Ejemplos con seminario

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El Seminario, por la parte de los dormitorios, caía sobre un profundo barranco, ya en las afueras de la ciudad.
Quiero decir, en lenguaje vulgar, que al salir a la calle recordé que don Telesforo Rodríguez, el profesor del Seminario, me ha pedido un libro que hace tiempo te presté:.
Sé que al pícaro don Pedrito le gustaba la niña, que se veían a menudo en vacaciones, y hasta que le escribía desde el Seminario, pero, la verdad, no creí que iba a perder el sentido hasta ese punto.
Conque derechos a Inhiesta, y me traéis aquí al fugitivo, yo le tendré a buen recaudo los pocos días que restan hasta que comience el curso en el Seminario.
Pero en el Seminario no querrán admitirme.
Anoche me despedí de usted desde las puertas del Seminario conciliar de la diócesis de Pilares.
Quiere usted darme a entender que le he metido en el Seminario para un cuarto de hora solamente y que no desea usted dilatarse en este lugar ni un minuto más de lo imprescindible.
Los más provenían de extracción humildísima, de las breñas y entrañas del terruño labriego, pertenecían a familias de aldeanos pobres, con el peculio preciso para pagar a uno de los varones la modicísima pensión del Seminario, por entonces poco más de una peseta diaria, eran de una raza intermedia entre la pura animalidad y un rudimento de especie humana.
Lo curioso es que aquellas selváticas y fornidas criaturas, de frente angosta, cejas unidas, ojos montaraces y piel bronceada, apenas entraban en el Seminario adquirían el color incoloro y exangüe de la lombriz y de la cera.
Como estaba prohibido el vino en el Seminario ni se consentía tener botellas, servíanse, para guardar el vino, de un expediente repugnante: lo metían en orinales, y de ellos bebían, a modo de cuenco.
¿Cuántos tenían vocación? ¿Cuántos se habían encaminado al Seminario siguiendo una voz interior persuasiva, una estrella ineludible? Yo les oía contar chascarrillos de curas de aldea, de lo mucho que tragaban, de lo majamente que vivían, de los amores con que se distraían, del respeto y obediencia que se les tenía, y se refocilaban de antemano con la esperanza de arrastrar una existencia a lo regalado y holgón en una parroquia rústica, con el ama y la sobrina, pues casi todos profesaban, teórica y cínicamente, la poligamia.
Aquel año, al salir del Seminario, hallé a Angustias hecha ya una mujercita.
En veinte días escasos debía entrar en el Seminario.
La duquesa me encerró en un cuarto oscuro, y allí me tuvo la semana que faltaba para volver al Seminario.
No podía yo imaginar que me admitiesen en el Seminario, después del escándalo.
El día primero de curso, la propia duquesa me llevó en su coche al Seminario.
Como Angustias había desaparecido, sin dejar vestigio ni presunción de su paradero, finalmente triunfó la voluntad de la duquesa y yo volví al Seminario, otros siete años.
En el Seminario se murmuraba que era muy galanteador y que se introducía siempre entre la muchedumbre y en lugares muy concurridos, por disfrutar de apreturas con las mujeres.
Entré en el Seminario, de edad de quince años.
Gabriel fue al Seminario, y la familia creyó que las Claverías quedaban desiertas.
¡Ya ves qué dolor! Esperar que te matasen de un momento a otro, y no poder hablar, no poder quejarse, comunicando la pena ni aun a los de la familia ¡Lo que yo he rezado ahí dentro! Acostumbrados los de la casa a ver todos los días a Dios y los santos, somos algo duros y pecadores, pero la desgracia ablanda el alma, y yo me dirigí a la que todo lo puede, a nuestra patrona la Virgen del Sagrario, pidiéndola que se acordase de ti, ya que ibas de niño a arrodillarte ante su capilla, cuando te preparabas para entrar en el Seminario.
Tenía entonces cuarenta años, sentíase ágil y fuerte, y aunque su humor era pacífico y nunca había tocado un fusil, le animaba el ejemplo de algunos estudiantes tímidos y piadosos que se habían fugado del Seminario, y, según se decía, peleaban en Cataluña tras la capa roja de don Ramón Cabrera.
Un clérigo de las oficinas del arzobispado lo presentó al cardenal, quien después de oírle le dio un puñado de almendras y la esperanza de ocupar una beca para que hiciese gratuitamente sus estudios en el Seminario.
El perro emprendía el camino del Seminario para devorar las sobras de la comida de los estudiantes, hasta que le buscasen los guardianes para encerrarse de nuevo.

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