Ejemplos con revolucionarios

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Abominaba de los revolucionarios, con el miedo instintivo de todos los ricos que han creado su fortuna y recuerdan la modestia de su origen.
Es verdadcontinuóque me preocupo poco de Dios y no creo en los dogmas, pero mi alma es cristiana como la de todos los revolucionarios.
Reaccionarios y revolucionarios se han insultado hasta hace tres días.
La ciencia germánica, la primera de todas, está unida para siempre a lo que los revolucionarios latinos llaman desdeñosamente el militarismo.
Vamos a perder el poco sentido que nos queda ¿Qué revolucionarios son esos? ¿Qué revolución puede estallar en París si los hombres del gobierno no son reaccionarios?.
Trescientos mil revolucionarios sitian a París en este momento.
Pero ¿qué nos importa eso? ¡Es la guerra! Cuando en América llevábamos cañones y fusiles a los revolucionarios, no nos preocupaba el uso que pudieran hacer de ellos.
Hasta llevó de Alemania pertrechos de guerra para los revolucionarios de una pequeña República.
Cuando se recuerdan los días preliminares del conflicto, se comprende que todo el que pensara, ya exaltado por la pasión patriótica o sin esa exaltación y contemplando el espectáculo desde fuera, en que Cuba iba a luchar contra España, en que una revolución no bien organizada iba a lanzar el guante a un Estado organizado y con recursos, no podría nunca concebir que los revolucionarios aspiraran a un éxito militar decisivo y rápido.
Y en efecto, tanto como el que más, mucho más que otros revolucionarios de su índole, no tan solo entendió que debía lanzar a su pueblo a una lucha desesperada, sino que comenzó por lanzarse con él, y aun creo que pensó que, inmolándose en holocausto voluntario, debía morir a las puertas mismas de la revolución.
¡La ciencia! ¡La moderna ciencia de los revolucionarios y los impíos! Ya sabía él lo que era aquello.
Mientras tanto, el pueblo podía ser feliz en su miseria con la esperanza del paraíso después de la muerte, dulce ilusión, supremo consuelo, que los revolucionarios sin conciencia le quieren arrebatar.
Allí no corrían el peligro, como en las universidades laicas, de tropezar con profesores revolucionarios, y la ciencia antigua y moderna se servía después de bien pasada por el tamiz de Santo Tomás y otros grandes sabios de la Iglesia, únicos depositarios de la verdad.
Mientras esto siga, es tarea inútil la de los revolucionarios en este país.
Siguió cultivando su jardín, con la melancólica satisfacción de considerarse a cubierto de los males revolucionarios al abrigo de aquel coloso de piedra que imponía respeto con su majestuosa vetustez.
Por cada satisfacción que les proporcionaba un discurso de Manterola, sufrían disgustos de muerte leyendo las palabras de los revolucionarios, que asestaban fuertes golpes al pasado.
Se amaron sin arrebato, con una pasión fría y calmosa, más por la comunidad de ideales que por la instintiva aproximación del sexo, un amor de revolucionarios, con el pensamiento dominado por la rebeldía contra lo existente, sin dejar sitio a otros entusiasmos.
Luna y su compañera pasaron a Holanda y a Bélgica y se instalaron después en Alemania, siempre viajando de grupo en grupo de compañeros, dedicándose a diversos trabajos, con esa facilidad de adaptación de los revolucionarios universales, que sin dinero corren el mundo sufriendo privaciones y encontrando siempre, en el momento difícil, una mano fraternal que los levanta y los pone de nuevo en camino.
Olvidó sus entusiasmos revolucionarios para llorar a Lucy, lamentándose del vacío que dejaba en su existencia.
Los compañeros le respetaban, viendo en él al amigo de los grandes propagandistas de la idea , al hombre que había corrido casi toda Europa y se escribía con los revolucionarios más famosos.
Los mismos revolucionarios sostienen, con su deseo de no desentonar, este simulacro de vida.
Mas era hombre capaz en sus rencores de comprender y practicar aquella venganza de los chinos, que consiste en ahorcarse a la puerta de su adversario para atraer sobre él la cólera celeste y el odio de los ciudadanos, lleno, pues, de saña, rechazó con altivez la oferta, y creyendo alcanzar por sus propias fuerzas lo que de grado no le habían querido dar, alistóse de nuevo entre sus antiguos amigos los revolucionarios aún no resellados, que capitaneaba a la sazón el excelentísimo Martínez y prometían formar una oposición formidable el día en que se decidieran a reconocer la monarquía de Alfonso XII.
La primera pifia que ha dado la Restauración ha sido abrir la puerta a esta canalla ¡Dejar que se forme ahí una almáciga de intrigantes, una de hipócritas revolucionarios!.
Era aquello un tesoro de gran valor, una palanca formidable que, bien manejada, podía dar al traste en breve tiempo con gran parte de los políticos revolucionarios que pululaban en España.
Era, en fin, la tertulia una reunión donde se desahogaba el liberalismo inocente de unos revolucionarios que, en costumbres y preocupaciones, imitaban a sus enemigos, y a pesar de haber sufrido de la dinastía reinante toda clase de desdenes y persecuciones, mostrábanla una fidelidad canina, y siempre era para ellos Fernando VII el rey mal aconsejado, Cristina la augusta señora, e Isabel la inocente niña.
Por eso cuando pasa mucho tiempo sin cambio político, cogen el cielo con las manos los sastres y mercaderes de trapos, y con sus quejas acaloran a los descontentos y azuzan a los revolucionarios.
Cuando veo la despensa vacía, , como dicen los revolucionarios, y por la noche ya llevo a casa la libreta para tantas bocas.
Hable claro: ¿usted piensa como el abad de San Clemente de Boán? Ése dice que a Suñer y a los revolucionarios no se les convence con razones, sino a trabucazo limpio y palo seco.
Don Manuel no era ningún lince, pero afiliado platónicamente desde muchos años atrás al partido moderado puro, hecho a leer periódicos, conocía la rutina, y había tomado tan a contrapelo el chasco de González Bravo y la marcha de Isabel II, que se disparaba, poniéndose a dos dedos de ahogarse, cuando el sobrino, por molestarle, le contradecía, disculpaba a los revolucionarios, repetía las enormidades que la prensa y las lenguas de entonces propalaban contra la majestad caída, y aparentaba creerlas como artículo de fe.
Máximo Juncal, el médico, recién salido de las aulas compostelanas, soltó varias puntadas sobre política, y también malignas pullas referentes al grave escándalo que a la sazón traía muy preocupados a los revolucionarios de provincia: Sor Patrocinio, sus manejos, su influencia en Palacio.

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