Buscar Poemas con Tremendo


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Se han encontrado 12 poemas con la palabra tremendo

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Alfonsina Storni

El racimo inocente

-- de Alfonsina Storni --

Así, como jugando, te acerqué el corazón
Hace ya mucho tiempo, en una primavera...
Pero tú, indiferente, pasaste por mi vera...
Hace ya mucho tiempo.

Sabio de toda cosa, no sabías acaso
Ese juego de niña que cubría discreto
Con risas inocentes el tremendo secreto,
Sabio de toda cosa...

Hoy, de vuelta a mi lado, ya mujer, tú me pides
El corazón aquél que en silencio fue tuyo,
Y con torpes palabras negativas arguyo
Hoy, de vuelta a mi lado.

Oh, cuando te ofrecí el corazón en aquella
Primavera, era un dulce racimo no tocado
El corazón... Ya otros los granos han probado
Del racimo inocente...

Poema El racimo inocente de Alfonsina Storni con fondo de libro

Alfonsina Storni

Odio

-- de Alfonsina Storni --

Oh, primavera de las amapolas,
Tú que floreces para bien mi casa,
Luego que enjoyes las corolas,
Pasa.

Beso, la forma más voraz del fuego,
Clava sin miedo tu endiablada espuela,
Quema mi alma, pero luego,
Vuela.

Risa de oro que movible y loca
Sueltas el alma, de las sombras, presa,
En cuanto asomes a la boca,
Cesa.

Lástima blanda del error amante
Que a cada paso el corazón diluye,
Vuelca tus mieles y al instante,
Huye.

Odio tremendo, como nada fosco,
Odio que truecas en puñal la seda,
Odio que apenas te conozco,
Queda.

Poema Odio de Alfonsina Storni con fondo de libro

Amado Nervo

a sor quimera. pallida, sed quamvis pallida pulchra tamen.

-- de Amado Nervo --

Pallida, sed quamvis pallida pulchra tamen.
Para luis g. Urbina.
I
en nombre de tu rostro de lirio enfermo,
en nombre de tu seno, frágil abrigo
donde en noches pobladas de espanto duermo,
¡yo te bendigo!
en nombre de tus ojos de adormideras,
doliente y solitario fanal que sigo;
en nombre de lo inmenso de tus ojeras,
¡yo te bendigo!
ii
yo te dedico
el ímpetu orgulloso con que en las cimas
de todos los calvarios, me crucifico
iluso ¡pretendiendo que te redimas!
yo te consagro
un cuerpo que martirio sólo atesora
y un alma siempre oscura, que por milagro,
del cáliz de ese cuerpo no se evapora...
Iii
mujer, tu sangre yela mi sangre cálida;
mujer, tus besos fingen besos de estrella;
mujer, todos me dicen que eres muy pálida,
pero muy bella...
Te hizo el dios tremendo mi desposada;
ven, te aguardo en un lecho nupcial de espinas;
no puedes alejarte de mi jornada,
porque une nuestras vidas ensangrentada
cadena de cilicios y disciplinas.

Poema a sor quimera. pallida, sed quamvis pallida pulchra tamen. de Amado Nervo con fondo de libro

Anastasio Pantaleón a unas fiestas

-- de Anastasio Pantaleón de Ribera --

Rompio, Clori, tres astas en el toro
Gauiria el moço tan de lleno en lleno,
que dexó desluçida en el terreno
qualquier lanzada del izquierdo moro.
Fue de las fiestas con igual decoro
explorado el taladro y el barreno,
la Beatitud de Bonifaçio onçeno,
cuyo tremendo pie postrado adoro.
Erraronse las cañas, y con ellas
su caracol a justiçiar fue visto
en la plaça sin misas y sin credos.
Estas cañitas, Clori, son aquellas
que en llegando a madrid el antichristo,
incará por las yemas de los dedos.
Despues de tantos miedos
de este impuro vestiglo,
tendra final consumaçion el siglo.
Paciencia, yemas mias,
que ello se an de cumplir las profeçias.»



Marilina Rébora

el cristo de dalí

-- de Marilina Rébora --

El cristo de dalí
siempre desde abajo pudimos mirarle
y aun de nuestra altura miramos a cristo,
mas nunca hasta ahora pudo contemplarle
alguien de lo alto, ni de allá fue visto.
Pero así el artista consiguió pintarle,
en tremendo escorzo con genio imprevisto,
mirando de arriba, y supo evocarle
de terreno ambiente al fin desprovisto.
Brazos y cabeza en un primer plano
provocan sorpresa por su recio encuadre
y el extraordinario grandor del proyecto.
El cuerpo en su fuga termina lejano,
el estar arriba nos acerca al padre
y de arriba vemos el terrible aspecto.



Mauricio Bacarisse

Nisus

-- de Mauricio Bacarisse --

Este noble deleite de sudar y esforzarme
para luego morir, sin querer recompensa...
Ebrio de dinamismo, no me disperso nunca.
Mi vida es simple y lineal.

He donado mis tierras; he quemado mis ropas.
Con mi mandil de cuero, en mi gruta, en mi fragua
martillando en el yunque, junto a una fresca fuente
puedo a mi gusto jadear.

Soy más casto que el gneis. Agonizó la Amada.
Un enjambre de avispas acribilló sus senos
como manzanas núbiles. Me libré del castigo
del Sexo estúpido y cruel.

Desprecio las contiendas de Ahrimán y de Ormuz
y los considerandos del Gran Juicio Final,
las leyes del Areópago y de la soldadesca
y los Dioses borrosos...

Le he arrancado ya todos los denominadores
a la ecuación del mundo. Idéntico y sencillo
en mi labor penosa de terco Demiurgo
encuentro mi finalidad.

Contra el tremendo espanto de presumir los noúmenos
golpeo los fenómenos, machaco la apariencia;
cada diástole mía es una gran plegaria
de rebeldía y voluntad.



Julio Zaldumbide Gangotena

Al dolor (Zaldumbide)

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He, aquí desnudo
mi inerme pecho: el protector escudo
que en otro tiempo rechazó tus dardos,
roto en pedazos estalló a tus golpes,
y contra ti ya nada me defiende.
¡A ti me entrego en mi fatal despecho!
Hiere, pues, rompe, hiende,
destroza sin piedad mi inerme pecho.
Pero sabe, oh Dolor, que, aunque rendido,
a ti me doy perdida la esperanza;
no me verás doblar la erguida frente
y el rudo bote de tu ardiente lanza
del corazón herido
no arrancará ni queja ni gemido
ni de su llanto hará correr la fuente.
Y acaso el solo ruego
que escuchen de mis labios tus oídos,
será que de tu brazo formidable
en mí descargues tan tremendo y fuerte
que con sólo ese golpe me des muerte,
dando fin a esta vida miserable.



José Cadalso

oda sáfico adónica. a la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra

-- de José Cadalso --

A la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra
ya deja ortelio la paterna casa,
ya le recibes, navecilla humilde,
ya queda lejos la jamás domada
cántabra gente.
Nave que llevas tan amable vida,
céfiro grato llévete sereno,
hasta que pongas a la amiga costa
áncora firme.
Alce neptuno el húmido tridente,
abra las ondas para darte paso,
salgan en coros ninfas y tritones
para guiarte.
Ni toques costa, ni movible arena,
ni sople hinchado contra tu velamen,
gúmena y jarcia, desde el alto polo
hórrido norte.
Las naves altas de cañón tremendo,
con la bandera del amado carlos,
no te abandonen al atroz pirata
que áfrica cría.
Ni temas golpes de la suerte aleve.
Yo pido al cielo para ti bonanza,
y al que le ruega por su dulce amigo,
júpiter oye.



Abate Marchena

Así cuando el alcázar del Olimpo

-- de Abate Marchena --

Así cuando el alcázar del Olimpo,
el soberbio Mimante y los Titanes,
hórridos hijos de la dura tierra,
escalar intentaron, y de Atlante
el grave Pelïón agobió el hombro;
cuando cien lanzas blandeó Briareo,
de Encélado la mano poderosa,
arranca sierras y montañas lanza
contra el sagrado cielo, y ni el tremendo
rayo que Jove por los aires vibra
no le amedrenta, ni el feroz bramido
del Noto por Eolo desatado,
ni las olas que heridas del tridente
de Neptuno las tierras anegaban;
no el reluciente casco de Mavorte,
no le asustan de Apolo las saetas;
de Apolo que a la sierpe en otro tiempo
traspasó el cuerpo duro con mil flechas,
y en angustia rabiosa exhaló el alma
en negra podre y en veneno envuelta.
Tres veces tiembla la morada augusta
de las deidades: Venus y las Gracias
a lo último del cielo huyen medrosas;
las otras diosas siguen: los amores
se acogen a sus brazos, o en sus senos
se esconden, temerosos del peligro.



José Martí

crin hirsuta

-- de José Martí --

Crin hirsuta
¿que como crin hirsuta de espantado
caballo que en los troncos secos mira
garras y dientes de tremendo lobo,
mi destrozado verso se levanta...?
Sí; ¡pero se levanta! a la manera
como cuando el puñal se hunde en el cuello
de la res, sube al cielo hilo de sangre:
sólo el amor engendra melodías.



Clemente Althaus

La estatua de Niobe

-- de Clemente Althaus --

De un dios el rigor tremendo
cambió en piedra a una mujer;
pero del arte el poder,
carne la piedra volviendo,
la restituye a su ser.



Ricardo Gutiérrez

Las dos almas

-- de Ricardo Gutiérrez --

Huérfana como el águila del cielo,
errante como el céfiro del alba,
triste como el destierro del proscrito,
sola como la flor de la montaña,
como el lucero
de la mañana,
así vivió tu alma sin mi alma,
así vivió mi alma sin tu alma.

Como el cuerpo y la sombra de su cuerpo
como el mar y la onda de sus aguas,
como el canto y el eco de su canto,
como el sol y la lumbre de su llama,
como los ojos
y la mirada
así se unió tu alma con la mía,
así se unió mi alma con tu alma.

Sobre la tierra de extranjeras olas,
bajo el cielo sublime de la patria,
en las risueñas horas de la dicha,
en la noche fatal de la desgracia,
como dos ruedas
como dos alas,
no se apartó tu alma de la mía,
no se apartó mi alma de tu alma.

Cuando el tremendo golpe de la muerte,
la misma tierra a nuestros cuerpos abra,
tu alma en sus alas alzará mi vida,
mi alma la tuya subirá en sus alas
hasta ese mundo
de la esperanza,
patria inmortal de tu alma y de la mía,
patria inmortal de mi alma y de tu alma.



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