Ejemplos con hierra

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En las tradicionales fiestas que realizaban los ganaderos, ignoramos hace cuanto tiempo, en recuerdo de las clásicas verbenas españolas tuvieron lugar nuestras vaquerías en ocasión de la hierra de las reses y su acostumbrado recuento anual.
Pialar terneros, voltearlos coleando, es juguete, y la hierra, tantas veces celebrada, es fiesta, no es trabajo.
El gaucho llega a la hierra al paso lento y mesurado de su mejor ''parejero'', que detiene a distancia apartada, y para gozar mejor del espectáculo, cruza la pierna sobre el pescuezo del caballo.
Las atenciones que el ganado exige se reducen a correrías y partidas de placer, la hierra, que es como la vendimia de los agricultores, es una fiesta cuya llegada se recibe con transportes de júbilo: allí es el punto de reunión de todos los hombres de veinte leguas a la redonda, allí la ostentación de la increíble destreza en el lazo.
Como Travieso andaba siempre por el campo, olfateando, divisando y pispando, nada se le escapaba, y poco a poco, de uno a uno fue juntando con las cuatro yeguas de su amo una cantidad de potrillos y potrancas orejanos que ya no seguían madre y que, por un motivo u otro, habían escapado a la hierra.
No tenía más que su puestito -intruso en campo del Estado- una manada de yeguas y algunos caballos, y vivía de changas: algún arreo, una hierra, un aparte, la esquila, también vendía algunos bozales trenzados, y sembraba un retazo de maíz para mantener a la familia con mazamorra cuando faltaba la carne.
Las fiestas de las parroquias son una imitación de la ''hierra'' del ganado, a que acuden todos los vecinos, la ''cinta'' colorada que clava a cada hombre, mujer o niño, es la ''marca'' con que el propietario reconoce su ganado, el degüello, a cuchillo, erigido en medio de ejecución pública, viene de la costumbre de ''degollar'' las reses que tiene todo hombre en la campaña, la prisión sucesiva de centenares de ciudadanos sin motivo conocido y por años enteros, es el rodeo con que se dociliza el ganado, encerrándolo diariamente en el corral, los azotes por las calles, la mazorca, las matanzas ordenadas son otros tantos medios de ''domar'' a la ''ciudad'', dejarla al fin como el ganado más manso y ordenado que se conoce.
En este corral, se ha empinado un carro con las varas para arriba, y del eje cuelga un tercio vacío que contiene las herramientas y demás cosas necesarias para la hierra, al lado del carro que servirá de reparo y de fortaleza a los que trabajan de a pie y corren con la marca, se ha prendido una gran fogata de leña y huesos, avivada de cuando en cuando con sebo, para calentar las marcas.
A nadie dejaba don Salvador encargado de dirigir el trabajo en el corral o en el rodeo, él mismo corría, en la hierra, con la marca, y él solo elegía los animales que se debían carnear.
Hay gauchos, en esta tierra, a quienes les gusta el trabajo fácil y liviano, la hierra de terneros, de convite y con baile, mariquitas, para quienes los piropos con guitarra y las chanzas con mujeres son las hazañas supremas.
En la hierra, nunca dejaba de hacerse regalar un potrillo, un potrillo, ¿qué es para un estanciero?, y le chantaba la marca con la idea que, algún día, sería un lindo caballo, de valor, cuidándolo bien.
Por lo demás, y todo bien mirado, su rodeo de vacas criollas le da a don Hortensio lo que más apetece: los largos reposos contemplativos, entrecortados de paseos descansados, como son los repuntes diarios y la fácil vigilancia de animales aquerenciados que, lo mismo que el amo, no piden otra cosa que comer en paz y dormir tranquilos, y de trabajos violentos que, para él y sus hijos, son fiestas, donde lucen su habilidad de jinetes y de enlazadores: la hierra, la capa de toros, algunos apartes en la vecindad o en el propio rodeo, y también lo que más necesita: una vez al año, fuera de bien pocas excepciones, los pesos de la novillada, tan necesarios siempre para equilibrar el presupuesto anual, saldar la libreta del almacén o pagar el arrendamiento.
Y así pasaron unos veinte años, sin mayor cansancio para Cirilo que el de la hierra y del aparte anual o semestral de novillos, y para el amo el de recibir sus pesos y de gastarlos.

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