Ejemplos con apetitosas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aristóteles ya se preguntaba cómo un perro que debe elegir entre dos comidas tan apetitosas una como la otra puede elegir entre ellas.
Aún así, presenta imágenes apetitosas con delicadezas como ostras sobre ricos platos, y rara vez sin su rodaja de limón, pan, espumoso, aceitunas y repostería.
En la antigüedad edad media existían especialistas en noble arte de trinchar que debían saber anatomía y gastronomía para saber que piezas eran las más apetitosas: Écuyer tranchant.
Concluida la ceremonia, pasó Su Majestad al camarín, donde ya se había dispuesto una lujosísima mesa, como destinada a boca y paladar de tal príncipe, y en la cual las viandas más apetitosas reclamaban la vista y olfato, recreando y extasiando el alma.
Jacinto estaba desfallecido de hambre, cuando probó las apetitosas magras de jamón y mojó los labios en el vino generoso del Priorato -el Zurdo se trataba a cuerpo de rey-, su actitud reservada cambió insensiblemente y empezó a fantasear con optimismo el porvenir.
Junto al tiesto, en una copa de laca ornada con ibis de oro incrustado, incitaban a la gula manzanas frescas, medio coloradas, con la pelusilla de la fruta nueva y la sabrosa carne hinchada que toca el deseo, peras doradas y apetitosas, que daban indicios de ser todas jugo, y como esperando el cuchillo de plata que debía rebanar la pulpa almibarada, y un ramillete de uvas negras, hasta con el polvillo ceniciento de los racimos acabados de arrancar de la viña.
¡Y qué encanto la inocencia maliciosa, la malicia inocente de Rosarito, esta nueva edición de la eterna Eva!, ¡qué encanto de chiquilla! Ella, Eugenia, me ha bajado del abstracto al concreto, pero ella me llevó al genérico, y hay tantas mujeres apetitosas, tantas.
Ítem, lucían protuberancias tan irresistibles y apetitosas que, a cumplir todo lo que ellas prometían, tengo para mí que las huríes de Mahoma no servirían para descalzarlas el zapato.
Fortunato, gaucho imprevisor, que viajaba sin una galleta, siquiera, acostumbrado a encontrar, siempre y en todas partes, el trozo de carne que necesitaba para conservar el vigor nervioso y la elegante delgadez de su sobrio cuerpo de jinete, dejó, a pesar suyo, deslizarse sobre las apetitosas vituallas, una mirada de envidia.
Pero aunque nada de ello hubiese existido, y en vez de muselinas, sedas y blondas, cubrieran su cuerpo menudo, de firmes y armoniosas curvas, el merino, el percal y la batista de las coquetonas servidoras de casa grande, hubiese bastado el oro desvaído de su ondulada cabellera, tan pálida que parecía empolvada, las pupilas de turquesa, ingenuas y soñadoras en que había un breve dejo de ironía, ese matiz de leve burla sentimental de los epigramas de Beaumarchais, la boca de corazón, golosa y sensual, bajo cuyos labios se cobijaba un lunar de terciopelo negro, y, sobre todo, aquella gracia maciza y alada a un tiempo mismo, en una liviana y señoril, gracia frívola, despreocupada y juguetona de ninfa de Versalles, prisionera de largo corsé, que corriera entre corderos lazados de rosa por praderas de esmeraldas sobre los altos tacones de sus chapines de plata, muy siglo XVIII, que le hacía evocar, aun bajo los ceñidos trajes actuales, las pomposas sayas florecidas de rosas y los cuadrados escotes que mostraban apetitosas las duras pomas de los senos.
El general se comía con los ojos a una jamona que, dejando admirar bajo el traje de mora que lucía morbideces apetitosas, acababa de entrar, la zurcidora de gustos asentía bondadosa a todo, el Niño de las Verónicas, con reserva espartana, contentábase con monosilabear de vez en cuando, Willy contemplaba codicioso el nevado cuello de la Soler, y la Gioconda hacía con Julito el gasto de la conversación.
Y el compuesto resulta una verdadera ensalada rusa: algo que tiene apariencias apetitosas, pero que a la postre resulta difícil de digerir.
En aquella buena compañía, aunque yo no hubiese robado la despensa, me habría encontrado en una posición falsa, y no porque me viese oprimido por un ángulo agudo de la mesa, que se me clavaba en el pecho, y el codo del tío Pumblechook en mi ojo, ni porque se me prohibiera hablar, cosa que no deseaba, así como tampoco porque se me obsequiara con las patas llenas de durezas de los pollos o con las partes menos apetitosas del cerdo, aquellas de las que el animal, cuando estaba vivo, no tenía razón alguna para envanecerse.
Persuadidos de que debíamos hacer algún acto religioso antes de arrebatar sus frutos a Priapo, hicimos devotamente las libaciones de costumbre, y después de desear felicidades eternas a Augusto, padre de la patria, todos nos apresuramos a coger los sabrosos dulces y apetitosas frutas, sobre todo yo, que creía no poder dar abasto a la insaciable gula de Gitón.

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