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Gerardo Diego

ante las torres de compostela

-- de Gerardo Diego --

Ante las torres de compostela
también la piedra, si hay estrellas, vuela.
Sobre la noche biselada y fría
creced, mellizos lirios de osadía;
creced, pujad, torres de compostela.
Campo de estrellas vuestra frente anhela,
silenciosas maestras de porfía.
En mi pecho ay, amor mi fantasía
torres más altas labra. El alma vela.
Y ella tú aquí, conmigo, aunque no alcanzas
con tus dedos mis torres de esperanzas
como yo estas de piedra con los míos,
contempla entre mis torres las estrellas,
no estas de otoño, bórralas; aquellas
de nuestro agosto ardiendo en sueños fríos.

Poema ante las torres de compostela de Gerardo Diego con fondo de libro

José María Eguren

las torres

-- de José María Eguren --

Brunas lejanías...
Batallan las torres
presentando
siluetas enormes.

Áureas lejanas...
Las torres monarcas
se confunden
en sus iras llamas.

Rojas lejanías...
Se hieren las torres;
purpurados
se oyen sus clamores.

Negras lejanías...
Horas cenicientas
se oscurecen,
¡ay!, las torres muertas.

Poema las torres de José María Eguren con fondo de libro

Lope de Vega

Soberbias torres, altos edificios

-- de Lope de Vega --

Soberbias torres, altos edificios,
que ya cubristes siete excelsos montes,
y agora en descubiertos horizontes
apenas de haber sido dais indicios;

griegos liceos, célebres hospicios
de Plutarcos, Platones, Jenofontes,
teatro que lidió rinocerontes,
olimpias, lustros, baños, sacrificios;

¿qué fuerzas deshicieron peregrinas
la mayor pompa de la gloria humana,
imperios, triunfos, armas y dotrinas?

¡Oh gran consuelo a mi esperanza vana,
que el tiempo que os volvió breves rüinas
no es mucho que acabase mi sotana!

Poema Soberbias torres, altos edificios de Lope de Vega con fondo de libro

Góngora

A Córdoba

-- de Góngora --

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran rio, gran rey de Andalucia,
de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquella ruinas y despojos
que enriquece Genil y Darro baña
tu memoria no fue alimento mío,

¡nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tus muros, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!



Vicente Huidobro

Nubes sobre el surtidor del verano

-- de Vicente Huidobro --

Nubes sobre el surtidor del verano
De noche
Todas las torres de Europa se hablan en secreto
De pronto un ojo se abre
El cuerno de la luna grita

Halalí Halalí

Las torres son clarines colgados

AGOSTO DE 1914

Es la vendimia de las fronteras

Tras el horizonte algo ocurre
En la horca de la aurora son colgadas todas las ciudades
Las ciudades que humean como pipas

Halalí Halalí

Pero ésta no es una canción

Los hombres se alejan



Alberti

MADRIGAL AL BILLETE DE TRANVÍA

-- de Alberti --

Adonde el viento, impávido, subleva
torres de luz contra la sangre mía,
tú, billete, flor nueva,
cortada en los balcones del tranvía.

Huyes, directa, rectamente liso,
en tu pétalo un nombre y un encuentro
latentes, a ese centro
cerrado y por cortar del compromiso.

Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva
el finado clavel, si la violeta
contemporánea, viva,
del libro que viaja en la chaqueta.



Amado Nervo

perlas negras - ¿quién es? no sé: a veces cruza

-- de Amado Nervo --

¿quién es? no sé: a veces cruza
por mi senda, como el hada
del ensueño: siempre sola...
Siempre muda... Siempre pálida...
¿Su nombre? no lo conozco.
¿De dónde viene? ¿dó marcha?
¡lo ignoro! nos encontramos,
me mira un momento y pasa:
¡siempre sola...! ¡Siempre triste...!
¡Siempre muda...! ¡Siempre pálida!
mujer: ha mucho que llevo
tu imagen dentro del alma.
Si las sombras que te cercan,
si los misterios que guardas
deben ser impenetrables
para todos, ¡calla, calla!
¡yo sólo demando amores:
yo no te pregunto nada!
¿buscas reposo y olvido?
yo también. El mundo cansa.
Partiremos lejos, lejos
de la gente, a tierra extraña;
y cual las aves que anidan
en las torres solitarias,
confiaremos a la sombra
nuestro amor y nuestras ansias...



Leandro Fernández de Moratín

oda. traducción de horacio - rumbo mejor, licino

-- de Leandro Fernández de Moratín --

Rumbo mejor, licino,
seguirás no engolfándote en la altura,
ni aproximando el pino
a playa mal segura,
por evitar la tempestad oscura.
El que la medianía
preciosa amó, del techo quebrantado
y pobre se desvía
como del envidiado
alcázar, de oro y pórfidos labrado.
Muchas veces el viento
árboles altos rompe; levantadas
torres, con más violento
golpe caen arruinadas;
hiere el rayo las cumbres elevadas.
No en la dicha confía
el varón fuerte; en la aflicción espera
más favorable día:
jove la estación fiera
del hielo vuelve en grata primavera.
Si mal sucede ahora,
no siempre mal será. Tal vez no excusa
con cítara sonora,
febo, animar la musa;
tal vez el arco por los bosques usa.
En la desgracia sabe
mostrar al riesgo el corazón valiente;
y si el viento tu nave
sopla serenamente,
la hinchada vela cogerás prudente.



Leandro Fernández de Moratín

oda. traducción de horacio - más seguro ¡oh! licino

-- de Leandro Fernández de Moratín --

Más seguro ¡oh! licino
vivirás no engolfándote en la altura,
ni aproximando el pino
a playa mal segura,
por evitar la tempestad obscura.
El que la medianía
preciosa amó, del techo quebrantado
y pobre se desvía
como del envidiado
albergue en oro y pórfidos labrado.
Muchas veces el viento
árboles altos rompe; levantadas
torres con más violento
golpe caen arruinadas;
hiere el rayo las cumbres elevadas.
No en la dicha confía
el varón fuerte; en su aflicción espera
más favorable día:
jove la estación fiera
del hielo vuelve en grata primavera.
Si mal sucede ahora,
no siempre mal será. Tal vez no excusa
con cítara sonora
febo animar la musa;
tal vez el arco por los bosques usa.
En la desgracia sabe
mostrar al riesgo el corazón valiente
y si el viento tu nave
sopla serenamente
la hinchada vela cogerás prudente.



Lope de Vega

Si desde que nací, cuanto he pensado

-- de Lope de Vega --

Si desde que nací, cuanto he pensado,
cuanto he solicitado y pretendido
ha sido vanidad, y sombra ha sido,
de locas esperanzas engañado;
si no tengo de todo lo pasado
presente más que el tiempo que he perdido,
vanamente he cansado mi sentido,
y torres con el tiempo fabricado.
¡Cuán engañada el alma presumía
que su capacidad pudiera hartarse
con lo que el bien mortal le prometía!
Era su esfera Dios para quietarse,
y como fuera dél lo pretendía
no pudo hasta tenerle sosegarse.



Lope de Vega

Ir y quedarse, y con quedar partirse

-- de Lope de Vega --

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, e ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse,
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.



Góngora

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas

-- de Góngora --

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos,
y vomitar la tierra sus entrañas;

duras puentes romper, cual tiernas cañas;
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos
y enfrenados peor de las montañas;

los días de Noé, gentes subidas
en los más altos pinos levantados,
en las robustas hayas más crecidas.

Pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados.



Jacinto Verdaguer

A orillas del mar

-- de Jacinto Verdaguer --

Snbir me place al alto promontorio
Que el piélago domina,
A meditar mientras el sol radiante
Desde el zenit declina.

A la luz de esa antorcha miro el cielo,
Y cubierto de espuma
El dilatado mar; grandeza tanta
Mi pequeñez abruma.

Hablo, y escucho á las galanas ondas,
Y en mágico espejismo
Gozóme en festejar muertos ensueños
Que evoco del abismo.

¡Cuántos castillos levanté en la playa!
Derribólos el viento
Con sus torres y cúpulas altivas
De oro, y cristal, y argento.



Jaime Torres Bodet

nocturno ii

-- de Jaime Torres Bodet --

Ii
principia, pues, aquí, tu obra futura,
noche, y con lengua libre de falacia
explícame la edad, el sol, la acacia,
el río, el viento, el musgo, la escultura...
De los colores adjetivos cura
esta instantánea flor, póstuma gracia
de un idioma que fue con pertinacia
retórica guirnalda a la hermosura.
Brújula sin piedad, tiniebla pura,
orienta, noche, mis sentidos hacia
las torres de tu intrépida estructura
y deja que, en racimos de luz dura,
se apague esta inquietud que nada sacia
sino el error de ser tiempo y figura.



Jorge Guillén

del transcurso

-- de Jorge Guillén --

Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
y se me ahonda tanta perspectiva
que del confín apenas sigue viva
la vaga imagen sobre mis espejos.
Aun vuelan, sin embargo, los vencejos
en torno de unas torres, y allá arriba
persiste mi niñez contemplativa.
Ya son buen vino mis viñedos viejos.
Fortuna adversa o próspera no auguro.
Por ahora me ahínco en mi presente,
y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.
Ante los ojos, mientras, el futuro
se me adelgaza delicadamente,
más difícil, más frágil, más escaso.



César Vallejo

al fin, un monte

-- de César Vallejo --

Al fin, un monte
detrás de la bajura; al fin, humeante nimbo
alrededor, durante un rostro fijo.
Monte en honor del pozo,
sobre filones de gratuita plata de oro.
Es la franja a que arrástranse.
Seguras de sus tonos de verano,
las que eran largas válvulas difuntas;
el taciturno marco de este arranque
natural, de este augusto zapatazo,
de esta piel, de este intrínseco destello
digital, en que estoy entero, lúbrico.
Quehaceres en un pie, mecha de azufre,
oro de plata y plata hecha de plata
y mi muerte, mi hondura, mi colina.
¡Pasar
abrazado a mis brazos,
destaparme después o antes del corcho!
monte que tántas veces manara
oración, prosa fluvial de llanas lágrimas;
monte bajo, compuesto de suplicantes gradas
y, más allá, de torrenciales torres;
niebla entre el día y el alcohol del día,
caro verdor de coles, tibios asnos
complementarios, palos y maderas;
filones de gratuita plata de oro.



Emilio Bobadilla

A raíz del saqueo

-- de Emilio Bobadilla --

Edificios envueltos en densas humaredas
y muertos en posturas dolientes o tranquilas;
aquí, un caballo rígido; allí, un cañón sin ruedas
y entre piedras y yerbas, fusiles y mochilas.

El hedor que lo muerto sin enterrar emite:
olor a incendio, a pólvora, a pus, a grasa, a cieno.
En una esquina un viejo que sin cesar repite
como un loco: «Han echado en los pozos veneno.»

Al través de los campos devastados se aleja
la turba consternada de gente fugitiva
que ni habla, ni grita, ni llora, ni se queja...

Decrépita la iglesia entre escombros se esboza
y en sus torres de encaje la luna pensativa
como el alma elegíaca de las ruinas solloza.



Julián del Casal

elena

-- de Julián del Casal --

Luz fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad, y alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas flechas;
cual humo frío de homicidas mechas
en la atmósfera densa se vislumbra
vapor disuelto que la brisa encumbra
a las torres de ilión, escombros hechas.
Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el monte
de ruinas hacinadas en el llano,
indiferente a lo que en torno pasa,
mira elena hacia el lívido horizonte
irguiendo un lirio en la rosada mano.



Pablo Neruda

soneto ix cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Al golpe de la ola contra la piedra indócil
la claridad estalla y establece su rosa
y el círculo del mar se reduce a un racimo,
a una sola gota de sal azul que cae.
Oh radiante magnolia desatada en la espuma,
magnética viajera cuya muerte florece
y eternamente vuelve a ser y a no ser nada:
sal rota, deslumbrante movimiento marino.
Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio,
mientras destruye el mar sus constantes estatuas
y derrumba sus torres de arrebato y blancura,
porque en la trama de estos tejidos invisibles
del agua desbocada, de la incesante arena,
sostenemos la única y acosada ternura.



Pablo Neruda

soneto lxiii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina
es como la única rosa, la flor por el mar enterrada,
anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve.
Las amargas alturas de las cordilleras conocen mis pasos.
Enmarañada, silbante región de mi patria salvaje,
lianas cuyo beso mortal se encadena en la selva,
lamento mojado del ave que surge lanzando sus escalofríos,
oh región de perdidos dolores y llanto inclemente!
no sólo son míos la piel venenosa del cobre
o el salitre extendido como estatua yacente y nevada,
sino la viña, el cerezo premiado por la primavera,
son míos, y yo pertenezco como átomo negro
a las áridas tierras y a la luz del otoño en las uvas,
a esta patria metálica elevada por torres de nieve.



Pablo Neruda

soneto xx cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xx
mi fea, eres una castaña despeinada,
mi bella, eres hermosa como el viento,
mi fea, de tu boca se pueden hacer dos,
mi bella, son tus besos frescos como sandías.
Mi fea, dónde están escondidos tus senos?
son mínimos como dos copas de trigo.
Me gustaría verte dos lunas en el pecho:
las gigantescas torres de tu soberanía.
Mi fea, el mar no tiene tus uñas en su tienda,
mi bella, flor a flor, estrella por estrella,
ola por ola, amor, he contado tu cuerpo:
mi fea, te amo por tu cintura de oro,
mi bella, te amo por una arruga en tu frente,
amor, te amo por clara y por oscura.



Pedro Salinas

la voz a ti debida - para vivir no quiero

-- de Pedro Salinas --

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«yo te quiero, soy yo».



Juan Bautista Arriaza

A los serenísimos señores infantes

-- de Juan Bautista Arriaza --

No tanto de placer queda colmada
la ansiedad del cansado caminante,
cuando alzando los ojos ve delante
las torres de la villa deseada;

ni con júbilo igual ve recobrada
su libertad la tortolilla amante,
volando al dulce nido en el instante
que rota ve la pérfida lazada;

como al ver la bondad y gracia unida
de Carlos y Francisca, alegre aclama
la imprenta a su favor agradecida.

Las letras sirven bien a quien las ama:
tiempo vendrá en que paguen su venida
con la inmortalidad y con la fama.



Gabino Alejandro Carriedo

la langosta

-- de Gabino Alejandro Carriedo --

La langosta se come los trigos,
se corta los humos,
se compra los dientes que tiene.
La langosta que salta y deshace
los trigos más altos y pone
las aceñas de trigo amarillo
tan al lado del trigo comido.
La langosta cancela su postre,
traduce más tarde episodios
y se pone a sumar relicarios,
y a afeitarse se pone temprano,
y se pone a secarse las manos.
Tímidos misántropos del anochecer:
la langosta pospone a su madre,
las cigüeñas se acuestan a veces,
la lechuza nos dice que hay algo,
que en las torres las monjas dormitan.
Por lo mismo que digo langosta
yo diría primero que mientes.
Pues me muero de envidia si veo
los insectos que saltan los montes.



Gabriela Mistral

la manca

-- de Gabriela Mistral --

Que mi dedito lo cogió una almeja,
y que la almeja se cayó en la arena,
y que la arena se la tragó el mar.
Y que del mar la pescó un ballenero
y el ballenero llegó a gibraltar;
y que en gibraltar cantan pescadores:
«novedad de tierra sacamos del mar,
novedad de un dedito de niña:
¡la que esté manca lo venga a buscar!»
que me den un barco para ir a traerlo,
y para el barco me den capitán,
para el capitán que me den soldada,
y que por soldada pide la ciudad:
marsella con torres y plazas y barcos,
de todo el mundo la mejor ciudad,
que no será hermosa con una niñita
a la que robó su dedito el mar,
y los balleneros en pregones cantan
y están esperando sobre gibraltar...



Gerardo Diego

romance del júcar

-- de Gerardo Diego --

A mi primo rosendo
agua verde, verde, verde,
agua encantada del júcar,
verde del pinar serrano
que casi te vio en la cuna
bosques de san sebastianes
en la serranía oscura,
que por el costado herido
resinas de oro rezuman;
verde de corpiños verdes,
ojos verdes, verdes lunas,
de las colmenas, palacios
menores de la dulzura,
y verde rubor temprano
que te asoma a las espumas
de soñar, soñar tan niña
con mediterráneas nupcias.
Álamos, y cuántos álamos
se suicidan por tu culpa,
rompiendo cristales verdes
de tu verde, verde urna.
Cuenca, toda de plata,
quiere en ti verse desnuda,
y se estira, de puntillas,
sobre sus treinta columnas.
No pienses tanto en tus bodas,
no pienses, agua del júcar,
que de tan verde te añilas,
te amoratas y te azulas.
No te pintes ya tan pronto
colores que no son tuyas.
Tus labios sabrán a sal,
tus pechos sabrán a azúcar
cuando de tan verde, verde,
¿dónde corpiños y lunas,
pinos, álamos y torres
y sueños del alto júcar?



Al Alambra

-- de El Solitario --

Contempla, pasajero, la morada
que el árabe a su gloria alzó triunfante;
cómo la tiempo se rinde vacilante
su magnífica mole ya cascada.

La altivez de sus torres humillada,
de escombros llenó el pórtico arrogante,
y sin su azul el artesón brillante,
anuncia muerte al ánima angustiada.

Contempla bien cual queda sin colores
el morisco relieve y paramento,
borradas ya sus cifras y sus flores.

Míralo bien, que a paso menos lento,
el tiempo a ti también entre dolores,
traidor te acerca el último momento.



Antonio Machado

La luna, la sombra y el bufón

-- de Antonio Machado --

I
Fuera, la luna platea
cúpulas, torres, tejados;
dentro, mi sombra pasea
por los muros encalados.
Con esta luna parece
que hasta la sombra envejece.
Ahorremos la serenata
de una cenestesia ingrata,
y una vejez intranquila,
y una luna de hojalata.
Cierra tu balcón, Lucila.

II
Se pinta panza y joroba
en la pared de mi alcoba.
Canta el bufón:
¡Qué bien van,
en un rostro de cartón,
unas barbas de azafrán!
Lucila, cierra el balcón.



Antonio Machado

Canción

-- de Antonio Machado --

Ya va subiendo la luna
sobre el naranjal.
Luce Venus como una
pajarita de cristal.
Ámbar y berilo,
tras de la sierra lejana,
el cielo, y de porcelana
morada en el mar tranquilo.
Ya es de noche en el jardín
—¡el agua en sus atanores!—
y sólo huele a jazmín,
ruiseñor de los olores.
¡Cómo parece dormida
la guerra, de mar a mar,
mientras Valencia florida
se bebe el Guadalaviar!
Valencia de finas torres
y suaves noches, Valencia,
¿estaré contigo,
cuando mirarte no pueda,
donde crece la arena del campo
y se aleja la mar de violeta?



Antonio Machado

Amada, el aura dice...

-- de Antonio Machado --

Amada, el aura dice
tu pura veste blanca...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
El viento me ha traído
tu nombre en la mañana;
el eco de tus pasos
repite la montaña...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
En las sombrías torres
repican las campanas...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
Los golpes del martillo
dicen la negra caja;
y el sitio de la fosa,
los golpes de la azada...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!



Antonio Machado

Ante el pálido lienzo de la tarde

-- de Antonio Machado --

Ante el pálido lienzo de la tarde,
la iglesia, con sus torres afiladas
y el ancho campanario, en cuyos huecos
voltean suavemente las campanas,
alta y sombría, surge.
La estrella es una lágrima
en el azul celeste.
Bajo la estrella clara,
flota, vellón disperso,
una nube quimérica de plata.



Antonio Machado

Pascua de Resurrección

-- de Antonio Machado --

Mirad: el arco de la vida traza
el iris sobre el campo que verdea.
Buscad vuestros amores, doncellitas,
donde brota la fuente de la piedra.
En donde el agua ríe y sueña y pasa,
allí el romance del amor se cuenta.
¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
atónitos, el sol de primavera,
ojos que vienen a la luz cerrados,
y que al partirse dé la vida ciegan?
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!
Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,
y escriben en las torres sus blancos garabatos.
Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
Entre los robles muerden
los negros toros la menuda hierba,
y el pastor que apacienta los merinos
su pardo sayo en la montaña deja.



Antonio Ros de Olano

Los castillos de la Reconquista

-- de Antonio Ros de Olano --

Son esqueletos de gigante hechura:
helos en pie; la Religión los vela:
asomos del cristiano centinela,
ásperos muros, torres de la jura.

Quedó de Troya, donde fue insegura
defensa la pelasga ciudadela,
contra el griego invasor que la debela,
ceniza al aire, al suelo sepultura.

Y éstos, agora, en soledad sagrada,
viejos testigos del tesón íbero,
mientras luchó por siglos la mesnada,

Desde la breha en que se alzó el primero,
llevan de Covadonga hasta Granada
la Cruz triunfante por blasón frontero.



Anónimo

Romance de los infantes de Aragón

-- de Anónimo --

Alburquerque, Alburquerque,
bien mereces ser honrado
en ti están los tres infantes
hijos del rey don Fernando.
Desterrélos de mis reinos,
desterrélos por un año;
Alburquerque era muy fuerte,
con él se me habían alzado.
¡Oh don Álvaro de Luna,
cuán mal que me habías burlado!
dijísteme que Alburquerque
estaba puesto en un llano,
véole yo cavas hondas
y de torres bien cercado;
dentro mucha artillería,
gente de pie y de caballo,
y en aquella torre mocha
tres pendones han alzado:
el uno por don Enrique,
otro por don Juan, su hermano,
el otro era por don Pedro,
infante desheredado.
Álcese luego el real
que excusado era tomarlo.



Anónimo

Romance del cerco de Baza

-- de Anónimo --

Sobre Baza estaba el rey,
lunes, después de yantar;
Miraba las ricas tiendas
que estaban en su real;
miraba las huertas grandes
y miraba el arrabal;
miraba el adarve fuerte
que tenía la ciudad;
miraba las torres espesas,
que no las puede contar.
Un moro tras una almena
comenzóle de hablar:
-Vete, el rey don Fernando,
non querrás aquí envernar,
que los fríos de esta tierra
no los podrás comportar.
Pan tenemos por diez años,
mil vacas para salar;
veinte mil moros hay dentro,
todos de armas tomar,
ochocientos de caballo
para el escaramuzar;
siete caudillos tenemos,
tan buenos como Roldán,
y juramento tienen hecho
antes morir que se dar.



Manuel Machado

La Lola

-- de Manuel Machado --

"La Lola se va a los Puertos.
La Isla se queda sola".
Y esta Lola, ¿quién será,
que así se ausenta, dejando
la Isla de San Fernando
tan sola cuando se va...?

Sevillanas,
chuflas, tientos, marianas,
tarantas, tonás, livianas...
Peteneras,
soleares, soleariyas,
polos, cañas, seguiriyas,
martinetes, carceleras...
Serranas, cartageneras.
Malagueñas, granadinas.
Todo el cante de Levante,
todo el cante de las minas,
todo el cante...
Que cantó tía Salvaora,
la Trini, la Coquinera,
la Pastora...,
Y el Fillo, y el Lebrijano,
y Curro Pabla, su hermano,
Proita, Moya, Ramoncillo,
Tobalo -inventor del polo-,
Silverio, Chacón, Manolo
Torres, Juanelo, Maoliyo...

Ni una ni uno
-cantaora o cantaor-,
llenando toda la lista,
desde Diego el Picaor
a Tomás el Papelista
(ni los vivos ni los muertos),
cantó una copla mejor
que la Lola...
Esa que se va a los Puertos
y la Isla se queda sola.



Meira Delmar

secreta isla

-- de Meira Delmar --

Deja que pase entre los dos el tiempo
sin que pueda mudarnos alma y alma.
Hemos quedado fijos, uno y otro,
con impasible soledad de estatuas,
tu rostro al fondo de mis ojos quietos,
mi rostro en tu mirada.
En vano están los pájaros, las nubes,
y el cielo siempre huyendo
hacia el ocaso.
El mar, el mar del corazón innúmero
con sus velas tendidas y sus faros.
Los árboles que llegan sonriendo
a través de las hojas iniciales,
la lluvia que modela finas torres
del vidrio, las mañanas,
el estío...
Como ciegos estamos. Como ciegos
de un viento luminoso que nos alza
y nos lleva tenaz, ávidamente,
nadie sabe hasta dónde.
Y todo nos rodea sin tocarnos
en este alucinante amor de amor
y de silencio.
!--Img



Juan Nicasio Gallego

Inestabilidad de las cosas humanas

-- de Juan Nicasio Gallego --

A la voz de los tiempos rigurosos
se desploman las torres elevadas:
los montes y las rocas encumbradas
se ocultan entre juncos cenagosos.

¿Do estáis, anfiteatros y colosos,
arcos soberbios, moles ponderadas?
¿Dónde están vuestras bóvedas sagradas,
templos de Olimpia y de Balbec famosos?

¡Todos yacéis! Del poderío griego,
del sirio y persa, del romano, y godo,
¿qué dejó su segur al hierro y fuego?

¿Y deberá extrañar, cayendo todo,
que una botella de licor manchego
consiga derribarme por el lodo?



Federico García Lorca

Canción del jinete

-- de Federico García Lorca --

Córdoba.
Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.
Lejana y sola.



Federico García Lorca

Arbolé Arbolé

-- de Federico García Lorca --

Arbolé, arbolé
seco y verdé.

La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.

Arbolé arbolé
seco y verdé.



Federico García Lorca

Gacela del niño muerto

-- de Federico García Lorca --

Todas las tardes en Granada,
todas las tardes se muere un niño.
Todas las tardes el agua se sienta
a conversar con sus amigos.

Los muertos llevan alas de musgo.
El viento nublado y el viento limpio
son dos faisanes que vuelan por las torres
y el día es un muchacho herido.

No quedaba en el aire ni una brizna de alondra
cuando yo te encontré por las grutas del vino.
No quedaba en la tierra ni una miga de nube
cuando te ahogabas por el río.

Un gigante de agua cayó sobre los montes
y el valle fue rodando con perros y con lirios.
Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,
era, muerto en la orilla, un arcángel de frío.



Federico García Lorca

Pueblo

-- de Federico García Lorca --

Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!



Francisco de Quevedo

parnaso español 42

-- de Francisco de Quevedo --

Desabrigan en los altos monumentos
cenizas generosas, por crecerte,
y altas ruinas de que te haces fuerte,
más te son amenaza que cimientos.
De venganzas del tiempo, de escarmientos,
de olvidos y desprecios de la muerte,
de túmulo funesto, osas hacerte
arbitro de los mares y los vientos.
Recuerdos y no alcázares fabricas;
otro vendrá después que de sus torres
alce en tus huesos fábricas más ricas.
De ajenas desnudeces te socorres,
y procesos de mármol multiplicas:
temo que con tu llanto el suyo borres.



José Martí

no leas en libros ajenos

-- de José Martí --

no leas en libros ajenos,
amores de gentes extrañas;
lee mejor los poemas que escribo
en tu frente gentil con mis miradas...
Y ve las de mirra e incienso
torres de humo azuladas,
que verde luz desde hoy que te he visto
de mí se escapan como de urna sagrada.



Blanca Andreu

tú eras columna de babilonia o casi

-- de Blanca Andreu --

Tú eras columna de babilonia o casi,
capítulo del beso de babel cuando eras mano labios dedos torres,
historia alta de ti,
el libro de la voz deshojándose con paso de danza,
y la colonia que se despierta y escribe estrofas verdes,
y el viento era cascabel para tus pies
en la luna bermeja del salón.
O cuando fuiste dioses, dioses para la adolescencia que se vende,
o antes, sí, antes de esperar casas
del lenguaje arquitecto,
templos para bisoledad y rastro lejano de ti,
mirando el ligero mediterráneo,
aguardando una iluminación del nervioso mar,
un haz de días,
una camada lírica.



Ramón López Velarde

ser una casta pequeñez...

-- de Ramón López Velarde --

Ser una casta pequeñez...
A alfonso cravioto
fuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la frente limpia y bárbara del niño...
Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño por secarse al sol...
Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo, para
interrogarme, amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y fágil
de tu naranjo en flor.
Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.
Dejarías entonces en la bárbara
novedad de mi frente
el beso inaccesible
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.
¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez
en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?



Ramón López Velarde

Ser una casta pequeñez

-- de Ramón López Velarde --

Fuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la frente limpia y bárbara del niño...

Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño para secarse al sol...
Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo, para
interrogarme, Amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y fágil
de tu naranjo en flor.

Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.

Dejarías entonces en la bárbara
novedad de mi frente
el beso inaccesible
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.

¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez
en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?



Ramón María del Valle Inclán

rosa del caminante

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Álamos fríos en un claro cielo azul,
con timideces de cristal
sobre el río la bruma como un velo,
y las dos torres de la catedral.

Los hombres secos y reconcentrados
las mujeres deshechas de parir,
rostros obscuros llenos de cuidados,
todas las bocas clásico el decir.

La fuente se seca, en torno el vocerío,
los odres a la puerta del mesón,
y las recuas que bajan hacia el río....

Y las niñas que acuden al sermón.
¡Mejillas sonrosadas por el frío,
de astorga, de zamora, de león!



Ricardo Jaimes Freyre

los antepasados

-- de Ricardo Jaimes Freyre --

Hijo soy de mi raza; corre en mis venas
sangre de los soberbios conquistadores.
Alzaron mis abuelos torres y almenas;
celebraron su gloria los trovadores.

En esa sangre hay ondas rojas y azules;
es de un solar mi escudo lustre y decoro.
(En cambo de sinople, faja de gules
engolada de fieros dragantes de oro).

Despiertan en mi mente, con los halagos
de su tosca hidalguía, los cronicones,
brumosos atavismos, recuerdos vagos
y un tropel de confusas evocaciones.

Me iluminan de pronto, con fugaz brillo,
relámpagos que quiero fijar, en vano... ¿En
qué lid, en qué claustros, en qué castillo
espada, cruz o lira tuve en mi mano. . .?



Rubén Darío

¡Torres de Dios! ¡Poetas!

-- de Rubén Darío --

Torres de Dios! Poetas!
Parrayos celestes,
que resistís las duras tempestades,
como crestas escuetas
como picos agrestes,
rompeolas de las eternidades!

La mágica Esperanza anuncia un día
en que sobre la roca de armonía



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