Ejemplos con clérigos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ahora bien: como todo esto es de sentido común, debe permanecer en secreto para los que no tienen sentido común, sean clérigos, sean seglares.
Aquellas almas inocentes y piadosas consideraban decoroso y prudente que los clérigos viviesen con mujer, y la Iglesia consentía el concubinato eclesiástico.
¿Por qué la Iglesia, pensaba yo entonces, no ha de permitir ahora el matrimonio de los clérigos? Cuántos daños se evitarían.
Para las personas de bien afirmada fe y claro sentido, sean clérigos, sean seglares, huelgan estas obligaciones disciplinarias, lo esencial es el dogma.
¡Español!me dije yo,eso sí me alarma, yo no he conocido clérigos españoles más que carlistas.
¡Ay! ¡Y para esto habían peleado con los moros tantos señores arzobispos de Toledo, conquistando villas, asaltando castillos y acotando dehesas, que pasaban a ser propiedad de la catedral, contribuyendo al mayor esplendor del culto a Dios! ¡Y para caer en las manos puercas de los enemigos de todo lo santo habían testado tantos fieles en la hora de la muerte, reinas, magnates y simples particulares, dejando lo más sano de su fortuna a la Santa Iglesia Primada, con el deseo de salvar su alma! ¿Qué iba a ser de las seiscientas personas, entre grandes y chicos, clérigos y seglares, dignidades y simples empleados, qué comían de las rentas de la catedral? ¿Y a eso llamaban libertad? ¿A robar lo que no era suyo, dejando en la miseria a un sinnúmero de familias que se mantenían de la olla grande del cabildo?.
Don Antolín y otros sacerdotes creyeron que el joven se había trasladado a Madrid por ambición, para engrosar el número de clérigos solicitantes.
Después todo el centro de la calle libre, flanqueado por dos filas de clérigos y militares con cirios, los diáconos con incensarios, asistidos por los ángeles rococós que llevaban las navetas del asiático perfume, y los canónigos con sus capas históricas de gran valor.
Ninguna sotana cae en medio de la calle desfallecida de necesidad, pero son muchos los clérigos que pasan la existencia engañando al estómago, figurándose que se nutren, hasta que llega una dolencia cualquiera que les saca del mundo ¿Adonde va, pues, todo ese dinero? A la aristocracia de la Iglesia, a la verdadera casta sacerdotal, pues nosotros, dentro de la religión, somos gente de escalera abajo.
¡Y yo, que formo parte de esta institución, tengo siete duros al mes, y la mayoría de los vicarios de España cobran menos que un guardia de Consumos y miles de clérigos andan a salto de mata, de sacristía en sacristía, buscando una misa para poner al fuego el pucherete, y si no salen a las carreteras cuadrillas de clérigos a robar, es porque tienen miedo a la Guardia civil, y tras dos días de hambre llega un tercero en el que pueden comer un mendrugo! Siempre hay una migaja para entretener el hambre.
Jesuítas, frailes y clérigos ordenan y dirigen, como en los mejores tiempos de Carlos II.
Bien es verdad que, en cambio, su clero catedral era de ciento diecisiete canónigos y tenía sesenta y ocho conventos con más de cuatro mil frailes y catorce mil clérigos en la diócesis.
Los reyes estaban aconsejados por clérigos hasta en asuntos de guerra.
Los clérigos fijábanse en él, y más de una vez el canónigo bibliotecario, al pasearse por el claustro alto en las tardes lluviosas, había intentado hacer hablar a Luna.
Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal, intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el favoritismo, odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.
Somos clérigos como los canónigos, llegamos a beneficiados por oposición, hemos estudiado como ellos las ciencias religiosas, y además somos músicos, pues a pesar de esto, cobramos casi la mitad del sueldo de un canónigo, y para recordarnos a todas horas nuestra ínfima condición, nos hacen sentar en la sillería baja.
Esta primera sillería a ras de tierra, donde se sentaban los clérigos de categoría más ínfima, era anterior en medio siglo a la sillería alta, pero en estos cincuenta años dio el arte el gran salto desde el gótico rígido y duro a las suavidades y el buen gusto del Renacimiento.
El arzobispo se apodera de la voluntad de la reina, la hace cómplice de sus planes, y una noche, seguido de clérigos y obreros, derriba las puertas de la mezquita, la limpia, la purifica, y por la mañana, cuando acuden los sarracenos a dirigir sus oraciones al sol naciente, la encuentran convertida en catedral católica.
A los siete años comenzó a rumiar el latín, dominándole rápidamente, como si en su vida no hubiese hablado otra cosa, a los diez disputaba con los clérigos que frecuentaban el jardín, los cuales se gozaban en oponerle objeciones y dificultades.
Y enfurecido contra los clérigos de la catedral, que parecían acoger con buen gusto el Concordato y sus sueldos, satisfechos de salir bien librados de la tormenta revolucionaria, se aislaba en el jardín, cerrando la puerta de la verja y rehuyendo las tertulias de otros tiempos.
En el interior de éste, los clérigos, al terminar el coro de la tarde, leían, a la verdosa claridad que se filtraba entre el follaje, los periódicos del campo carlista o comentaban entusiasmados las hazañas de Cabrera, mientras que en lo alto, indiferentes para las insignificancias humanas, revoloteaban las golondrinas en caprichosa contradanza, lanzando silbidos como si rayasen con su pico el cristal del cielo.
Molestaban a Gabriel las miradas curiosas de los clérigos y beatas que entraban en la iglesia.
Entonces, los clérigos le presentaban un Crucifijo.
Es muy atendida de los clérigos y de las madres de familia.
Habíale dado recomendaciones para elevadas personas del Cuartel Real y para unos clérigos de caballería que residían en Bayona.
De institutos para clérigos sólo hay uno, grandón, vulgar y triste como un falansterio.
Indicáronle los clérigos de la parroquia si no dejaba algo para sufragios por su alma, y él, con bondadosa sonrisa, replicó que no había olvidado ninguno de los deberes de la cortesía social, y que para no desafinar en nada, también quedaba puesto el rengloncito de las misas.
Su monólogo era así: ¡Lo mismo que la otra, la del Espíritu Santo! Doña Mauricia, digo, Guillermina la Dura Quiere hacernos creer que es santa ¡buen peine está! Harta de retozar con los curas, se quiere hacer la obispa catoliquísima y meterse en el confesonario ¡Perdida, borrachona, hipocritona! púa de sacristía, amancebada con todos los clérigos con el Nuncio y con San José.
¡Inútil celibato el de los clérigos! Si el Concilio de Trento les prohibe tener hijos, Dios, no el Demonio, les da sobrinos para que conozcan los dulces afanes de la paternidad.

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