Ejemplos con églogas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las derivaciones bucólicas del idilio dieron lugar a las églogas de los latinos Virgilio, Calpurnio Sículo y Nemesiano, a las églogas en latín de los humanistas Francesco Petrarca, Giovanni Pontano, Mantuano y otros, a la novela pastoril de los renacentistas Jacopo Sannazaro y sus imitadores europeos, entre ellos Jorge de Montemayor, Philip Sidney, Honoré d'Urfé etcétera, y a las églogas en lengua vulgar de Garcilaso de la Vega, Pierre de Ronsard y muchos otros.
Calpurnio Sículo, que fue secretario el emperador Caro escribió églogas y bucólicas, algunas de las cuales son atribuidas a Nemesiano, Virgilio y Teócrito fueron los principales modelos de estas composiciones frías y elegantes, desprovistas de originalidad.
También hay que destacar la obra titulada Las Églogas, a través de la cual se muestra la patria romana abatida por las facciones y levantada por Augusto.
Otra de sus obras son las Rimas y comprenden canciones, odas, sonetos y églogas.
Tan sólo se requiere que en las composiciones formadas por estancias - canciones, odas, églogas.
Lo que en la historias de la literatura española se conoce con el nombre de dialecto sayagués, el lenguaje en que están escritas las farsas y églogas que a fines del siglo XV escribieron Lucas Fernández y Juan del Encina, el habla rústica del famoso Auto del Repelón, no es más que leve muestra de un dialecto que abortó aquí, y del que áun hay rastros.
Sus poéticas miniaturas para piano, églogas, rapsodias y ditirambos, que constituyen un importante vínculo entre la música clásica checa y la obra de Smetana, anticipan algunas obras pianísticas de Schubert, Schumann y Chopin.
En ellas demuesta un conocimiento del ser humano y una experiencia superior al del teatro de églogas de Juan del Encina o Lucas Fernández.
En el teatro anterior a Lope, es conocida la presencia recurrente de la figura del pastor bobo, en las églogas de Juan del Encina o en las piezas de Diego Sánchez de Badajoz, entre otros.
La belleza del Tempe fue celebrada por Virgilio en sus églogas, principalmente en las tituladas Geórgicas.
Destacó, pues, como poeta satírico en sus letrillas, epigramas y sátiras, que demuestran lo mejor de su genio, mientras que resultan algo falsas y postizas sus églogas y desmayados sus poemas didácticos.
Se le ha agrupado en la llamada Escuela Poética Salmantina, con otros ingenios de la misma como el citado Forner, Juan Meléndez Valdés, José Somoza, Fray Diego Tadeo González y Francisco Sánchez Barbero, es, pues, un restaurador del lenguaje castizo y equilibrado de la lírica del siglo XVI y XVII y en sus obras hay huellas de Góngora y Quevedo en las letrillas, de de Marcial y Baltasar del Alcázar en los epigramas, de Bernardo de Balbuena en las églogas, de Anacreonte y Esteban Manuel de Villegas en la poesía ligera y de Horacio y Fray Luis de León en las odas.
Lo que es hoy, me desayuno, y dejo al don Román con sus odas y sus églogas.
Un verso latino de Sánchez Barbero vale más que toda esa jerga de epístolas, sonetos, silvas, églogas, canciones con que se emboba el vulgo ignorante.
Yo he leído a Longo, Anacreonte, Teócrito, Gesner, Garcilaso, Villegas, y es fuerza confesar que hicieron églogas muy buenas.
Pues vayan todos al corral dijo el cura, que, a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante.
Traemos estudiadas dos églogas, una del famoso poeta Garcilaso, y otra del excelentísimo Camoes, en su misma lengua portuguesa, las cuales hasta agora no hemos representado.
Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho: guárdese con los escogidos.
églogas, y no sé el que dio en tal cosa.
de grillo de las cándidas églogas matutinas.
Yo he leído a Longo, Anacreonte, Teócrito, Gesner, Garcilaso, Villegas, y es fuerza confesar que hicieron églogas muy buenas.
Una, la más comúnmente seguida, la más fecunda, aunque no por cierto la más original e interesante, se deriva de Juan del Enzina, considerado no sólo como dramaturgo religioso, sino también como dramaturgo profano, y está representada por los autores de églogas, farsas, representaciones y autos, que debieron de ser muy numerosos, a juzgar por las reliquias que todavía nos quedan y por las noticias que cada día se van allegando.
Por mucho que se adelante su fecha, hay que conceder que fue escrita por lo menos en el último decenio del siglo XV, y es probablemente anterior a las más viejas églogas de Juan del Enzina, a lo sumo coetánea de algunas de ellas.
Hay en Pereda una graciosa y, entendiéndole bien, muy simpática aversión a la capital ruidosa donde la vida tiene que ser, a poco que nos dejemos dominar por el medio ambiente, precipitada, superficial, insignificante, teatral y artificiosa, y esa misma ojeriza se ve en el Levine de Tolstoï, que, como Pereda, tiende a la paz del campo, no para entregarse a la poesía bucólica, a un lirismo ocioso, ni para vegetar pensando como Rousseau, sino para saborear los jugos de la vida aldeana en actividad útil y seria, también poética, pero sin remilgos de églogas ni filosofías panteísticas, sino con un amor casto, profundo, ruboroso, poco hablador, casi diría reconcentrado y huraño, pero muy fuerte, muy sincero, muy arraigado.
Durante una hora no la dejaron sosegar, y la instaron al baile en todos los estilos concebibles, desde el meloso y el laberíntico más osados hasta el encogido y tartamudo más ruborosos, devoráronla con su mirar fogoso aquellos rostros mofletudos de encrespados bigotes y engomado pelambre, y la aburrieron excusas impertinentes y finezas cursis, églogas cerriles y metáforas empalagosas, ya aludiendo a la blanca ovejuela del valle, ya llamándola pintoresca amapola de Coteruco, tapáronse con remiendos del tiempo faltas de más adecuado asunto y hasta de sentido común, y ya no sabía, mientras bailaba o respondía a un saludo, cómo librar sus manos nacaradas y finas, a la sazón cubiertas con transparentes guantes de los restregones de tantas otras ardorosas y velludas.
Pero ¡cuán lejanos estaban aquellos tiempos! ¿Quién se acordaba ya de Meléndez Valdés, ni de las Églogas y Canciones por un Pastor de Bílbilis, o sea don Cayetano Ripamilán? El romanticismo y el liberalismo habían hecho estragos.
Con la contemplación de éstos y otros cuadros a cual más sencillos, su lectura favorita adquiría para él cada vez mayor encanto, y hasta las tiernas églogas de Garcilaso le parecían la expresión más fiel de la verdad, y todos los recuerdos de todos los patriarcas descritos hasta entonces le asaltaban las mientes, y veía los trasuntos de todos los cuadros pastoriles del siglo de oro, y hasta sentía el calorcillo de sus venerandos y rústicos hogares, y tal era el dominio que sobre él ejercían estas ideas, que, fingiéndose extraviado, sorprendía a un vecino comiendo, entraba en la choza de otro cuando, sentado éste al frente del grupo de su familia, rezaba el rosario antes de acostarse, pedía aquí candela, más allá un guía, y por donde quiera aliviaba la miseria, complaciéndose en dejar oculta una moneda de plata, ya en el regazo de un niño que jugueteaba arrastrándose a la puerta de su casa, ya sobre el poyo de la cocina.
Amo las epopeyas, porque de ellas brota el soplo heroico que agita las banderas que ondean sobre las lanzas y los penachos que tiemblan sobre los cascos, los cantos líricos, porque hablan de las diosas y de los amores, y las églogas, porque son olorosas a verbena y tomillo, y el santo aliento del buey coronado de rosas.

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