Ejemplos con cuartago

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Demostraba el jinete escasa maestría hípica: inclinado sobre el arzón, con las piernas encogidas y a dos dedos de salir despedido por las orejas, leíase en su rostro tanto miedo al cuartago como si fuese algún corcel indómito rebosando fiereza y bríos.
No pasó nada, absolutamente nada, porque no puede llamarse acontecimiento el que se acercase a los vidrios de la ventana para verle salir y que le estuviese mirando hasta que desapareció entre los olivos, caballero en el más desvencijado cuartago que han visto cuadras toledanas.
El tío Licurgo oprimiría los lomos de un cuartago venerable, algo desvencijado aunque seguro, y el macho cuyo freno debía regir un joven zagal de piernas listas y fogosa sangre, cargaría el equipaje.
Juan en el cuartago desde algo léjos, pero cuando llegó cerca se paró, y vió los caballos de D.
Antonio sobre un cuartago suyo, y otro vestido y disimulado los seguia, pero parecióle que se recataban dél, especialmente Lorenzo, y así acordó de seguir el camino derecho de Ferrara, con seguridad que allí los encontraria.
El otro, que era comedido y amigo suyo, se contentó del trueco, y se encargó de dar el cuartago a su padre.
Cual yo quedé, dígalo quien tuviere poder para decirlo, que yo no sé ni supe mas de sentillo: castigué mis cabellos, como si ellos tuvieran la culpa de mi yerro, martiricé mi rostro, por parecerme que él habia dado toda la ocasion a mi desventura, maldije mi suerte, acusé mi presta determinacion, derramé muchas é infinitas lágrimas, víme casi ahogada entre ellas y entre los suspiros que de mi lastimado pecho salian, quejéme en silencio al cielo, discurrí con la imaginacion, por ver si descubria algun camino o senda a mi remedio, y la que hallé fué vestirme en hábito de hombre, y ausentarme de la casa de mis padres, y irme a buscar a este segundo engañador Enéas, a este cruel y fementido Vireno, a este defraudador de mis buenos pensamientos y legítimas y bien fundadas esperanzas, y así sin ahondar mucho en mis discursos, ofreciéndome la ocasion un vestido de camino de mi hermano, y un cuartago de mi padre que yo ensillé, una noche escurísima salí de casa con intencion de ir a Salamanca, donde, segun despues se dijo, creian que Marco Antonio podia haber venido, porque tambien es estudiante, y camarada del hermano mio que os he dicho: no dejé asimismo de sacar cantidad de dineros en oro, para todo aquello que en mi impensado viaje pueda sucederme, lo que mas me fatiga es que mis padres me han de seguir y hallar por las señas del vestido y del cuartago que traigo, y cuando esto no tema, temo a mi hermano que está en Salamanca, del cual si soy conocida, ya se puede entender el peligro en que está puesta mi vida, porque aunque él escuche mis disculpas, el menor punto de su honor pasa a cuantas yo pudiere darle: con todo esto, mi principal determinacion es, aunque pierda la vida, buscar al desalmado de mi esposo, que no puede negar el serlo sin que le desmientan las prendas que dejó en mi poder, que son una sortija de diamantes, con unas cifras que dicen: Es Marco Antonio esposo de Teodosia.
Todo lo cual con sosegado silencio estuvo escuchando el segundo huésped, coligiendo por las razones que habia oido, que sin duda alguna era mujer la que se quejaba, cosa que le avivó mas el deseo de conocella, y estuvo muchas veces determinado de irse a la cama de la que creia ser mujer, y hubiéralo hecho, si en aquella sazon no le sintiera levantar, y abriendo la puerta de la sala dió voces al huésped de casa que le ensillase el cuartago, porque queria partirse.
De lance en lance volvieron a las alabanzas del huésped encerrado, y contaron de su desmayo y encerramiento, y de que no habia querido cenar cosa alguna: ponderaron el aparato de las bolsas, y la bondad del cuartago y del vestido vistoso que de camino traia: todo lo cual requeria no venir sin mozo que le sirviese.
Ya en esto habia acabado el mesonero de dar recado al cuartago, y sentóse a hacer tercio en la conversacion, y a probar de su mismo vino no ménos tragos que el alguacil, y a cada trago que envasaba, volvia y derribaba la cabeza sobre el hombro izquierdo, y alababa el vino, que le ponia en las nubes, aunque no se atrevia a dejarle mucho en ellas, porque no se aguase.
Fuéronse los vecinos a sus casas, y el huésped a pensar el cuartago, y la huéspeda a aderezar algo de cenar por si otros huéspedes viniesen.
Preguntóle si queria cenar, y respondió que no, mas que solo queria que se tuviese gran cuidado con su cuartago: pidió la llave del aposento, y llevando consigo unas bolsas grandes de cuero, se entró en él y cerró tras sí la puerta con llave, y aun a lo que despues pareció arrimó a ella dos sillas.
Cinco leguas de la ciudad de Sevilla está un lugar que se llama Castilblanco, y en uno de muchos mesones que tiene, a la hora que anochecia entró un caminante sobre un hermoso cuartago estranjero: no traia criado alguno, y sin esperar que le tuviesen el estribo, se arrojó de la silla con gran lijereza.
La táctica de Pepona era como sigue: Montada en su cuartago, iba a la feria, provista de banasta para las adquisiciones, como una honrada casera del conde de Borrajeiros o del marqués de Ulloa.
Don Silvestre Seturas tenía cuarenta años de edad, ''plus minusve'', y era todo lo alto, robusto, curtido y cerrado de barba que puede ser un mayorazgo montañés que no ha salido nunca de su aldea natal más allá de un radio de tres leguas, cabalgando en el clásico cuartago, al consabido trote ''cochinero'', como dicen por acá, o al ''paso de la madre'', expresándonos según los cultos castellanos.
Faltábale a su carácter la esencia romancesca que había en el Quijano el Bueno: de otro modo, le hubiera costado muy poco hacer de su peludo cuartago un Rocinante, y, olvidado de su pleito, salir en busca de aventuras hasta romperse el alma con los verdugos de la perseguida patria.
, cuanto se pidiera por la boca, para los temperamentos profundamente enervados por la holganza regalona, el juego, si no entretenían bastante el tresillo o el ecarté, el monte o el bacarrat o el treinta y cuarenta, si abundaba el dinero en casa, para que la emoción resultase, se apuntaba fuerte, y si no lo había y apuraban los compromisos, fuerte también para salir de ellos cuanto antes, o acabar de hundirse en la ruina, en efectivo, si lo había a mano, o en cosa que lo representase, si quedaba crédito bastante, en opinión de aquellos caballeros que se agrupaban allí para desplumarse mutuamente con todas las reglas y cortesías del oficio, para el gomoso enamorado o el hombre presumido, si tenían en poco la librea de la sociedad para ponerse en pública exhibición, estaría a la puerta de la casa y en hora conveniente el exótico cuartago con el blasón de familia en cada metal de sus arreos, en el cual bucéfalo cabalgaría el elegante para dirigirse al Retiro, medir aquella pista a zancadas unas cuantas veces, y desfilar al anochecer por la Castellana a medio galope de podenco, y lo que digo del caballo acontecía con el coche.
Volvíme a casa antes del mediodía, no sin haber sacado a espolazos los pocos bríos que le quedaban al cuartago de mi padre, referí a éste el éxito feliz de mi viaje, comimos luego bastante desganados y muy pensativos, y fuímonos por la tarde a dar al señorón de Madrid, afirmativamente, la respuesta que le habíamos prometido.
El bien provisto baúl de mi equipaje estaba en la villa desde la tarde anterior, el viejo cuartago me esperaba en el corral con todos los arreos encima, la cabeza gacha, el belfo lacio, las riendas sobre la enmarañada crin, y a su lado el mozo que había de servirme de espolique.
Como media legua podría yo haber andado, cuando la lentitud del paso de mi cuartago, lo lacio de sus orejas y la humilde postura de su cabeza me revelaron que si no quería volverme a pie a mi domicilio, era preciso que permitiese descansar un momento a aquella vera efigies de Rocinante.
compasión a mi cuartago morcillo y corredor más que un galgo.

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