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César Vallejo

despedida recordando un adiós

-- de César Vallejo --

Al cabo, al fin, por último,
tomo, volví y acábome y os gimo, dándoos
la llave, mi sombrero, esta cartita para todos.
Al cabo de la llave está el metal en que aprendiéramos
a desdorar el oro, y está, al fin
de mi sombrero, este pobre cerebro mal peinado,
y, último vaso de humo, en su papel dramático,
yace este sueño práctico del alma.
¡Adiós, hermanos san pedros,
heráclitos, erasmos, espinosas!
¡adiós, tristes obispos bolcheviques!
¡adiós, gobernadores en desorden!
¡adiós, vino que está en el agua como vino!
¡adiós, alcohol que está en la lluvia!
¡adiós también, me digo a mí mismo,
adios, vuelo formal de los milígramos!
¡también adiós, de modo idéntico,
frío del frío y frío del calor!
al cabo, al fin, por último, la lógica,
los linderos del fuego,
la despedida recordando aquel adiós.

Poema despedida recordando un adiós de César Vallejo con fondo de libro

Carolina Coronado

¡no hay nada más triste que el último adiós!

-- de Carolina Coronado --

Si dos con el alma se amaron en vida
y al fin se separan en vida los dos.
¿Sabéis que es tan grande la pena sentida
que nada hay más triste que el último adiós!
en esa palabra que breve murmuran,
en ese gemido que exhalan los dos,
ni verse prometen, ni amarse se juran,
que en esa palabra se dicen ¡adiós!
no hay queja más honda, suspiro más largo
que aquella palabra que dicen los dos:
el alma se entrega a horrible letargo;
la vida se acaba diciéndose ¡adiós!
al fin ha llegado la muerte en la vida,
y al fin para entrambos morimos los dos;
al fin ha llegado la hora cumplida,
la hora más triste... El último ¡adiós!
ya nunca en la vida, gentil compañero,
ya nunca volvemos a vernos los dos;
por eso es tan triste mi acento postrero,

Poema ¡no hay nada más triste que el último adiós! de Carolina Coronado con fondo de libro

Líber Falco

La moneda

-- de Líber Falco --

Mira cómo los niños,
en un aire y tiempo de otro tiempo,
ríen.
Cómo en su inocencia,
la Tierra es inocente
y es inocente el hombre.
Míralos cómo al descubrir la muerte
mueren, y ya definitivamente
ya sus ojos y dientes
comienzan a crecer junto a las horas.

Deja que ellos guarden sin saberlo,
el secreto último de su inocencia
nuestro último sueño, ya olvidado.

Cuando todo termine,
deja que un niño lleve
nuestra única y última
moneda.

Poema La moneda de Líber Falco con fondo de libro

Jorge Luis Borges

un lobo

-- de Jorge Luis Borges --

Furtivo y gris en la penumbra última,
va dejando sus rastros en la margen
de este río sin nombre que ha saciado
la sed de su garganta y cuyas aguas
no repiten estrellas. Esta noche,
el lobo es una sombra que está sola
y que busca a la hembra y siente frío.
Es el último lobo de inglaterra.
Odín y thor lo saben. En su alta
casa de piedra un rey ha decidido
acabar con los lobos. Ya forjado
ha sido el fuerte hierro de tu muerte.
Lobo sajón, has engendrado en vano.
No basta ser cruel. Eres el último.
Mil años pasarán y un hombre viejo
te soñará en américa. De nada
puede servirte ese futuro sueño.
Hoy te cercan los hombres que siguieron
por la selva los rastros que dejaste,
furtivo y gris en la penumbra última.



Josefina Pla

déjame ser

-- de Josefina Pla --

Deja llevarme mi última aventura.
Déjame ser mi propio testimonio,
y dar fe de mi propia
desmemoria.
Déjame diseñar mi último rostro,
apretar en mi oído los pasos de la lluvia
borrándome el adiós definitivo.

Déjame naufragar asida
a un paisaje, una nube,
al vuelo humilde de un gorrión,
a un brote renaciente,
o siquiera al relámpago
que abra en dos mi último cielo.

Sujétame los brazos.
Engrilla mis tobillos,
empareda mis párpados.
Pero tatuada una flor en la pupila,
crucificada un alba debajo de la frente,
acurrucado un beso en la raíz de la lengua,
déjame ser mi propio testimonio.



César Vallejo

por último, sin ese buen aroma sucesivo

-- de César Vallejo --

Por último, sin ese buen aroma sucesivo,
sin él,
sin su cuociente melancólico,
cierra su manto mi ventaja suave,
mis condiciones cierran sus cajitas.
¡Ay, cómo la sensación arruga tánto!
¡ay, cómo una idea fija me ha entrado en una uña!
albino, áspero, abierto, con temblorosa hectárea,
mi deleite cae viernes,
mas mi triste tristumbre se compone de cólera y tristeza
y, a su borde arenoso e indoloro,
la sensación me arruga, me arrincona.
Ladrones de oro, víctimas de plata:
el oro que robara yo a mis víctimas,
¡rico de mí olvidándolo!
la plata que robara a mis ladrones,
¡pobre de mí olvidándolo!
execrable sistema, clima en nombre del cielo, del bronquio y laquebrada,
la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre...



Arturo Borja

Por el camino de las quimeras

-- de Arturo Borja --

Para Carmen Rosa

Fundiendo el oro
de tu belleza con el tesoro
de mi tristeza,
fabricaré yo un cáliz de áurea realeza
en donde, juntos, exprimiremos
el ustorio racimo de los dolores,
en donde, juntos, abrevaremos
nuestros amores...
Será una copa sacra. Labios humanos
no mojarán en ella;
decorarán sus bordes lirios gemelos como tus manos
como tus labios habrá pétalos rojos,
y en su fondo un zafiro que fue una estrella
como tus Ojos. . .
El sortilegio
declinará. La magia de nuestro encanto
tendrá un veneno de sacrilegio;
la última gota
la absorberemos, locos, mezclada en llanto;
la copa rota,
se perderá, camino de las quimeras ...
Tú estarás medio muerta. Mi último beso
morirá en tus ojeras,
mi último beso
se alejará, camino de las quimeras...



José Ángel Buesa

último poema

-- de José Ángel Buesa --

Otra vez tus caminos me llevan hacia el alba,
cuando ya en mi sonrisa murió el último niño.
Otra vez esa flecha clavándose en la noche,
y esa lluvia de otoño para soñar contigo.
Otra vez esas manos alzándose hacia el sueño,
y estas sordas raices sedientas de rocío.
Y el profundo desastre de crecer en la sombra,
con los ojos cerrados y los brazos vacíos.
Otra vez esa antorcha que extenúa mi sangre,
y ese silencio oscuro que alarga su latido.
Oh, corazón de fiebre en la floresta negra,
muriendo lentamente y eternamente vivo.
Oh, si, otra vez y siempre, morir en cada estrella,
y encender esa lámpara que se apagó de frío.
¡Oh, si, otra vez y siempre, hasta morir la vida;
otra vez hacia el alba por todos los caminos!



José Ángel Buesa

último amor

-- de José Ángel Buesa --

Yo andaba entre la sombra,
cuando como un fulgor llegaste tú; de pronto,
con el último amor.
Pero bastó un efluvio de antiguas primaveras
para reconocerte, para saber quién eras.
Y eras la misteriosa mujer desconocida
que entristeció de un sueño lo mejor de mi vida;
la de las tardes grises y los claros de luna,
la que busqué entre tantas y no encontré en ninguna.
Y hoy tal vez como un premio, tal vez como un castigo,
lo mejor de mi vida será morir contigo.
He pensado esta noche, sintiéndote tan mía
que así como llegaste, pudieras irte un día.
Lo he pensado eso es todo, pero si sucediera,
dejaré que te vayas sin un adiós siquiera.
Y cuando te hayas ido yo que nunca me quejo,
me vestiré de luto y aprenderé a ser viejo.
Pero si me muriera sin poder olvidarte
y después de la muerte se llega a alguna parte;
preguntaré si hay sitio, para mí, junto a ti.
Y dios, seguramente, responderá que sí.



Miguel Unamuno

Pasado y porvenir

-- de Miguel Unamuno --

A la yerba que cubre tu morada
de queda y donde tu alma en su capullo
de polvo espera, arráncale un murmullo
la lluvia que del cielo derramada

la hiere. La canción es encantada
del último misterio, es el arrullo
de nuestro último amor, el dulce abrullo
de nuestra madre Tierra, ya cansada



José de Diego

maría de pacheco

-- de José de Diego --

Aun flotaba, en la atmósfera sangrienta
de los batidos campos de castilla,
el último suspiro de padilla
el último rumor de la tormenta.

De muerte herida, la viuda alienta
y a los verdugos de la patria humilla...
¡Fue un rayo aquel que todavía brilla,
del pueblo gloria, del tirano afrenta!

villalar dio principio al desenfreno
y, cuando todo es aparente calma,
la aristocracia se juzgó triunfante...

¡Guardaba iberia, en el materno seno,
para un emperador, hombre sin alma,
una mujer con alma de gigante!



Blanca Andreu

así morirán mis manos oliendo a espliego falso

-- de Blanca Andreu --

Así morirán mis manos oliendo a espliego falso
y morirá mi cuello hecho de musgo,
así morirá mi colonia de piano y de tinta.
Así la luz rayada,
la forma de mi forma,
mis calcetines de hilo,
así mi pelo que antes fue barba bárbara de babilonios
decapitados por semíramis.
Por último mis senos gramticalmente elípticos
o las anchas caderas que tanto me hicieron llorar.
Por último mis labios que demasiado feroces se volvieron,
el griego hígado,
el corazón medieval,
la mente sin cabalgadura.
Así morirá mi cuerpo de arco cuya clave es ninguna,
es la música haciendo de tiempo,
verde música sacra con el verde del oro.



Adelardo López de Ayala

El sueño (López de Ayala)

-- de Adelardo López de Ayala --

Sueño, que lento y pesado
mis sentidos acometes,
y uno a uno los sometes
a tu imperio dilatado:

tú en prisión pones la vista
y gusto y tacto en olvido:
pierde el olfato la pista,
y, aunque el último, el oído
también cede a tu conquista

Y así dominas el fuerte,
y dejas de guarnición
la eficaz respiración
para que impida a la muerte
quitarte su posesión.

Ya sé que al cuerpo te agrada
ver en nada transformado...
¡Y el cuerpo vil es muy dado
a transformarse en la nada!

Mas, cuando pones en calma
el corpachón, que es más fuerte,
dime, tití de la muerte:
¿en qué se entretiene el alma?



Alejandra Pizarnik

la enamorada

-- de Alejandra Pizarnik --

Esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.

Hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!



Alejandra Pizarnik

la jaula

-- de Alejandra Pizarnik --

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.



Alfonsina Storni

El cazador de paisajes

-- de Alfonsina Storni --

Levantado
sobre tu dos piernas,
como la torre
en la llanura,
tu cabeza perfecta
cazaba paisajes.

Ya el sol,
último pez del horizonte.
Ya las colinas,
pequeños senos
cubiertos de vello
dorado.



Amado Nervo

el éxodo y las flores del camino (1902). viejo estribillo

-- de Amado Nervo --

¿quién es esa sirena de la voz tan doliente,
de las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
es un rayo de luna que se baña en la fuente,
es un rayo de luna...
¿Quién gritando mi nombre la morada recorre?
¿quién me llama en las noches con tan trémulo acento?
es un soplo de viento que solloza en la torre,
es un soplo de viento...
Di, ¿quién eres, arcángel cuyas alas se abrasan
en el fuego divino de la tarde y que subes
por la gloria del éter? son las nubes que pasan;
mira bien, son las nubes...
¿Quién regó sus collares en el agua, dios mío?
lluvia son de diamantes en azul terciopelo...
Es la imagen del cielo que palpita en el río,
es la imagen del cielo...
¡Oh señor! la belleza sólo es, pues, espejismo;
nada más tú eres cierto: ¡sé tú mi último dueño!
¿dónde hallarte, en el éter, en la tierra, en mí mismo?
un poquito de ensueño te guiará en cada abismo,
un poquito de ensueño...



Amado Nervo

hay que...

-- de Amado Nervo --

Hay que andar por el camino
posando apenas los pies;
hay que ir por este mundo
como quien no va por él.
La alforja ha de ser ligera,
firme el báculo ha de ser,
y más firme la esperanza
y más firme aún la fe.
A veces la noche es lóbrega;
mas para el que mira bien
siempre desgarra una estrella
la ceñuda lobreguez.
Por último, hay que morir
al deseo y al placer,
para que al llegar la muerte
a buscarnos, halle que
ya estamos muertos del todo,
no tenga nada que hacer
y se limite a llevarnos
de la mano por aquel
sendero maravilloso
que habremos de recorrer,
libertados para siempre
de tiempo y espacio. ¡Amén!



Amado Nervo

Viejo estribillo

-- de Amado Nervo --

¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
de las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
-Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
es un rayo de luna...

¿Quién gritando mi nombre la morada recorre?
¿Quién me llama en las noches con tan trémulo acento?
-Es un soplo de viento que solloza en la torre,
es un soplo de viento...

Dí, quién eres, arcángel cuyas alas se abrasan
en el fuego divino de la tarde y que subes
por la gloria del éter? -Son las nubes que pasan;
mira bien, son las nubes...

¿Quién regó sus collares en el agua, Dios mío?
Lluvia son de diamantes en azul terciopelo...
-Es la imagen del cielo que palpita en el río,
es la imagen del cielo...

¡Oh Señor! La belleza sólo es, pues, espejismo;
nada más Tú eres cierto: ¡Se Tú mi último Dueño!
¿Dónde hallarte, en el éter, en la tierra, en mí mismo?
-Un poquito de ensueño te guiará en cada abismo,
un poquito de ensueño...



Lope de Vega

Al rey Nino, Semíramis famosa

-- de Lope de Vega --

Al rey Nino, Semíramis famosa
por último pidió de tantos dones
el cetro, que tan bárbaras naciones
redujo a paz y a sujeción forzosa.

Rendida pues la mano victoriosa
a la lasciva, humillan sus blasones
los capitanes, y entre mil pendones
corona de laurel su frente hermosa.

«Pasadle el pecho, dijo, pues ya reino,
con una flecha de una persa aljaba,
que no quiere el gobierno compañía».

Perdiendo Nino, en fin, vida, honor, reino,
dijo muriendo: «Justamente acaba
con muerte vil quien de mujer se fía».



Lope de Vega

Del templo de la fama en alta parte

-- de Lope de Vega --

Del templo de la Fama en alta parte
vi diez, los que hasta ahora fueron nueve;
aquél por quien Apolo no se mueve
formaba un mármol excediendo el arte.

Con el rey de Sión estaba aparte
Gedeón, cuya gente en Acab bebe;
el que a rendir la tierra y mar se atreve,
y Arturo con el ánglico estandarte;

Héctor, César, y Carlos, con Gofredo,
que el gran sepulcro libertó de Cristo;
mas cuando entre los diez, (para alabarlos),

reconocer el último no puedo,
oigo una voz que dijo: «A los que has visto
dio luz, y quito fama el Quinto Carlos».



Lope de Vega

Entre las soledades, don Francisco

-- de Lope de Vega --

Entre las soledades, don Francisco,
donde el último Nilo se derrama,
ni vive fiera en campo, ni ave en rama,
ni gitano pastor conduce aprisco.

Apenas nace al sol verde lentisco
cuando es ceniza de su ardiente llarna
aquí llorando me llamó una dama
desde la punta de un excelso risco.

Enternecido yo (piedad humana),
mas si queréis que os cuente alguna cosa
sabed que lo soñaba esta mañana,

cuando el rocío del aurora hermosa
en copa de cristal teñida en grana
con brindis al jazmín, bebió la rosa.



Lope de Vega

Lágrimas, que partiendo de mi cielo

-- de Lope de Vega --

Lágrimas que partiendo de mi cielo
los rayos de su sol oscurecistes,
bañando el rostro mío, en que imprimistes
cristal, aljófar, llanto, fuego y hielo;

dulce seguridad de mi recelo
en quien mil firmes de lealtad me distes,
de tanta ausencia y soledades tristes
vosotras sois el último consuelo.

En fin bebí vuestro licor suave,
con cuya lluvia, como firme palma,
nació en el alma la esperanza mía.

Que no es posible que sin causa grave
se viera el cielo entonces todo en calma,
llorara el sol y se turbara el día.



Lope de Vega

¡Oh corazón más duro que diamante!

-- de Lope de Vega --

¡Oh corazón más duro que diamante!,
¿qué repugnancia es ésta que te oprime?
¿No basta que con viva voz te anime
aquel lince del alma penetrante?
¿Qué importa el apetito repugnante
contra el objeto que su luz te imprime,
si la eficaz razón que le reprime,
no deja que del suelo se levante?
Ánimo, pues, que la vitoria es tuya,
no pierdas tiempo, si el perdido sobra,
antes que mi proceso se concluya.
Pon los deseos, pues te importa, en obra,
no des lugar que la ocasión se huya,
que el último fin tan mal se cobra.



Luis Muñoz Rivera

judas

-- de Luis Muñoz Rivera --

Eras inquieto, altivo, belicoso,
batallador, resuelto;
a duda, el hondo mal de nuestro
siglo turbaba tu cerebro.

Se desbordaba en ímpetus rebeldes
tu carácter soberbio,
como del etna se desborda el cráter
en láminas de fuego.

De patrio ardor henchido, no tenía
tu corazón entero,
para el dolor latidos miserables,
ni fibras para el miedo.

Brillaba fulgurante en tus pupilas
la chispa del talento;
alma de tempestad, frente de apóstol
y músculos de hierro.

Y te vendiste... La calumnia infame
manchó tus labios trémulos;
fue un pobre resto de vergüenza ¡el último¡
a sacudir tus nervios;

lo que tienes del afrecha en la sangre
se sublevó violento;
todo lo que hubo en ti de grande
rodó con brusco estrépito

y en tu obra gozaron los verdugos;
y, de tu hazaña en premio,
a tus pies arrojaron la moneda;
a tu rostro el desprecio.

....

Si no apuraste ya, con firme pulso,
el porno de veneno;
si respiras aún, traidor... ¿Qué hiciste
de los treinta dineros?



Luis Rosales

la última luz

-- de Luis Rosales --

La última luz
eres de cielo hacia la tarde, tienes
ya dorada la luz en las pupilas,
como un poco de nieve atardeciendo
que sabe que atardece.
Y yo querría
cegar del corazón, cegar de verte
cayendo hacia ti misma
como la tarde cae, como la noche
ciega la luz del bosque en que camina
de copa en copa cada vez más alta,
hasta la rama isleña, sonreída
por el último sol,
¡y sé que avanzas
porque avanza la noche! y que iluminas
tres hojas solas en el bosque,
y pienso
que la sombra te hará clara y distinta,
que todo el sol del mundo en ti descansa,
en ti, la retrasada, la encendida
rama del corazón en la que aún tiembla
la luz sin sol donde se cumple el día.



Luis Rosales

ayer vendrá

-- de Luis Rosales --

Ayer vendrá
la tarde va a morir; en los caminos
se ciega triste o se detiene un aire
bajo y sin luz; entre las ramas altas,
mortal, casi vibrante,
queda el último sol; la tierra huele,
empieza a oler; las aves
van rompiendo un espejo con su vuelo;
la sombra es el silencio de la tarde.
Te he sentido llorar: no sé a quién lloras.
Hay un humo distante,
un tren, que acaso vuelve, mientras dices:
soy tu propio dolor, déjame amarte.



Líber Falco

Nuestra España

-- de Líber Falco --

Ahí yacen y esperan debajo de la tierra,
muertos que por las noches escuchan una estrella.
Mas, son millones los astros y en el silencio ruedan.
Son millones los muertos y en el silencio esperan.

Ahí yacen.
Bajo la tierra gime, no acabada,
endurecida en su último gesto,
la risa confiada de los niños
y aquel soldado, Pedro Rojas,
vivando un canto fraternal y nuestro.

Ahí yacen.
Oh! amor de siempre, sepultado.
Oh! dulce rostro de lo amado y bueno.
Pueblo, piedras, árboles.
Pueblo y pueblo, ya olvidado.

Ahí yacen.
Oh! madre nuestra
muerta y rediviva,
siempre.



Jacinto de Salas y Quiroga

El soldado

-- de Jacinto de Salas y Quiroga --

Caballito, caballito,
el de la cola rizada,
hoy me dijo el capitán
que me puedo ir a mi casa.
Hace ya más de ocho años
que no duermo en buena cama,
que vivo sin padre y madre,
sin hermanos, sin hermanas,
que no tengo quien me cosa,
ni quien me diga: ¿qué extrañas?
Ya se acaban mis trabajos...
A Dios, caballo del alma;
cuando mi madre me abrace
le diré: «Sólo me falta
mi caballo para ser
dichoso, madre adorada».

Así decía el Soldado,
luego con dolor y calma
fue a casa del Capitán
Y recibió sin tardanza
su licencia. ¡Pobrecillo!
Quiso volver a la cuadra
a dar el último abrazo
al de la cola rizada.
Ve al caballo, y sin querer
una lágrima se escapa
de sus ojos... «Caballito,
caballito de mi alma,
no veré más a mi madre,
dormiré sobre unas tablas,
llevaré palos del cabo,
más cuidaré tu cebada.
No, no te puedo dejar...
Vales tú más que mi casa».

Dijo, y rompió la licencia.
¡Pobre! Volvió a sentar plaza.



Jaime Sabines

mi corazón emprende...

-- de Jaime Sabines --

Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo
último viaje.
Retoño de la luz,
agua de las edades que en ti, perdida, nace.
Ven a mi sed. Ahora.
Después de todo. Antes.
Ven a mi larga sed entretenida
en bocas, escasos manantiales.
Quiero esa arpa honda que en tu vientre
arrulla niños salvajes,
quiero esa tensa humedad que te palpita ,
esa humedad de agua que te arde.
Mujer, músculo suave.
La piel de un beso entre tus senos
de oscurecido oleaje
me navega en la boca
y mide sangre.
Tú también. Y no es tarde.
Aún podemos morirnos uno en otro:
es tuyo y mío ese lugar de nadie.
Mujer, ternura de odio, antigua madre,
quiero entrar, penetrarte,
veneno, llama, ausencia,
mar amargo y amargo, atravesarte.
Cada célula es hembra, tierra abierta,
agua abierta, cosa que se abre.
Yo nací para entrarte.
Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante.
Por conocerte estoy,
grano de angustia en corazón de ave.
Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres
tendrán un hombre encima en todas partes.



Jorge Isaacs

LA AGONÍA DEL HÉROE

-- de Jorge Isaacs --

Al fin de la batalla, y expirante
Sobre el caballo muerto,
Lo encontré en la ribera,
Rota la espada que empuñó triunfante,
Tinta en sangre a sus pies nuestra bandera.

La cabeza en mi pecho reclinada,
Un último destello
Del alma iluminó su rostro bello:
Trémulo el labio, turbia la mirada,
Dijo al asirse, ahogándose, a mi cuello:
"¡Ingratitud!... Mentía...
Que la perdono di.... ¡Ya nunca mía!"



Jorge Luis Borges

la cierva blanca*

-- de Jorge Luis Borges --

¿de qué agreste balada de la verde inglaterra,
de qué lámina persa, de qué región arcana
de las noches y días que nuestro ayer encierra,
vino la cierva blanca que soñé esta mañana?
duraría un segundo. La vi cruzar el prado
y perderse en el oro de una tarde ilusoria,
leve criatura hecha de un poco de memoria
y de un poco de olvido, cierva de un solo lado.
Los númenes que rigen este curioso mundo
me dejaron soñarte pero no ser tu dueño;
tal vez en un recodo del porvenir profundo
te encontraré de nuevo, cierva blanca de un sueño.
Yo también soy un sueño fugitivo que dura
unos días más que el sueño del prado y la blancura.
* Los devotos de una métrica rigurosa pueden leer de este modo el último verso:
un tiempo más que el sueño del prado y lablancura.
Debo esta variación a alicia jurado.



Jorge Luis Borges

el ángel

-- de Jorge Luis Borges --

Que el hombre no sea indigno del ángel
cuya espada lo guarda
desde que lo engendró aquel amor
que mueve el sol y las estrellas
hasta el último día en que retumbe
el trueno en la trompeta.
Que no lo arrastre a rojos lupanares
ni a los palacios que erigió la soberbia
ni a las tabernas insensatas.
Que no se rebaje a la súplica
ni al oprobio del llanto
ni a la fabulosa esperanza
ni a las pequeñas magias del miedo
ni al simulacro del histrión;
el otro lo mira.
Que recuerde que nunca estará solo.
En el público día o en la sombra
el incesante espero lo atestigua;
que no macule su cristal una lágrima.
Señor, que al cabo de mis días en la tierra
yo no deshonre al ángel.



Jorge Luis Borges

afterglow

-- de Jorge Luis Borges --

Siempre es conmovedor el ocaso
por indigente o charro que sea,
pero más conmovedor todavía
es aquel brillo desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último se ha hundido.
Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
esa alucinación que impone al espacio
el unánime miedo de la sombra
y que cesa de golpe
cuando notamos su falsía,
como cesan los sueños
cuando sabemos que soñamos.



Josefina Pla

soy

-- de Josefina Pla --

Carne transida, opaco ventanal de tristeza,
agua que huye del cielo en perpetuo temblor;
vaso que no ha sabido colmarse de pureza
ni abrirse ancho a los negros raudales del horror.

¡Ojos que no sirvieron para mirar la muerte,
boca que no ha rendido su gran beso de amor!
manos como dos alas heridas: ¡diestra inerte
que no consigue alzarse a zona de fulgor!

planta errátil e incierta, cobarde ante el abrojo,
reacia al duro viaje, esquiva al culto fiel;
¡rodillas que el placer no hincó ante su altar rojo,
mas que el remordimiento no ha logrado vencer!

garganta temerosa del entrañable grito
que desnuda la carne del último dolor:
¡lengua que es como piedra al dulzor infinito
de la verdad postrera dormida en la pasión!

haz de inútiles rosas, agostándose en sombra,
pozo oculto que nunca abrevó una gran sed;
prado que no ha podido amansarse en alfombra,
¡pedazo de la muerte, que no se sabe ver!



Josefina Pla

tan sólo

-- de Josefina Pla --

...tan sólo una mirada,
una pupila sólo para todas las cosas.
Para la aurora y el ocaso,
para el amor y el odio,
para el amante y el verdugo,
la paloma y la víbora,
la estrella y la luciérnaga.

Solamente unas manos
para el cáliz y el látigo,
para la rosa y para el cacto.
Solamente unas manos
para la arena y el rocío,
para mecer la cuna,
y acariciar la sien del esperado,
y abrir el último agujero.

Una boca tan sólo
para el beso y el grito
y para la oración y la blasfemia.
Para el suspiro y la mentira,
para el perdón
y la condena.

Y tan sólo una sangre
para escuchar el tiempo,
para regar los sueños,
para comprar la herida y la agonía,
y destilar las lágrimas.

Ah, tan sólo una sangre
una boca, unas manos,
una mirada solo.



César Vallejo

Trilce: XXXII

-- de César Vallejo --

999 calorías
Rumbbb...Trrrapprrr rrach...Chaz
Serpentínica u del dizcochero
engirafada al tímpano.

Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.

1,000 Calorías.
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavado y le alborota los cascos
al más frío.

Remeda al cuco: Roooooooeeeis...
Tierno autocarril, móvil de sed,
que corre hasta la playa.

Aire, aire! Hielo!
Si al menos el calor ( Mejor
no digo nada.

Y hasta la misma pluma
con que escribo por último se troncha.

Treinta y tres trillones trescientos treinta
y tres calorías.



César Vallejo

Trilce: XLII

-- de César Vallejo --

Esperaos. Ya os voy a narrar
todo. Esperaos sossiegue
este dolor de cabeza. Esperaos.

¿Dónde os habéis dejado vosotros
que no hacéis falta jamás?

Nadie hace falta! Muy bien.

Rosa, entra del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa:
ni sabes a dónde voy.

¿Aspa la estrella de la muerte?
O son extrañas máquinas cosedoras
dentro del costado izquierdo.
Esperaos otro momento.

No nos ha visto nadie. Pura
búscate el talle.
¡A dónde se han saltado tus ojos!

Penetra reencarnada en los salones
de ponentino cristal. Suena
música exacta casi lástima.

Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! No salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo ay.

Paletada facial, resbala el telón
cabe las conchas.
Acrisis. Tilia, acuéstate.



César Vallejo

esperaos. ya os voy a narrar

-- de César Vallejo --

xlii
esperaos. Ya os voy a narrar
todo. Esperaos sossiegue
este dolor de cabeza. Esperaos.
¿Dónde os habéis dejado vosotros
que no hacéis falta jamás?
nadie hace falta! muy bien.
Rosa, entra del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa:
ni sabes a dónde voy.
¿Aspa la estrella de la muerte?
o son extrañas máquinas cosedoras
dentro del costado izquierdo.
Esperaos otro momento.
No nos ha visto nadie. Pura
búscate el talle.
¡A dónde se han saltado tus ojos!
penetra reencarnada en los salones
de ponentino cristal. Suena
música exacta casi lástima.
Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! no salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo ay.
Paletada facial, resbala el telón
cabe las conchas.
Acrisis. Tilia, acuéstate.



César Vallejo

999 calorías

-- de César Vallejo --

xxxii
999 calorías
rumbbb... Trrraprrrr rrach... Chaz
serpentínica u del bizcochero
engirafada al tímpano.
Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.
1,000 Calorías
azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavado y le alborota los cascos
al más frío.
Remeda al cuco; roooooooeeeis...
Tierno autocarril, móvil de sed,
que corre hasta la playa.
Aire, aire! hielo!
si al menos el calor (mejor
no digo nada.
Y hasta la misma pluma
con que escribo por último se troncha.
Treinta y tres trillones trescientos treinta
y tres calorías.



César Vallejo

¡de puro calor tengo frío

-- de César Vallejo --

¡de puro calor tengo frío,
hermana envidia!
lamen mi sombra leones
y el ratón me muerde el nombre,
¡madre alma mía!
¡al borde del fondo voy,
cuñado vicio!
la oruga tañe su voz,
y la voz tañe su oruga,
¡padre cuerpo mío!
¡está de frente mi amor,
nieta paloma!
de rodillas, mi terror
y de cabeza, mi angustia,
¡madre alma mía!
hasta que un día sin dos,
esposa tumba,
mi último hierro dé el son
de una víbora que duerme,
¡padre cuerpo mío!



César Vallejo

Rosa blanca

-- de César Vallejo --

Me siento bien. Ahora
brilla un estoico hielo
en mí.
Me da risa esta soga
rubí
que rechina en mi cuerpo.

Soga sin fin,
como una
voluta
descendente
de
mal...
Soga sanguínea y zurda
formada de
mil dagas en puntal.

Que vaya así, trenzando
sus rollos de crespón;
y que ate el gato trémulo
del Miedo al nido helado,
al último fogón.

Yo ahora estoy sereno,
con luz.
Y maya en mi Pacífico
un náufrago ataúd.



Dulce María Loynaz

cyrina

-- de Dulce María Loynaz --

I

la muerte la dobló sobre las rosas.
Una lumbre de luna mitigada en la niebla
cayó toda la noche sobre el túmulo
de rosas ahuecado para la niña muerta.

El pelo suelto y húmedo
del último sudor, la cabellera
que nadie peinaba ya más nunca,
caía con las flores y las hojas revuelta...

En los ojos abiertos y asombrados
se le cuajaban dos estrellas negras.

Ii

por la ventana abierta entraba el sol
y el olor de los campos sobre la niña muerta.
La caja tapizada parecía
un estuche de esencia.

Allá dentro la masa de cabellos
aplastaba las margaritas frescas.

Murió de madrugada y era dulce
como todas las niñas...

El olor del campo
se mezclaba al de la cera
derretida; sobre el cristal zumbaba
obstinada una abeja...

En los ojos abiertos bajo el vidrio
le cabía la muerte... ¡Toda entera!...



Enrique Lihn

álbum

-- de Enrique Lihn --

La claridad del día ya no es más
que el parpadeo de un ciego que se orienta por el sol
que el encuentro de la memoria y el álbum de la familia.
Nos orientamos hacia una falsa claridad memoriosa
y el sol de este verano es una cosa de ciegos,
pero el sueño lo sabe: estaríamos allí
si el último día no fuera sólo un día entreotros.



Enrique Lihn

el vaciadero

-- de Enrique Lihn --

No se renueva el personal de esta calle:
el elenco de la prostitución gasta su último centavo enmaquillaje
bajo una luz polvorienta que se le pega a la cara
una doble hilera de caries, dentadura de casas desmoronadas
es la escenografía de esta danza macabra
trivial bailongo sabatino en la pústula de la ciudad.
Es una cara conocida llena de
costurones con lívidas cicatrices
bajo unos centavos de polvo,
y que emerge de todas las grietas de la ciudad,
en este barrio más antiguo que el barrio de los alquimistas
como la cara sin cuerpo del caracol ofreciéndose
en los dos sexos de su cuello andrógino
blandamente fálico y untado de baba vaginal
el busto de un boxeador que muestra las tetas
en el marco de un socavón.
No avanza ni retrocede el río en ese tramo descolorido ybullente alrededor de la compuerta
el mecanismo de un reloj descompuesto cuelga como la tripa de un pescado
de la mesita de noche
entre los rizos de una peluca rosada
la fermentación de las aguas del tiempo que se enroscanalrededor del detritus
como el caracol en su concha
el éxtasis de lo que por fin sepudre para siempre.



Julián del Casal

el arte

-- de Julián del Casal --

Cuando la vida, como fardo inmenso,
pesa sobre el espíritu cansado
y ante el último dios flota quemado
el postrer grano de fragante incienso;
cuando probamos, con afán intenso,
de todo amargo fruto envenenado
y el hastío, con rostro enmascarado,
nos sale al paso en el camino extenso;
el alma grande, solitaria y pura
que la mezquina realidad desdeña,
halla en el arte dichas ignoradas,
como el alción, en fría noche oscura,
asilo busca en la musgosa peña
que inunda el mar azul de olas plateadas.



Olga Orozco

la víspera del prodigio

-- de Olga Orozco --

La niña se creía la única niña en el
mundo, acaso. ¿Sabía siquiera que
era una niña?
jules supervielle
la niña de alta mar
yo, el que vela arropado en la inocencia,
soy el que no partió cuando mi último soploextinguió la bujía.
Pero ¿quién descifró lentamente los fabulosossignos?
¡oh, lejano!
¿quién buscaba en las nubes el espejo donde duerme laimagen de secretos países?
¿quién oía otras voces quejándose en elviento contra el cristal golpeado?
¿quién inscribió con fuego su nombre en losmaderos para que fuese anuncio ardiente por las playas?
¡oh, mensajeros!
otro es el que se fue.
Mas por su rostro paso a veces como si aún se viera en el globoazogado de la infancia que el tiempo balancea;
y hasta mí llega a veces, tras las frondas errantes, el fulgorde su mísera realeza.
No me juzguéis ahora.
Esperadlo conmigo.
Su muerte ha de alcanzarme tanto como su vida.



Pablo Neruda

ausencia de joaquín

-- de Pablo Neruda --

Desde ahora, como una partida verificada lejos,
en funerales estaciones de humo o solitarios malecones,
desde ahora lo veo precipitándose en su muerte,
y detrás de él siento cerrarse los días del tiempo.
Desde ahora, bruscamente, siento que parte,
precipitándose en las aguas, en ciertas aguas, en ciertoocéano,
y luego, al golpe suyo, gotas se levantan, y un ruido,
un determinado, sordo ruido siento producirse,
un golpe de agua azotada por su peso,
y de alguna parte, de alguna parte siento que saltan y salpican estasaguas,
sobre mí salpican estas aguas, y viven como ácidos.
Su costumbre de sueños y desmedidas noches,
su alma desobediente, su preparada palidez,
duermen con él por último, y él duerme,
porque al mar de los muertos su pasión desplómase,
violentamente hundiéndose, fríamente asociándose.



Pablo Neruda

poema 6 veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924)

-- de Pablo Neruda --

Poema 6
te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.



Pablo Neruda

soneto xciii cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

Soneto xciii
si alguna vez tu pecho se detiene,
si algo deja de andar ardiendo por tus venas,
si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
si tus manos se olvidan de volar y se duermen,
matilde, amor, deja tus labios entreabiertos
porque ese último beso debe durar conmigo,
debe quedar inmóvil para siempre en tu boca
para que así también me acompañe en mi muerte.
Me moriré besando tu loca boca fría,
abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,
y buscando la luz de tus ojos cerrados.
Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
iremos confundidos en una sola muerte
a vivir para siempre la eternidad de un beso.



Pablo Neruda

barrio sin luz

-- de Pablo Neruda --

Barrio sin luz
¿se va la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
ayer mirando el último crepúsculo
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.
Las ciudades hollines y venganzas,
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas,
el jefe de ojos turbios.
Sangre de un arrebol sobre los cerros,
sangre sobre las calles y las plazas,
dolor de corazones rotos,
podre de hastíos y de lágrimas.
Un río abraza el arrabal
como una mano helada que tienta en las tinieblas:
sobre sus aguas se avergüenzan
de verse las estrellas.
Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.
Lejos... La bruma de las olvidanzas
humos espesos, tajamares rotos,
y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.
Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra.



Pedro Salinas

versos 702 a 739

-- de Pedro Salinas --

Versos 702 a 739
¡sí, todo con exceso:
la luz, la vida, el mar!
plural todo, plural,
luces, vidas y mares.
A subir, a ascender
de docenas a cientos,
de cientos a millar,
en una jubilosa
repetición sin fin,
de tu amor, unidad.
Tablas, plumas y máquinas,
todo a multiplicar,
caricia por caricia,
abrazo por volcán.
Hay que cansar los números.
Que cuenten sin parar,
que se embriaguen contando,
y que no sepan ya
cuál de ellos será el último:
¡qué vivir sin final!
que un gran tropel de ceros
asalte nuestras dichas
esbeltas, al pasar,
y las lleve a su cima.
Que se rompan las cifras,
sin poder calcular
ni el tiempo ni los besos.
Y al otro lado ya
de cómputos, de sinos,
entregamos a ciegas
¡exceso, qué penúltimo!
a un gran fondo azaroso
que irresistiblemente
está
cantándonos a gritos
fúlgidos de futuro:
«eso no es nada, aún.
Buscaos bien, hay más.»



Rafael de León

baladilla de los tres puñales

-- de Rafael de León --

He comprado tres puñales
para que me des la muerte...

El primero, indiferencia,
sonrisa que va y que viene
y que se adentra en la carne
como una rosa de nieve.

El segundo, de traición;
mi espalda ya lo presiente,
dejando sin primavera
un árbol de venas verdes.

Y el último acero frío,
por si valentía tienes
y me dejas, cara a cara,
amor, de cuerpo presente.

He comprado tres puñales
para que me des la muerte...



José María Eguren

favila

-- de José María Eguren --

En la arena
se ha bañado la sombra
una, dos
libélulas fantasmas...

Aves de humo
van a la penumbra
del bosque.

Medio siglo
y en el límite blanco
esperamos la noche.

El pórtico
con perfume de algas,
el último mar.

En la sombra
ríen los triángulos.



José María Hinojosa

ya no me besas

-- de José María Hinojosa --

Un viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.
El fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.
Aquella fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.
El rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.
Aquella fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.



José Ángel Buesa

poema de la espera

-- de José Ángel Buesa --

Yo sé que tú eres de otro. Y, a pesar de eso, espero.
Y espero sonriente, porque yo sé que un día,
como en amor el último vale más que el primero,
tú tendrás que ser mía.
Yo sé que tú eres de otro, pero eso no me importa,
porque nada es de nadie, si hay alguien que lo ansía,
y mi amor es tan largo, y la vida es tan corta,
que tendrás que ser mía.
Yo sé que tú eres de otro pero la sed se sacia
solamente, en el fondo de la copa vacía;
y, como la paciencia puede más que la audacia,
tú tendrás que ser mía.
Por eso, en lo profundo de mis sueños despiertos,
yo seguiré esperando, porque sé que algúndía
buscarás el refugio de mis brazos abiertos,
y tendrás que ser mía.



José Ángel Buesa

canción del viaje

-- de José Ángel Buesa --

Recuerdo un pueblo triste y una noche de frío
y las iluminadas ventanillas de un tren.
Y aquel tren que partía se llevaba algo mío,
ya no recuerdo cuándo, ya no recuerdo quién.
Pero sí que fue un viaje para toda la vida
y que el último gesto, fue un gesto de desdén,
porque dejó olvidado su amor sin despedida
igual que una maleta tirada en el andén.
Y así, mi amor inútil, con su inútil reproche,
se acurrucó en su olvido, que fue inútil también.
Como esos pueblos tristes, donde llueve de noche,
como esos pueblos tristes, donde no para el tren.



Juan Bautista Arriaza

Brindando en un convite de bodas

-- de Juan Bautista Arriaza --

Constante Celia, a quien la suerte en vano
contradijo un afecto generoso,
yo te aplaudo el placer de hacer dichoso
a quien se enlaza a tu preciosa mano.

Amor, que un tiempo te afligió tirano,
hoy te arrebata en carro victorioso,
y coronada de su mirlo hermoso
al tálamo nupcial te lleva ufano.

Al blando yugo allí rindes el cuello;
y, cediendo a la noche misteriosa,
te mira el sol en su último destello.

Con el cariño que una flor dichosa,
que hoy la deja botón cerrado y bello,
para verla mañana abierta rosa.



Juan Bautista Arriaza

Constante Celia

-- de Juan Bautista Arriaza --

Constante Celia, a quien la suerte en vano
contradijo un afecto generoso,
yo te aplaudo el placer de hacer dichoso
a quien se enlaza a tu preciosa mano.

Amor, que un tiempo te afligió tirano,
hoy te arrebata en carro victorioso,
y coronada de su mirlo hermoso
al tálamo nupcial te lleva ufano.

Al blando yugo allí rindes el cuello;
y, cediendo a la noche misteriosa,
te mira el sol en su último destello.

Con el cariño que una flor dichosa,
que hoy la deja botón cerrado y bello,
para verla mañana abierta rosa.



Félix María Samaniego

El brocal

-- de Félix María Samaniego --

El pozo de los padres trinitarios

tuvo brocales varios:

ya de mampostería,

ya de piedra de buena sillería,

en fin de berroqueño le pusieron,

el último que eterno ellos creyeron;

pero tal faena de sacar agua

en el convento había,

que al año ya tenía

el brocal una brecha grande y buena.

-¡Virgen!, el superior

dijo al saberlo,

que no sé ya qué materia hacerlo

para que no se roce o desmorone.

Llamar al albañil en el momento

a ver de qué dispone

se haga el brocal al pozo del convento.

El albañil llamado

al punto fue enterado,

y dijo: -Aquí lo que conviene

es hacer un brocal como

el que tiene mi mujer,

que ha veinte años cabalmente

que echo por él la soga de frecuente

con dos cubos que al par le han golpeado,

y ni una pizca se ha desmoronado.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima ii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
sin adivinarse dónde
temblando se clavará;
hoja del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde a caer volverá;
gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y no sabe
qué playa buscando va;
luz que en los cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
ignorándose cuál de ellos
el último brillará;
eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo, sin pensar
de dónde vengo, ni adónde
mis pasos me llevarán.



Gutierre de Cetina

por vos ardí, señora, y por vos ardo

-- de Gutierre de Cetina --

Y arder por vos mientras viviere espero,
o contraste el deseo el hado fiero,
o sea favorable al bien que aguardo.
Tan a lo vivo a penetrado el dardo
de amor, que cuando menos bien os quiero,
por vos deseo morir, y por vos muero,
y por vos sola de morir me guardo.
Vos el primer ardor fuisteis al alma,
vos último seréis en la última hora;
y creed a mi fe lo que os promete.
Bien podrá de mi muerte haber la palma,
más después se verá, cual es ahora,
pasar el fuego mío de allá de lete.



Salvador Díaz Mirón

Despedida al piano

-- de Salvador Díaz Mirón --

Tristes los ojos, pálido el semblante,
de opaca luz al resplandor incierto,
una joven con paso vacilante
su sombra traza en el salón incierto.

Se sienta al piano: su mirada grave
fija en el lago de marfil que un día
aguardó el beso de su mano suave
para rizarse en olas de armonía.

Agitada, febril, con insistencia
evoca al borde del teclado mismo,
a las hadas que en rítmica cadencia
se alzaron otra vez desde el abismo.

Ya de Mozart divino ensaya el estro,
de Palestrina el numen religioso,
de Weber triste el suspirar siniestro
y de Schubert el canto melodioso.

-¡Es vano! -exclamó la joven bella,
y apagó en el teclado repentino
su último son, porque sabía ella
que era inútil luchar contra el destino.

-Adiós -le dice-, eterno confidente
de mis sueños de amor que el tiempo agota,
tú que guardabas en mi edad riente
para cada ilusión alguna nota;

hoy mudo estás cuando tu amiga llega,
y al ver mi triste corazón herido,
no puedes darme lo que Dios me niega:
¡la nota del amor o del olvido!



Santiago Montobbio

sombra

-- de Santiago Montobbio --

Sombra
tras los llantos o el último gesto del sol
nada queda. Nada tras los llantos, los versos,
los retratos. Y una sombra dice que fue ella.
(Las sombras, ya se sabe, no quieren tener la culpa
de ser sombras y por eso buscan amantes, asesinas).
Una sombra dice que fue ella, sin cesar lo dice.
Al mismo sol, al papel mismo, a quien lo escuche.
Pero quizá no fue nadie y quizá fue nada.
Tras los llantos, versos y retratos quizá
fue sólo eso. Un nombre triste que se hizo pequeño.
Un nombre sin padres a quien extravió la vida.
Un nombre solo, no vaya a preocuparse nadie,
si fue la sombra de un nombre, la pobrecita,
la sombra de la nada aquella. Mas si nada fue,
y lugar no tuvo, dice que no quiere últimas patrias,
hechas con epitafios de yeso, la sombra ésta.
La sombra que en cada espejo con mi rostro aún veo,
la pobre y ésta que aborrece los epitafios y el yeso,
la que nada fue y la que nada pide. Nada.
Sólo nada. ¿No lo oís? dejadla quieta.



Al Alambra

-- de El Solitario --

Contempla, pasajero, la morada
que el árabe a su gloria alzó triunfante;
cómo la tiempo se rinde vacilante
su magnífica mole ya cascada.

La altivez de sus torres humillada,
de escombros llenó el pórtico arrogante,
y sin su azul el artesón brillante,
anuncia muerte al ánima angustiada.

Contempla bien cual queda sin colores
el morisco relieve y paramento,
borradas ya sus cifras y sus flores.

Míralo bien, que a paso menos lento,
el tiempo a ti también entre dolores,
traidor te acerca el último momento.



Sor Juana Inés de la Cruz

ante la ausencia

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

Divino dueño mío,
si al tiempo de partirme
tiene mi amante pecho
alientos de quejarse,
oye mis penas, mira mis males.
Aliéntese el dolor,
si puede lamentarse,
y a la vista de perderte
mi corazón exhale
llanto a la tierra, quejas al aire.
Apenas tus favores
quisieron coronarme,
dichoso más que todos,
felices como nadie,
cuando los gustos fueron pesares.
Sin duda el ser dichoso
es la culpa más grave,
pues mi fortuna adversa
dispone que la pague
con que a mis ojos tus luces falten,
¡ay, dura ley de ausencia!
¿quién podrá derogarte,
si a donde yo no quiero
me llevas, sin llevarme,
con alma muerta, vivo cadáver?
¿será de tus favores
sólo el corazón cárcel
por ser aun el silencio
si quiero que los guarde,
custodio indigno, sigilo frágil?
y puesto que me ausento,
por el último vale
te prometo rendido
mi amor y fe constante,
siempre quererte, nunca olvidarte



Vicente Huidobro

exprés

-- de Vicente Huidobro --

Una corona yo me haría
de todas las ciudades recorridas
londres madrid parís
roma nápoles zurich

silban en los llanos
locomotoras cubiertas de algas

aqui nadie ha encontrado

de todos los ríos navegados
yo me haría un collar

el amazonas el sena
el támesis el rin

cien embarcaciones sabias
que han plegado las alas

y mi canción de marinero huérfano
diciendo adiós a las playas

aspirar el aroma del monte rosa
trenzar las canas errantes del monte blanco
y sobre el zenit del monte cenis
encender en el sol muriente
el último cigarro

un silbido horada el aire
no es un juego de agua

adelante

apeninos gibosos
marchan hacia el desierto

las estrellas del oasis
nosdarán miel de sus dátiles

en la montaña
el viento hace crujir las jarcias
y todos los montes dominados
los volcanes bien cargados
levarán el ancla.



Vicente Huidobro

Aeroplano

-- de Vicente Huidobro --

Una cruz
se ha venido al suelo

Un grito quebró las ventanas
Y todos se inclinan
sobre el último aeroplano

El viento
que había limpiado el aire
Naufragó en las primeras olas
La vibración
persiste aún
sobre las nubes

Y el tambor
llama a alguien
Que nadie conoce

Palabras
tras los árboles

La linterna que alguien agitaba
era una bandera
Alumbra tanto como el sol

Pero los gritos que atraviesan los techos
no son de rebeldía

A pesar de los muros que sepultan

LA CRUZ DEL SUR

Es el único avión

que subsiste



Vicente Huidobro

Depart

-- de Vicente Huidobro --

De qué garganta sin plumas
brotaban las canciones

Una nube de humo y un pañuelo
Se batían al viento

Las flores del solsticio
Florecen al vacío

Y en vano hemos llorado
sin poder recogerlas

El último verso nunca será cantado

Levantando un niño al viento
Una mujer decía adiós desde la playa

Todas las golondrinas se rompieron las alas.



Vicente Huidobro

Expres

-- de Vicente Huidobro --

Una corona yo me haría
De todas las ciudades recorridas
Londres Madrid París
Roma Nápoles Zurich

Silban en los llanos
Locomotoras cubiertas de algas

Aquí nadie ha encontrado

de todos los ríos navegados
Yo me haría un collar

El Amazonas El Sena
El Támesis El Rin

Cien embarcaciones sabias
Que han plegado las alas

Y mi canción de marinero huérfano
Diciendo adiós a las playas

Aspirar el aroma del Monte Rosa
Trenzar las canas errantes del Monte Blanco
Y sobre el Zenit del Monte Cenis
Encender en el sol muriente
El último cigarro

Un silbido horada el aire
No es un juego de agua

Adelante

Apeninos gibosos
Marchan hacia el desierto

Las estrellas del oasis
Nos darán miel de sus dátiles

En la montaña
El viento hace crujir las jarcias
Y todos los montes dominados
Los volcanes bien cargados
Levarán el ancla.



Vicente Ruiz Llamas

Soneto último

-- de Vicente Ruiz Llamas --

El débil cuerpo agonizando lento,
el alma fuerte y la razón segura
oigo cavar mi humilde sepultura,
término y fin a tanto sufrimiento.

Ya de la muerte las caricias siento,
su beso frío, su mirada dura,
se desmorona la materia impura
al soplo helado de su helado aliento.

Cansado de luchar sin esperanza,
sin fin, sin ilusión, mi estéril vida
juguete vano de la aciaga suerte

paso tras paso hacia su fin avanza.
¿A qué más retardar esta partida?
Si al cabo has de venir, ven pronto, muerte.



Angel González

para que yo me llame ángel gonzález

-- de Angel González --

Para que yo me llame ángel gonzález,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...



Manuel Machado

Cabe la vida entera en un soneto

-- de Manuel Machado --

Cabe la vida entera en un soneto
empezado con lánguido descuido,
y, apenas iniciado, ha transcurrido
la infancia, imagen del primer cuarteto.

Llega la juventud con el secreto
de la vida, que pasa inadvertido,
y que se va también, que ya se ha ido,
antes de entrar en el primer terceto.

Maduros, a mirar a ayer tornamos
añorantes y, ansiosos, a mañana,
y así el primer terceto malgastamos.

Y cuando en el terceto último entramos,
es para ver con experiencia vana
que se acaba el soneto Y que nos vamos.



Manuel María Flores

adiós

-- de Manuel María Flores --

Adiós para siempre, mitad de mi vida,
un alma tan sólo teníamos los dos;
mas hoy es preciso que esta alma divida
la amarga palabra del último adiós.

¿Por qué nos separan? ¿no saben acaso
que pasa la vida cual pasa la flor?
cruzamos el mundo como aves de paso...
Mañana la tumba, ¿por qué hoy el dolor?

¿la dicha secreta de dos que se adoran
enoja a los cielos, y es fuerza sufrir?
¿tan sólo son gratas las almas que lloran
al torvo destino?... ¿La ley es morir?...

¿Quién es el destino?... Te arroja a mis brazos,
en mi alma te imprime, te infunde en mi ser,
y bárbaro luego me arranca a pedazos
el alma y la vida contigo... ¿Por qué?

adiós... Es preciso. No llores... Y parte.
La dicha de vernos nos quitan no más;
pero un solo instante dejar de adorarte,
hacer que te olvide, ¿lo pueden? ¡jamas!

con lazos eternos nos hemos unido;
en vano el destino nos hiere a los dos...
¡Las almas que se aman no tienen olvido,
no tienen ausencia, no tiene adiós!



Mario Benedetti

la vida ese paréntesis

-- de Mario Benedetti --

Cuando el no ser queda en suspenso
se abre la vida ese paréntesis
con un vagido universal de hambre
somos hambrientos desde el vamos
y lo seremos hasta el vámonos
después de mucho descubrir
y brevemente amar y acostumbrarnos
a la fallida eternidad
la vida se clausura en vida
la vida ese paréntesis
también se cierra incurre
en un vagido universal
el último
y entonces sólo entonces
el no ser sigue para siempre



Mario Benedetti

sonata para adiós y flauta

-- de Mario Benedetti --

Te vas tan sola como siempre
te echaremos de menos
yo y los abrazos de la tarde
yo y mi alma y mi cuerpo
tu larga sombra se resiste
a abandonarnos pero
has decidido que se fuera
contigo a todo riesgo
de todos modos no querría
que enterraras tu sueño
aquel en que tu amor de nadie
era como un estreno
te vas de nuevo no sé a dónde
y tu adiós es un eco
que se prolonga y nos alude
como un último gesto
nunca guardaste la ternura
como pan para luego
estoy seguro de encontrarla
liviana entre tus pechos
te vas con paso de derrota
pero no me lo creo
siempre has vencido en tu querella
contra el odio y el miedo
quién sabe allá lo que te aguarda
ese allá tan desierto
que se quedó sin golondrinas
todo erial todo invierno
mas si una tarde te extraviaras
entre el mar y el espejo
recuerda siempre que aquí estamos
yo y mi alma y mi cuerpo



Rosalía de Castro

Quisiera, hermosa mía

-- de Rosalía de Castro --

I

Quisiera, hermosa mía,
A quien aún más que á Dios amo y venero,
Ciego creer que este tu amor primero,
Ser por mi dicha el último podría.
Mas...
— ¡Qué! ¡Gran Dios, lo duda todavía!

— ¡Oh!, virgen candorosa,
¿Por qué no he de dudarlo al ver que muero
Si aun viviendo también lo dudaría?

— Tu sospecha me ofende,
Y tanto me lastima y me sorprende
Oiría de tu labio,
Que pienso llegaría
A matarme lo injusto del agravio.

— ¡A matarla! ¡La hermosa criatura
Que apenas cuenta quince primaveras!...
¡Nunca!... ¡Vive, mi santa, y no te mueras!

— Mi corazón, de asombro y dolor llenas.



Rosalía de Castro

¡La copa es de oro fino!

-- de Rosalía de Castro --

"¡La copa es de oro fino,
El néctar que contiene es de los cielos!"
Dijo, y bebió con ansia
Hasta el último sorbo de veneno.

¡Era tarde!; después ardió su sangre
Emponzoñada, y muerto,
Aun rojiza brillaba en su sepulcro
La llama inextinguible del deseo.



Medardo Ángel Silva

Fragmentos (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Pero hasta que se apaguen las húmedas pupilas
de este loco muchacho que te dice sus versos,
rimarán en tu gloria sus más dulces canciones
los líricos bulbules que cantan en mi huerto!

Quizás nunca regreses, o cuando tú retornes,
mi corazón, inmóvil, duerma su último sueño,
el que velan los sauces, como madres llorosas,
y las lunas doradas sobre los cementerios...

Las estrellas se miran sobre el lago dormido
cual pálidos nenúfares en las azules aguas;
de una nocturna paz mi corazón se llena
de recuerdos floridos y visiones románticas...

De sueños imposibles y todas esas cosas
que llevan los poetas en el fondo del alma
y que surgen de pronto con aquellos perfumes
de las rosas difuntas y las novias lejanas!



Meira Delmar

muerte mía

-- de Meira Delmar --

La muerte no es quedarme
con las manos ancladas
como barcos inútiles
a mis propias orillas,
ni tener en los ojos,
tras la sombra del párpado
el último paisaje
hundiéndose en sí mismo.
La muerte no es sentirme
fija en la tierra oscura
mientras mueve la noche
su gajo de luceros,
y mueve el mar profundo
las naves y los peces,
y el viento mueve estíos,
otoños, primaveras.
¡Otra cosa es la muerte!
decir tu nombre una
y otra vez en la niebla
sin que tornes el rostro
a mi rostro, es la muerte.
Y estar de ti lejana
cuando dices la tarde
vuela sobre las rosas
como un ala de oro .
La muerte es ir borrando
caminos de regreso
y llegar con mis lágrimas
a un país sin nosotros
y es saber que pregunta
mi corazón en vano,
ya para siempre en vano,
por tu melancolía
otra cosa es la muerte.
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