Ejemplos con caída

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Esa mujer no puede pecar, porque es inocente de su caída.
Aun a los críticos más adustos que consideraron como una caída, parecieron admirables algunas porciones del , publicado al año siguiente.
Bajaba a la caída de la tarde al claustro, y en la puerta del Mollete uníase al otro vigilante, un hombre de aspecto enfermizo, que tosía tanto como Luna y no abandonaba la manta en pleno verano.
Allí se quedaría clavado en el ribazo, podían venir sus enemigos: no tenía fuerzas para coger la escopeta caída a sus pies.
A la caída del sol soltaban los muchachos su último cántico, dando gracias al Señor porque les había asistido con sus luces , y recogía cada cual el saquillo de la comida, pues como las distancias en la huerta no eran poca cosa, los chicos salían por la mañana de sus barracas con provisiones para pasar el día en la escuela.
Más ternura dolorosa inspiraba su cabecita pálida, con el verdor de la muerte, caída en la almohada de su madre, sin más adornos que sus cabellos rubios.
A la caída de la tarde llenábanse las tabernas de hombres enrojecidos y barnizados por el sol, con la recia camisa sudosa, que hablaban de la cosecha y de la paga de San Juan, el semestre que había que entregar a los amos de la tierra.
A la caída de la tarde fueron regresando los del cortejo.
Doña Luz se aventuró demasiado y estuvo a punto de dar una peligrosa caída al saltar una zanja.
Repiques y disparos de morterete al amanecer, a medio día y a la caída de la tarde, procesión cívica a las once de la mañana, discurso de Jurado y versos de Venegas en la alameda de Santa Catalina, y fuegos artificiales en la Plaza principal, bautizada ese día con el nombre de don Pancracio de la Vega.
¡Vive Dios, que se estaba bien allí, sentados ante el blanco mantel, con los balcones abiertos y en los ojos el extenso paisaje, que, con la luz anaranjada de la caída de la tarde, iba velando sus tonos brillantes y parecía adormecerse!.
Agobiada por las deudas, esperaba la caída, pero no tan honda y lastimosa para su dignidad.
Sintió de pronto en sus manos la caída de algo caliente que resbalaba sobre su epidermis.
Eran dos buenos parroquianos, con la gorrilla caída sobre la frente, los ojos vidriosos y lagrimeantes, y la nariz violácea y húmeda, una yunta alegre, unida por el yugo fraternal del alcohol, que, mientras hubiese cafetines abiertos, declaraban, como el doctor Pangloss, que este mundo es el mejor de los mundos posibles.
Después que la tía Quica depositó majestuosamente sobre la mesa sus regalos, la señora, como compensación, metió en su cesta la media docena de pasteles que había aplastado en su caída, y además le dio un duro, no sin antes luchar con la labradora, que juraba y perjuraba que nada quería, mientras en sus ojos brillaba la codicia.
Los discípulos de Bemoles volvían a la carga con festiva polca, Arlequín , muy en boga a la caída del Imperio y popularizada por los famosos músicos de la Legión austríaca.
Manos habilísimas tocaban en él una redoma muy aplaudida, La caída de las hojas , música soñadora y lánguida que delataba un ejecutante melancólico.
La muchedumbre, legítima descendiente del pueblo que dos siglos antes presenciaba los autos de fe, aplaudía con gozosa ferocidad la caída de los monigotes en la hoguera.
Servíalo Adela, una muchacha remilgada y no mal parecida, que imitaba a sus señoritas en el peinado, afectando un aire de aristócrata caída en la desgracia.
En efecto, le habían cortado la pierna, a consecuencia de la caída del caballo.
Las curvas airosas de la boca eran más rasgueadas, y la decomisura de los labios, que parecía obra de un agudo punzón, dábale cierto aspecto de grandeza caída o de humillación sublimemente resignada.
Lo que había hecho, hacíalo, a juicio suyo, por disposición de las misteriosas energías que ordenan las cosas más grandes del universo, la salida del Sol y la caída de los cuerpos graves.
La faz napoleónica, lívida y con la melena suelta, volvió a asomar en la reja a la caída de la tarde.
Era Sor Natividad vizcaína, y tan celosa por el aseo del convento que lo tenía siempre como tacita de plata, y en viendo ella una mota, un poco de polvo o cualquier suciedad, ya estaba desatinada y fuera de sí, poniendo el grito en el Cielo como si se tratara de una gran calamidad caída sobre el mundo, otro pecado original o cosa así.

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