Ejemplos con omoplatos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las placas son similares a las del estegosaurio y de su cola y sus omoplatos brotaban largas púas afiladas.
Un corsé de hierro y cuero, lejos de detener el progreso inevitable de su enfermedad, había provocado numerosas heridas en las caderas y alrededor de los hombros, incluso que siete vértebras quedasen en carne viva, igual que el ángulo inferior de los omoplatos.
Su cuerpo incomparable hacía palidecer y suspirar a las mujeres: cincuenta y dos kilos de peso, un escote ideal , las clavículas marcando sus elegantes aristas como si fuesen un zócalo de la frágil columna del cuello, los omoplatos despegándose de la espalda lo mismo que alas nacientes, las piernas largas y casi rectas asomando tranquilas, sin miedo a la tentación, por el borde de la falda, una capa de substancia carnal repartida con parsimonia para recubrir solamente las rudezas del interno andamiaje, un cuerpo casi aéreo , un pretexto para que los vestidos contuviesen algo en su interior y no se movieran solos.
Las beldades cobrizas, descalzas, de gruesa trenza entre los omoplatos y falda blanca o de color rosa, se asomaban a las puertas de sus ranchos para verlos pasar.
La postura patentizaba lo brioso de su talle, los largos y tornátiles brazos, las caderas, los omoplatos que, a cada pulsación de la blanca mano, se dibujaban vigorosamente bajo el ajustado corpiño.
Por las naves avanzaban, contoneándose con ligeros saltitos, los niños vestidos de ángeles: unos ángeles a la Pompadour, con casaca de brocado, zapatos de tacón rojo, chorrera de blondas alas de latón colgadas de los omoplatos y una mitra con plumas sobre la peluca blanca.
Esta ceguedad le hace adoptar todas las responsabilidades de tan inconsiderado cariño, de paso que defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo cual bien pudiera no tenerla, a trueque de defender que el cielo de Madrid es purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más encantadoras de todas las mujeres, es un hombre, en fin, que vive de exclusivas, a quien le sucede poco más o menos lo que a una parienta mía, que se muere por las jorobas sólo porque tuvo un querido que llevaba una excrecencia bastante visible sobre entrambos omoplatos.
El primer jinete pudo apearse y trató de contener al que parecía su criado, pero este, rojo como un pimiento, pronunciando palabrotas extranjeras que semejaban ladridos, movía los férreos brazos en cuyo término estaban las martilludas manos, que caían como piedras sobre los carrillos, pescuezos, hombros, omoplatos, esternones y occipucios de los procesionarios.
Su cuerpo incomparable hacía palidecer y suspirar á las mujeres: cincuenta y dos kilos de peso, un escote «ideal», las clavículas marcando sus elegantes aristas como si fuesen un zócalo de la frágil columna del cuello, los omoplatos despegándose de la espalda lo mismo que alas nacientes, las piernas largas y casi rectas asomando tranquilas, sin miedo á la tentación, por el borde de la falda, una capa de substancia carnal repartida con parsimonia para recubrir solamente las rudezas del interno andamiaje, un cuerpo casi «aéreo», un pretexto para que los vestidos contuviesen algo en su interior y no se movieran solos.
Las beldades cobrizas, descalzas, de gruesa trenza entre los omoplatos y falda blanca ó de color rosa, se asomaban á las puertas de sus ranchos para verlos pasar.
¡Qué beligerantes! Al través de la piel asomaban los omoplatos y las costillas, la barriga les caía como una papada hasta las ingles, las piernas y los brazos eran de alambre, y la cabeza, hidrocefálica, se les ladeaba sobre un cuello raquítico mordido por la escrófula, tumefacido por la clorosis.
Manuel Delgado, que era el único que sabía lo que yo valía en dinero, que me gruñó siempre, pero no me negó jamás el que le pedí, me dió el susodicho puñado de onzas, para sustituir con un asiento en la diligencia las alas que Dios no ha concedido a ningún poeta al lado de los omoplatos.

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