Ejemplos con saya

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aslan no realiza ninguna otra aparición hasta el final de la historia, pero sus signos son fundamentales para la historia, y la creencia en Aslan desempeña un papel fundamental en derrotar a la Dama de la Saya Verde, que intenta destruir la creencia de los niños en Narnia.
Entre sus canciones más conocidas se encuentran Ay amor, Ay no se que tienes, América Latina, Mal acostumbrado, Saya y entre otras.
Fernando Castejón López y además se estrenó una saya de la Virgen del Consuelo de color azul francia bordada en oro en los talleres García y Poo de Sevilla.
María Santísima del Consuelo viste saya bordada en oro y toca de sobremanto con el escudo de la parroquia de Sto.
Para perpetuar este suceso, allí estaba Santa Bárbara en el cuadro, vestida con ancha saya y mangas de farol acuchilladas, lo mismo que una dama del siglo XV, y a sus pies la basilisa con traje de labradora valenciana y gruesas joyas.
Las manos corrían parejas con los pies, tanto que algunas veces las niñas se las pedían y acariciaban, llevaba una simple saya de listado, y un camisolín de muselina transparente, que le ceñía los hombros y le dejaba desnudos los hermosos brazos y la alta garganta.
La indita de saya azul da a gustar a la vaca mirona una de las tazas de coco abandonadas.
Allí el queso, que manaba la leche al ser cortado, y sabía ricamente con las tortas de maíz humeantes que servía la indita de saya azul, envueltas en paños blancos.
La saya es lisa, no tiene tableados ni pliegues, cae con el peso de la seda hasta los pies.
Mientras los hombres se mataban por la gloria de la Virgen de Begoña, la carcoma, más sabia que ellos, seguiría mordiendo las entrañas de madera del sonriente fetiche: tal vez a aquellas horas algún ratón roía las patas del ídolo milagroso, bajo su hueca saya de pedrería.
Y como si fuese una gala nueva que veía por primera vez, metióse por la cabeza con gran cuidado, cual si fuese de sutiles blondas, la saya de percal de todos los domingos.
Y continuó la conversación entre el ama y la sirvienta, mientras ésta, con delantal blanco y haciendo crujir los bajos almidonados y tiesos de su saya, iba del aparador a la mesa, colocando el centro de plata Meneses con sus grupos de flores, las pilas de platos de charolada blancura, las botellas talladas del agua y el vino, y las copas esbeltas, casi aéreas, con su pie azul, y tan frágiles, que sobre el mantel no trazaban sombra alguna.
¿Pues qué cree usted, que a mí me costaría trabajo cuidar enfermos y dármelas de muy católica? Pues si a mano viene me pondré el mejor día a cuidar y limpiar y revolver los enfermos más podridos, y me vestiré una saya, y recogeré niños que no tengan padres, que de eso y de mucho más soy yo capaz ¡Vaya con la ! Ea no venga acá vendiendo mérito ¡Y ángel me soy! Pues para que lo sepa, también yo, si me da la gana de ser ángel, lo seré, y más que usted, mucho más.
Costó un triunfo a Nucha vestirla racionalmente, y hacerle trocar la corta saya de bayeta verde, que no le cubría la desnuda pantorrilla, por otra más cumplida y decorosa, consintiéndole únicamente el justillo, prenda clásica de ama de cría, que deja rebosar las repletas ubres, y los característicos pendientes de enorme argolla, el romano conservado desde tiempo inmemorial en el valle.
—Calla, niña, que la mejor señal que este señor ha dado de estar rendido, es haber entregado las armas en señal de rendimiento, y el dar, en cualquiera ocasion que sea, siempre fué indicio de generoso pecho, y acuérdate de aquel refran que dice: al cielo rogando, y con el mazo dando, y mas, que no quiero yo que por mí pierdan las jitanas el nombre que por luengos siglos tienen adquirido de codiciosas y aprovechadas: ¿cien escudos quieres tú que deseche, Preciosa, que pueden andar cosidos en el alforza de una saya que no valga dos reales, y tenerlos allí como quien tiene un juro sobre las yerbas de Estremadura? Si alguno de nuestros hijos, nietos o parientes cayere por alguna desgracia en manos de la justicia, ¿habrá favor tan bueno que llegue a la oreja del juez y del escribano, como estos escudos, si llegan a sus bolsas? Tres veces por tres delitos diferentes me he visto casi puesta en el asno, para ser azotada, y de la una me libró un jarro de plata, y de la otra una sarta de perlas, y de la otra cuarenta reales de a ocho, que habia trocado por cuartos, dando veinte reales mas por el cambio: mira, niña, que andamos en oficio muy peligroso y lleno de tropiezos y de ocasiones forzosas, y no hay defensas que mas presto nos amparen y socorran, como las armas invencibles del gran Filipo: no hay pasar adelante de su : por un doblon de dos caras se nos muestra alegre la triste del procurador y de todos los ministros de la muerte, que son arpías de nosotras las pobres jitanas, y mas precian pelarnos y desollarnos a nosotras, que a un salteador de caminos: jamas por mas rotas y desastradas que nos vean, nos tienen por pobres, que dicen que somos como los jubones de los gabachos de Belmonte, rotos y grasientos, y llenos de doblones.
Resueltos en esto, otro dia vistieron a Isabela a la española, con una saya entera de raso verde acuchillada, y forrada en rica tela de oro, tomadas las cuchilladas con unas eses de perlas, y toda ella bordada de riquísimas perlas: collar y cintura de diamantes, y con abanico a modo de las señoras damas españolas: sus mismos cabellos, que eran muchos, rubios y largos, entretejidos y sembrados de diamantes y perlas, le servian de tocado.
Venia vestida, por ser invierno, de una saya entera de terciopelo negro, llovida de botones de oro y perlas, cintura y collar de diamantes, sus mismos cabellos, que eran luengos y no demasiadamente rubios, le servian de adorno y tocas, cuya invencion de lazos, y rizos, y vislumbres de diamantes que con ellos se entretejian, turbaban la luz de los ojos que los miraban.
La niña estaba asombrada de ver tantas galas, a causa que las que ella en su vida se habia puesto, no pasaban de una saya de raja y una ropilla de tafetan.
Su vestido era una saya y corpiños de paño verde, con unos ribetes del mismo paño.
Delante venia su sobrina, moza al parecer de diez y ocho años, de rostro mesurado y grave, mas aguileño que redondo, los ojos negros, rasgados y al descuido adormecidos, cejas tiradas y bien compuestas, pestañas largas, y encarnada la color del rostro: los cabellos rubios y crespos por artificio, segun se descubrian por las sienes, saya de burriel fino, ropa justa de contray o frisado, los chapines de terciopelo negro, con sus clavetes y rapacejos de plata bruñida, guantes olorosos, y no de polvillo, sino de ámbar.
Todos los presentes estaban suspensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí a poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la vez primera: ella la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela, mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:.
Trocáreme yo por ella, y diera encima una saya de las más gayadas mías, que de oro le adornan franjas.
Mujer de un gobernador eres, ¡mira si te roerá nadie los zancajos! Ahí te envío un vestido verde de cazador, que me dio mi señora la duquesa, acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija.
Pero allá van reyes do quieren leyes, y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima, que pese tanto que no le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: ¡Mirad qué entonada va la pazpuerca!, ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos.
Eso no, Sancho respondió Teresa: casadla con su igual, que es lo más acertado, que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera.
Sacó luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica y una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras joyas, con que en un instante se adornó de manera que una rica y gran señora parecía.
En resolución, la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver: púsole una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba.
Pidiéronle a la ventera una saya y unas tocas, dejándole en prendas una sotana nueva del cura.
A cuyas voces salió Teresa Panza, su madre, hilando un copo de estopa, con una saya parda.

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