Ejemplos con sociedad

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ya no hay más nobles que los que vienen de nobles, ni más aristocracia que la de la sangre vieja, porque no vivimos tiempos en que se puedan hacer nuevos nobles ni nuevos santos, nuevos nobles, porque en nuestra sociedad no hay ocasiones en que acreditar la bravura personal, nuevos santos, porque todos estamos tan bien protegidos por las leyes, que ni a los más tímidos se les pone en trance de que muestren su timidez en términos de santidad.
El mal no está en que, por casualidad, salga de un mal tabernero un buen ministro, o un gran alcalde, o un perfecto modelo de hombres de sociedad, la desgracia de España, la del mundo actual, consiste en que quieran ser ministros todos los taberneros, y en que haya dado en llamarse verdadera a la de una sociedad en que los como yo.
Tumultos de gente vinieron también de fuera de las Cortes, y todas las amigas de casa, y mucha sociedad del buen tono que ya nos trataba.
Muy en breve contará la buena sociedad de Madrid con otro centro de amenidad y de elegancia.
En efecto, señor de Cuarteroladijo don Simón enredando con su larga y gruesa cadena de reloj, de modo que se vieran a un tiempo ésta y los anillos de sus dedos: la sociedad se desquicia si pronto no se le busca el remedio.
Aquellos hombres, que habían visto sin alarmarse, durante muchos años, cómo cundían y se propagaban ciertas tendencias , y cómo se iba rebajando poco a poco el carácter nacional, corrompiendo aquel conjunto de cualidades que un día hicieron del tipo español el modelo proverbial de los caballeros , aquellos hombres, digo, que habían visto todo esto y mucho más, sin temblar por el día siguiente, observaron una vez que las predicaciones, que las tolerancias, que las concesiones, que toda aquella política de que encomiaban a destajo y en la cual creían sin conocerla, estaba dando ya sus frutos naturales y lógicos, que aquellas por las que nada habían hecho ellos nunca, y de las que jamás se habían acordado sino para explotar su trabajo a cambio de un mezquino pedazo de pan, se alzaban imponentes, en virtud de las alas que les prestara una libertad mal entendida, que aquella , como ellos llamaban a la multitud desheredada cuando ésta era dócil, se aprestaba, con la tea en la mano, a imponerse al mundo entero y a transformar, en un instante dado, el modo de ser de la familia y de la sociedad.
Pero ¿qué se le había de hacer? En cambio, se declaró aquella casa, desde entonces, el centro de la buena sociedad del pueblo, y a doña Juana se le caía la baba de placer con las atenciones de que era objeto: sinceras unas, es verdad, por tratarse de gentes no mucho más avisadas que ella, e hijas otras de la diabólica intención de dar pábulo a las majaderías de la encumbrada lugareña, pero interesadas todas, porque, al cabo, en aquella casa se bailaba mucho y se cenaba bien, lo cual en ninguna parte se desdeña en estos tiempos.
Odiando tanto como Juana aquella sociedad inaguantable, sólo trataba de redondearse lo preciso para darle un adiós de despedida y caer en medio de otra mejor, pero de tal modo, que no lastimasen en lo más mínimo su importancia de actualidad las reliquias del pasado.
El primer efecto de una presentación jamás se olvida en la sociedad, máxime cuando ésta es reducida y presuntuosa.
Remedo de aquella presuntuosa sociedad era el pueblo mismo.
Yo bien sé que los libros son la expresión de la sociedad, y que la sociedad sólo a medias es discípula de los libros, pero ¿quién negará que cada uno de ellos es leña echada en el fuego de la concupiscencia, incentivo del general descreimiento, piedra en que tropiezan las voluntades mal inclinadas, ocasión nueva de desaliento para las voluntades marchitas? Por eso es obligación ineludible en el escritor cristiano y de bien ordenado entendimiento, aplicar su ingenio a la reparación del edificio social, lidiando por la familia, que es su primera y necesaria base.
¿Qué era aquel hombre que ante mí estaba, deglutiendo y raciocinando al propio tiempo, masticando y discurriendo, con tanta frialdad, escrúpulo y elegancia, vestido como un hombre de sociedad, sin una insinuación sensible del estado eclesiástico a que pertenecía, y que, de vez en vez, según hablaba, se asía con la mirada al retrato de una mujer a quien él mismo había empujado a la anónima sima prostibularia? ¿Qué era aquel hombre? ¿Un hedonista? ¿Un incrédulo? ¿Un hipócrita y un sofista, para consigo mismo y los demás? ¿Un desengañado? ¿Un atormentado? Lo que menos me interesaba era la explicación que me había ofrecido.
Mi clientela, la espuma de la sociedad, y todos satisfacen sus facturas a tocateja.
Yo me preguntaba: ¿Dónde se les va a situar a éstos la tonsura, si no tienen espacio? Algunos de los dueños de estos colodrillos se sientan hoy a mi lado en el cabildo catedral, todos ellos están revestidos de autoridad, e imperan, en alguna medida, sobre el régimen privado de las familias y el régimen público de la sociedad.
Allí, en contacto con los esclavos de la gleba, se me reveló la gran tragedia de la sociedad humana.
Que la sociedad está mal organizada y ha de cambiar, es evidente.
Todas estas actividades conspiran desde su origen a perfeccionar la sociedad, con el fin de alcanzar últimamente el máximo de felicidad para el máximo de individuos, si bien, por deficiencia humana, todos los ensayos de organización, hasta ahora, se han hecho a base de una manera de felicidad limitada y mediante uno solo de aquellos grandes órdenes de actividad consciente, con preferencia y preterición de los otros.
Nuestra organización social al presente, esto que dicen la sociedad capitalista, es otro ensayo de organización para la felicidad, a base de dos órdenes de actividad, el político y el científico, con menosprecio y preterición de los otros.
Él mismo debió de vislumbrar el desastrado fin que le aguardaba, pues entre las notas y apuntes que dejó a su muerte leí esta sentencia: El que consagra sus días a la busca y ejercicio de la Verdad, el Bien y la Belleza, es incompatible con la vida, por lo menos, con la vida tal como se nos ofrece en la sociedad presente.
Fría, impasible, calculadora como eco de una sociedad que era positivista antes que el positivismo tuviese una fórmula científica, ha agotado el arsenal de los sofismas ligeros, parto de esa lógica sin entrañas, con la cual el hombre pretende engañarse a sí mismo, pero sofismas de éxito seguro, porque hablan al egoísmo, cifra y compendio de todos los malos instintos de nuestra caída y pecadora naturaleza.
Alegro y bulliciosa, muy dada a fiestas y saraos, encanto de toda buena sociedad, a los veinte años se tornó silenciosa, reservada, melancólica.
Sentimiento tristísimo de la naturaleza que me hace odiosos el mundo ruidoso y frívolo y los atractivos de una sociedad vanidosa, sentimiento profundo de las bellezas del mundo físico, sentimiento que desarrollan en mí los poetas y novelistas románticos.
Ahora vivo la vida prosáica de quien no fía en humanos afectos, de quien llama las cosas por sus nombres, de quien sólo gusta de la poesía en teatros y academias, y no quiere que el mundo y la sociedad sean como los pintaban los novelistas de antaño, los soñadores lamartinianos, los grandes ingenios de la legión romántica.
Los individuos de la sociedad católica fundaron un periódico, La Era Cristiana , que, sea dicho de paso, y repitiendo las palabras del dómine, es el papel que habla más alto en favor de la cultura villaverdina.
Observad a todos aquéllos que vivieron una niñez miserable, en cuyo hogar faltó muchas veces el pan, que no tuvieron ropas para cubrir el demacrado cuerpo, que imploraron avergonzados la caridad pública, y no como el mendigo, con serena franqueza, sino ocultando la demanda en una frase lisonjera, que pasaron, poco a poco, de la timidez bochornosa a la súplica sonriente, de la petición insinuante a la explotación vergonzosa, y de allí a la tolerancia interesada, y veréis cómo, aunque estén en la opulencia, aunque la sociedad los mime y la fortuna los haya indemnizado de cuanto en un tiempo les negó, aun tienen en lo más escondido del corazón el vinagre y la hiel de la miseria.
Nadie aborrece más que yo las falsedades y comedias de lo que llaman alta sociedad.
Quiero decir que estás habituado a vivir entre una sociedad escogida, sabes mucho Aquí no hay lo que tú necesitas, aquí no hay gente sabia, ni grandes finuras.
Éste se mostraba cada vez más inepto para acomodarse a sociedad tan poco de su gusto.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba