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Se han encontrado 72 poemas con la palabra viste

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Manuel del Palacio

Mal de muchos

-- de Manuel del Palacio --

¿No viste alguna vez del rayo herido
Desprenderse y rodar cedro gigante,
Llenando de terror al caminante
Entre los bosques al azar perdido?

¿Viste cómo la tórtola en su nido
Llora la ausencia de su triste amante,
Y cómo el sol derrite en un instante
El alud de la sierra desprendido?

¿Viste, por fin, en el tranquilo cielo
Extenderse las nubes poco á poco,
Y de sombras y horror cubrir el suelo?

¿Viste el arbusto que produce el coco?
Pues cese ya tu afán y tu desvelo,
Que si tú no lo viste, yo tampoco!

Poema Mal de muchos de Manuel del Palacio con fondo de libro

Anónimo

Yo me levantara, madre...

-- de Anónimo --

Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juan,
vide estar una doncella
ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños se enjugan
dice la niña un cantar:
-¿Dó los mis amores, dó los,
¿dó los andaré a buscar?
Mar abajo, mar arriba,
diciendo iba el cantar,
peine de oro en las sus manos
por sus cabellos peinar:
-Dígasme tú, el marinero,
sí, Dios te guarde de mal,
si los viste mis amores,
si los viste allá pasar.

Derivación

Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juan,
vide estar una doncella
ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños s'enjugan
dice la niña un cantar:
-¿Dó los mis amores, dó los,
¿dónde los iré a buscar?
Mar abajo, mar arriba,
diciendo iba un cantar,
peine de oro en las sus manos
por sus cabellos peinar:
-Dígasme tú, el marinero,
sí, Dios te guarde de mal,
si los viste mis amores,
si los viste allá pasar.

Poema Yo me levantara, madre... de Anónimo con fondo de libro

Federico García Lorca

el poeta pregunta a su amor por la «ciudad encantada» de cuenca

-- de Federico García Lorca --

¿te gustó la ciudad que gota a gota
labró el agua en el centro de los pinos?
¿viste sueños y rostros y caminos
y muros de dolor que el aire azota?
¿viste la grieta azul de luna rota
que el júcar moja de cristal y trinos?
¿han besado tus dedos los espinos
que coronan de amor piedra remota?
¿te acordaste de mí cuando subías
al silencio que sufre la serpiente,
prisonera de grillos y de umbrías?
¿no viste por el aire transparante
una dalia de penas y alegrías
que te mandó mi corazón caliente?
regresar a sonetos del amor oscuro

Poema el poeta pregunta a su amor por la «ciudad encantada» de cuenca de Federico García Lorca con fondo de libro

César Vallejo

Heces

-- de César Vallejo --

Esta tarde llueve, como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.

Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena; viste de mujer.

Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su “No seas así!”

Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Y pondrá el silencio de su dignidad
con. Óleos quemantes el punto final.

Por eso esta tarde, como nunca, voy
con este búho, con este corazón.

Y otras pasan; y viéndome tan triste,
toman un poquito de ti
en la abrupta arruga de mi hondo dolor.

Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!



Gabriela Mistral

doña primavera

-- de Gabriela Mistral --

Doña primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.
Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.
Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!
doña primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...
No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?
¿cómo va a encontralas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?
de la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.
Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...
Doña primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:
rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 14

-- de Francisco de Quevedo --

Ya viste que acusaban los sembrados
secos, las nubes y las lluvias; luego
viste en la tempestad temer el riego
los surcos, con el rayo amenazados.
Más quieren verse secos que abrasados,
viendo que al agua la acompaña el fuego,
y el relámpago y trueno sordo y ciego;
y mustio el campo teme los nublados.
No de otra suerte temen la hermosura
que tuyos mis ojos codiciaron,
anhelando la luz serena y pura;
pues luego que se abrieron, fulminaron,
y amedrentando el gozo a mi ventura,
encendieron en mí cuanto miraron.



Francisco Javier Salazar Arboleda

Soneto en un aniversario

-- de Francisco Javier Salazar Arboleda --

Vuelves, oh sol, a señalar el día
en que viste pasar con raudo vuelo
junto a tu esfera, en dirección al cielo,
al ángel de mi amor y mi alegría;

Y a mí me viste en soledad sombría
puesto de hinojos en el duro suelo,
de la muerte implorando su consuelo
y tan sólo alcanzando su agonía.

Desde entonces, oh sol, es noche oscura
a mis ojos tu luz, y de la vida
la triste senda con mi llanto riego.

Amarga, cual la hiel, me es su ventura,
y un tormento su gloria fementida;
sólo en mi cruel dolor hallo sosiego.



José Martí

El Ángel (Martí)

-- de José Martí --

EL ÁNGEL.

Ayer una voz del cielo
en mi pecho resonó:
—«¿Viste algún ángel en el triste suelo?»
y respondí que no.

Más tarde te he conocido,
y al conocerte, te amé,
y en raudales de amor se han embebido
mi esperanza y mi fe.

También una voz del cielo
hoy ha resonado en mi:
—«¿Viste algún ángel en el triste suelo?
¡y respondí que si!

José Marti.



Rubén Darío

Tarde del trópico

-- de Rubén Darío --

Es la tarde gris y triste.
Viste el mar de terciopelo
y el cielo profundo viste
de duelo.

Del abismo se levanta
la queja amarga y sonora.
La onda, cuando el viento canta
llora.

Los violines de la bruma
saludan al sol que muere.
Salmodia la blanca espuma:
miserere.

La armonía el cielo inunda,
y la brisa va a llevar
la canción triste y profunda
del mar.

Del clarín del horizonte
brota sinfonía rara,
como si la voz del monte
vibrara.

Cual si fuese lo invisible...
Cual si fuese el rudo son
que diese al viento un terrible
león.



Alberto Hidalgo

Ser hecho a mano

-- de Alberto Hidalgo --

El aire almacenado en los textos de física y de química
Cómo me satisface, me enamora.
Ese es el aire que respiro.
La luz para la memoria de los siglos en la pintura establecida
por los colores siempre insomnes,
Es la luz con que veo.
El calor irradiado de los libelos y demás hogueras,
resplandecientes de odio equitativo.
Es el calor que me circunda
Mujeres de escultura y natación,
a la existencia incorporadas de tanto presentirlas;
pueblan de júbilo mis ansias.
Si alguien pudiera escamotearme el suelo debajo de los pies,
mi cuerpo quedaría bien parado.
Le da levitación la poesía.
Si desnudo la música me viste.
Si cansado los libros me transfieren.
Si mudo el verso me declama.
Aire luz y calor placer y suelo vestuario,
Movimiento y habla,
con herramientas de ala y pétalo
Me los hago a la medida de mi ser.
El hombre es un acto manual.



Amado Nervo

obsesión

-- de Amado Nervo --

Hay un fantasma que siempre viste
luctuosos paños, y con acento
cruel de hamlet a ofelia triste,
me dice: ¡mira, vete a un convento!
y me horroriza prestarle oídos,
pues al conjuro de su palabra
pueblan mi mente descoloridos
y enjutos frailes de faz macabra;
y dicen salmos penitenciales
y se flagelan con cadenillas,
y los repliegues de sus sayales
semejan antros de pesadillas...
En vano aquella visión resiste
el alma, loca de sufrimiento;
los frailes rondan, la voz persiste,
y como hamlet a ofelia triste,
me dice: ¡mira, vete a un convento!



Amado Nervo

perlas negras - ha mucho tiempo que te soñaba

-- de Amado Nervo --

Ha mucho tiempo que te soñaba
así, vestida de blanco tul,
y al alma mía que te buscaba,
ana, ¿qué miras? le preguntaba
como en el cuento de barba azul.
Ha mucho tiempo que presentía
tus ojos negros como los vi,
y que, en mis horas de nostalgia,
la hermana ana me respondía:
hay una virgen que viene a ti .
Y al vislumbrarte, febril, despierto,
tras de la ojiva del torreón,
después de haberse movido incierto,
como campana que toca a muerto,
tocaba a gloria mi corazón.
Por fin, distinta me apareciste;
vibraron dianas en rededor,
huyó callada la musa triste,
y tú llegaste, viste y venciste
como el magnífico emperador.
Hoy, mi esperanza que hacia ti corre,
que mira el cielo donde tú estés,
porque la gloria se le descorre,
ya no pregunta desde la torre:
hermana ana, ¿dime qué ves?
hoy en mi noche tu luz impera,
veo tu rostro resplandecer,
y en mis ensueños sólo quisiera
enarbolarte como bandera,
y, a ti abrazado, por ti vencer.



Amós de Escalante

Un dolmen

-- de Amós de Escalante --

Rústico altar que a un Dios desconocido
el religioso cántabro erigía;
sepulcro que los huesos escondía
del muerto capitán y no vencido.

Silla de excelso juez, cadalso erguido
donde la sangre criminal corría,
donde el bígaro ronco repetía,
llamando a guerra, su montés bramido,

rayendo el musgo que tus lomos viste,
en vano el arte codicioso indaga
señales que declaren lo que fuiste;

en ti la antorcha del saber se apaga,
yerto gigante de la cumbre triste,
envuelto en ondas de la niebla vaga.



Leandro Fernández de Moratín

inscripción para colocarse en el telón de un teatro en que se pintaron las dos musas trágica y cómica

-- de Leandro Fernández de Moratín --

Vicios corrige la vivaz talía,
con risa y canto y máscara engañosa,
y el nacional adorno que se viste.
Melpómene, la faz majestüosa
bañada en lloro, al corazón envía
piedad, terror, cuando declama triste.



Lope de Vega

Qué estrella saturnal, tirana hermosa

-- de Lope de Vega --

¿Qué estrella saturnal, tirana hermosa,
se opuso, en vez de Venus, a la luna,
que me respondes grave y importuna,
siendo con todos fácil y amorosa?

Cerrásteme la puerta rigurosa,
donde me viste sin piedad alguna,
hasta que a Febo en su dorada cuna
llamó la aurora en la primera rosa.

¿Qué fuerza imaginó tu desatino,
aunque fueras de vidro de Venecia,
tan fácil, delicado y cristalino?

O me tienes por loco o eres necia:
que ni soberbio soy para Tarquino,
ni tu romana para ser Lucrecia.



Lope de Vega

Si al espejo, Lucinda, para agravios

-- de Lope de Vega --

Si al espejo, Lucinda, para agravios
de amor y el mundo, armarte solicitas
de veneno y color, con que marchitas
tanto jazmín y rosa en frente y labios;

si ves los ojos con que a tantos sabios
a idolatrar como Idumea incitas,
y aquellas niñas con que vidas quitas
a mil Torcuatos, Césares y Fabios;

pues a ellas y a mí vivo y perfeto
en ellas viste, cuando en ti me vía,
teniéndote el cristal, del rostro objeto;

mírate en él con mi memoria un día,
que si el imaginar produce efeto,
ausente podrás ver la imagen mía.



Góngora

En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba

-- de Góngora --

Fragoso monte, en cuyo vasto seno
duras cortezas de robustas plantas
contienen aquel nombre en partes tantas
de quien pagó a la tierra lo terreno:

así cubra de hoy más cielo sereno
la siempre verde cumbre que levantas,
que me escondas aquellas letras santas
de que a pesar del tiempo has de estar lleno.

La corteza do están desnuda, o viste
su villano troncón de hierba verde,
de suerte que mis ojos no las vean.

Quédense en tu arboleda, ella se acuerde
de fin tan tierno, y su memoria triste,
pues en troncos está, troncos la lean.



Líber Falco

Para no pensar lo que debes pensar

-- de Líber Falco --

Para no pensar lo que debes pensar
para no decirte lo que debes decirte,
ibas mirando algo que no existe.
Pero debes pensar y oír como se debe.

Mira los árboles.
Tienen hojas verdes ahora
y tú no las has mirado.
Palpaste más de una vez sus troncos
viste latir y subir su savia
Mira sus hojas ahora.

Qué manía tienes.
Quieres estar en el fondo de las cosas
quieres ver las hojas cuando no existen
todavía.
Te quedarás ciego así, confundido;
olvidarás el verde
la forma de toda cosa, morirás.
Olvidarás todo así, todo.
Mira las hojas.
Tienen forma de hojas
y son verdes.



Manuel Acuña

A Rosario

-- de Manuel Acuña --

Esta hoja arrebatada a una corona
que la fortuna colocó en mi frente
entre el aplauso fácil e indulgente
con el primer ensayo se perdona.

Esta hoja de un laurel que aún me emociona
como en aquella noche, dulcemente
por más que mi razón comprende y siente
que es un laurel que el mérito no abona.

Tú la viste nacer, y dulce y buena
te estremeciste como yo al encanto
que produjo al rodar sobre la escena.

Guárdala y de la ausencia en el quebranto
que te recuerde de mis besos, llena,
al buen amigo que te quiere tanto.



Manuel del Palacio

La historia del pollo

-- de Manuel del Palacio --

Se levanta y almuerza de una á dos,
Se viste y se va al Círculo á las tres,
Habla allí de política en francés,
Y un poco en castellano contra Dios.

Sale, y compra unos guantes á Dubós,
Encarga unas babuchas al Leonés,
Y en la Carrera instálase después,
Fumando un puro que le causa tos.

Allí encuentra á Ventura y á Tomás,
Se burla del atraso del país,
Y hace muecas á niñas y á mamás.

Come á las ocho á estilo de París,
Va al teatro si hay baile, y nada más:
— ¿Pero son éstos hombres, ó titís?



Jaime Torres Bodet

sinceridad

-- de Jaime Torres Bodet --

Duerme, ya desnuda.
El sueño te viste
mejor que una túnica.



Delmira Agustini

Amor (Agustini)

-- de Delmira Agustini --

Lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;
hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
Era un amor desbordado de locura y de fuego,
Rodando por la vida como en eterno riego.

Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
que dobla ante la noche su cabeza de fuego:
despues rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
sonaba sus cristales el alma de la fuente.

Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente y triste,
que todas las tinieblass y todo el iris viste,
que frágil como un ídolo y eterno como un Dios

Sobre la vida toda su majestad levanta:
y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
en una flor de fuego deshojada por dos...



Dulce María Loynaz

la balada del amor tardío

-- de Dulce María Loynaz --

Amor que llegas tarde,
tráeme al menos la paz:
amor de atardecer, ¿por qué extraviado
camino llegas a mi soledad?

amor que me has buscado sin buscarte,
no sé qué vale más:
la palabra que vas a decirme
o la que yo no digo ya...

Amor... ¿No sientes frío? soy la luna:
tengo la muerte blanca y la verdad
lejana... -No me des tus rosas frescas;
soy grave para rosas. Dame el mar...

Amor que llegas tarde, no me viste
ayer cuando cantaba en el trigal...
Amor de mi silencio y mi cansancio,
hoy no me hagas llorar.



Emilio Bobadilla

A oscuras

-- de Emilio Bobadilla --

En la mano un espejo con marco malaquita;
vestida de princesa oriental; otra viste
de oro con sombrero de plata; la marchita
cara bajo el reflejo de un cansancio muy triste...

De terciopelo verde Veronés, otra surge,
cenefa piel de lobo al ras de los tobillos;
apurando se aduerme capitoso menjurge
que de piedras preciosas tiene los verdes brillos...

De pronto cae una bomba y los violines callan
y luego cae otra bomba y horrísonas, sangrientas
en medio de la orgía delicuecente estallan;

a las risas histéricas sucede la congoja,
y se apagan las luces y París anda a tientas
guiado de su torre por la pupila roja...



Enrique Lihn

hotel lucero

-- de Enrique Lihn --

Finito todo y también estos brazos
que se me tienden en la semipenumbra
y un hilo el de la voz soplo que apenas brota

pero incisivamente de una fuente: la duda
el bello aparecer de este lucero
¿el del amanecer? ¿el de la tarde?
¿abre el día o lo cierra?
bajo la ducha una estrella se apaga
que, absurdamente, la comparte contigo
las estrellas que viste nacer, a mediodía
estaban muertas desde hace cien años
sólo hiciste el amor con una luz
olfateaste «la ausente de todos los ramos».
Resuena un timbre en el hotel lucero
traga y escupe esta boca de sombra
para el caso es lo mismo: apariciones
y desapariciones instantáneas.
No sé en qué sentido hemos hablado de todo
¿era la duda el tema que nos hizo vestirnos
justo en la hora convenida
salir de allí en distintas direcciones
y la que me detuvo
para ver, y fue inútil, si volvías la cara?



Rafael Obligado

semejanzas

-- de Rafael Obligado --

Brisa que en medio de la selva canta,
apacible rumor del oleaje,
es el susurro de su blanco traje
al deslizarse su ligera planta.

Luz de la estrella que al caer la tarde
de moribunda palidez se viste,
es el reflejo cariñoso y triste
que en los cristales de sus ojos arde.

Luna del seno de la mar naciente,
que va escalando, en silencioso vuelo,
y con tranquila majestad, el cielo,
es el relieve de su tersa frente.

Plácido arrullo, que ocultar no sabe
de la paloma la ignorada pena,
y en el silencio de los bosques suena,
es la armonía de su voz suave.

Cielo sin nubes que a la tierra envía
la luz y el fuego de su sol fecundo,
cielo sin nubes de un azul profundo,
es el cariño de la amada mía.



Pablo Neruda

soneto xxvii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en cuba,
tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
desnuda eres enorme y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.
Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,
curva, sutil, rosada hasta que nace el día
y te metes en el subterráneo del mundo
como en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.



Pedro Salinas

versos 1449 a 1470

-- de Pedro Salinas --

Versos 1449 a 1470
perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ése que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces, le conteste
la nueva criatura que tú eras.



José María Heredia

la cifra. romance

-- de José María Heredia --

La cifra
romance
¿aún guardas, árbol querido
la cifra ingeniosa y bella
con que adornó mi adorada
tu solitaria corteza?
bajo tu plácida sombra
me viste evitar con lesbia
del fiero sol meridiano
el ardor y luz intensa.
Entonces ella sensible
pagaba mi fe sincera
y en ti enlazó nuestros nombres
de inmortal cariño en prenda
su amor pasó, ¡y ellos duran
cual dura mi amarga pena!...
Deja que borre el cuchillo
memorias ¡ay! tan funestas.
No me hables de amor: no juntes
mi nombre con el de lesbia,
cuando la pérfida ríe
de sus mentidas promesas
y de un triste desengaño
al despecho me condena.



José María Gabriel y Galán

A un sabio

-- de José María Gabriel y Galán --

Tú de la ciencia a la región te alzaste
y sus hondos arcanos descubriste:
te contemplaste grande y te engreíste;
viste más grande a Dios... ¡Y lo negaste!

Dios las alas te dio con que volaste
y otro Dios, cual Luzbel, tú le creíste...
Para ser de Luzbel ¡cuánto ganaste!
Mas para ser de Dios ¡cuánto perdiste!

Dime ioh sabio! que buscas con desvelo
la necia palma de la humana gloria
en la mísera vida de este suelo:

¿Cuál será de las dos mayor victoria,
Conquistar un aplauso de la Historia
O conquistar la eternidad del Cielo?



José Tomás de Cuellar

Calla!

-- de José Tomás de Cuellar --

NO digas que hemos visto á las palomas
Besarse enamoradas....
Si te preguntan si las viste.... Mira,
No se lo digas ¡calla!
No digas si la linfa de la fuente
Estaba turbia ó clara....
Nunca hables de la sombra de aquel olmo...
Ni digas que en sus ramas
Parecía gemir la dulce brisa
Con notas acuitadas....
No confieses que has visto ni una rosa
Marchita ó deshojada....
Si te preguntan de todo esto.... Acuérdate,
No se lo digas... ¡Calla!...



José Tomás de Cuellar

Los cocuyos

-- de José Tomás de Cuellar --

CUANDO la noche prende del alto cielo
Su negra colgadura de terciopelo,
Cuando las sombras reinan y de las flores
Los pétalos encubren de mil colores,
Natura triste
Sus ropas de crespones también se viste.

En sombras convertidas vegas y faldas
Inmolan en la noche sus esmeraldas;
Todo reposa inerme; bajo los tilos
No teje el arroyuelo plateados hilos;
Sin esperanza
La vista busca ansiosa la lontananza.



José Ángel Buesa

soneto (de guillermo de almeida)

-- de José Ángel Buesa --

«esa mujer que yo he de amar un día
será tan clara, tan gentil y bella,
que pensaré que descendió una estrella
para llenar de luz mi alma vacía.
»Cuando ella pase, loco de armonía,
se irá mi corazón en pos de ella,
y el celeste perfume de su huella
me embriagará de su ensueño...»
Esto decía,
cuando alguien me llamó. Y vi a lo lejos,
clara, gentil y bella, a los reflejos
crepusculares, una estrella triste.
Y una voz dijo: «te besé la frente,
pero soñabas tan profundamente,
mi pobre soñador, que no me viste...»



Juan Cruz Varela

A la muerte del Dr. D. Juan N. Sola

-- de Juan Cruz Varela --

¡Providencia adorable! ¿por qué dejas
en manos de la Parca fementida
a la más despreciable, hermosa vida
del pastor más amante a sus ovejas?

Insensible a su llanto ¿por qué alejas
al dulce padre, que a sus hijos cuida,
a una región en donde nunca oída
será la voz de sus sentidas quejas?

¡Oh providencia, árbitra infalible
del destino del hombre! tú lo hiciste.
Conformes recibimos el terrible

desapiadado golpe con que heriste
al pastor y al rebaño. Premio eterno
al pastor vigilante, al padre tierno.

II

Rebaño humilde, llora inconsolable
de tu amante pastor la eterna ausencia.
Su caridad, su celo, su paciencia
harán su pérdida siempre irreparable.

Su carácter suave, dulce, amable,
su apacible genial condescendencia,
su candidez con visos de inocencia,
le hicieron ejemplar inimitable.

¿Oh tú que viste dilatados días
su ejemplo, su virtud siempre en aumento,
empapa en llanto sus cenizas frías.

Víctima del dolor y el sentimiento,
clama al Eterno: Dios de bondad lleno
salva el rebaño, salva al pastor bueno.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxxv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

¿no has sentido en la noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?
¿no sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?
¿no sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca,
ni sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?
¿no viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?
pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca.



Gutierre de Cetina

tan puesto tengo en vos el pensamiento

-- de Gutierre de Cetina --

Que ya ni pienso en mí, ni pensar quiero;
si tengo bien, por vos pasa primero;
de vos viene si tengo algún tormento.
Hace mi voluntad su fundamento
en la vuestra, y recíbela por fuero;
en mi propio querer soy el postrero,
sólo lo que queréis quiero y consiento.
Si alegre os veo a vos, luego me alegro;
si tristeza tenéis, luego estoy triste;
si os volvéis alegrar, vuelvo alegrarme.
Lo negro es blanco y lo blanco es negro
como queréis: luego al alma viste
el efecto que vos queréis mostrarme.



Gutierre de Cetina

pincel divino, venturosa mano,

-- de Gutierre de Cetina --

Perfecta habilidad única y rara;
concepto altivo do la envidia avara
si te piensa enmendar, presume en vano.
Delicado matiz que el ser humano
nos muestra cual el cielo lo mostrara;
beldad cuya beldad se ve tan clara
que al ojo engaña el arte soberano.
Artífice ingenioso, ¿qué sentiste
cuando tan cuerdamente contemplabas
el subjeto que muestran tus colores?
dime, si como yo la vi, la viste,
el pincel y la tabla en que pintabas,
y tú, ¿cómo no ardéis, cual yo, de amores?



Gutierre de Cetina

en medio de mi mal vino cubierto

-- de Gutierre de Cetina --

Un tan hermoso bien, tan dulce engaño,
que el alma enamorada de su daño
fue luego con el seso de concierto.
A tiempo vi el peligro descubierto,
que pudiera valerme del engaño
si consintiera amor que en bien tamaño
tuviera la razón discurso cierto.
Si pudiera apartar del pensamiento
un temor peligroso, obscuro y triste,
¿con quién trocara yo mi buena suerte?
mas no quiere el vencido sentimiento,
porque el alma que tal hábito viste,
no lo puede dejar salvo por muerte.



Sor Juana Inés de la Cruz

de amor y de discreción

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

En que satisface un recelo con la retórica del llanto.
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.



Sor Juana Inés de la Cruz

Esta tarde, mi bien

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste:
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu inquietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.



Teófilo V. Méndez Ramos

Risa loca

-- de Teófilo V. Méndez Ramos --

Tu alma desolada de algazara viste,
llena tu alma enferma de la risa loca;
liba, cual abeja, la miel de otra boca,
que hoy es año nuevo, peregrino triste.

Mira como el mundo se muere de risa
y agita los brazos en son de alegría;
como olvida presto, la melancolía
de los años idos... Vividos deprisa...

Y salía a la calle, listo a prodigarme,
a gustar la copa de la vida ufana,
y beber sin taza la dicha cercana,
pero, ¡Risa Loca pasó sin mirarme!



¡Oh, si fuera en el mes de las lilas!...

-- de Vicenta Castro Cambón --

EN setiembre florecen las lilas;
se puebla el jardín
de jacintos, narcisos y lirios
y el rosal empieza las rosas a abrir.

En setiembre las flores del pero
llueven mil a mil;
el naranjo se viste de azahares
y tiernos retoños ostenta e1 jazmín.

En setiembre las aves viajeras
vuelven al país,
y se llena de trinos el aire
y todo en setiembre convida a vivir.

Yo también soy un ave viajera;
al mundo nací
en el mes en que se abren las lilas
y exhalan los lirios perfume sutil;

pero a poco que anduve en la vida
mis alas sentí
destrozadas por flecha traidora
y fué un cautiverio mi triste existir.

Pero un día... De nuevo tendré alas.
Un día feliz
volaré como las golondrinas
y volaré lejos... Muy lejos de aquí!



Antonio Machado

El limonero lánguido suspende

-- de Antonio Machado --

El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta,
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco tarde alegre y clara,
casi de primavera.



Anónimo

La misa del amor

-- de Anónimo --

Mañanita de San Juan,

mañanita de primor,

cuando damas y galanes

van a oír misa mayor.

Allá va la mi señora,

entre todas la mejor;

viste saya sobre saya,

mantellín de tornasol,

camisa con oro y perlas

bordada en el cabezón.

En la su boca muy linda

lleva un poco de dulzor;

en la su cara tan blanca,

un poquito de arrebol,

y en los sus ojuelos garzos

lleva un poco de alcohol;

así entraba por la iglesia

relumbrando como el sol.

Las damas mueren de envidia,

y los galanes de amor.

El que cantaba en el coro,

en el credo se perdió;

el abad que dice misa,

ha trocado la lición;

monacillos que le ayudan,

no aciertan responder, non,

por decir amén, amén,

dicen amor, amor.



Manuel Reina

Las estaciones (Reina)

-- de Manuel Reina --

Si al llegar la lozana primavera
contemplo en la pradera,
rosas divinas y claveles rojos,
recuerdo tus mejillas y sonrojos.

Si el verano al llegar luce el tesoro
de las espigas de oro,
y las noches brillantes y azuladas,
recuerdo tu cabello y tus miradas.

Si al llegar el otoño, oigo la brisa,
que vagando indecisa
entre las hojas pálidas, murmura,
tu voz recuerdo melodiosa y pura.

Y si el invierno viste el blanco velo
de nieves y de hielo,
y de las nieblas el capuz sombrío,
tu corazón recuerdo negro y frío.



Marilina Rébora

confianza en la providencia de dios

-- de Marilina Rébora --

Confianza en la providencia de dios
no os acongojéis por falta de comida
y menos todavía por lo que el cuerpo cubre,
ya que más que el comer vale la propia vida
y más aún el cuerpo que lo que lo recubre.
Mirad las azucenas, no hilan pero crecen
y nadie se ha ataviado como ellas hasta ahora;
si dios así las viste y de nada adolecen,
qué no os dará a vosotros cuando llegue la hora.
Son las gentes del mundo las que corren en pos
de tantas de estas cosas que el mundo les procura,
mas sabe vuestro padre lo que habéis menester.
Buscad primero entrar en el reino de dios
para que a su presencia podáis comparecer
y todo lo demás tendréis de añadidura.
Lucas 12, 22, 23, 28-32.



Medardo Ángel Silva

El cazador

-- de Medardo Ángel Silva --

Satán es cazador furtivo en la celeste
selva donde divaga el místico redil
y, como un joven sátiro, en la dulzura agreste,
suena la tentación de su flauta sutil.

¡Ay, del que oyera el canto del Malo!, quien oyera
la perversa sirena del Pecado Mortal,
ni rasgando su carne poseída pudiera
extirpar la ponzoña del hechizo fatal.

¡Y bien lo sabes tú, melodiosa alma mía,
alondra cantarina en la clara harmonía
del bosque donde pulsan los Coros sus laúdes,

tú, que del cazador en las manos lascivas,
en las velludas manos, viste llevar cautivas
a las siete palomas de tus siete virtudes!



Medardo Ángel Silva

El reloj (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Tu juventud de música, de fragancia y de trino,
huele a magnolias húmedas, a mojada reseda...
Es un olor carnal y espiritual, un fino
olor que llevo en mí sin que olvidarlo pueda.

De tu blancura me habla el lucero divino,
el ruiseñor conoce tu voz y la remeda,
y la divagación del viento vespertino
trae el recuerdo de tus cabellos de seda.

Del luto de la ausencia mi corazón se viste,
y, porque te recuerdo, mi noche es menos triste...
Pero resuena en mi alma, siniestro y agresivo,

este reloj que cuenta las horas de no verte,
y lo escucho lo mismo que un enterrado vivo
oyera un imposible comentario a su muerte.



Miguel Unamuno

Fue tu vida pasión en el desierto

-- de Miguel Unamuno --

Fué tu vida pasión en el desierto
mar de la pena, bajo la tormenta
del viento que las olas acrecienta
soñando siempre en el lejano puerto.

Nunca viste á piedad el cielo abierto,
luchaste sin la luz que al bravo alienta
contra la suerte, fría y avarienta,
y empiezas á vivir después de muerto.



Juana de Ibarbourou

despecho

-- de Juana de Ibarbourou --

¡ah, qué estoy cansada! me he reido tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(como en los retratos de viejo abolengo)
es por la fatiga de la loca risa
que en todo mi cuerpo su sopor desliza.

¡Ah, qué estoy cansada! déjame que duerma;
pues, como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿cuándo más alegre que ahora me viste?

¡mentira! no tengo ni dudas, ni celos,
ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos,
si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
es por el esfuerzo de reirme tanto...



Julio Flórez

Lejos!

-- de Julio Flórez --

Poem

De cuando en cuando, un hálito de fuego, llega hasta mí y el corazón me abrasa; quema mi frente pensativa y pasa como un aroma por mis labios, luego.

Pierde entonces mi espíritu el sosiego y huye de mí los ámbitos traspasa y llega hasta la verja de tu casa donde escuché al partir t‘último ruego!

Aquel, «¡No me abandones!» que dijiste con tus labios pegados a mi boca, la postrera mañana en que me viste.

Y lleno de dolor, comprendo al punto, que aquel hálito ardiente que me toca, es el alma de aquel beso difunto!



Julio Herrera Reissig

Claroscuro (II)

-- de Julio Herrera Reissig --

Son campos solariegos... Tal vez, ay! ese muro
Algún idilio trágico en su orfandad recuerde,
Y la hiedra misántropa que su mármol remuerde,
Dio sombra al gran Virgilio o a Lamartine tan puro!

El viejo caserío, chato, de aspecto duro,
Allá en los accidentes, sonámbulo, se pierde;
Y la pradera huraña mira, en éxtasis verde,
Al monte que en el cielo enfosca un gesto oscuro.

La siembra su chillona, rústica pompa viste
En pañuelos pictóricos, que van hasta los cerros,
Bordados de hortalizas, de lino, mies y alpiste...

Y en tanto, entre las roncas alarmas de los perros,
El tren se hunde en el túnel, como un ciclón de fierros,
El llanto de una gaita vuelve la tarde triste.



Julio Herrera Reissig

El ama (Herrera y Reissig)

-- de Julio Herrera Reissig --

Erudita en lejías, doctora en la compota
y loro en los esdrújulos latines de la misa,
tan ágil viste un santo, que zurce una camisa,
en medio de una impávida circunstancia devota...

Por cuanto el señor cura es más que un hombre, flota
en el naufragio unánime su continencia lisa...
Y un tanto regañona, es a la vez sumisa,
con los cincuenta inviernos largos de su derrota.

Hada del gallinero. Genio de la despensa.
Ella en el paraíso fía la recompensa...
Cuando alegran sus vinos, el vicario la engríe

ajustándole en chanza las pomposas casullas...
Y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas
comulgan los recortes de las hostias que fríe.



Julio Herrera Reissig

la llavera

-- de Julio Herrera Reissig --

Viste el hábito rancio y habla ronco en voz densa;
sigue un perro la angustia de su sombra benigna;
mascullando sus votos, reverente, consigna
un espectro achacoso de rutina suspensa...

Al repique doméstico de sus llaves, se piensa
en las brujas de rembrandt... Sin embargo, es tan digna
que luzbel la chamusca, por lo cual se persigna
y con aguas benditas neutraliza su ofensa...

Ella sabe la historia de los santos patrones,
de syllabus, de ritos y de kirieleysones...
Ella sufre nostalgias sordas del santo oficio.

En la gloria del padre será libre de expurgo.
Y se tiene por cierto que en la noche del juicio
dará fe de los buenos moradores del burgo...



Evaristo Carriego

Canillita (Carriego)

-- de Evaristo Carriego --

¡Siempre el mismo!... Ingrato... ¿Te parece poco
que jamás volvamos a encontrar tus huellas?
Sí, nunca hallaremos romero más loco...
¡Qué cosas las tuyas! ¡Irte a las estrellas!...

No mereces casi que así te lloremos...
¡Irte a las estrellas! ¡Adiós, Canillita!
Siempre, siempre, ¿sabes? te reprocharemos
que hayas dejado tan sola a Catita...

Por ella, su pobre pajarito bueno,
bésale en los ojos, Jesús Nazareno
que estás en la cruz!

¡por ella que ahora se queda más triste
que todos los tristes que en el mundo viste,
ciérrale los negros ojazos sin luz!



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 6

-- de Francisco de Quevedo --

Este cordero, lisis, que tus yerros
sobrescribieron como al alma mía,
estando ayer recién nacido el día,
de un lobo le cobraron mis dos perros.
En el denso teatro de estos cerros,
melampo aventajó su valentía:
ya le viste otra vez, con osadía,
defender a tus voces los becerros.
Conoce que soy tuyo en tu ganado,
pues, por guardarle, desamparo el mío,
y en mi pérdida estimo su cuidado.
Pues te sirven sus dientes y sus brío,
recíbele, no pierda desdeñado
lo que él merece, porque yo le envío.



Francisco de Quevedo

parnaso español 34

-- de Francisco de Quevedo --

¿cuando, licino, di, contento viste
hombre con un pecado solamente,
si quien merece pena es suficiente,
y el inculpable, inútil yace triste?
¿quién al mayor delito se resiste?
¿qué cortesano habrá que no se afrente
de que le exceda en vida delincuente
el que a los ojos, que pretende, asiste?
¡oh ingenio del pecado escandaloso!
pues licas (habitado de serenos
áspides el espíritu ambicioso)
todos los malos quieren que sean buenos,
para que a su maldad el poderoso,
por sola, comunique sus venenos.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 100

-- de Francisco de Quevedo --

La voluntad de dios quiere eminente
que nos salvemos todos, ¡oh licino!
no asista sola a tu fatal camino
de dios la voluntad antecedente.
Merezca a su piedad la subsecuente,
tu virtud con su auxilio, y el divino
rayo preceda siempre matutino
a la noche envidiosa y delincuente.
¿Viste a bellio caer precipitado
en las verdes promesas de la vida,
y en horror de suceso desdichado?
prevenga tu conciencia tu partida:
que madruga la muerte en el pecado,
y antes será pasada que creída.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 7

-- de Francisco de Quevedo --

Pues eres sol, aprende a ser ausente
del sol, que aprende en ti luz y alegría;
¿no viste ayer agonizar el día
y apagar en el mar el oro ardiente?
luego se ennegreció, mustio y doliente,
el aire adormecido en sombra fría;
luego la noche, en cuanta luz ardía,
tantos consuelos encendió el oriente.
Naces, aminta, a silvio del ocaso
en que me dejas sepultado y ciego;
sígote oscuro con dudoso paso.
Concédele a mi noche y a mi ruego,
del fuego de tu sol, en que me abraso,
estrellas, desperdicios de tu fuego.



Francisco Sosa Escalante

En el baile y en el templo

-- de Francisco Sosa Escalante --

En alegre festin, de dicha loca
Anoche te miré; su gala fuiste;
¡Qué bella y qué gentil resplandeciste!
Un nido de sonrisas fué tu boca.

La frente hoy cubres con la negra toca,
El humilde percal tus formas viste;
Lívido el labio.... La mirada triste
Ya no á los goces del amor provoca.

¿Por qué te miro así? ¿por qué hácia el templo,
Que es casa del Señor, hoy te encaminas
Semejante á figura de un retablo?

En vez de darnos de piedad ejemplo
Pruebas, niña, que das, ¿no lo imaginas?
Los huesos al Señor, la carne al diablo.



Francisco Sosa Escalante

Gilda

-- de Francisco Sosa Escalante --

Allí en tu corazón enamorado
Que es de ternura celestial venero,
Veleidoso y falaz dejó Gualtero
Su nombre, Gilda, por tu mal, grabado.

Tu pecho estaba á la pasión guardado
Y él fué quien lo hizo palpitar primero
Con la delicia del amor, y fiero
Dejó el infiel tu hogar abandonada

Por él las notas de tu canto triste
Que el aura lleva al cielo de zafiro,
Doliente lanzas pues partir le viste.

Y en tanto que te aplaudo y que te admiro,
Pues nadie el eco de tu voz resiste,
Para él será tu postrimer suspiro.



Francisco Villaespesa

lo que pasa

-- de Francisco Villaespesa --

¡felicidad!... ¡Felicidad!... Dulzura
del labio y paz del alma... Te he buscado
sin tregua, eternamente, en la hermosura,
en el amor y el arte... ¡Y no te he hallado!
en vano, el alma, sin cesar te nombra...
¡Oh luz lejana, y por lejana, bella!...
¡Jamás la mano alcanzará la estrella!...
¿Pasaste sobre mí, como una sombra?
¿en brazos de qué amor has sido mía?..
¿No he besado tus labios todavía?...
¿Los besaré, señor?... Sobre mi oído
murmura alguna voz, remota y triste :
pasó por tu jardín... Y no la viste...
¡Y ya, sin conocerla, la has perdido!



Carolina Coronado

el espino

-- de Carolina Coronado --

Yo no quiero de los campos
los árboles ni las parras
ni la multitud vistosa
de sus bellísimas plantas;
pero un espino florido
que hay, emilio, entre las zarzas,
es la envidia de mis ojos
la codicia de mi alma.
Viste su tronco ramaje
de verdes hojas lozanas.
Y entre sus brazos airosos
flores como espumas alza.
Más ansiosa que la abeja
es su perfume embriagada
vago errante, sin aliento
en torno de sus guirnaldas.
Mas, tiendo en vano los brazos
que antes que llegue a alcanzarlas
las punzadoras espinas
de sus ramos me desgarran.
Huye la flor de mis manos;
crece de mi pecho el ansia;
la flor queda en el espino
y en el espino mis lágrimas.



Clemente Althaus

A Jesucristo (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

¿A quién acudiré, cuando estoy triste,
en busca de remedio y de consuelo,
si no a ti, que comprendes nuestro duelo,
del que experiencia tan crüel hiciste,

Cuando la mortal carne que nos viste,
te vio vestir el asombrado cielo,
y las miserias del mezquino suelo
todas por larga prueba conociste?

Me espanta de tu Padre soberano
la majestad tremenda; más contigo,
que te muestras tan dulce y tan humano,

me es dado hablar cual con estrecho amigo,
o cual pudiera hermano con hermano,
y mis dolores íntimos te digo.



Clemente Althaus

A la quina

-- de Clemente Althaus --

Febrífuga corteza, de la humana
enferma gente celestial tesoro,
por el que más que por su plata y oro
el mundo debe a la región peruana:

¡Cuántas gracias te rinde el alma ufana!
Por ti se enjuga mi encendido lloro;
tú vuelves la salud a la que adoro,
y a su semblante la nativa grana.

Por ti de nuevo blancos velos viste,
y sus divinas perfecciones muestra
a Lima, con sil ausencia sola y triste;

por ti en el baile alegre con su diestra
mi diestra junto, y venturoso enlazo
su talle estrecho con mi amante brazo.



Clemente Althaus

Al viernes 22 de abril de 1870

-- de Clemente Althaus --

¡Oh doloroso inolvidable día,
más negro que la noche más oscura!
Tú sellaste mi inmensa desventura,
en ti el sol, se eclipsó de mi alegría.

Tus lentas horas, en cadena impía,
insensibles al ay de mi ternura,
¡midieron, como siglos de amargura,
de mi madre adorada la agonía!

Sé pues maldito; y entre todos triste,
nunca del astro con la luz te dores
que ardiente velo a tus hermanos viste:

¡negras nubes y vientos bramadores
te acompañen por siempre, o tú que fuiste
el Viernes para mí de los dolores!



Clemente Althaus

A mi madre (2 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Cuando empieza el mundo
a gozar quietud:
en aquellas horas
en que incierta luz
viste mar y tierra
aire y cielo azul,
y no es ya de día
ni de noche aún:
yo, triste viajero
que de Norte a Sur
y de Oriente a Ocaso
lleva su inquietud,
como el que a andar siempre
condenó Jesús,
que sólo me veo,
solo con mi cruz,
sin ningún consuelo
ni amigo ningún:
entonces recuerdo
mi patrio Perú,
hermanos, parientes,
leda juventud
amiga, y aquellos
que ya la segur
hirió de la fiera
contraria común.
Ero mi más tierna
memoria eres tú,
madre idolatrada,
de mis ojos luz;
y soy de tu vida
venturoso augur,
y cantos te envía
mi amante laúd:
¡llevarte éste quiera
afable querub
al limeño suelo
desde el andaluz!



Clemente Althaus

Aniversario (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Sigue un día a otro día,
oh dulce patria, y el rubor los cuenta;
que, impune todavía
injuria tan sangrienta,
son dos años la edad de nuestra afrenta.
Como el hijo que llora
de la madre la pública mancilla,
bañe tu prole ahora
en llanto la mejilla,
al ver, patria, la mengua que te humilla.
No en brazos de Amor duerma
el buen peruano, ni descanse o ría,
estando tu honra enferma:
destierre la alegría
hasta que llegue de tu triunfo el día.
Tal día en fin cercano
contemplas, patria; que la armada ibera
ya surca el océano,
pidiendo tu ribera
do el escarmiento y el baldón la espera.
Oh Abril, oh Abril, tú viste
el ultraje del pérfido enemigo
y nuestro oprobio triste:
sé tú también testigo
de la justa venganza y del castigo.

14 De Abril de 1866.



Clemente Althaus

Castigo (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

«¿No oyes? la aguda cántiga temprana
del ave conocida en la ventana,
oh amado, nos avisa
que torna la mañana
con importuna desusada prisa.
»¡Ay! ya de tu partir llegó la hora:
¡Cuán presurosa fue de la traidora
breve noche la fuga!
La diligente aurora
Hoy ¡qué temprano en nuestro mal madruga!
»Mas deja el lecho, y tus disfraces viste;
y, aunque me miras congojada y triste,
parte ya, dulce amigo,
secreto cual viniste:
nadie de tu salir sea testigo.
»Mas ni hablas, ni respiras» ¡ay! que nada,
nada responde el joven; espantada,
ella le toca y mueve,
e inmoble inanimada
masa siente, más fría que la nieve.
¡Ay! ¡qué gritos arroja de hondo espanto!
¡Qué alaridos! ¡qué voces! ¡y qué llanto!
La familia despierta
y acude a rumor tanto,
y es de todos su infamia descubierta.
Y la culpada que a sus padres mira
llenos de asombro y de vergüenza y de ira,
y al que amaba difunto,
solo a morir aspira,
que honra, dicha y amor perdió en un punto.



Clemente Althaus

Viajando por la costa

-- de Clemente Althaus --

Áridos cerros que ni el musgo viste,
cumbres que parecéis a la mirada
altas olas de mar petrificada,
¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
en contemplaros, al fulgor sombrío
de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
conforme, cual vosotros, a mi estado!

Que en el mar y en la tierra y en el cielo
a un afligido corazón le agrada
encontrar donde quiera retratada
la fiel imagen de su propio duelo.



Arcano

-- de Clementina Isabel Azlor --

¿Qué mano misteriosa erizó de doradas,
promisorias espigas, el siniestro abrojal?
¿Qué vendaval maldito derramó la simiente
que hoy viste de esmeralda lujoso el cenagal?

¿Qué espíritu invisible llegó en la tarde lívida
a borrar con su magia la apariencia del mal?
¿Quién te dio esa sonrisa seductora y aviesa?
¿Quién te puso en los labios ese embrujo fatal?



Ramón López Velarde

En el reinado de la primavera

-- de Ramón López Velarde --

Josefa de los santos

(17 de marzo de 1880 - 7 de mayo de 1917)

Amada, es primavera.
Fuensanta, es que florece
La eclesiástica unción de la cuaresma.

Hay un alivio dulce
En las almas enfermas,
Porque abril con sus auras les va dando
La sensación de la convalecencia.

Se viste el cielo del mejor azul
Y de rosas la tierra,
Y yo me visto con tu amor... ¡Oh gloria
De estar enamorado, enamorado,
Ebrio de amor a ti, novia perpetua,
Enloquecidamente enamorado,
Como quince años, cual pasión primera!

Y con la dicha de palomas que huyen
Del convento en que estaban prisioneras
Y se ven lejos, bajo la promesa
Azul del firmamento
Y sobre la florida de la tierra,
Así vuelan a verte en otros climas
¡oh santa, amadísima, oh enferma!
Estos versos de infancia que brotaron
Bajo el imperio de la Primavera.



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