Ejemplos con almohadones

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se acordaba vagamente que, abrazado a uno de los almohadones del sofá, mientras una vieja flaca le amarraba una toalla a la cabeza, él pensaba y decía bajito: - Estoy borracho-.
Pero cuando se entregaba con más abandono a esta succión dominadora, se sintió repelida, disparada por un manotón brutal, semejante al puñetazo que la había lanzado sobre los almohadones al principio de la entrevista.
Pues se bajaba, y le alzaba los pies y se los apoyaba en un taburete así, así, y le ponía detrás de la cabeza hasta una docena de almohadas, almohadones y almohadillas, de distintos tamaños y hechuras, todo para acomodarlas a la respiración de la pobre señora.
Halláronle, al fin no sin trabajo, y tomaron posesión de él, arrojando sus fardos en los almohadones.
Se doblaron sus rodillas, y cayó con la blandura de un paquete de ropas, chocando su cabeza primeramente con el duro brazo de un sitial de roble, yendo después, de rebote, a posarse sobre los almohadones del diván.
La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Corrieron las niñas, impacientes, levantáronse las madres con lentitud, como si les costase abandonar su incrustación en los almohadones, sonó un fru-fru general de faldas con lentejuelas y adornos metálicos de los disfraces.
Apenas entramos Torres y yo en la casa y nos tumbamos sobre los blandos almohadones, trajo el negrito una garrafa de aguardiente y vasos para beberlo.
Tendida en los almohadones de raso, con aire distinguidísimo, paseaba la condesa de Albornoz su desvergüenza, dando la derecha a su amiga y pariente la marquesa de Valdivieso, vestían entre las dos primas los colores nacionales: traje amarillo con mantilla negra la de Albornoz, rojo con mantilla blanca la de Valdivieso, y grandes peinetas de carey una y otra, con ramos de claveles blancos y encarnados en la cabeza y en el pecho.
Arrellanóse en los almohadones de raído paño azul del coche y sin conceder siquiera una mirada al primer aliento de París, que comenzaba ya a ensordecer y atronar sus oídos, arrancando de la gran plaza irregular de la Bastilla, en que desembocan cuatro boulevards y diez calles, púsose a pasar revista con gran cuidado a los papeles contenidos en una bolsa de viaje, cuya correa le cruzaba el pecho de derecha a izquierda.
Era este nombre harto conocido, y al horror natural que inspira todo crimen unióse entonces en los presentes ese espanto mezclado de sorpresa con que ve el vulgo derrumbarse una fortuna en el abismo de una desgracia, caer a un poderoso desde los almohadones de su coche sobre la mesa destinada en un hospital a hacer a los cadáveres la autopsia.
Detrás, presidiendo la comitiva, como muda invitación hecha al público para asociarse a la fiesta, iban en las carrozas municipales media docena de señores de frac, tendidos en los blasonados almohadones, llevando sobre el vientre, como emblema concejil, la roja cincha y saludando al público con un sombrerazo protector.
Alardeando de fino, colocó los almohadones ante la chimenea, y dijo a Carola:.
¡Hay allí unos almohadones! ¡Buena broma llevar mi pájara al nido que él fabricó para la suya! La cosa es fácil, porque tengo la llave que me dio por si Cristeta quería ir Nada, nada, que lo hago.
Luego, al reclinar la cabeza en los ásperos almohadones del vagón, se acordó del suave pecho de Cristeta.
El sofoco había llegado a su límite, zumbáronle los oídos, tambaleose y dio con su cuerpo sobre aquellos mismos almohadones que Quintín dispuso para distinto empleo.
Miraprosiguiópon los almohadones en pila para que tu padre pueda extender las piernas.
Por fin lograron entre ambas acercarle hasta la mesa dejándole ante su cubierto, después Leocadia se metió bajo la camilla para arreglar sobre la banqueta los almohadones medio destripados, con objeto de que pudiera extender las piernas, y al fin quedó el anciano iluminado de lleno por la luz de la lámpara, mostrando en el rostro el cansancio de muchos meses de dolor, aunque no los bastantes para borrar de su fisonomía la bondad que constituía el fondo de su ser.
Sus manos crispadas arrancaban los corchetes de su traje, o comprimían sus sienes, o se clavaban en los almohadones del sofá, arañándolos con furor.

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