Ejemplos con mercader

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y sintiendo en su interior la ciega bravura del mercader moro que sufre toda clase de ofensas, pero enloquece de furor cuando le tocan su propiedad, entró corriendo en su barraca, agarró la vieja escopeta que tenía siempre cargada detrás de la puerta, y echándosela a la cara plantóse bajo el emparrado, dispuesto a meterle dos balas al primero de aquellos bandidos de la ley que pusiera el pie en sus campos.
En pos de esa noble dignidad corren todas las almas levantadas, alto el pensamiento, alto el corazón: el estudiante que se afana por conquistarse digno puesto en la sociedad, el mercader que gasta en el trabajo los años mejores de la vida, el menestral que lucha por conseguir vida independiente.
Ella inició el sacrílego comercio, que ya ha trascendido hasta nosotros, de las , y vende en las avenidas del Cementerio del ! ¡Allí encontraréis epitafios de padres a hijos y de esposas a esposos, a cinco francos el lamento! Cuando perdáis un pedazo de vuestro corazón, ya no tendréis que llorarlo, sino que iréis a aquellos almacenes de sensibilidad y diréis al mercader de lágrimas:— Deme usted una corona de , o una lápida de.
—¿Quién os dice, señores, que no estoy subvencionado por algún rico mercader de la calle de Postas para escribir en favor de la ropa blanca? Ni ¿quién sabe si, como aquellos condenados a muerte que carecen de papel, trazo estas líneas, con sangre de mis venas, sobre los hilos de un pañuelo adorado?.
—Por mas ventura tuviera, valeroso caballero, que me llevaras contigo a Ingalaterra, que no que me enviaras a España, porque aunque es mi patria, y no habrá sino seis dias que della partí, no he de hallar en ella otra cosa que no sea de ocasiones de tristezas y soledades mias: sabrás, señor, que en la pérdida de Cádiz, que sucedió habrá quince años, perdí una hija que los ingleses debieron de llevar a Ingalaterra, y con ella perdí el descanso de mi vejez y la luz de mis ojos, que despues que no la vieron, nunca han visto cosa que de su gusto sea: el grave descontento en que me dejó su pérdida y la de la hacienda, que tambien me faltó, me pusieron de manera, que ni mas quise, ni mas pude ejercitar la mercancía, cuyo trato me habia puesto en opinion de ser el mas rico mercader de toda la ciudad: y así era la verdad, pues fuera del crédito, que pasaba de muchos centenares de millares de escudos, valia mi hacienda dentro de las puertas de mi casa mas de cincuenta mil ducados: todo lo perdí, y no hubiera perdido nada, como no hubiera perdido a mi hija: tras esta general desgracia, y tan particular mia, acudió la necesidad a fatigarme hasta tanto que no pudiéndola resistir, mi mujer y yo, que es aquella triste que allí está sentada, determinámos irnos a las Indias, comun refugio de los pobres generosos, y habiéndonos embarcado en un navío de aviso seis dias ha, a la salida de Cádiz dieron con el navío estos dos bajeles de cosarios, y nos cautivaron, donde se renovó nuestra desgracia y se confirmó nuestra desventura, y fuera mayor si los cosarios no hubieran tomado aquella nave portuguesa, que los entretuvo hasta haber sucedido lo que él habia visto.
Otros cuarenta dias tardaron de venir los avisos de Paris, y a dos que llegaron el mercader frances entregó los diez mil escudos a Isabela, y ella a sus padres, y con ellos, y con algunos mas que hicieron vendiendo algunas de las muchas joyas de Isabela, volvió su padre a ejercitar su oficio de mercader, no sin admiracion de los que sabian sus grandes pérdidas.
La reina llamó a un mercader rico que habitaba en Lóndres, y era frances, el cual tenia correspondencia en Francia, Italia y España, al cual entregó los diez mil escudos y le pidió cédula para que se los entregasen al padre de Isabela en Sevilla o en otra plaza de España.
El mercader, descontados sus intereses y ganancias, dijo a la reina que las daria ciertas y seguras para Sevilla sobre otro mercader frances, su correspondiente, en esta forma: que él escribiria a Paris, para que allí se hiciesen las cédulas por otro correspondiente suyo, a causa que rezasen las fechas de Francia, y no de Ingalaterra, por el contrabando de la comunicacion de los dos reinos, y que bastaba llevar una letra de aviso suya sin fecha con sus contraseñas, para que luego diese el dinero el mercader de Sevilla, que ya estaria avisado del de Paris.
En resolucion la reina tomó tales seguridades del mercader, que no dudó de ser cierta la paga, y no contenta con esto, mandó llamar a un patron de una nave flamenca, que estaba para partirse otro dia a Francia a solo tomar en algun puerto della testimonio para poder entrar en España a título de partir de Francia, y no de Ingalaterra, al cual pidió encarecidamente llevase en su nave a Isabela y a sus padres, y con toda seguridad y buen tratamiento los pusiese en un puerto de España, el primero a do llegase.
Tomados pues los recaudos del mercader, envió la reina a decir a Clotaldo no quitase a Isabela todo lo que ella le habia dado, así de joyas como de vestidos.
Dióles la reina la carta del mercader, y otras muchas dádivas, así de dineros como de otras cosas de regalo para el viaje.
Abrazó la reina a los tres, y encomendándolos a la buena ventura y al patron de la nave, y pidiendo a Isabela la avisase de su buena llegada a España, y siempre de su salud por la via del mercader frances, se despidió de Isabela y de sus padres, los cuales aquella misma tarde se embarcaron, no sin lágrimas de Clotaldo y de su mujer, y de todos los de su casa, de quien era en todo estremo bien querida.
Poco mas de un mes estuvieron en Cádiz, restaurando los trabajos de la navegacion, y luego se fueron a Sevilla por ver si salia cierta la paga de los diez mil escudos, que librados sobre el mercader frances traian.
Dos dias despues de llegar a Sevilla le buscaron, y le hallaron, y le dieron la carta del mercader frances de la ciudad de Lóndres: él la reconoció, y dijo que hasta que de Paris le viniesen las letras y carta de aviso, no podia dar el dinero, pero que por momentos aguardaba el aviso.
—¿Pues no es lo mismo, prosiguió Chiquiznaque, decir: quien mal quiere a Beltran, mal quiere a su can? y así Beltran es el mercader, voacé le quiere mal, su lacayo es su can, y dando al can se da a Beltran, y la deuda queda líquida, y trae aparejada ejecucion: por eso no hay mas sino pagar luego sin apercebimiento de remate.
—¿Cuál, respondió Chiquiznaque: es la de aquel mercader de la encrucijada?.
Ocho dias estuvimos en la isla, guardándome los turcos el mismo respeto que si fuera su hermana, y aun mas: estábamos escondidos en una cueva, temerosos ellos que no bajasen de una fuerza de cristianos que está en la isla, y los cautivasen: sustentáronse con el bizcocho mojado que la mar echó a la orilla, de lo que llevaban en la galeota, lo cual salian a coger de noche: ordenó la suerte para mayor mal mio, que la fuerza estuviese sin capitan, que pocos dias habia que era muerto, y en la fuerza no habia sino veinte soldados: esto se supo de un muchacho que los turcos cautivaron, que bajó de la fuerza a coger conchas a la marina: a los ocho dias llegó a aquella costa un bajel de moros que ellos llaman caramuzales, viéronle los turcos, y salieron de donde estaban, haciendo señas al bajel que estaba cerca de tierra, tanto que conoció ser turcos los que los llamaban: ellos contaron sus desgracias, y los moros los recibieron en su bajel, en el cual venia un judío, riquísimo mercader, que toda la mercancía del bajel o la mas era suya, era de barraganes y alquiceles, y de otras cosas que de Berbería se llevan a Levante, en que ordinariamente tratan los judíos: en el mismo bajel los turcos se fueron a Tripol, y en el camino me vendieron al judío que dió por mí dos mil doblas, precio escesivo, si no le hiciera liberal el amor que el judío me descubrió.
—Soy, dijo Mahamut, natural de Palermo, que por varios accidentes estoy en este traje y vestido diferente del que yo solia traer, y conózcolos porque no ha muchos dias que entrambos estuvieron en mi poder, que a Cornelio le cautivaron unos moros de Tripol de Berbería, y le vendieron a un turco que le trujo a esta isla, donde vino con mercancías, porque es mercader de Ródas, el cual fiaba de Cornelio toda su hacienda.
En efecto, no sé cómo ni cómo no, ellos se juntaron, y, debajo de la palabra de ser su esposo, burló a mi hija, y no se la quiere cumplir, y, aunque el duque mi señor lo sabe, porque yo me he quejado a él, no una, sino muchas veces, y pedídole mande que el tal labrador se case con mi hija, hace orejas de mercader y apenas quiere oírme, y es la causa que, como el padre del burlador es tan rico y le presta dineros, y le sale por fiador de sus trampas por momentos, no le quiere descontentar ni dar pesadumbre en ningún modo.
Si no, dime: ¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple, y, acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.
Sí, que no fue disparate La ingratitud vengada, ni le tuvo La Numancia, ni se le halló en la del Mercader amante, ni menos en La enemiga favorable, ni en otras algunas que de algunos entendidos poetas han sido compuestas, para fama y renombre suyo, y para ganancia de los que las han representado.
Hecho esto, dieron orden en que los tres compañeros nuestros se rescatasen, por facilitar la salida del baño, y porque, viéndome a mí rescatado, y a ellos no, pues había dinero, no se alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida, que, puesto que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio en aventura, y así, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero al mercader, para que, con certeza y seguridad, pudiese hacer la fianza, al cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que había.
Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca, con ochocientos me rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, tomándome sobre su palabra, dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi rescate, porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerías, lo había callado.
En efecto, él vino a decir que lo que se podía y debía hacer era que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que se le diese a él para comprar allí en Argel una barca, con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa, y que, siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del baño y embarcarlos a todos.
Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo que, si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader.
Señor caballero replicó el mercader, suplico a vuestra merced, en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado, y aun creo que estamos ya tan de su parte que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

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