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Se han encontrado 21 poemas con la palabra vimos

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Jaime Sabines

tlaltelolco - habría que quitarles los ojos a los que vimos

-- de Jaime Sabines --

Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.

La bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.

Poema tlaltelolco - habría que quitarles los ojos a los que vimos de Jaime Sabines con fondo de libro

Luis Palés Matos

fruta prohibida (para la amada de fuego)

-- de Luis Palés Matos --

Era la noche plétora de un delirio chispeante,
era una indiferencia sonámbula y fragante:
la muda indiferencia de los astros, despiertos
como un diluvio de ojos parpadeantes y abiertos.

Era un vaho de perfume de hembra en los jardines,
bajo la enredadera de los blancos jazmines;
y aquellas, las estrellas, nos miraban temblando;
y vino el paraíso de anhelos suspirando;

y vino aquel deseo de la mujer primera,
y tembló sorprendida la casta enredadera;
y en el febril incendio de nuestra edad temprana,

tú deshecha en querellas, yo en el amor ardiente,
probamos los dulzores de la roja manzana,
y vimos como alegre silbaba la serpiente. .

Poema fruta prohibida (para la amada de fuego) de Luis Palés Matos con fondo de libro

Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 23

-- de Jorge Manrique --

Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes,
di, muerte, ¿dó los escondes
y traspones?
y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras
y deshaces.
↑ Dónde

Poema coplas por la muerte de su padre 23 de Jorge Manrique con fondo de libro

Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 21

-- de Jorge Manrique --

Pues aquel gran condestable,
maestre que conocimos
tan privado,
no cumple que de él se hable,
sino sólo que lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?
¿qué fueron sino pesares
al dejar?



Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 15

-- de Jorge Manrique --

Dejemos a los troyanos,
que sus males no los vimos
ni sus glorias;
dejemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus historias.
No curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
qué fue de ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.



Arturo Borja

Melancolía, madre mía

-- de Arturo Borja --

Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.

Yo soy el rey abandonado
de una Thulé dorada donde nunca viví
y al verme pobre y desterrado
vuelvo los ojos hacia ti.

Melancolía, tú eres buena,
tú aliviarás este dolor;
para esta pena,
serán tus lágrimas de amor.

¿Qué me ha quedado de aquella hora
primaveral?
La melodía pasó. Ahora
sólo hay un eco funeral.

¿Y la mujer a quien quisimos?
¡Ay! se fue ya.
¿Y la mujer que en sueños vimos?
Nunca vendrá.
(...)
Y así, la vida:
las estrellas mintiendo amores con su luz,
cuando muy bien pudiera que ellas
sean los clavos de una cruz.
(...)
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.



José Ángel Buesa

soneto del ahoracadp

-- de José Ángel Buesa --

El beodo narraba dificultosamente,
con hipos de agonía y vahos de aguardiente:
él, residuo de hombre, sin vigor ni decoro,
era el único dueño de un singular tesoro.
Y vi en su mano torpe, tal como una serpiente
de escamas de oro puro, la trenza reluciente:
su tesoro romántico, su reliquia -aunque ignoro
de quién era la trenza de cabellos de oro-.
Y una noche de lluvia se colgó de una rama,
y un rechinar de dientes epilogó su drama
de recorrer a tientas las brumas del alcohol.
Y allí lo vimos todos, al inflamarse el día,
y en su cárdeno cuello la trenza relucía
cual si se hubiese ahorcado con un rayo de sol.



Anónimo

Romance del rey Ramiro

-- de Anónimo --

Ya se asienta el rey Ramiro,
ya se asienta a sus yantares,
los tres de sus adalides
se le pararon delante:
al uno llaman Armiño,
al otro llaman Galvane,
al otro Tello, lucero,
que los adalides trae.
-Mantengaos Dios, señor.
-Adalides, bien vengades.
¿Qué nuevas me traedes
del campo de Palomares?
-Buenas las traemos, señor,
pues que venimos acá;
siete días anduvimos
que nunca comimos pan,
ni los caballos cebada,
de lo que nos pesa más,
ni entramos en poblado,
ni vimos con quién hablar,
sino siete cazadores
que andaban a cazar.
Que nos pesó o nos plugo,
hubimos de pelear:
los cuatro de ellos matamos,
los tres traemos acá,
y si lo creéis, buen rey,
si no, ellos lo dirán.



Mario Benedetti

piojos

-- de Mario Benedetti --

Concebir o tratar de imaginar
la cruda inmensidad del universo
es para enloquecerse lentamente
¿qué es después de todo este mundito
en la inconmensurable vastedad?
un piojo apenas eso
y marte ese arrugado territorio
cuya espantosa soledad ya vimos
es otro piojo un piojo muerto claro
al menos nuestro mísero planeta
es sólo un piojo pero un piojo vivo



Medardo Ángel Silva

El viajero y la sombra

-- de Medardo Ángel Silva --

A los que hemos mirado –en una noche horrenda–
a nuestra cabecera la faz de la Ignorancia,
puesto que comprendimos, se nos cayó la venda
y tenemos la ciencia de la sonrisa helada.

Y vimos –presentimos más– la cosa estupenda
y la tiniebla en que se hundirá nuestra nada
y la noche absoluta en la perdida senda
sin amores, sin albas, sin fin de la jornada.

No obstante, cautelosos, en nuestra ceguedad,
vamos hacia la fuente de Piedad y Verdad...
¡Pero el mayor suplicio es ignorar el puerto

y, en la tormenta hostil que nuestro sueño enluta,
al ser como un navío, cuyo piloto muerto
y aferrado al timón, no puede darle ruta!



Medardo Ángel Silva

Fragmento inédito de La divina comedia

-- de Medardo Ángel Silva --

Vimos los laberínticos senderos interiores
—ideas como larvas y monstruos roedores—:
toda la fauna y flora que nutren el Espanto
y la Locura...

El aire sabía a sangre y llanto.
Y llegamos al círculo postrer de condenados,
y yo dije:

—Maestro: ¿y esos puños crispados?
¡Y esos ojos de vértigo cuya mirada brilla
como la del felino que guarda su caverna?
¿Y aquella faz exangüe de fiebre y pesadilla?...

Y Él: —Es un buscador de la Verdad Eterna.



Miguel de Cervantes

Soneto a la entrada del duque de Medina en Cádiz

-- de Miguel de Cervantes --

Vimos en julio otra semana santa,
atestada de ciertas cofradías
que los soldados llaman compañías,
de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta.

Hubo de plumas muchedumbre tanta,
que, en menos de catorce o quince días,
volaron sus pigmeos y Golias,
y cayó su edificio por la planta.

Bramó el becerro y pusolos en sarta,
trono la tierra, escureciose el cielo,
amenazando una total ruina,

y al cabo, en Cádiz, con mesura harta,
ido ya el conde, sin ningún recelo,
triunfando entró el gran Duque de Medina.



Juan Meléndez Valdés

de mi niñeces oda xv

-- de Juan Meléndez Valdés --

Siendo yo niño tierno,
con la niña dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,
de que alegres guirnaldas,
con gracia peregrina
para ambos coronarnos,
su mano disponía.
Así en niñeces tales
de juegos y delicias
pasábamos felices
las horas y los días.
Con ellos poco a poco
la edad corrió de prisa,
y fue de la inocencia
saltando la malicia.
Yo no sé; mas, al verme
dorila se reía,
y a mí de sólo hablarla
también me daba risa.
Luego al darle las flores
el pecho me latía,
y al ella coronarme
quedábase embebida.
Una tarde tras esto
vimos dos tortolitas
que con trémulos picos
se halagaban amigas,
y de gozo y deleite,
cola y alas caídas,
centellantes sus ojos,
desmayadas gemían.
Alentonos su ejemplo,
y entre honestas caricias
nos contamos turbados
nuestras dulces fatigas;
y en un punto, cual sombra
voló de nuestra vista
la niñez, mas en torno
nos dio el amor sus dichas.



Juan Meléndez Valdés

De mi niñeces: Oda XV

-- de Juan Meléndez Valdés --

Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,

de que alegres guirnaldas,
con gracia peregrina
para ambos coronarnos,
su mano disponía.

Así en niñeces tales
de juegos y delicias
pasábamos felices
las horas y los días.

Con ellos poco a poco
la edad corrió de prisa,
y fue de la inocencia
saltando la malicia.

Yo no sé; mas, al verme
Dorila se reía,
y a mí de sólo hablarla
también me daba risa.

Luego al darle las flores
el pecho me latía,
y al ella coronarme
quedábase embebida.

Una tarde tras esto
vimos dos tortolitas
que con trémulos picos
se halagaban amigas,

y de gozo y deleite,
cola y alas caídas,
centellantes sus ojos,
desmayadas gemían.

Alentonos su ejemplo,
y entre honestas caricias
nos contamos turbados
nuestras dulces fatigas;

y en un punto, cual sombra
voló de nuestra vista
la niñez, mas en torno
nos dio el Amor sus dichas.



Francisco de Quevedo

parnaso español 36

-- de Francisco de Quevedo --

Ya llena de sí solo la litera
matón, que apenas anteayer hacía
(flaco y magro malsín) sombra, y cabía,
sobrado sitio, en una ratonera.
Hoy, mal introducido con la esfera
su casa, al sol los pasos le desvía,
y es tropezón de estrellas; y algún día,
si fuera más capaz, pocilga fuera.
Cuando a todos pidió, le conocimos;
no nos conoce cuando a todos toma;
y hoy dejamos de ser lo que ayer dimos.
Sóbrale tanto cuanto falta a roma;
y no nos puede ver, porque le vimos:
lo que fue esconde; lo que usurpa asoma.



José Asunción Silva

sub umbra

-- de José Asunción Silva --

A a. De w.
Tú no lo sabes... Mas yo he soñado
entre mis sueñoscolor de armiño,
horas de dicha con tus amores
besos ardientes, quedossuspiros
cuando la tarde tiñe de öro
esos espacios quejuntos vimos,
cuando mi alma su vuelo emprende
a las regiones delo infinito
aunque me olvides, aunque no me ames
aunque me odies, ¡sueñocontigo!



José Asunción Silva

A ti (Silva)

-- de José Asunción Silva --

Tú no sabes, más yo he soñado
entre mis sueños color de armiño,
horas de dicha con tus amores,
besos ardientes, quedos suspiros
cuando la tarde se tiñe de oro
esos espacios que juntos vimos,
cuando mi alma su vuelo emprende
a las regiones de lo infinito.



José Asunción Silva

Crisálidas

-- de José Asunción Silva --

Cuando enferma la niña todavía
salió cierta mañana
y recorrió, con inseguro paso
la vecina montaña,
trajo, entre un ramo de silvestres flores
oculta una crisálida,
que en su aposento colocó, muy cerca
de la camita blanca...
.................................................................
Unos días después, en el momento
en que ella expiraba,
y todos la veían, con los ojos
nublados por las lágrimas,
en el instante en que murió, sentimos
leve rumor de alas
y vimos escapar, tender al vuelo
por la antigua ventana
que da sobre el jardín, una pequeña
mariposa dorada...
.................................................................
La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé ¿si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso,
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra
qué encontrarán las almas?



José Martí

yo visitaré anhelante

-- de José Martí --

iv
yo visitaré anhelante
los rincones donde a solas
estuvimos yo y mi amante
retozando con las olas.
Solos los dos estuvimos,
solos, con la compañía
de dos pájaros que vimos
meterse en la gruta umbría.
Y ella, clavando los ojos,
en la pareja ligera,
deshizo los lirios rojos
que le dio la jardinera.
La madreselva olorosa
cogió con sus manos ella,
y una madama graciosa,
y un jazmín como una estrella.
Yo quise, diestro y galán,
abrirle su quitasol;
y ella me dijo: «¡qué afán!
¡si hoy me gusta ver el sol!
»nunca más altos he visto
estos nobles robledales:
aquí debe estar el cristo,
porque están las catedrales.
»Ya sé dónde ha de venir
mi niña a la comunión;
de blanco la he de vestir
con un gran sombrero alón».
Después, del calor al peso,
entramos por el camino,
y nos dábamos un beso
en cuanto sonaba un trino.
¡Volveré, cual quien no existe,
al lago mudo y helado:
clavaré la quilla triste:
posaré el remo callado!



Rubén Darío

prólogo ii

-- de Rubén Darío --

Juntos hemos visto el mal
y en el mundano bullicio,
cómo para cada vicio,
se eleva un arco triunfal.
Vimos perlas en el lodo,
burla y baldón a destajo,
el delito por debajo
y la hipocresía en todo.
Bondad y hombría de bien,
como en el mar las espumas,
y palomas con las plumas
recortadas a cercén.
Mucho tigre carnicero,
bien enguantadas las uñas,
y muchísimas garduñas
con máscaras de cordero.
La poesía con anemia,
con tisis el ideal
bajo la capa el puñal
y en la boca la blasfemia.
La envidia, que desenrosca
su cuerpo y muerde con maña;
y en la tela de la araña
a cada paso la mosca...
¿Eres artista? te afeo.
¿Vales algo? te critico.
Te aborrezco si eres rico,
y si pobre te apedreo.
Y de la honra haciendo el robo
e hiriendo cuanto se ve,
sale cierto lo de que
el hombre del hombre es lobo.



Rubén Darío

Prólogo II (Rubén Darío)

-- de Rubén Darío --

Juntos hemos visto el mal
y en el mundano bullicio,
cómo para cada vicio,
se eleva un arco triunfal.
Vimos perlas en el lodo,
burla y baldón a destajo,
el delito por debajo
y la hipocresía en todo.
Bondad y hombría de bien,
como en el mar las espumas,
y palomas con las plumas
recortadas a cercén.
Mucho tigre carnicero,
bien enguantadas las uñas,
y muchísimas garduñas
con máscaras de cordero.
La poesía con anemia,
con tisis el ideal
bajo la capa el puñal
y en la boca la blasfemia.
La envidia, que desenrosca
su cuerpo y muerde con maña;
y en la tela de la araña
a cada paso la mosca...
¿Eres artista? Te afeo.
¿Vales algo? Te critico.
Te aborrezco si eres rico,
y si pobre te apedreo.
Y de la honra haciendo el robo
e hiriendo cuanto se ve,
sale cierto lo de que
el hombre del hombre es lobo.



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