Ejemplos con fulana

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La dueña de la bajada ve los últimos detalles y reza exclamando: Ay niño Jesús, que me vaya bien, no como a la fulana.
¿Hay ninguna Fulana que valga una fuente de sardinas frescas acabadas de freir? ¿Y una langosta con sidra sacada por el espichón? ¿No se te hace la boca agua, hijo del alma? Tú ahora casarte y besitos y mi vida para aquí y alma mía para allá, ¿verdad? Bien, bien, descuida que todo se andará.
La baronesa Fulana iba con el suyo en carruaje, mientras el marido guiaba afanoso los caballos.
¿Y esto, que respetan y acatan muchachos con más barbas que un granadero, que poseen toda la ciencia de nuestra Universidad, lo atropellas tú, muñeca ignorante? ¿Te atreves a buscar marido por tu propia cuenta y a tener amoríos, cuando hombres que ostentan títulos académicos no osan poner los ojos en una mujer sin venir aquí antes a decirme: Padre Paulí, he pensado en Fulana o en Zutana: ¿me conviene? y se van tan satisfechos de los consejos del Padre, siguiéndolos fielmente? ¡Ay, Pepita Pepita! Bien se conoce que en tu casa falta una buena dirección a pesar de que mamá es casi una santa.
El uno venía de Alemania, la otra de Suiza, fulana de París, mengano de los Pirineos.
, todo esto y mil nimiedades que no sé cómo caben en aquella situación extrema, mil ideas frívolas, unidas a otras muy solemnes y graves, la muleta, la mano cortada, lo que será uno sin dientes, la cuestión de la inmortalidad del alma, lo que dirá fulana cuando sepa lo sucedido, cómo llegará la noticia al hogar paterno, y un punto de conformidad cristiana, y una mirada al cielo, y la tranquilidad más estoica, y el miedo más miserable: todo eso y mucho más, resumido en una idea multiforme, súbita, luminosa, intuitiva, llenaron aquellos cuatro segundos, abreviatura y término de la existencia.
Por cierto, señores, que ésta ha sido una gran rapacería, y para contar esta necedad y atrevimiento no eran menester tantas largas, ni tantas lágrimas y suspiros, que con decir: Somos fulano y fulana, que nos salimos a espaciar de casa de nuestros padres con esta invención, sólo por curiosidad, sin otro designio alguno, se acabara el cuento, y no gemidicos, y lloramicos, y darle.
-Pues ¿cómo -replicó don Diego, aún queréis negar que no me habéis visto ni hablado? Decid que estáis arrepentida de haber ido a mi casa, y no lo neguéis, porque no lo podrá negar el vestido que traéis puesto, pues fue el mismo que llevasteis, ni lo negará fulana, vecina de enfrente de vuestra casa, que fue con vos.
Fulana, sabe a su casa, y no sabe de juntos.
Son mesurados en el andar, saludan muchísimo, descubriendo toda la cabeza, en sus paseos buscan la compañía de los señores mayores, y en tales casos, miran con aire de lástima a los jóvenes que a su lado pasan, si van muy alegres o muy elegantes, usan a todas horas sombrero de copa, y se calzan con mucho desahogo, temen de lumbre los tacones altos y por eso los gastan anchos y muy bajos, sacan chanclos y paraguas al menor asomo de nube en el horizonte, y en cuanto estornudan tres veces seguidas, guardan cama por dos días y se lo cuentan después a todo el mundo, no fuman, o fuman muy poco, pero chupan caramelos de limón y saben dónde se venden un vinillo especial de pasto y garbanzos de buen cocer, conservan con gran esmero las amistades tradicionales de familia, y al hacer las visitas de pascuas o cumpleaños, llaman a la visitada «mi señora doña Fulana», la preguntan minuciosamente por todo el catálogo de sus achaques físicos, y siempre tienen algún remedio casero que recomendarla, se dedican a negocios lucrativos, mejor dicho, están asociados, y en segunda fila, a personas que saben manejarlos bien, y, por último, se perecen por echar un párrafo en público y familiarmente con las primeras autoridades de la población, y se rechupan por formar parte de cualquiera corporación oficial u oficiosa, con tal que ella trascienda a influyente y a respetable.
Fulana.
Juro que la autoengrupida no pronun¬ció media docena de palabras durante todo el viaje, y no era yo sólo el que la venía carpeteando, sino que también otros pasajeros se fijaron en el silencio de la fulana, y hasta sentíamos bronca y vergüenza, porque el mal trago lo pasaba un hombre, y ¡qué diablos! al fin y al cabo, entre los leones hay alguna solidaridad, aunque sea involuntaria.
«Que Fulana me gusta y no puedo hablarla en la calle por el bien parecer», que veo yo a Fulana y la digo de parte de esa persona que esto, que lo otro y lo de más allá, como ya has oído.
- Fulana es una abarrajada, entiéndase una meretriz.
Decir de una mujer, por ejemplo: Fulana no tiene ya cara ni sello, era declararla moneda antigua, fea y gastada.
-¡Qué dice usted de la dicha de doña Fulana! ¡Quinientas onzas de oro, cada una como un ojo de buey! -decía una vecina.
Si llegare viva al otro día, no la diga nada hasta pasados algunos, al cabo de los cuales añada el enviudando este compuesto: hágala poner el terno rico y que vaya a alguna visita donde están las que decimos bravas, hállese él en ella y traiga a conversación la fama que de hermosas algunas mujeres tienen y diga luego consecutivamente: «Todas cuantas la han tenido y la tienen grande, son feas para lo que doña Fulana fue.
Si lo consigue, un síntoma infalible se lo da a entender: deja de ser señora, y se convierte simplemente en Fulana de Tal, sin más doña, ni más de, ni otra zarandaja, o en Fulanita, o Fula, o Fulita Tal, con la cual contracción, tan lisa y llana, la citan siempre en sus recuerdos pollos, modistas, solterones, cursis y demás gente nociva.
Yo le pregunto: '¿Y Fulana.
yo tengo ''escrito'' á fulano ó fulana que venga: tengo ''hablado'' á fulano ó fulana para tal cosa: el padre y la madre tenian ''consentido'' que su hijo vendria.
Fulana se casó estando Goyito para ir a Chile.
- ¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! Os habéis dicho: Voy a buscar a ese viejo rancio, a ese absurdo bobalicón, y le diré: Viejo cretino, eres muy dichoso en verme, mira, tengo ganas de casarme con la señorita Fulana, hija del señor Fulano, yo no tengo zapatos, ella no tiene camisa, pero quiero echar a un lado mi carrera, mi porvenir, mi juventud, mi vida, deseo hacer una excursión por la miseria con una mujer al cuello, esto es lo que quiero y es preciso que consientas.
Las apuntadoras de sombreros, por ejemplo, ¿no forman un gremio muy benemérito del estado? ¿No contribuye a la fama de nuestras armas la noticia de que los sombreros de nuestros militares están cortados, apuntados, armados, galoneados y escarapelados por mano de Fulana, Zutana o Mengana? Los que escriban las historias de nuestro siglo, no recibirán mil gracias de la posteridad por haberla instruido de que en el año de tantos vivía en tal calle, casa número tantos, una persona que apuntó los sombreros a doscientos cadetes de guardias, cuatrocientos de infantería, veintiocho de caballería, ochocientos oficiales subalternos, trescientos capitanes y ciento y cincuenta oficiales superiores.
Si llegare á mandar que por falta de dientes la llene la boca de chitas forasteras, dirá: ''fulana, empiédrame la habla, que tengo la voz sin huesos''.
volverá la reina doña Isabel la Católica a enviar recados?: «Decidle a doña Fulana que se.
—Lástima es —decía otro— que de fulana se diga esto.

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