Ejemplos con chiripa

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aunque ella ganase la mano de pura chiripa, el croupier tan sólo le repartía a ella las de arriba.
¿De que actos de barbarie inaudita habrán sido ejecutores estos soldados que veía tendidos de medio lado, vestidos de rojo, chiripa, gorro y envueltos en sus largos ponchos de paño?.
Keller en un artículo sobre el mito en torno a la Chusquea ramosissima, conocida en la nación Ava Chiripa como el cuchillo del escarabajo , uniendo las características de luciérnagas, búhos, escarabajos y de esta bambúsea, originados durante el transcurso de un antiguo eclipse solar.
-No haga usted caso, salimos del conflicto como pudimos, por pura chiripa.
Durante aquellos meses de forzosa inacción entreteníase el Cartulina ora recurriendo, en los días de mayor apuro, a su vieja maestría con los naipes en la mano, ora charlando en la tertulia de la cervecería y escuchando el simpático divagar y los atinados consejos del Chiripa y platicando con Maricucha, unas veces en la puerta de su casa, otras en la ventana, algunas noches, las menos apacibles en la sala con alcoba, no sin el beneplácito de los padres de ella, a los que había ablandado un tantico el corazón lo que de su probable futuro yerno la gente decía.
Sí, parecía Chiripa un mísero arbolillo o arbusto, de cuyas cañas mustias y secas pendían míseros harapos puestos a.
Chiripa, a quien había sorprendido la tormenta en el Gran Parque, tendido en un banco de madera, se había refugiado primero bajo la copa de un castaño de Indias, y en efecto, se había mojado ya las dos veces de que habla el refrán, después había subido a la plataforma del kiosko de la música, pero bien pronto le arrojó de allí a latigazo limpio el agua pérfida que se agachaba para azotarle de lado, con las frías punzadas de sus culebras cristalinas.
Llovía a cántaros, y un viento furioso, que Chiripa no sabía que se llamaba el Austro, barría el mundo, implacable, despojaba de transeúntes las calles como una carga de caballería, y torciendo los chorros que caían de las nubes, los convertía en látigos que azotaban oblicuos.
Y mientras que entre risueño y renegando, se levantaba don Calixto y se sacudía el chiripa, vio disparar también, cambiado en punta de ovejas, el montón de zapallos que había traído para el visitante, y todas se dirigían hacia el rastrojo, donde impetuosamente y como asustados, se levantaban todos los demás zapallos, cambiados en otras tantas ovejas, capones, borregas y corderos, según su tamaño.
Uno quiso hacerse el fuerte, y aunque medio turbado por la mirada aguda y socarrona del pulpero, se apartó con decisión del mostrador, dispuesto a irse, pero había un clavo que salía de las tablas -¡todo había sido hecho tan deprisa!- y se agarró tan mal el chiripa, que al dar un paso se le rajó desde arriba abajo.
Bien decía el Chiripa: «Para que una mujer lo quiera a uno de verdad, es preciso que lo quieran muchas de mentirijillas.
El Chiripa estuvo a punto de morir entre los brazos de los toreros, que se echaron inmediatamente a la calle en busca de lentejuelas con que concurrir a la solemnidad en que iban a figurar como pontífices soberanos.
El Chiripa, interesado en la reaparición de Antonio, no descansaba poniendo por las nubes a su protegido.
El rato de conversación fue un himno entonado en honor de Antoñuelo, el Chiripa aseguró repetidas veces, en la más solemne actitud, que el Cartulina tenía que pasar forzosamente a la posteridad en glorioso ramillete con el Súpito, con el Canela, con el Cantimpla, con el Tarasca y con todos los que por aquel entonces fulgían en el horizonte visible de la tauromaquia como astros de primera magnitud.
Y ya de acuerdo con Pepe Fajardo andaba nuestro protagonista a caza de contratas, cuando una tarde en que paseaba su aburrimiento con el Cardenales por la plaza de la Constitución, tropezáronse manos a boca con el Chiripa, que paseaba también su boquerismo crónico y el gran bagaje de sus ilusiones muertas y el cual, uniéndose a ambos mozalbetes, díjoles con acento complacido:.
A los dos o tres meses, la generosa sangre juvenil del mozo consiguió devolver a su pierna la perdida elasticidad, pero el Chiripa comprendiendo que para aligerar su total restablecimiento, y para que pudiera volver a pisar los terrenos de los toros, conveníale al chavalillo ir haciendo algunos pinitos, consiguió que el contratista encargado de abastecer el matadero de carnes importadas del litoral mauritano, le permitiese ejercitarse con aquellos moruchos tábiros, y pronto se encontró nuestro mozo en mejores condiciones físicas que nunca, merced a la experiencia adquirida en sus ensayos con las reses destinadas a ser colgadas en los garabatos de las carnicerías malacitanas.
El Chiripa, tal vez protegido por su mote, jamás se había equivocado, y si aquella vez acertaba, ¡adiós para siempre llaves y cerraduras! ¡Adiós para siempre alhucema y orégano y cuerdas para el pelo! ¡Tal vez llegará un día en que, deseoso de reír el matrimonio, pudiera ordenar que le hicieran cosquillas en las extremidades pedestres, como decía el profeta.
Los progenitores de Antonio quedaron como maravillados, el Chiripa era un a modo de Zaragozano en todo lo que se relacionaba con los toros, sus palabras eran escuchadas por chatos y narigudos con más respeto que un tiempo las de la famosa sibila.
Y Antonio, al abandonar el benéfico establecimiento apoyado en el brazo de su colega, comprendió que lo que el médico habíale dicho era la santa verdad, la pierna lesionada no prestaba el debido acatamiento a sus mandatos, y desde el siguiente día cualquier buen observador hubiera podido notar que el señor Curro pregonaba con mayor brío que de costumbre su habilidad en el arreglo de cerraduras y llaves, y que la señora Frasquita no abandonaba ningún día el campo de batalla hasta ya bien entrada la noche, lo cual, como comprenderán los que nos lean, obedecía a un imperativo ineludible: a la necesidad de atender mejor al mozo en su convalecencia y a las palabras del Chiripa, que le hubo de decir al día siguiente del ingreso de Antonio en el hospital:.
El Chiripa cumplió lo prometido, lo cual puso en un brete a nuestros noveles espadas, se aproximaba el momento ansiado, y no era cosa de tirarse ya seriamente al ruedo sin más atributos taurómacos que cuatro pelos más bien o más mal trenzados, y las algo deterioradas zapatillas.
Indudablemente el Chiripa lograría su objetivo, y ni que decir tenía que ellos habían de quedar como los mismísimos ángeles, después de lo cual, las contratas caerían sobre ellos como lluvias torrenciales, la fama llevaría sus nombres coreados por vítores y aplausos de zona a zona, y la Prensa reproduciría sus rostros y sus hechuras en todos los momentos más solemnes y culminantes de su vivir.
Cuando se quedaron solos Pepe Fajardo y Antonio, echaron a volar ambos su imaginación, la promesa del Chiripa había iluminado como una aurora boreal el horizonte que a diario ellos ensanchaban, recorríéndolo en alas de su ambición.
La noticia fue la comidilla de todos, cada cual expuso su criterio: el Llerena y el Clavijo opinaron que aquello no era más que un farol del Chiripa, el Cuqui y el Clavicordio, que era un arranque del de Jubrique, del que tanto solía abusar aquél, Pepe Fajardo y el Cartulina confiaban en él: el Chiripa era hombre de tanta palabra como narices.
na, que me dijo que o se sale con la suya y atoreamos en Antequera, o que pierde las narices, y ya ves tú que es cosa difícil eso de que el Chiripa se quée sin sus narices.
-Pos na -repúsole el Cartulina, echándose hacia atrás el flamante pavero gris y apoyando el codo en la muleta de hueso del roten-, que esta mañana entré a tomar un cortaíllo en ca del Pipiricuando y me trompecé con el Chiripa, y como el Chiripa es mu amigo de don Marcelino, el empresario, pos lo que pasa, que encomenzamos a platicar de toros y de toreros, y al Chiripa se le ablandó el muelle rial con la miajita de zarzaparrilla que mos habíamos bebío, y.
-¿Será Chiripa? -preguntó Celedonio entre airado y temeroso.
-¡Mia tú, Chiripa, que dice que pué más que yo! -dijo el monaguillo, casi escupiendo las palabras, y disparó media patata asada y podrida a la calle apuntando a un canónigo, pero seguro de no tocarle.

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