Ejemplos con parloteando

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Luego que a su hijita dejó acostada, parloteando graciosamente con la doncella, Gracia fue a reunirse con su marido, que sobre las diez acostumbraba fumar el último puro del día, paseándose en su despacho.
Esto hacía sin parar, parloteando de sobremesa en el comedor, y luego frotaba la boquilla con un trapo de lana.
Comieron en la fonda de Barcelona, donde vivía Tapia, y prolongaron la sobremesa parloteando hasta más de las doce.
No faltó aquella noche la de Subijana, mostrando tanta estimación como lástima del desdichado amigo, y mientras hubo con quien mover la sin hueso, allí se estuvo parloteando.
Como dormían vestidos, no tardaron en salir del aposento hija y padre, y con espanto vieron a doña Esperanza que a lo largo del corredor venía parloteando en alta voz y gesticulando con demasiada viveza, como si disputara con seres invisibles.
Aún no podía el hombre valerse, pero respiraba mejor, señal de que se le iban calafateando los deteriorados bofes, y todos los días, a la hora de más calor, le sacaban a cubierta en una silleta, y allí le dejaban parloteando con sus compañeros.
Pues no me callo, que parloteando se me despeja la cabeza.
»No callo, no me da la gana de callarme... Yo creo que estoy mala por el aquel de tantos días sin hablar, y es que se me han podrido dentro las palabras, y de la pudrición del vocablo ha venido esta calentura... Pues no me callo, que parloteando se me despeja la cabeza... Vuelvo a decirte, Chinito, que no me importa que Sotero se haya llevado los ajuares. Déjale que se remedie el pobre, y que mire por su vicio. ¿Y para qué quiero yo muebles, para qué nos hacen falta sillas, cómodas ni espejos, si ahora nos vamos tú y yo a vivir a un monte? Tú me lo has dicho cuando entraste a verme, y ya no puedes volverte atrás... ¿Que no me lo has dicho? ¡Ay, qué mentiroso!... No te hago caso. Quieres divertirte conmigo. Sí que me lo dijiste... Nos vamos a un monte... y pronto, mañana por la mañana, y viviremos en una choza, solitos... Ni tú verás más mujer que yo, ni yo veré más hombre que tú... Y que nos entren moscas. Nos vestiremos a lo salvaje con unos pedazos de pellejos en donde sea más preciso, y no tendremos que averiguar lo que es moda y lo que no es moda para vestirnos... Mira Chinito: no te vuelvas atrás, que me lo has dicho... tú me lo has dicho, y yo te pregunté que cuándo nos íbamos, y me respondiste que mañana... Bueno: pues ya que estamos conformes, sigo... Para nada necesitamos allí mesas de noche ni mesas de día, ni más batería de cocina que unos pucheritos... Sobre tres piedras pondré yo la olla con que guisaré nuestra comida. Iremos juntos a recoger leña, y cuando nos paseemos por el monte, no veremos más que algún conejo que pasa, y las maricas que volarán delante de nosotros, las abubillas, y algún lagarto que nos mire y se escurra... Pero no veremos lo que acá llaman personas, ni señores con frac, ni mujeres con zapatitos... Yo iré descalza y tú también, luciendo la bella patita, y por sombrero nuestras greñas, que nos peinaremos, yo a ti, tú a mí... ¡Cuánto me alegro de que Sotero se haya llevado los trastajos!... Así no veré más la cómoda, ni el lavabo, ni las rinconeras... Allá, nuestra choza, con paredes de piedra y techo de paja, es más bonita que todos estos cuartos segundos y terceros con entresuelo, y tantísima escalera que bajar y subir... Y nuestra choza no tendrá campanilla para llamar cuando entremos, porque visitas no habrá más que la de alguna comadreja, o quizás de algún galápago que entre despacito sin dar los buenos días. ¡Ay qué felicidad! Yo contigo, sin ver gente, sin tener celos de marquesas y condesas... Porque allá, ¿qué marquesas ha de haber? Ninguna: ¿verdad que no habrá ninguna?... Tampoco tendremos allá papeles públicos, ni libros, ni nada de eso, y así no se quemará mi gitano las cejas averiguando lo que piensan en Francia, o lo que guisan en Constantinopla... Y con esta vida, ¿cuánto viviremos? Yo creo que doscientos años, es un suponer, y nos moriremos el mismo día y a la misma hora: ¿verdad, Chinito mío? Y en esos doscientos o más años no nos aburriremos ni un solo ratito, porque tú mirarás mis ojos verdes, yo los tuyos garzos... ¡ay, qué bonitos!... y cuando se nos abran goteras en el tejado, tú subirás a componerlo mientras yo lavo nuestros camisolines y nuestras pieles en el arroyo que va corriendo al pie de la cabaña... Y otra cosa: allí, lejos de este mundo maldito, desaprenderemos todo lo que hemos aprendido, para que se nos olvide hasta el nombre de tanta miseria y tanta porquería... Y hasta el alma hemos de cambiar, sacando de nuestras cabezas un habla nueva, de poquitas palabras, lo preciso para decir cuánto nos queremos, y nombrar las tres o cuatro cosas que usamos, y esa habla pienso yo que ha de ser a modo de poesía, o al modo de música... ¿verdad, gitano, que tendrá cancamurria de canción o de verso?...».
Como dormían vestidos, no tardaron en salir del aposento hija y padre, y con espanto vieron a doña Esperanza que a lo largo del corredor venía parloteando en alta voz y gesticulando con demasiada viveza, como si disputara con seres invisibles.
Aún no podía el hombre valerse, pero respiraba mejor, señal de que se le iban calafateando los deteriorados bofes, y todos los días, a la hora de más calor, le sacaban a cubierta en una silleta, y allí le dejaban parloteando con sus compañeros.
Se llevó las manos a la cabeza y empezó a oscilar de delante a atrás, parloteando consigo mismo, como un niño que no encuentra palabras para expresar su dolor.

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