, del abatimiento a la furia, y sólo en rápidas miradas, en violentas contracciones de semblante, en gestos amenazadores, expresaba la honda tempestad de su alma, que casi estaba acostumbrada a no tener nunca bonanza.
Entre el águila y el buitre hubo una cuestión muy grave, y no se oyó más, durante mucho tiempo, que el ruido de cacareos agresivos y graznidos amenazadores.
Al menor intento de rebeldía estos hilos amenazadores podían animarse y retorcerse, haciendo presa en el coloso.
El Cacique, que recibía siempre con amenazadores gruñidos a los que se acercaban a la tumba de su amo, se arrastró hasta aquel hombre y mientras lamía sus manos cariñosamente, se puso a aullar, con ese aullido triste y lastimero que emplean los perros en las situaciones lúgubres.
Además, todos ignoraban el idioma del gigante, y este tenía que hacerse respetar empleando gestos amenazadores.
Chateaubriand la había paseado por las vírgenes soledades de América, Cook la había hecho dar la vuelta al mundo sumergida en el sublime horror de las tinieblas y los hielos polares, y Schiller, Goethe, Hoffman, Shakespeare, habían hecho comparecer ante ella todos los fantasmas, ora risueños, ora sombríos y amenazadores, de los países reutónicos y británicos.
Todos, sí, todos se hallaban en su presencia, armados, irreverentes, descompuestos, amenazadores, ¡en vías ya de hecho, desde el instante en que osaron derribar la puerta!.
-Yo soy una garantía viva -respondió Montecristo, impasible, pero sus ojos centelleaban amenazadores-.
Nadie hubiera creído al verla tan florecida que podría contar tantos dramas terribles, si uniese una voz a los oídos amenazadores que un antiguo proverbio atribuye a las paredes.
Este acababa de expirar con los puños crispados, la boca contraída por el dolor y los cabellos erizados por el sudor de la agonía, sus ojos se habían quedado abiertos y amenazadores.
Sí, Borgia ha venido aquí una noche, con una antorcha en una mano y la espada en la otra, mientras a veinte pasos de él, quizá junto a esta roca, dos esbirros amenazadores espiaban la tierra, el aire y el mar, mientras su dueño entraba, como voy a entrar yo, ahuyentando las tinieblas con agitar la antorcha en su temible brazo.
Antonio se arrojó del lecho, y cuando los primeros claros del día despertaron a los gorriones que dormían en los mechinales del tejado vecino, se volvíó a echar en ella, la luz del nuevo día encalmó un tanto el embravecido oleaje de su espíritu y puso en dispersión los fantasmas amenazadores que tanto le hubieron de atormentar durante aquellas horas de insomnio.
Secreteando, se cogían la boca como para ahogar la carcajada, que sale espurriante, y lanzaban miradillas de reojo al racimo de mozos, que, fronteros, sin haber soltado sus garrotas y cachavas, permanecían de pie, mudos y amenazadores.

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