Ejemplos con endriagos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De los estribos salientes de su refuerzo surgían, en lo más alto, monstruosos endriagos de piedra, carcomida.
Los más de los lectores y auditores llevaban espada al cinto, y al enterarse de las desaforadas batallas con gigantes partidos por mitad, dragones despanzurrados, fugas de inmensos ejércitos de malandrines, endriagos y salvajes, vencimiento de terribles encantadores y liberación de princesas cautivas, pensaban con emulación y envidia: Lo mismo haría yo si se presentase la ocasión.
Pero a poco me di a considerar lo augusto del templo, la majestad del edificio, lo suntuoso del altar, el efecto que producían en muros y columnas las luces de los hachones, las sombras que al titilar de las flamas bailaban en las pilastras una danza de endriagos espantables y trémulos, y hasta me reí de la grotesca figura de los devotos, del sonsonete de sus rezos, de un estornudo inoportuno que vino a interrumpir una oración solemnemente principiada.
Si Pixola en aquel instante se pusiera delante en ademán hostil, de seguro le partiera en dos, como hacían los caballeros andantes con los endriagos y monstruos fabulosos.
Ansí que, me es a mí más fácil imitarle en esto que no en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamentos.
¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? Y ¿cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes, y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen? De mí sé decir que, cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento, pero, cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros, y fuera del trato que pide la común naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como contienen.
Basta que me entienda Dios, mujer respondió Sancho, que Él es el entendedor de todas las cosas, y quédese esto aquí, y advertid, hermana, que os conviene tener cuenta estos tres días con el rucio, de manera que esté para armas tomar: dobladle los piensos, requerid la albarda y las demás jarcias, porque no vamos a bodas, sino a rodear el mundo, y a tener dares y tomares con gigantes, con endriagos y con vestiglos, y a oír silbos, rugidos, bramidos y baladros, y aun todo esto fuera flores de cantueso si no tuviéramos que entender con yangüeses y con moros encantados.
Pero el andante caballero busque los rincones del mundo, éntrese en los más intricados laberintos, acometa a cada paso lo imposible, resista en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los yelos, no le asombren leones, ni le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos, que buscar éstos, acometer aquéllos y vencerlos a todos son sus principales y verdaderos ejercicios.
Deshacíanse las figuras pavorosas de los dragos y endriagos, los anillos horribles de las quimeras y sierpes, la melena del león era un poco de vapor flotante y los sudarios que envolvían al espectro convertíanse en leves jirones, borrados y consumidos en la transformación del celaje.
No más ensueños, no más poéticas figuraciones que unas veces se envolvían en grises tules de tristeza y otras revestían los radiantes colores del arco iris, no más palacios de jaspe y oro, no más monstruos y endriagos, no más pájaros azules, no más mariposas, no más nostalgias, no más quimeras.
En el instante mismo, los endriagos de los tibores, desperezándose, pegando un brinco felino y cruel, se interpusieron.
Nada de eso: vista de cerca y desapasionadamente, la hermosura de aquellos ojos, aunque negros y sombríos, era noble, hasta dulce, y más que encubridores de cavernas con endriagos, eran bruñido espejo en que se retrataban altas ideas y sentimientos nobilísimos.
Sobre la portada de la iglesia, en donde se ven como envueltos en el crepúsculo misterioso en que los bañan las sombras de sus doseles, una andanada de santos, ángeles y vírgenes, a cuyos pies se retuercen, entre las hojas de acanto, sierpes, vestigios y endriagos de piedra, se mira elevarse un minarete esbelto y afiligranado con labores moriscas, junto a las saeteras del murallón, cuyas almenas están ya rotas, ponen un retablo, y tapian los grandes huecos con tabiques cuajados de pequeños agujeritos y semejantes a una tabla de ajedrez, colocan cruces sobre todos los picos, y fabrican, por último, un campanario de espadaña con sus campanas, que tañen melancólicamente noche y día llamando a la oración, campanas que voltean al impulso de una mano invisible, campanas cuyos sonidos lejanos arrancan a veces lágrimas de involuntaria tristeza.
La fértil fantasía de algún imaginero del siglo XV había mezclado con los arrogantes blasones y las jactanciosas divisas nobiliarias inscritas en caracteres de exquisita elegancia sobre complicadas y sinuosas banderolas, los mil caprichos de la fauna y la flora del gótico flamígero, monstruos y quimeras, grifos y endriagos, demonios muequeros, que parecían geniecillos de la llama, pelícanos asomando entre airosa hojarasca, ricas cenefas caladas y treboladas, y, por último, en el ancho dosel que coronaba la chimenea, una cacería, gentes de sayo, venablo y ballesta, persiguiendo a cerdosos jabalíes y a ligeros gamos: un episodio de la vida real en aquellas ásperas sierras, donde en tan espléndida chimenea ardió leña por primera vez.
Endriagos, Quimeras, Esfinges, Dragones,.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba