Ejemplos con abandonando

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Recordaba que su frente había buscado con mortal pereza un apoyo en el hombro de Pep, que las fuerzas le iban abandonando, como si la vida se escapase con el chorreo caliente y viscoso que cosquilleaba a lo largo de su pecho y su espalda.
Apolonio, abandonando el mostrador, donde, con ademán lento y religioso, trazaba diseños y cortaba pieles, venía al lado del señor Novillo y dejaba asimismo caer el vientre sobre el diván.
Luego fué abandonando poco a poco este linaje de trabajo y se dedicó a composturas.
La única diferencia substancial que encuentro yo entre esta novela y las demás de Pereda, y lo que me hace declararla a medias, consiste en que es un libro de tesis, en que abandonando el autor, hasta cierto punto, la observación desinteresada, principal musa suya, trata de inculcar, aunque no directamente, no una, sino muchas y varias moralidades.
Todo lo cual valió al pobre sacerdote una tempestad de murmullos, entre los cuales tuvo que sentarse, abandonando en seguida el salón, por no autorizar con su presencia la discusión de un punto para él indiscutible.
Aquellos salvadores sólo le buscaban a él, abandonando a los demás.
¡Yo no quiero morir!gritó de pronto, abandonando sus seducciones, pasando a ser una pobre criatura enloquecida por el miedo.
Después se enderezó poco a poco, abandonando su asiento, y dijo simplemente:.
Luego, abandonando el piano, abrió una tras otra todas las puertas de los camarotes que daban al salón.
Ella pareció despertar, abandonando bruscamente su brazo.
Y así a veces, ante cosas verdaderamente cómicas, su espíritu encontraba siempre un aspecto sobre el cual se podía discutir seriamente, abandonando la broma, como algo incompatible con su temperamento, y contemplando tan solo el lado serio y elevado a que la cosa misma pudiera prestarse.
Iría a administrar otro hogar, como su madre dirigía el suyo: a cuidar a un marido que trajese dinero a casa, y alguna vez, abandonando los negocios, entrara un momento en su salón.
Otras veces invadían la casa los amigos de Gabriel, abandonando la tertulia del zapatero.
Algunas veces, Gabriel sentía lástima ante la dependencia moral en que vivía el pobre joven, y abandonando a su sobrina, salía al claustro para unirse a ellos.
Desaparecen los municipios libres, sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia, el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro, las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué, las ciudades industriosas descienden a ser aldeas, las iglesias se tornan conventos, el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico, los campos quedan yermos por falta de brazos, sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo, la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.
Y el prelado palidecía, abandonando su asiento con gesto doloroso, como si sus entrañas se conmoviesen con intensas punzadas.
Gabriel no acababa de dar la vuelta a la catedral sin que se le uniera su sobrino el perrero, abandonando su conversación con los monaguillos o con el mozo de recados de la secretaría del cabildo, que tenía su asiento fijo en la puerta de la Sala Capitular.
Las hijas, una tras otra, fueron abandonando las familias que las habían recogido, trasladándose a Valencia para ganarse el pan como criadas, y la pobre vieja, cansada de molestar con sus enfermedades, marchó al Hospital, muriendo al poco tiempo.
Los dos mayores, abandonando a Pascualet, que se refugiaba lloriqueante detrás de un árbol, agarraban piedras y entablábase una batalla en medio del camino.
Parecíale que la muda barraca se burlaba da él, y abandonando su escondrijo, se arrojó contra la puerta, golpeándola a culatazos.
Quedóse con esto más tranquilo, casi sereno del todo: indudablemente era que se reducía aquello a una necia broma Cierto que habíale sucedido a él en aquel negocio espinosísimo lo que acontece a todos los caracteres fogosos, que una vez dado el primer empuje, caen luego en la mayor apatía, abandonando los planes con tanta rapidez fraguados y con tanto calor emprendidos.
Miróle el tío Frasquito extrañado, y la curiosidad, que es la fuerza de resistencia más sufrida que se conoce, le clavó en el asiento Quizá iba a despejar la X misteriosa que se debatía aquella misma tarde en la terraza del , la incógnita que representaba la presencia intempestiva de Jacobo en París, abandonando su Embajada de Constantinopla.
Extrañó, pues, a todos, verle aparecer en tan críticos momentos, abandonando su alto puesto, y recibiéronle con el despreciativo recelo que infunde siempre el enemigo derrotado que se pasa después de la batalla al campo victorioso.
Al descubrirse el viajero, quedó por completo a la vista su fisonomía, presentando un extraño prodigio Hubiérase dicho que lord Byron en persona, abandonando su tumba de Nottingham, atravesaba la plaza de la Magdalena en un coche de alquiler, saludando el pabellón del cual si fuera la bandera de Inglaterra.
¡Ya les ajustaría las cuentas a aquellas pavas! Y abandonando a Andresito, se unió al grupo de jóvenes que, en fila y cogidas del talle, corrían como unas locas por la suave pendiente.
Y don Juan, abandonando la ratonera, rué hacia su sobrino con la sonrisa paternal, bondadosa, que reservaba para Juanito aquel hombre duro y malhumorado con todos.
Su primo Rafael había terminado la carrera, abandonando las locuras de estudiante para revestirse de la gravedad del doctor, y cuando ella esperaba de un momento a otro que formulase ante el padre sus pretensiones, una buena alma la hizo saber que aquel calavera ya no limitaba sus infidelidades a serenatas amorosas o pasiones del momento, sino que tenía cierto arreglo en el barrio del Carmen con carácter permanente, y hasta se susurraba si había una criatura de por medio.
Cuando era preciso se calaba el chacó, martirizaba el pecho con el asfixiante correaje, y servía a la nación y a la libertad, yendo a pasar la noche en el Principal, donde comía melones en verano, se calentaba al brasero en invierno, en la santa y pacífica compañía de algunos otros comerciantes del Mercado, que, olvidándose de la marcialidad de su uniforme, pasaban las horas de la guardia hablando de las fábricas de Alcoy o del precio del azúcar y de la seda, todo esto sin perjuicio de faltar a la ordenanza, abandonando el puesto con frecuencia para dar un vistazo a sus casas.
Por las noches, abandonando a su amigo Rafael, asistía a la tertulia de las de Pajares, y no contento con las largas conversaciones que allí sostenía con su novia, todavía por las mañanas, a la hora en que Amparo estaba en el tocador, las criadas en el Mercado y la mamá en la cama, subía la escalera, y en el rellano, ante la puerta entreabierta de la habitación, hablaba más de una hora con Conchita, hasta que se levantaba doña Manuela y comenzaba el movimiento de la casa.
Había faltado gravemente, ofendiendo a su mujer legítima, abandonando después a su cómplice, y haciendo a esta digna de compasión y aun de simpatía, por una serie de hechos de que él era exclusivamente responsable.

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