Ejemplos con lamentos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Hilas! ¡muchas hilas! ¡Silencio las hembras! ¿A qué tantos gritos y lamentos? Lo que debía hacer su mujer era ir en busca de cierto pucherete que contenía un ungüento maravilloso guardado a prevención desde los tiempos de su valeroso padre, un temible habituado a las heridas.
Las mujeres prorrumpían en lamentos.
Continuaba el sus lamentos, enrojeciéndose con el esfuerzo del cacareo doloroso que daba remate a las estrofas.
La comida empezó con cierta tristeza, como si aún vibrasen en sus oídos los lamentos de los encapuchados en el atrio de la iglesia.
Salían suspiros de agonía de entre los espesos mantos, las rudas caras, encuadradas por el capuchón, contraíanse con crispaciones de dolor infantil, exhalando lamentos de pequeñuelo enfermo.
Tenían para ella aquellas incógnitas frases latinas un sentido claro: no entendía las palabras, pero harto se le alcanzaba que eran lamentos, amenazas, quejas, y a trechos suspiros de amor muy tiernos y encendidos.
Puñaladas a la mujer traidora, ofensas a la madre lavadas con sangre, lamentos contra el juez que envía a presidio a los caballeros de calañés y faja, adioses del reo que ve en la capilla la luz del último amanecer, toda una poesía patibularia y mortal, que encoge el corazón y roba la alegría.
Estos lamentos por la muerte de Cristo se perdían sin eco en el templo medioeval, monumento democrático de una época que Introdujo en todas las expansiones religiosas su alegría de vivir al amparo de los muros, mientras la muerte y la desolación corrían los campos.
Algunas noches oía lejanos y vagos, al través de los gruesos muros, lamentos y sollozos en las mazmorras inmediatas.
La falsa calma del hombretón, sus ojos secos agitados por nervioso parpadeo, la frente inclinada sobre su hijo, ofrecían una expresión aún más dolorosa que los lamentos de la madre.
Rióse mucho al otro día la condesa de Albornoz al oír contar a su hijo Paquito sus extrañas aventuras de la noche precedente: al verse solo, a oscuras, vestido y acostado en una cama que no era la suya del colegio, comenzó el niño a gritar lleno de angustia, sin que nadie contestase a sus lamentos.
Tres horas después resonaban gritos y lamentos al otro extremo de la casa Era Paquito Luján, que entumecido por el fresco de la madrugada y aterrado por la oscuridad, despertaba allá en la Nursery, olvidado de todos en aquel suntuoso palacio, morada del padre y la madre que le habían dado el ser, y de diecisiete criados dedicados a su servicio.
Fuera lloriqueaban los pequeños sin atreverse a entrar, como si les infundieran terror los lamentos de su madre, y junto a la cama estaba Batiste, absorto, apretando los puños, mordiéndose los labios, con la vista fija en aquel cuerpecito, al que tantas angustias y estremecimientos costaba soltar la vida.
Y prorrumpiendo en lamentos más fuertes, se abalanzó sobre el frío cadáver, queriendo abrazarle.
Dentro sonaban lamentos, consejos dichos con voz enérgica, un rumor de lucha.
¡A matarse, al camino! Y cuando se abrían las navajas y se enarbolaban taburetes, en noche de domingo, , sin hablar palabra ni perder la calma, surgía entre los combatientes, agarraba del brazo a los más bravos, los llevaba en vilo hasta la carretera, y atrancando la puerta por dentro, empezaba a contar tranquilamente el dinero del cajón antes de acostarse, mientras afuera sonaban los golpes y los lamentos de la riña reanudada.
, de bruces en el suelo, se quejaba con lamentos que parecían ronquidos, saliendo a borbotones la sangre de su rota cabeza.
El viento, cada vez más fuerte, trajo hasta la barraca un lejano eco de lamentos y voces furiosas.
Partían de él relinchos desesperados, cacareos de terror, gruñidos feroces, pero la barraca, insensible a los lamentos de los que se tostaban en sus entrañas, seguía arrojando curvas lenguas de fuego por las puertas y las ventanas.
Don Acisclo, que amaba a su sobrino, que le consideraba como el complemento de la gloria de su familia, de la que él era el otro complemento, tuvo un sincero y hondo dolor, y estimuló con súplicas y lamentos el celo del médico.
Era Amparito, que acometía con su vocecita de seda una romanza de Tosti, coreada por el estallido de los cohetes y los berridos burlones de la pillería, a quien le hacían gracia los lamentos musicales, verdaderos chillidos de ratita asustada.
Misas a centenares, funerales a toda orquesta, limosnas a porrillo, y lágrimas y lamentos que afortunadamente tenía el poder de evitar con sus frases chistosas el doctor don Rafael Pajares, quien, como médico de alguna fama, había sido llamado en los últimos días de la enfermedad del marido, lo que aumentó la languidez de éste y su desesperado desaliento.
Y así continuaba el diálogo de exclamaciones sueltas, lamentos y protestas, mientras las dos jóvenes, en chambra y enaguas, mostrando a cada abandono rosadas desnudeces, iban de un lado a otro, como aturdidas por el ambiente cálido y pesado de la habitación cerrada.
Cesó el estertor, como si se cerraran los escapes de aquella locomotora que sonaba a lo lejos, y al quedar la alcoba envuelta en un silencio fúnebre estallaron sollozos y lamentos en toda la casa.
El pobre , mi ilustre cuñado, está mal de intereses, y si yo no tiro del carro, los ayes y lamentos pidiendo pan se han de oír en Algeciras.
De allí, sí, de allí venían aquellos lamentos que trastornaban el alma de la Delfina, produciéndole un dolor, una efusión de piedad que a nada pueden compararse.
Pero a pocos meses vió serle forzoso hacer por fuerza lo que hasta allí de grado hacia: vió que le convenia vivir retirada y escondida, porque se sintió preñada, suceso por el cual las en algun tanto olvidadas lágrimas volvieron a sus ojos, y los suspiros y lamentos comenzaron de nuevo a herir los vientos, sin ser parte la discrecion de su buena madre a consolalla.
Y, volviéndose a Zoraida, teniéndole yo y otro cristiano de entrambos brazos asido, porque algún desatino no hiciese, le dijo: ¡Oh infame moza y mal aconsejada muchacha! ¿Adónde vas, ciega y desatinada, en poder destos perros, naturales enemigos nuestros? ¡Maldita sea la hora en que yo te engendré, y malditos sean los regalos y deleites en que te he criado! Pero, viendo yo que llevaba término de no acabar tan presto, di priesa a ponelle en tierra, y desde allí, a voces, prosiguió en sus maldiciones y lamentos, rogando a Mahoma rogase a Alá que nos destruyese, confundiese y acabase, y cuando, por habernos hecho a la vela, no podimos oír sus palabras, vimos sus obras, que eran arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el suelo, mas una vez esforzó la voz de tal manera que podimos entender que decía: ¡Vuelve, amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono, entrega a esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve a consolar a este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida, si tú le dejas! Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no supo decirle ni respondelle palabra, sino: Plega a Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza.
Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no, pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y llorados los otros.
Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen.

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