Ejemplos con abanicos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En Japón se usa para fabricar canastos, abanicos y en la construcción de viviendas.
Con el tiempo el ajuar se iba multiplicando: baúl, muebles, billeteros, paraguas, medallas, bolsos, abanicos, máquinas de fotos, misal, libros del colegio con pizarrines, gafas de sol, y hasta un perro de raza fox terrier llamado Olé.
El municipio de Sabanalarga es una zona privilegiada al estar situada en estribaciones de la Cordillera Oriental de Colombia y presentar una variada morfología que generan diversidad de formas topográficas bien marcadas como, terrazas, abanicos, mesetas, escarpes y cuchillas estructurales, que conforman diversidad de paisajes.
El había visto muchas veces este mismo panorama, con sus bailarinas y su volcán, allá en su caserón de Valencia: lo había visto en los abanicos del llamado estilo romántico que coleccionaba su padre.
Y cuando un caballero apuesto y cortés, que saludaba mucha gente a su paso, se acercó, por lo mismo que vivía en esfera social más alta, más que a saludar, a proteger a Sol del Valle, cuando Juan Jerez llegó al fin al lado de la niña, y Lucía Jerez, que era quien de aquella manera la miraba, los vio juntos, cerró los ojos, inclinó la cabeza sobre el hombro como quien se muere, se le puso todo el rostro amarillo, y solo al cabo de algún tiempo, al influjo del aire que agitaban sus compañeras con los abanicos, volvió a abrir los ojos, que parecían turbios, como si hubiera cruzado por su pensamiento un ave negra.
El entusiasmo fue entonces indescriptible, las damas rodearon el grupo que Currita y Butrón formaban, empujándose unas a otras, charlando todas a un tiempo, esgrimiendo los colosales abanicos que por aquel verano estaban de moda con el poco elegante nombre de.
Desde fuera, parecía aquello el zumbido de una colmena colosal, en que doscientas mujeres murmurasen al mismo tiempo entre el crujido de las sedas, el ric-rac de los abanicos, las tosecillas afectadas que dan tiempo a preparar una respuesta, las melifluas risitas que acompañan siempre a la afectuosidad femenina, y los perfumes peculiares a doscientos gustos diversos y doscientos tocadores distintos.
Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa.
Las mujeres, puestas de pie sobre las sillas, miraban con nerviosa curiosidad la nube de humo erizada de relámpagos que se acercaba, dejando tras sí un ambiente cargado de azufre y voladoras pavesas, y cuando el estruendo llegaba frente a ellas, cubríanse los rostros con los abanicos, hundían la cabeza en el pecho, o sin dejar de reír, llevábanse las manos a los oídos, como si no pudieran resistir el trueno continuo, cuya intensidad subía o bajaba, llegando en algunos instantes, con la violencia de la explosión, a hacer el vacío, dejando sin aire los pulmones.
Iba embozado en una capa vieja, por bajo de la cual asomaba una esportilla de compras, y por encima del embozo de raído terciopelo mostrábase su rostro lleno y colorado, en el que los detalles más salientes, aparte de las arrugas, eran un bigote de cepillo y unas cejas canosas, tan oblicuas, que hacían recordar los chinos de los abanicos.
En esos países donde hay siempre margaritas que deshojar, versos ingenuos en los abanicos, novias que juran, desde una reja nocturna, el amor vitalicio de Angelina.
Muchachos desarrapados rompían las oleadas del gentío, ofreciendo la vida cíe en aleluyas, los antecedentes y retratos de los seis toros que iban a lidiarse, o pregonaban unos abanicos de madera sin cepillar y en los cuales una mano torpe había estampado un toro como un pellejo de vino y un torero que parecía una rana desollada.
Más adelante pudo la niña apreciar la belleza y variedad de los abanicos que había en la casa, y que eran una de las principales riquezas de ella.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba