Ejemplos con achicaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cada veinticuatro horas se achicaba el radio de circulación de los viajeros.
El corazón se me achicaba, y llegué a sentirlo del tamaño de una nuez cuando el varón estatuario remató así su concepto: Mi novia es, y ningún mortal puede aspirar a su amor.
Respondile que desempeñaría con orgullo cuantas encomiendas quisiera encargarme, y cada palabra que salía de mis labios achicaba, a mi parecer, mi ya corta estatura.
Abandonados de aquellos amigos, a cada instante éramos menos, y a medida que se achicaba nuestro poder, las dificultades crecían de un modo aterrador.
Decía esto mirando la cabellera de polvo, que alejándose se achicaba ya, y removida del vientecillo de la mañana desparramaba en el aire sus guedejas.
Ante la majestad religiosa, la de la ley se achicaba y sucumbía.
Mas la viuda de Fernando VII no juzgó que había llegado aún la oportunidad de hacer público aquel suceso, o entendía que su figura histórica se achicaba enormemente si aparecía prefiriendo la actitud amorosa a la política, y sin mostrar sorpresa ni indignación denegó el caso.
El peligro había acallado por el momento todas las discordias, y nuestro patriotismo nos achicaba las circunstancias desfavorables, aumentando considerablemente las ventajosas.
De momento en momento me achicaba.
Al oír estas palabras, a la nodriza le pareció que el mundo entero se achicaba ante sus ojos, diose de golpes y se tiró al suelo, lo mismo que las otras diez viejas, y todas empezaron a gritar desaforadamente: ¡Qué negra mañana! ¡Qué enormidad! ¡Oh nuestra perdición!.
Mas la viuda de Fernando VII no juzgó que había llegado aún la oportunidad de hacer público aquel suceso, o entendía que su figura histórica se achicaba enormemente si aparecía prefiriendo la actitud amorosa a la política, y sin mostrar sorpresa ni indignación denegó el caso.
Decía esto mirando la cabellera de polvo, que alejándose se achicaba ya, y removida del vientecillo de la mañana desparramaba en el aire sus guedejas.
Ante la majestad religiosa, la de la ley se achicaba y sucumbía.
Yo achicaba.
El corazón se me achicaba, y llegué a sentirlo del tamaño de una nuez cuando el varón estatuario remató así su concepto: «Mi novia es, y ningún mortal puede aspirar a su amor.
Leré no se mordía la lengua, ni se achicaba, llegando a decir con gracejo que si su amo se lo mandaba saldría a la calle hecha un mamarracho.
¿Qué quería de él aquel terrible señor? A cada grito, a cada golpe se enrojecía, se achicaba, hubiera querido desaparecer debajo de la tierra tragado por aquel polvo en que se hundían fatigosos sus pies desnudos, anchos y deformes.
Apréciale que mientras su cuerpo se diluía, se achicaba hasta convertirse en algo pequeñísimo e impalpable, la imponente figura de aquel señor de barba rubia y retorcidos mostachos, envuelto en su lujoso abrigo, tomaba proporciones colosales, llenaba el cuarto, impidiendo toda tentativa para escurrirse y ocultarse.
Vimos como el pequeño grupo se achicaba por la distancia, como se confundían los jinetes con las cortaderas que el viento agitaba blandamente.
El alma se le achicaba.
Don Pompeyo llevaba los pies encharcados, y era sabido que la humedad le hacía mucho daño, le ponía nervioso y con esto se le achicaba el ánimo.
La nube de arena había llamado mi atención antes de empezar el diálogo con Mora, se movía y avanzaba sobre nosotros, se alejaba, giraba hacia el poniente, luego, hacia el naciente, se achicaba, se agrandaba, volvía a achicarse y a agrandarse, se levantaba, descendía, volvía a levantarse y a descender, a veces tenía una forma, a veces otra, ya era una masa esférica, ya una espiral, ora se condensaba, ora se esparcía, se dilataba, se difundía, ora volvía a condensarse haciéndose más visible, manteniendo el equilibrio sobre la columna de aire hasta una inmensa altura, ya reflejaba unos colores, ya otros, ya parecía el polvo de cien jinetes, ya el de potros alzados, unas veces polvo levantado por las ráfagas de viento errantes, otras el polvo de un rodeo de ganado vacuno que remolinea, creíamos acercarnos al fenómeno y nos alejábamos, creíamos alejarnos y nos acercábamos, creíamos descubrir visiblemente en su seno algunos objetos y nada veíamos, creíamos algunos juguetes de la óptica lo que veíamos y descubríamos después patentemente la imagen de algo que se movía velozmente de un lado a otro, de arriba abajo, que iba y venía, que de repente se detenía partiendo súbito luego, íbamos a llegar y no llegábamos, porque el terreno se doblaba en médanos abruptos, subíamos, bajábamos, galopábamos, trotábamos con la imaginación sobreexcitada, creyendo llegar en breve a una distancia que despejara la incógnita de nuestra curiosidad, pero nada, la nube se apartaba del camino como huyendo de nosotros, sin cesar sus variadas y caprichosas evoluciones, burlando el ojo experto de los más prácticos, dando lugar a conjeturas sin cuento, a apuestas y disputas infinitas.

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