Antónimos de Contemporizaren

A continuación se muestran los Antónimos de contemporizaren ordenados por sentidos. Si tienes duda sobre alguna palabra, puedes hacer clic sobre ella para conocer su significado.

Antónimos de contemporizaren

Contemporizaren Como verbo, conjugación de contemporizar, 3ª persona plural del futuro de subjuntivo de contemporizar.

1 En el sentido de Porfiaren

  • Porfiaren conjugación de porfiar, 3ª persona plural del futuro de subjuntivo de porfiar, verbo intransitivo, 3ª persona plural del futuro de subjuntivo de porfiar
Antónimos de contemporizaren

Contemporizaren Como verbo, conjugación de contemporizar, 2ª persona plural del futuro de subjuntivo de contemporizar.

1 En el sentido de Porfiareis

Ejemplo: Ignoro cómo llegó este oráculo dado a Eecion a oídos de los príncipes Baquíadas, a quienes antes se había dado acerca de las costas de Corinto otro oráculo oscuro, pero dirigido al mismo punto que el de Eecion, en estos términos: «Águila grávida sobre altos peñascos dará a luz un valiente león que corte las rodillas: atiende a ello, corintio, vecino de la linda Pirene, que moras en torno de la encumbrada Corinto.» Y si bien este oráculo era antes para los Baquíadas, a quienes se había proferido, un misterio impenetrable, apenas oyeron el otro dado entonces a Eecion, cayeron de pronto en la cuenta, y dieron de lleno en el sentido del primero, que concordaba mucho y se enlazaba con el del último. Entendiendo, pues, que se les pronosticaba su ruina, con la mira de conjurada dando la muerte al hijo de Eecion que estaba ya para nacer, llevaban su intriga con sumo secreto. En efecto, luego que parió dicha mujer destinan al pueblo en que vivía Eecion diez de su mismo gremio o clase, con orden de quitar la vida al niño recién nacido. Llegados a Petra, entran en el patio de la casa de Eecion y preguntan por el chiquillo. Labda la coja, que estaba lejos de imaginar que vinieran con ánimo dañado, antes se lisonjeaba de que aquella visita de los magnates se le hacía en atención a su padre, para congratularse con ella por su feliz alumbramiento, se lo presenta y lo pone en brazos de uno de los diez, y si bien ellos al venir hablan entre sí concertado que el primero que al niño cogiera le estrellara luego contra el suelo, quiso con todo la buena suerte, cuando Labda dejó a su hijo en brazos de aquél, que se sonriese el niño, mirando blandamente al que iba a recibirle, sonrisa que atentamente observada movió a ternura al primero que le había recibido, y le hizo tal impresión, que en vez de dar con el niño en el suelo, lo entregó al segundo y éste al tercero, de suerte que fue pasando de mano en mano por los diez infanticidas, sin que ninguno se atreviera a ensangrentar las suyas en aquella víctima de la ambición. Vuelto, pues, el hijo a la madre y salidos del atrio, se pararon ante la puerta misma de la casa, y empezaron a culparse unos a otros, pero sobre todo al primero que la recibió, por no haber ejecutado la orden que traían. No pasó mucho rato sin que se resolviesen a entrar de nuevo en la casa y concurrir todos aunados a la muerte del niño. Mas todo en vano, que el destino fatal de Corinto era, señores, que le viniera el azote de la casa de Eceion: porque Labda iba entretanto escuchando detrás de la puerta todo aquel discurso de muerte, y recelando luego que mudando de parecer y entrando segunda vez le matasen la infeliz criatura, tórnala solicita, y va afanada a esconderla donde se le ofrece que nadie lo había de sospechar, que fue bajo un celemín, bien persuadida que vueltos los diez nobles sayones no dejarían sin duda arca, ni rincón, ni escondrijo que registrar. En efecto, así fue: entran segunda vez, y todo era buscar por una y otra parta el niño, pero viendo que no podían dar con él, resolviéronse por fin a regresar y decir a los que les enviaban que todo se había hecho conforme a las órdenes dadas, y vueltos a los suyos, así realmente se lo dijeron, íbase criando después el niño, que de tal riesgo a dicha se había escapado, en casa de su padre Eecion, y por ya buena suerte de haberse librado del peligro debajo del celemín, en griego Cipsele, quedósele en adelante el nombre de Cipselo. Llegado ya a la mayor edad, diósele a una consulta que en Delfos hacía una respuesta ambigua y enrevesada, por la cual gobernándose después y esperanzado mucho en ella, logró salir con su empresa y apoderarse del dominio de Corinto. La respuesta era de este tenor: «¿Veis el gran varón que llega dentro de mi atrio, Cipselo el Eecida? rey será de la esclarecida Corinto con su prole, pero no con la prole de su prole.» Tal fue el oráculo: Cipselo llegó a ser señor de Corinto, y con esto un tirano que a muchos corintios desterró, a muchos quitó los bienes, patria y vida, después de un gobierno de treinta años, habiendo tenido la fortuna de morir en paz y en su cama: sucedióle en la tiranía su hijo Periandro, quien aunque en los principios de su gobierno se mostraba más humano y blando que su padre, con todo, por haber después comunicado por medio de unos mensajeros con el otro tirano de Mileto, el célebre Trasíbulo, llegó a hacerse mucho más cruel y sanguinario que el mismo Cipselo. Es preciso saber que envió Periandro un embajador a Trasíbulo con la comisión de preguntarle de qué medios se podría valer para estar más seguro en su dominio y para gobernar mejor su estado: pues bien, saca Trasíbulo al enviado de Periandro a paseo fuera de la ciudad, y éntrase con él por campo sembrado, y al tiempo que va pasando por aquellas sementeras le pregunta los motivos de su venida, y vuelve a preguntárselos una, y otra, y muchas veces. Era empero de notar que no paraba entretanto Trasíbulo de descabezar las espigas que entre las demás veía sobresalir, arrojándolas de sí luego de cortadas, durando en este desmoche hasta que dejó talada aquella mies, que era un primor de alta y bella. Después de corrido así todo aquel campo, despachó al enviado a Corinto sin darle respuesta alguna. Apenas llegó el mensajero, cuando le preguntó Periandro por la respuesta, pero él le dijo: —«¿Qué respuesta, señor? ninguna me dio Trasíbulo,» y añadió que no podía acabar de entender cómo te hubiese enviado Periandro a consultar un sujeto tan atronado y falto de seso como era Trasíbulo, hombre que sin causa se entretenía en echar a perder su hacienda, y con esto dióle cuenta al cabo de lo que vio hacer a Trasíbulo. Mas Periandro dio al instante en el blanco, y penetró toda el alma del negocio, comprendiendo muy bien que con lo hecho le prevenía Trasíbulo que se desembarazase de los ciudadanos más sobresalientes del estado, y desde aquel punto no dejó ni maldad ni tiranía que no ejecutase en ellos, o manera que a cuantos había el cruel Cipselo dejado vivos o sin expatriar, a todos los mató o los desterró Periandro, aun más, despojó en un solo día por causa de su mujer Melisa, ya difunta, a las mujeres todas de Corinto. Había hecho que unos mensajeros enviados hacia los Tesprotos, allá cerca del río Aqueronte, consultasen al oráculo nigromántico acerca de cierto depósito de un huésped. Aparecióseles la difunta Melisa, les respondió que no manifestaría, al menos claramente, el lugar de aquel depósito, que les decía únicamente que por hallarse desnuda padecía mucho frío, pues de nada lo servían los vestidos en que la enterraron, no habiendo sido abrasados, y que buena prueba de ser verdad lo que decía podía ser para Periandro haber él mismo metido el pan en un horno frío. Después que se dio razón a Periandro de dicha respuesta, de cuya verdad le pareció ser prueba convincente esta última indicación, por cuanto había conocido a Melisa después de muerta, sin más tardanza hace publicar luego un bando que todas las mujeres de Corinto concurran al Hereo o templo de Juno. Como si fueran ellas a celebrar alguna fiesta, iban allá con sus mejores adornos y vestidos, mientras que por medio de las guardias que tenía apostados en el templo iba despojándolas a todas, tanto a las amas como a las criadas, y acarreando después todas las galas a una grande hoya, las entregó a la hoguera el tirano, rogando e invocando a su Melisa, cuya fantasma, aplacada con este sacrificio, declaró el lugar del depósito a los diputados que segunda vez le envió Periandro. He aquí, oh lacedemonios, lo que es y lo que en una ciudad suele hacer la tiranía. Con toda verdad os digo que si antes quedamos los corintios confusos y admirados al saber que llevabais a ese Hipias, al oír ahora esa vuestra demanda nos hallamos aquí suspensos y atónitos. En suma, conjurándoos por los dioses de la Grecia, os pedimos y suplicamos, oh lacedemonios, que no intentéis autorizar la tiranía ni introducir el despotismo en las ciudades. Y si obstinados contra las leyes divinas y humanas porfiareis en restituir a Atenas a ese vuestro Hipias, protestando desde ahora solemnemente nosotros los de Corinto, os declaramos que no consentimos en ello.»

  • Porfiareis conjugación de porfiar, 2ª persona plural del futuro de subjuntivo de porfiar, verbo intransitivo, 2ª persona plural del futuro de subjuntivo de porfiar
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