Ejemplos con hermosura

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y el alma, Platero, se siente reina verdadera de lo que posee por virtud de su sentimiento, del cuerpo grande y sano de la naturaleza que, respetado, da a quién lo merece el espectáculo sumiso de su hermosura resplandeciente y eterna.
Renegridas, sudorosas, sucias, perdidas en el polvo con sol del mediodía, aún una flaca hermosura recia las acompaña, como un recuerdo seco y duro.
En lo más altanero de la luna de cristal desarrollábase una cinta, a modo de divisa heráldica, declarando, con doradas letras teutónicas: Una hermosura soberana inspira a Caramanzana.
Belarmino, entonces, resolvió poner en orden de paz y hermosura su mundo interior, y, por lo tanto, el mundo exterior, que no es sino eco o imagen sensible del otro.
Presentáronmele, hiciéronme conocer su talento y su hermosura, y cuando ha llegado a interesarme, cuando quizá le amo, se le arroja para siempre de mi lado por un delito que es cabalmente, aunque en otra forma, el pecado capital de mi propia familia.
¡Oh, bellísima JUNO, tan celosa como vengativa! Á pesar de tu buena memoria, que siempre se acuerda de la manzana de oro que injustamente fué negada a tu renombrada y nunca bien ponderada hermosura, miro con disgusto que te olvides de lo groseras que nos ha hecho tu favorito HOMERO.
Muchos sostenían que la preponderancia de la casa sobre las otras tabernas de la huerta se debía a estos asombrosos adornos, y maldecía las moscas que empañaban tanta hermosura con el negro punteado de sus desahogos.
Ni juegos ni músicas me eran gratos, no paraba yo atención en la hermosura de mis paisanas, ni en la elegancia y gallardía de Gabriela.
Si una persona conocida se detenía a saludarlas, ellas, a tuertas o a derechas, y muchas veces las tres a un tiempo, se apresuraban a decir que habían salido a pie en vista de la hermosura de la tarde, y seguían mirando con nostalgia y despecho la larga fila de carruajes, experimentando la misma impresión de nuestros bíblicos padres ante las puertas del Paraíso cerradas para siempre.
El amor que Angelina me inspiraba no era ese que nos promete dichas y venturas, lisonjeando nuestra vanidad, halagando nuestro orgullo, y despertando risueñas esperanzas, ni ese otro abrasador, apasionado, que nos encadena a las plantas de soberbia beldad, sumisos a su capricho, esclavos de su hermosura, desesperados si nos desdeña, locos de felicidad si nos favorece con una sonrisa.
De aquí el odio a Gabriela, de aquí que murmurase de su hermosura, de aquí el que afeara todo en la señorita Fernández.
Ni la hermosura del paisaje ni el aspecto incomparable de las montañas, coronadas por el Citlaltépetl con brillante cono de nieve, ni la belleza sin igual del Pedregoso que corría gárrulo y cantante, distrajeron mi mente y ahuyentaron de mi alma la tristeza.
El niño contestó con una sonrisa, dejándome admirar la hermosura de sus ojos negros, muy brillantes y expresivos.
Habituada al trato de personas cultas y distinguidas, educada con esmero, rodeada de cuanto la opulencia y el amor paternal pueden ofrecer a una niña de su clase y condiciones, la señorita Fernández ni estaba engreída con su elegancia, ni pagada de su hermosura, ni satisfecha de sus raras habilidades.
¡No, mi conducta era infame, inicua, vergonzosa! ¿Qué amaba yo en Gabriela? ¿La hermosura, la discreción? También Angelina era hermosa y discreta.
Me sentí sin fuerzas ante la hermosura de Gabriela, vencido, avasallado.
Estaba próxima a los cincuenta años, según confesión que varias veces hizo a sus hijas, pero era tan arrogante y bien plantada, unía a su elevada estatura tal opulencia de formas, que todavía causaba cierta ilusión, especialmente a los adolescentes, que con la extravagancia del deseo hambriento sienten ante los desbordamientos e hinchazones de la hermosura en decadencia la admiración que niegan a la frescura esbelta y juvenil.
La frescura juvenil, la hermosura natural, era cursi, la elegancia exigía careta.
Sentí anhelo infinito de que aquel amor que llenaba mi alma fuese el último de mi vida, deseo firmísimo de vivir sólo para Angelina, sólo para ella, deseo vehemente de ser bueno para merecer el amor de la modesta niña, para gozar, como de cosa propia, de la hermosura de aquel cielo tachonado de luceros, de las mil y mil bellezas que la noche tenía cubiertas con sus velos, y que dentro de breves horas, al clarear el alba, aparecerían en toda su magnificencia, que sólo a condición de ser bueno me sería dable gozar del supremo espectáculo de la naturaleza, de modo que se me revelaran todos sus encantos, y no fueran arcanos para mí la dulce melancolía de una tarde de otoño, ni la risueña alegría de una alborada de Mayo, ni la serenidad abrasadora de un día canicular, ni la terrífica majestad de la tormenta, cuando, desatada en las alturas, incendia con cárdenos fulgores las cumbres de la sierra.
Ocupaban el coche un caballero de noble aspecto, de barba gris, y una señorita que atraía las miradas de la multitud por su hermosura y la elegancia de su traje.
Esa tarde pude admirar la hermosura de las muchachas más lindas de Villaverde.
¡Ah!exclamó, sonriendo, dejando ver toda la hermosura de sus hoyueladas mejillas.
Cantaba yo la vega villaverdina, el sesgo y undívago Pedregoso, y la hermosura de mis paisanas.
Un tallo duro, una hoja rebelde, un pétalo sin gracia, todo recibía de la joven singular hermosura.
Alardean de recibir bien al extraño, pocas veces alaban y ponderan las cosas de la tierra, antes por el contrario las apocan y menosprecian, miran con indiferencia cuanto hay en la ciudad: la belleza de los campos y la hermosura de las mujeres, critican acerbamente cuanto tienen, fingen que nada de otras partes les sorprende, y podéis, con toda libertad, hacer trizas cualquiera cosa de la tierra en presencia de un villaverdino, seguros de que no dirá nada en contrario, antes bien, acentuará la nota burlesca.
La familia hizo de ello un misterio, y los murmuradores se contentaron con repetir que el capitán Fuenleal estaba loco por mi tía, pero que ésta envanecida y orgullosa de su hermosura, jugaba con el corazón de su amartelado, sin dejarse coger en las amorosas redes, sin dar prenda que la comprometiese más tarde.
Majeza y hermosura que nada tenían de ordinario, vulgar y provocativo, cierta gracia andaluza, sevillana, que robaba las miradas y cautivaba el corazón.
Y no lo dudo: en la familia se conservó durante muchos años, una miniatura hecha en Jalapa por Castillo, una miniatura, que, al decir de mi abuelo, era de mérito singular, en la cual aparecía la Carmita con una hermosura y una cierta, majeza, dignas del pincel de Goya.
Era alta y esbelta, vestía de blanco, y me pareció de singular hermosura.
El ingeniero observó que sobre aquel semblante pálido y marmóreo, no exento de cierta hermosura, se proyectaba la misteriosa sombra de un celaje.

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