Ejemplos con focenses

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

, obligando a los focenses a dejar Córcega y establecerse en la costa de la Lucania.
Los focenses no creaban colonias de poblamiento sino que su objetivo era, primordialmente, comercial.
Los macedonios consiguieron atraer a locrios, focenses y etolios, mientras que los peloponesios se mantuvieron neutrales.
Pero Comares no fue fundada por los árabes, sino por los griegos focenses que arribaron a las costas de Málaga en el siglo VII a.
A más de los dichos, habían sido convocados los Locros opuncios con toda su gente de armas y mil soldados más de los focenses.
Pero los persas conducidos por Epialtes, a las órdenes de Hidarnes, sin cuidarse más de los focenses, fueron bajando del monte con suma presteza.
Los focenses, viéndose herir con una espesa lluvia de saetas, retiráronse huyendo al picacho más alto del monte, creídos de que el enemigo venía solo contra ellos sin otro destino, y con este pensamiento se disponían a morir peleando.
Al ver estos allí tanta gente armada, quedan suspensos de pasmo y admiración, como hombres que, sin el menor recelo de dar con ningún enemigo, se encuentran con un ejército formado, temiendo mucho Hidarnes no fuesen los focenses un cuerpo de lacedemonios, preguntó a Epialtes de qué nación era aquella tropa, y averiguada bien la cosa, formó sus persas en orden de batalla.
Con este indicio vanse corriendo los focenses a tomar las armas, y no bien acaban de acomodárselas, cuando se presentan ya los bárbaros a sus ojos.
Al tiempo de subir los persas a la cima del monte no fueron vistos, por estar todo cubierto de encinas, pero no por eso dejaron de ser sentidos de los focenses por el medio siguiente.
Al rayar del alba se hallaron en la cumbre del monte, lugar en que estaba apostado un destacamento de mil infantes focenses, como tengo antes declarado, con el objeto de defender su tierra y de impedir el paso de la senda, pues la entrada por la parte inferior estaba confiada a la custodia de los que llevo dicho, pero la senda del monte la guardaban los focenses, que de su voluntad se habían ofrecido a Leonidas para su defensa.
Por lo que mira a dicha senda, los naturales de Mélida habían sido los primeros que la hallaron, y hallada, guiaron por ella a los primeros tesalos contra los focenses, en el tiempo que éstos, cabalmente por haber cerrado la entrada con aquel muro, se miraban ya puestos a cubierto de aquella guerra.
Pero los griegos, ordenados en diferentes cuerpos y repartidos por naciones, iban entrando por orden en la refriega, faltando sólo los focenses, que habían sido destacados en la montaña para guardar una senda que allí había.
Los otros peloponesios, en efecto, eran de parecer que convenía volverse al Peloponeso y guardar el Istmo con sus fuerzas, pero Leonidas, viendo a los Locros y focenses irritados contra aquel modo de pensar, votaba que era preciso mantener el mismo puesto, enviando al mismo tiempo mensajeros a las ciudades, que las exhortasen al socorro, por no ser ellos bastantes para rebatir el ejército de los medos.
El naviero le siguió con la mirada, sonriéndose hasta que le vio saltar a los escalones del muelle y confundirse entre la multitud, que desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche llena la famosa calle de la Cannebière, de la que tan orgullosos se sienten los modernos focenses, que dicen con la mayor seriedad: «Si París tuviese la Cannebière, sería una Marsella en pequeño.
Los dolongos, pues, tomaron su camino por la vía sacra, pasaron por la señoría de los focenses y por la de los beocios, y desde allí, sin que nadie les convidase con su casa, se entraron por la de los atenienses.
Juntos ya en Lada los jonios, empezaron desde luego sus asambleas, en las cuales uno de los muchos oradores que hablaban en público, fue el general de los focenses llamado Dionisio, que así les arengó: —«La balanza está ya al caer, jonios míos, anda en ella suspensa nuestra suerte, y de su caída dependerá el que nosotros quedemos independientes y libres, o que nos veamos tratados como esclavos, y como esclavos fugitivos.
Una suerte muy parecida a la de los focenses tuvieron los Teianos, pues estrechando Hárpago su plaza con las obras que levantaba, se embarcaron en sus naves y se fueron a Tracia, donde habitaron en Abdera, ciudad que antes había edificado Tymesio el clazomenio, puesto que no la había podido disfrutar por haberle arrojado de ella los tracios, pero al presente los Teianos de Abdera le honran como a un héroe.
Los otros focenses que se refugiaron en Regio, saliendo después de esta ciudad, fundaron en el territorio do Cnotria una colonia que ahora llaman Hyela, y esto lo hicieron por haber oído a un hombre, natural de Posidonia, que la Pitia les había dicho en su oráculo que fundasen a Cyrno, que es el nombre de un héroe, y no debía equivocarse con el de la isla.
De resultas, los Agyllenses sufrieron una gran calamidad, pues todos los ganados de cualquiera clase, y hasta los hombres mismos que pasaban por el campo donde los focenses fueron apedreados, quedaban mancos, tullidos o apopléticos.
Los prisioneros focenses que los cartagineses, y más todavía los Tyrrenos, hicieron en las naves destruidas, fueron sacados a tierra y muertos a pedradas.
Dióse un combate naval, y se declaró la victoria a favor de los focenses, pero fue una victoria, como dicen, Cadmea, por haber perdido cuarenta naves, y quedado inútiles las otras veinte, cuyos espolones se torcieron con el choque.
Los focenses, habiendo tripulado y armado también sus bajeles hasta el número de sesenta, les salieron al encuentro en el mar de Cerdeña.
Viendo esto los focenses, determinaron navegar a Córcega, por dos motivos: el uno porque veinte años antes, en virtud de un oráculo, habían fundado allí una colonia, en una ciudad llamada Alalia, y el otro por haber ya muerto su bienhechor Arganthonio.
No quisieron los naturales de Quío vender a los focenses las islas llamadas Enusas, recelosos de que en manos de sus huéspedes viniesen a ser un grande emporio, y quedasen ellos excluidos de las ventajas del comercio.
Mientras las tropas se mantuvieron separadas de las murallas, los focenses, sin perder momento, aprontaron sus naves y embarcaron en ellas a sus hijos y mujeres con todos sus muebles y alhajas, como también las estatuas y demás adornos que tenían en sus templos, menos los que eran de bronce o de mármol, o consistían en pinturas.
Así tenían los de Focea fortificada su ciudad, cuando Hárpago, haciendo avanzar su ejército, les puso sitio, si bien antes les hizo la propuesta de que se daría por tal de que los focenses, demoliendo una sola de las obras de defensa que tenía la muralla, reservasen para el rey una habitación.
Para decir algo de Focea, conviene saber que los primeros griegos que hicieron largos viajes por mar fueron estos focenses, los cuales descubrieron el mar Adriático, la Tirsenia, la Iberia y Tarteso, no valiéndose de naves redondas, sino sólo de sus penteconteros o naves de cincuenta remos.
Porque suponer que los unos son más jonios que los otros, o que tuvieron más noble origen, es ciertamente un desvarío, pues no sólo los Abantes originarios de la Eubea, los cuales nada tienen, ni aun el nombre de la Jonia, hacen una parte, y no la menor, de los tales jonios, sino que además se hallan mezclados con ellos los focenses, separados de los otros sus paisanos, los Melosos, los arcades pelasgos, los Dorienses epidaurios y otras muchas naciones, que con los jonios se confundieron.

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