Ejemplos con persiguiese

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Luego pasa por sobre un puente de madera, y para asegurarse de que Burns no lo persiguiese, arroja un fósforo encendido sobre el puente, el cual se incendia completamente en cuestión de un segundo.
En esto el rey don Pedro intentó apoderarse del niño don Nuño, pero los vizcaínos le ampararon poniéndole a salvo con la señora que le criaba llamada doña Mencía, no sin que el rey le persiguiese hasta Santa Gadea.
Hizo y creó un alguacil de pobres, no para que los persiguiese, sino para que los examinase si lo eran, porque a la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha.
Y cual si le persiguiese un fantasma, Enrique huyó hasta el fondo del jardín.
El mercader me interrogó entonces, y le conté mi historia con este barbero, y le rogué que me dejara en su tienda hasta mi curación, pues no quería volver a mi casa por miedo a que me persiguiese otra vez ese barbero de betún.
fiereza? ¡No bastaba que la desfavoreció la naturaleza, sino que la desdicha la persiguiese!.
Por tanto, todos se entregaron a una precipitada fuga, mas no murieron sino como dos mil o menos, porque los malos pasos impidieron que se les persiguiese.
Descubrióse a poco la falsedad de la acusación, y todos los demás daban muestras de pesar a Metelo, que estaba inconsolable, pero Mario se mantenía alegre y se jactaba de ser autor de lo ejecutado, sin avergonzarse de decir entre sus amigos que él era quien había hecho que a Metelo le persiguiese la vengadora sombra de su huésped.
Levantándose, pues, Mario y desnudándose, se metió en la laguna, que no tenía más que agua sucia y cenagosa, así no pudo ocultarse a los que le buscaban, sino que le sacaron desnudo y cubierto de cieno como estaba, y llevándole a Minturnas, le entregaron a los magistrados, se había pregonado, en efecto, por toda la ciudad un edicto acerca de Mario, en que se prevenía que públicamente se le persiguiese y matase.
Retiróse Tolomeo de la alianza, temeroso de tener que hacer la guerra, no obstante esto, le dio naves que le acompañasen hasta Chipre, y, saludándole y obsequiándole en él mismo puerto, le regaló una esmeralda engastada en oro, de las más raras y preciosas, y aunque al principio se negó a admitirla, haciéndole ver el Rey que estaba grabado en ella su retrato, temió rehusarla, no se creyera que se retiraba enteramente enemistado y se le persiguiese en el mar.
Por tanto, sucediendo, por lo común, que el que quiere evitar batalla padece lo mismo que el que es vencido, para éste el huír era como si él persiguiese, porque cortaba a los que iban a tomar agua, interceptaba los víveres, si el enemigo quería marchar, le impedía el paso, cuando iba a acamparse, no le dejaba sosiego, y cuando quería sitiar se aparecía él y le sitiaba por hambre, tanto, que los soldados llegaron a aburrirse, y como Sertorio provocase a Metelo a un desafío, empezaron a gritar, incitándole a que peleara general contra general, Romano contra Romano, cuando vieron que no lo admitía, le insultaron, pero él se rió de ellos, e hizo muy bien: pues, como dice Teofrasto, un general debe hacer muerte de general y no de un miserable soldado.
Acudió, pues, al punto Pompeyo, y sabedor de que Perpena no obraba con la mayor seguridad, le presentó por cebo en la llanura diez cohortes con orden de que se dispersaran, y como aquel diese sobre ellas y las persiguiese, presentóse él con todas sus tropas, y trabando batalla concluyó con todo, quedando muertos en el campo de batalla los más de los caudillos.
Pompeyo, a los pocos pasos que hubo andado desde el campamento, dejó el caballo, siendo en muy corto número las personas que le seguían, como nadie le persiguiese, caminaba despacio, pensando en lo que era natural pensase un hombre acostumbrado por treinta y cuatro años continuos a vencer y mandar a todos, y que entonces por la primera vez probaba lo que era ser vencido y huir.
Constituido con esto Dion en el apuro y en la desgraciada situación de haber de pelear con sus conciudadanos, o perecer con sus soldados, dirigía a los Siracusanos los más encarecidos ruegos, tendiendo a ellos las manos y mostrándoles el alcázar lleno de enemigos, que se asomaban por las murallas y eran espectadores de cuanto pasaba, pero, no habiendo modo de templar el ímpetu de aquella muchedumbre y dominando en la ciudad, como en un mar proceloso, el viento de los demagogos, dio orden a sus soldados, no de trabar pelea, sino sólo de volver cara con resolución y gritería blandiendo las armas, con esto ya no aguardó ninguno de los siracusanos, sino que dieron a huir por las calles sin que nadie les persiguiese, porque Dion hizo retroceder a los soldados y los condujo a los términos de los Leontinos.
Muerto César de esta manera, Bruto saliendo en medio del salón, quiso hablar para contener al Senado, procurando tranquilizarle: pero éste huyó en desorden, y en la puerta hubo gran confusión, atropellándose unos a otros, sin que nadie los persiguiese ni los impeliese, porque los conjurados tenían firmemente resuelto no dar muerte a ninguno otro, sino llamar y restituir a todos los ciudadanos a la libertad.
Y se aterraron tanto entonces, que echaron a correr con todas sus fuerzas, lanzando gritos estridentes, como si las persiguiese un genni de mala especie.
Aquella voz, alterada visiblemente por la sorpresa y el terror, vino a despertar de su abstracción al joven, que sacudiendo sus vacilaciones, púsose de pie y huyó al acaso a través del campo sin rumbo determinado y fijo, ni más ni menos que si le persiguiese un fantástico escuadrón de sombras.
He aquí el partido que debió tomar: una vez asesinado el almirante, insinuar la culpabilidad del duque de Guisa para que se persiguiese a este príncipe como asesino, anunciando que le había abandonado a la venganza de los hugonotes.
Huérfana desde niña, de padres desconocidos, misia Tecla la prohijó, aunque no legalmente, lo cual no era óbice para que don Olimpio la persiguiese con el santo fin de gozarla.
Al reflexionar acerca de lo poco verosímil de una tentativa así por parte de Eumolpo, me tranquilicé, y cubriéndome la cabeza con el manto, traté e dormir: pero en el mismo instante, como sí la inconstante Fortuna me persiguiese, oí sobre cubierta una voz de sobra conocida que exclamaba: —¿Soy acaso objeto de irrisión?— Los ecos varoniles de esta voz me aterraron.

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