Buscar Poemas con Temblando


  ·En el buscador de poemas puedes encontrar entre más de doce mil poemas todos aquellos que contienen las palabras de búsqueda. Los poemas forman parte de la antología poética de los 344 poetas más importantes en lengua Española de todos los tiempo. Puedes elegir entre dos tipos de búsqueda:
  ·Buscar entre todos los poemas los que contienen las palabras de la búsqueda.
  ·Buscar sólo los poemas cortos -aquellos que tienen 8 versos o menos- que coinciden con el criterio de búsqueda.

Se han encontrado 67 poemas con la palabra temblando

Si lo prefieres puedes ver sólo los poemas cortos, aquellos que tienen ocho versos o menos aquí

Pablo Neruda

serenata

-- de Pablo Neruda --

En tu frente descansa el color de las amapolas,
el luto de las viudas halla eco, oh apiadada:
cuando corres detrás de los ferrocarriles, en los campos,
el delgado labrador te da la espalda,
de tus pisadas brotan temblando los dulces sapos.
El joven sin recuerdos te saluda, te pregunta por su olvidada voluntad,
las manos de él se mueven en tu atmósfera comopájaros,
y la humedad es grande a su alrededor:
cruzando sus pensamientos incompletos,
queriendo alcanzar algo, oh buscándote,
le palpitan los ojos pálidos en tu red
como instrumentos perdidos que brillan de súbito.
O recuerdo el día primero de la sed,
la sombra apretada contra los jazmines,
el cuerpo profundo en que te recogías
como una gota temblando también.
Pero acallas los grandes árboles, y encima de la luna,sobrelejos,
vigilas el mar como un ladrón.
Oh noche, mi alma sobrecogida te pregunta
desesperadamente a ti por el metal que necesita.

Poema serenata de Pablo Neruda con fondo de libro

Idea Vilariño

callarse

-- de Idea Vilariño --

Estoy temblando
está temblando el árbol desnudo y en espejos
cantando
y cantando está la luna
riendo
sin silencios
la lírica y romántica
flauta y en cielo en hoz
por vez primera
se abren su luz cereza y el estiércol.

No se pueden quejar ni las mañanas
ni el ardiente sopor que por lo estéril
no canto más no canto
ni puedo deshacer en primavera
ni negarla y beber
ni matar sin querer
ni andar a tientas
ya que el aire está duro
y hay monedas locuras
esperando
la marca del el agua
en desazón riendo
riéndose riendo.

Ah si encono si entonces
ya no quiero
ya no pude se pasa nunca alcanza
una ola se vaga la marea
se desconcierta así
y el sol no existe aquí más que en palabras
pero en cambio en el cielo
caben muchas pero muchas. A veces
se molestan se muerden
en los labios.

Poema callarse de Idea Vilariño con fondo de libro

José Lezama Lima

hai kai en gerundio

-- de José Lezama Lima --

El toro de guisando
no pregunta cómo ni cuándo,
va creciendo y temblando.

¿Cómo?
acariciando el lomo
del escarabajo de plomo,
oro en el reflejo de oro contra el domo.

¿Cuándo?
en el muro raspando,
no sé si voy estando
o estoy ya entre los aludidos
de menandro.

¿Cómo? ¿cuándo?
estoy entre los toros de guisando,
estoy también entre los que preguntan
cómo y cuándo.
Creciendo y raspando,
temblando.

Poema hai kai en gerundio de José Lezama Lima con fondo de libro

Adelardo López de Ayala

La rosa de la aldeana

-- de Adelardo López de Ayala --

Donosa aldeana
de negro cabello,
de rostro más bello
que fresca mañana:
detente; te llamo
temblando de amor;
desata ese ramo
y dame una flor.

Marchito y sin vida
tu ramo, aldeana,
acaso mañana
ninguno lo pida;
mas hoy que lo pinta
la luz del amor,
desata esa cinta
y dame una flor.

No llores, amada,
no muestres despecho;
que llevo en el pecho
tu imagen grabada.
¡Dichosa mañana!
¡Dichoso mi amor!
Me dio la aldeana
la rosa mejor.



Agustina Andrade

Lágrima

-- de Agustina Andrade --

Del Uruguay a la orilla
en una noche de estío,
una rosada azucena
vi bordada de rocío.

Que ruborosa inclinaba
su cáliz hacia otra flor,
para dejarle una gota
de rocío temblador.

Ya la flor que había quemado
con su ardiente rayo el sol,
la halló alegre y sonriente
el vespertino arrebol.

Así en las almas que lloran,
tan tristes como esa flor,
suele descender un día
una lágrima de amor.

Y como despierta el ave
cuando ruge el aquilón,
despierta el alma dormida
temblando de inspiración.



Amado Nervo

transmigración

-- de Amado Nervo --

Mmmm ant. Christ.
Mdccc post christ.
A veces, en sueños, mi espíritu finge
escenas de vidas lejanas:
yo fui
un sátrapa egipcio de rostro de esfinge,
de mitra dorada, y en menfis viví.
Ya muerto, mi alma siguió el vuelo errático,
ciñendo en solima, y a osiris infiel,
la mitra bicorne y el éfod hierático
del gran sacerdote del dios de israel.
Después, mis plegarias alcé con el druida
y en bosque sagrado velleda me amó.
Fui rey merovingio de barba florida;
corona de hierro mi sien rodeó.
Más tarde, trovero de nobles feudales.
Canté sus hazañas, sus lances de honor,
yanté a la su mesa, y en mil bacanales
sentime beodo de vino y de amor.
Y ayer, prior esquivo y austero los labios
al dios eucarístico, temblando acerqué:
por eso conservo piadosos resabios,
y busco el retiro siguiendo a los sabios
y sufro nostalgias inmensas de fe.



Lope de Vega

Rompe las conchas Hércules famoso

-- de Lope de Vega --

Rompe las conchas Hércules famoso
de la Hidra feroz, y el campo esmalta
de veneno y de sangre, el tronco salta
por la violencia del bastón ñudoso;

pero súbitamente el escamoso
cuello brota, en lugar de aquella falta,
siete cabezas de cerviz más alta,
temblando el eco al silbo temeroso.

Así yo, triste (que vencer deseo
esta sierpe cruel de mi fortuna
en tantas diferencias de batallas),

con mis desdichas sin cesar peleo;
mas donde quiero remediar alguna,
resultan tantas que es mejor dejallas.



Luis Palés Matos

fruta prohibida (para la amada de fuego)

-- de Luis Palés Matos --

Era la noche plétora de un delirio chispeante,
era una indiferencia sonámbula y fragante:
la muda indiferencia de los astros, despiertos
como un diluvio de ojos parpadeantes y abiertos.

Era un vaho de perfume de hembra en los jardines,
bajo la enredadera de los blancos jazmines;
y aquellas, las estrellas, nos miraban temblando;
y vino el paraíso de anhelos suspirando;

y vino aquel deseo de la mujer primera,
y tembló sorprendida la casta enredadera;
y en el febril incendio de nuestra edad temprana,

tú deshecha en querellas, yo en el amor ardiente,
probamos los dulzores de la roja manzana,
y vimos como alegre silbaba la serpiente. .



Lupercio Leonardo de Argensola

Al sueño (Argensola)

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo solo de mi adversa suerte.

Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho
haz que temblando con sudor despierte.

El uno vea popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo el hierro oculto;

el otro, sus riquezas descubiertas
con llave falsa o con violento insulto:
y déxale al amor sus glorias ciertas.



Líber Falco

Días y noches: VII

-- de Líber Falco --

Aquel miedo, aquella idea:
"Los locos no descansan,
Ay mi madre, yo no duermo".
Aquella idea era locura.
Locura fue gran parte de mi vida.

¿Quién sabe que un día
mucho tiempo,
con dos trajes me vestía,
y que temblando de miedo
até a mi cuello,
aquella roja, gris, corbata mía?



Manuel del Palacio

A un crítico

-- de Manuel del Palacio --

Tu carta recibí, sabe Dios cuándo,
Y á entenderla llegué, sabe Dios cómo;
Me has dado un palizon de tomo y lomo
De esos que al más cerril dejan temblando.

¡Cuánto lo habrás venido meditando!
¡Qué estudiar en un tomo y otro tomo!
¡Qué fino aquello de llamarme romo,
Hipócrita, gandul y hasta nefando!

Sigue por esa senda; luce el brío;
Procura que la ciencia no te empache,
Y sángrala como se sangra un río.

¡No he de ser yo quien tus renglones tache;
Pero para otra vez, amigo mio,
No me escribas oróscopo sin hache!



Manuel Gutiérrez Nájera

ultima necat

-- de Manuel Gutiérrez Nájera --

¡huyen los años como raudas naves!
¡rápidos huyen! infecunda parca
pálida espera. La salobre estigia
calla dormida.
¡Voladores años!
¡dado me fuera detener convulso,
horas fugaces, vuestra blanca veste!
pasan las dichas y temblando llegan
mudos inviernos...
Las fragantes rosas
mustias se vuelven, y el enhiesto cáliz
cae de la mano. Pensativa el alba
baja del monte. Los placeres todos
duermen rendidos...
En mis brazos flojos
cintia descansa.
Manuel gutiérrez nájera



Manuel Gutiérrez Nájera

Última Necat

-- de Manuel Gutiérrez Nájera --

¡Huyen los años como raudas naves!
¡Rápidos huyen! Infecunda Parca
pálida espera. La salobre Estygia
calla dormida.

¡Voladores años!

¡Dado me fuera detener convulso,
horas fugaces, vuestra blanca veste!
Pasan las dichas y temblando llegan
mudos inviernos...

Las fragantes rosas
mustias se vuelven, y el enhiesto cáliz
cae de la mano. Pensativa el alba
baja del monte. Los placeres todos
duermen rendidos...

En mis brazos flojos
Cintia descansa.



César Vallejo

Idilio muerto

-- de César Vallejo --

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.



Dulce María Loynaz

hoja seca

-- de Dulce María Loynaz --

A mis pies la hoja seca viene y va
con el viento;
hace tiempo que la miro,
hecho un hilo, de fino, el pensamiento...

Es una sola hoja pequeñita,
la misma que antes vino
junto a mi pie y se fue y volvió temblando...

¿Me enseñará un camino?...



Emilio Bobadilla

Moscovia

-- de Emilio Bobadilla --

Borrachos de aguardiente, revueltos y convulsos,
el mujik, el gran duque, el pope y el cosaco
—del crimen epiléptico los mórbidos impulsos—
entran en el palacio de los zares a saco.

Huye despavorido el autócrata pálido,
la ensangrentada mano temblando de ira y miedo,
los ojos muy abiertos sobre el semblante escuálido
y en la boca la angustia de un tartamudo credo.

Derrúmbase el imperio: un fraile epileptoide
envenenado, rueda en macabro banquete
—de libertinos locos la híbrida escorpioide—:

un perfil circasiano, unas manos muy blancas,
unos ojos muy negros, en el rostro blanquete,
unas piernas muy largas y unas redondas ancas...



Pablo Neruda

tiranía

-- de Pablo Neruda --

Oh dama sin corazón, hija del cielo,
auxíliame en esta solitaria hora,
con tu directa indiferencia de arma
y tu frío sentido del olvido.
Un tiempo total como un océano,
una herida confusa como un nuevo ser,
abarcan la tenaz raíz de mi alma
mordiendo el centro de mi seguridad.
Qué espeso latido se cimbra en mi corazón
como una ola hecha de todas las olas,
y mi desesperada cabeza se levanta
en un esfuerzo de salto y de muerte.
Hay algo enemigo temblando en mi certidumbre,
creciendo en el mismo origen de las lágrimas,
como una planta desgarradora y dura
hecha de encadenadas hojas amargas.



Pablo Neruda

arte poética

-- de Pablo Neruda --

Entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,
dotado de corazón singular y sueños funestos,
precipitadamente pálido, marchito en la frente,
y con luto de viudo furioso por cada día de vida,
ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente,
y de todo sonido que acojo temblando,
tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría,
un oído que nace, una angustia indirecta,
como si llegaran ladrones o fantasmas,
y en una cáscara de extensión fija y profunda,
como un camarero humillado, como una campana un poco ronca,
como un espejo viejo, como un olor de casa sola
en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,
y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores,
posiblemente de otro modo aún menos melancólico,
pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,
las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,
el ruido de un día que arde con sacrificio,
me piden lo profético que hay en mí, conmelancolía,
y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.



Pablo Neruda

poema 13 veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924)

-- de Pablo Neruda --

Poema 13
he ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.
Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Triste ternura mía, qué te haces de repente?
cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna.



Pablo Neruda

trabajo frío

-- de Pablo Neruda --

Dime, del tiempo resonando
en tu esfera parcial y dulce
no oyes acaso el sordo gemido?
no sientes de lenta manera,
en trabajo trémulo y ávido,
la insistente noche que vuelve?
secas sales y sangres aéreas,
atropellado correr ríos,
temblando el testigo constata.
Aumento oscuro de paredes,
crecimiento brusco de puertas,
delirante población de estímulos,
circulaciones implacables.
Alrededor, de infinito modo,
en propaganda interminable,
de hocico armado y definido
el espacio hierve y se puebla.
No oyes la constante victoria
en la carrera de los seres
del tiempo, lento como el fuego,
seguro y espeso y hercúleo,
acumulando su volumen
y añadiendo su triste hebra?
como una planta perpetua aumenta
su delgado y pálido hilo
mojado de gotas que caen
sin sonido en la soledad.



Pedro Bonifacio Palacios

Brisa

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Llega a mis sienes, tímida, temblando,
tan perfumada como un rosal
la tibia brisa, su andar es blando.
¡Primer suspiro primaveral!

Llega tan suave, tan dilatada
cual de la linfa el correr fugaz,
o de la amante ruborizada
púdica y suave pasión veraz.

Cuando en mi pecho, tierna se posa,
bebo su tierna tribulación,
entonces, dicha un instante goza,
pobre, dolido, mi corazón.



Pedro Miguel Obligado

mi corazón

-- de Pedro Miguel Obligado --

Mi corazón, temblando, con latidos me dice:
-¿por qué, por qué, me entregas al primero que pasa
y dejas que una mano ciega me martirice,
o me suelte lo mismo que si fuera una brasa?

¿cómo no ves que nadie quiere llevar mi peso,
que nadie retribuye mi impávido cariño?
me destrozan mis alas amorosas, y en eso
soy semejante a un pájaro que está en manos de un niño

¡si supieras!... Hay seres que me dan contra el suelo,
hay otros que me hielan, y otros se divierten
como soy tan confiado, causo mucho recelo;
quienes mejor me tratan son los que no me advierten.

¿No sabes que padezco? ¿no sufres mi tristeza
desesperante y larga? ¡si ya no puedo más!...
Aumenta mi infortunio, con mi delicadeza.
¿Por qué me das a todos, por qué, por qué me das?-

siento en mí, cual gotera, su honda palpitación;
sus latidos son lágrimas que casi no contengo;
y le digo muy bajo: - corazón, corazón,
yo te doy porque tú eres lo más bello que tengo.



Pedro Salinas

versos 2389 a 2409

-- de Pedro Salinas --

Versos 2389 a 2409
¡qué cuerpos leves, sutiles,
hay, sin color,
tan vagos como las sombras,
que no se pueden besar
si no es poniendo los labios
en el aire, contra algo
que pasa y que se parece!
¡y qué sombras tan morenas
hay, tan duras
que su oscuro mármol frío
jamás se nos rendirá
de pasión entre los brazos!
¡y qué trajín, ir, venir,
con el amor en volandas,
de los cuerpos a las sombras,
de lo imposible a los labios,
sin parar, sin saber nunca
si es alma de carne o sombra
de cuerpo lo que besamos,
si es algo! ¡temblando
de dar cariño a la nada!



Rafael Barrett

Decadente

-- de Rafael Barrett --

¡Oh vírgenes desnudas!
¡Oh cabelleras de color de otoño!
¡Oh rocío inocente
Que luce en la sonrisa de los ojos,
Ojos silvestres, ágiles y nuevos,
Los más dulces de todos!
¡Oh pies desnudos, caricia de la tierra,
Pies que besa el arroyo
Temblando! ¡Oh senos en capullo, dond,
El sol hace bailar sus manchas de oro
Debajo de las hojas! ¡Oh muchachas!
Jugad. Os reconozco,
Tropel de mis lejanas primaveras...
Dejadme contemplaros. Ya no corro
Con mi pasado a cuestas tras vosotras,
Y a la sombra que baja me abandono.
Huisteis, maliciosas, con las alas
De mi propia ilusión, dejando plomo
En mis plantas cansadas, y en mi vida
Amargura sin fondo...
¡Oh vírgenes desnudas!
¡Oh cabelleras de color de otoño!



José Tomás de Cuellar

Attila

-- de José Tomás de Cuellar --

CRUEL, que á todo tu poder domeñas,
Rudo salvaje de mirada ardiente,
Bravo león de fuerza prepotente
Que tus uñas afilas en las peñas:

Tanto en el crimen sin cesar te empeñas.
Tanto es terrible tu furor rujiente
Que huye temblando la azorada gente
Si tus dientes agudos les enseñas.

Contemplando tu encono irresistible
Te demandan el fin de la jornada:
Tronchas la yerba que tu planta mueve

Con la sangre de víctima mojada
Y... «¡Vamos!» les respondes impasible
«A donde la ira del Señor me lleve.»



Juan Cruz Varela

Al que desmaya en nuestro sistema

-- de Juan Cruz Varela --

¿Del gran sistema la contraria suerte
tanto te sobrecoge e intimida?
¿Más que la libertad amas la vida?
¿Eliges la cadena, y no la muerte?

El contraste no aflige al varón fuerte,
él a mayor peligro le convida;
dijo perezca el cruel y no trepida,
y en león libio, en furia se convierte.

Su sangre a borbotones mancha el suelo;
él la mira, y el pecho se le inflama,
y allí su atropellar, allí su anhelo.

Al expirar a sus amigos llama,
y despreciando tan funesto duelo,
himnos entona que admiró la fama.

II

¿Tú lleno de pavor pasas el día
los males de tu patria contemplando,
y huyendo de un amigo al ruego blando
buscas ansiosos la melancolía?

¿Qué hiciste infeliz hombre tu alegría
los grillos al romper? ¿a do temblando
llevas la planta con tu sombra hablando?
¡Infeliz para sí de ti confía!

Húndete miserable, a tus hermanos
devuélveles tu mal ceñida espada,
no la profanen tan cobardes manos.

La augusta Libertad con faz airada
te apartará de sus Americanos,
y en su templo jamás tendrás entrada.



Gaspar María de Nava Álvarez

Retrato de la tristeza del doctor Young

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Sobre la negra tumba recostado
está el anciano Young. Contempla atento
bajo la losa todo su contento,
porque nada la Muerte le ha dejado.

Con lágrimas su rostro está bañado,
y temblando su cuerpo macilento.
Sólo consta de un ¡ay! su triste acento,
que resuena en el techo embovedado.

Supremo Ser, exclama que, subido
sobre el cerco de estrellas prodigioso,
ves con tedio al que gusta de esta vida,

¿cuándo será mi espíritu impelido
de tu potente diestra y con reposo
hará junto a tu trono su manida?



Gaspar María de Nava Álvarez

Werther a su sepultura

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

La sombra de este tronco, yerbas, flores,
y cuanto el suelo da con lozanía
cubran aquí la sepultura mía,
y el recuerdo también de mis amores.

No se vean señales exteriores
que puedan descubrir mi tumba fría,
pues no merece mi cruel porfía
saberse por comunes amadores.

Vendrá algún día que estará temblando
la lágrima en los ojos de mi esposa
cuando la cumbre el Sol vaya dorando.

Tú me embalsamarás, gota preciosa,
si es que debe Carlota estar llorando
adonde el infeliz Werther reposa.



Gastón Fernando Deligne

los galaripsos

-- de Gastón Fernando Deligne --

En la liana vistosa y empinada
funden los galaripsos su esbelteza,
como una aspiración que se anonada
-temblando de pasión- en la belleza.

Tejiéndose al imán de sus amores,
su follaje nervioso, se estremece;
y presume quizás, al echar flores,
que es el árbol amado el que florece.

Teclado son de vientos vagarosos
y cual la mirra de sagrado rito
en espiral remóntanse, ganosos
de holgar entre el planeta y lo infinito.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima liv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Cuando volvemos las fugaces horas
del pasado a evocar,
temblando brilla en sus pestañas negras
una lágrima pronta a resbalar.
Y al fin resbala y cae como gota
del rocío al pensar
que cual hoy por ayer, por hoy mañana
volveremos los dos a suspirar.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxxvii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Antes que tú me moriré: escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.
Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
en su empeño tenaz,
sentándose a las puertas de la muerte,
allí te esperará.
Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo...
¿Quién deja de llamar?
entonces que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro jordán.
Allí, donde el murmullo de la vida
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa a expirar.
Allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad...
¡Todo lo que los dos hemos callado
lo tenemos que hablar!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima ii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
sin adivinarse dónde
temblando se clavará;
hoja del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde a caer volverá;
gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y no sabe
qué playa buscando va;
luz que en los cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
ignorándose cuál de ellos
el último brillará;
eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo, sin pensar
de dónde vengo, ni adónde
mis pasos me llevarán.



Idea Vilariño

cuándo ya noches mías

-- de Idea Vilariño --

Cuándo ya noches mías
ignoradas e intactas,
sin roces.

Cuándo aromas sin mezclas
inviolados.

Cuándo yo estrella fría
y no flor en un ramo de colores.

Y cuando ya mi vida,
mi ardua vida,
en soledad
como una lenta gota
queriendo caer siempre
y siempre sostenida
cargándose, llenándose
de sí misma, temblando,
apurando su brillo
y su retorno al río.

Ya sin temblor ni luz
cayendo oscuramente.



Salvador Rueda

coplas 21

-- de Salvador Rueda --

Por abrazarte temblando,
enredadera florida
de tu cuerpo de alabastro.



Vicente Huidobro

Arte poética

-- de Vicente Huidobro --

Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema.

Sólo para vosotros
viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.



Andrés Héctor Lerena Acevedo

Canta el campanario...

-- de Andrés Héctor Lerena Acevedo --

Hay algo en el aire, divino y sonoro,
hay sol en tus ojos, en tus labios, pomas;
suena mi esperanza como el agua de oro
que viene saltando por las verdes lomas.
Las tierras trascienden como un incensario,
y en los cerros, lejos, canta el campanario.
¿En qué tiempo estamos? ¿Sabemos acaso?
Luce el sol, dichoso. Las palomas hembras
se alejan radiosas por sobre el ribazo
buscando los granos de las nuevas siembras.
Aroman tus ojos como un incensario,
mientras bajo el cielo canta el campanario.

¡Qué aéreos se escuchan los toques lejanos!.
Ante ti, temblando, me inclino de hinojos.
El viento campestre que enciende los granos
enciende el milagro nuevo de tus ojos.
Nuestras almas arden como un incensario
y un idilio eterno canta el campanario.



Antonio Machado

La primavera besaba

-- de Antonio Machado --

La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!



Manuel María Flores

en el baño

-- de Manuel María Flores --

Alegre y sola en el recodo blando
que forma entre los árboles el río
al fresco abrigo del ramaje umbrío
se está la niña de mi amor bañando.

Traviesa con las ondas jugueteando
el busto saca del remanso frío,
y ríe y salpica el glacial rocío
el blanco seno, de rubor temblando.

Al verla tan hermosa, entre el follaje
el viento apenas susurrando gira,
slata trinando el pájaro salvaje,

el sol más poco a poco se retira;
todo calla... Y amor, entre el ramaje,
a escondidas mirándola, suspira.



Rosalía de Castro

Al caer despeñado en la hondura

-- de Rosalía de Castro --


Al caer despeñado en la hondura
Desde la alta cima,
Duras rocas quebraron sus huesos,
Hirieron sus carnes agudas espinas,
Y el torrente de lecho sombrío
Rasgando sus linfas,
Y entreabriendo sus húmedos labios
Con negra sonrisa,
Vino a darle un beso de muerte,
Cerrando en los suyos el paso a la vida.

Despertáronle luego, y temblando
De angustia y de miedo,
— ¡Ah!, ¡por qué despertar? — preguntóse
Después de haber muerto.

Al pie de su tumba
Con violados y ardientes reflejos,
Flotando en la niebla



Rosalía de Castro

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros

-- de Rosalía de Castro --

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros;
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
De mí murmuran y exclaman:
— Ahí va la loca, soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

— Hay canas en mi cabeza; hay en los prados escarcha;
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.



Medardo Ángel Silva

Balada de la melancolía otoñal

-- de Medardo Ángel Silva --

Ya en la otoñal y hermosa alameda
vuelan los últimos cálices de oro
y en tus nerviosas pestañas de seda
queda temblando una lágrima de oro.

El surtidor su romanza masculla,
siempre más triste en la noche cercana,
—Dime, Princesa, la historia que arrulla
y hace olvidemos la Muerte cercana.

Dime la vieja leyenda harmoniosa
que habla de aquella Princesa difunta:
así pondremos mortaja de rosa
a la divina esperanza difunta...

Pálido amor que los sueños enlutas,
torna el mirar a la luz de la vida:
viene a nosotros por místicas rutas
la barca negra del mar de Ultra-Vida.

¡Tú que obstinadas las albas esperas,
entre tus sedas, tus rosas, tus joyas!
Mas, no vendrá la Anunciada que esperas
cuando la aurora derrama sus joyas...

Hacia la noche voló nuestro sueño
—blanca hipsipila con alas de gloria—
¡pero en el claro jardín del Ensueño
velan las puras estrellas su gloria!



Medardo Ángel Silva

Reminiscencia griega

-- de Medardo Ángel Silva --

Pan recobró su otoñal caramillo
y hace vibrar la dorada floresta
y es en un claro del bosque amarillo
danza rosada de ninfas en fiesta.

Sombras desnudas temblando en la brisa
siempre más fina, más suave, más leve,
mientras el agua la imagen precisa
de piernas rosas y cuerpos de nieve.

De lo más negro del bosque fragante,
como la sangre se va de la herida,
fluye la voz pastoril y galante
del armonioso instrumento panida.

Suave se riza la yerba menuda
bajo el jazmín de los pies nacarados
y va borrando la danza desnuda
la sombra gris de los sueños pasados...

¡Y es un dolor armonioso, una angustia
imprecisible, una amargura ambigua
ver tan lejana la dulce edad mustia
y la belleza de esta tarde antigua...!



Medardo Ángel Silva

Voces en la sombra

-- de Medardo Ángel Silva --

Está en el bosque, sonrosada,
la luna de la madrugada.

El negro bosque rememora
lo que miró desde la aurora:

Se recuerda, temblando, una hoja
del lobo y Caperuzita Roja;
del aúreo son del olifante
del Rey de barbas de diamante
habla la eufónica espesura
donde claro eso perdura;
cuenta el césped que fuera alfombra
al paso de una leve sombra,
y al ligero trote lascivo
del dios de las patas de chivo,,,

De una polífona armonía
se puebla la selva sombría...

Mas cuando dice una voz: "Ella,
la Diosa, el Ídolo ha pasado..."
Pensando en su blancor de estrella
el negro bosque se ha callado...



Meira Delmar

nueva presencia

-- de Meira Delmar --

Venías de tan lejos como de algún recuerdo.
Nada dijiste. Nada. Me miraste los ojos.
Y algo en mí, sin olvido, te fue reconociendo.
Desde una azul distancia me caminó las venas
una antigua memoria de palabras y besos,
y del fondo de un vago país entre la niebla
retornaron canciones oídas en el sueño.
Mi corazón, temblando, te llamó por tu nombre.
Tú dijiste mi nombre... Y se detuvo el tiempo.
La tarde reclinaba su frente pensativa
en las trémulas manos de los lirios abiertos,
y a través de las nubes los pájaros errantes
abrían sobre el campo la página del vuelo.
Con los hombros cargados de frutas y palomas
interminablemente pasaba el mismo viento,
y en el instante claro de los bronces mi alma,
llena de ángelus, era como un sitio del cielo.
Una vez, antes, antes, yo te había perdido.
En la noche de estrellas, o en el alba de un verso.
Una vez. No sé dónde... Y el amor fue, tan sólo,
encontrarte de nuevo.
!--Img



Nicolás Guillén

agua del recuerdo

-- de Nicolás Guillén --

¿cuándo fue?
no lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.
Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.
Caña
(febril le dije en mí mismo),
caña
temblando sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿qué cortador con su mocha
te cortará?
¿qué ingenio con su trapiche
te molerá?
el tiempo corrió después,
corrió el tiempo sin cesar,
yo para allá, para aquí,
yo para aquí, para allá,
para allá, para aquí,
para aquí, para allá...
Nada sé, nada se sabe,
ni nada sabré jamás,
nada han dicho los periódicos,
nada pude averiguar,
de aquella mulata de oro
que una vez miré al pasar,
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.



Nicolás Guillén

martí

-- de Nicolás Guillén --

Martí
¡ah, no penséis que su voz
es un suspiro! que tiene
manos de sombra, y que es
su mirada lenta gota
lunar temblando de frío
sobre una rosa.
Su voz
abre la piedra, y sus manos
parten el hierro. Sus ojos
llegan ardiendo a los bosques
nocturnos; los negros bosques.
Tocadle: veréis que os quema.
Dadle la mano: veréis
su mano abierta en que cabe
cuba como un encendido
tomeguín de alas seguras
en la tormenta. Miradlo:
veréis que su luz os ciega.
Pero seguidlo en la noche:
¡oh, por qué claros caminos
su luz en la noche os lleva!



Juan Gelman

ropero

-- de Juan Gelman --

Esa ropita tuya que
tiene tu olor y apareció entre mis ropas
silencioso el total tal vez amándose
temblando lejos de los dos
lejos como los dos
al fondo del cajón



Juan Meléndez Valdés

a dorila oda vi

-- de Juan Meléndez Valdés --

¡cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!
la vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
que, escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.
El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.
Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?
para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las gracias los destinan.
Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?
ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do lene el viento aspira;
y entre brindis süaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.



Juan Meléndez Valdés

A Dorila: Oda VI

-- de Juan Meléndez Valdés --

¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!

La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,

que, escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.

Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?

Para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.

Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do lene el viento aspira;

y entre brindis süaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.



Juan Ramón Jiménez

la que habla

-- de Juan Ramón Jiménez --

Cállate, por dios, que tú
no vas a saber decírmelo.
Deja que abran todos mis
sueños y todos tus lirios.
Mi corazón oye bien
la letra de tu cariño.
El agua lo va temblando
entre los juncos del río,
lo va estendiendo la niebla,
lo están meciendo los pinos
(y la luna opaca) y el
corazón de tu destino...
¡No apagues por dios, la llama
que arde dentro de mí mismo!
¡cállate por dios, que tú
no vas a poder decírmelo!



Juan Zorrilla de San Martín

Tu y yo (Zorrilla)

-- de Juan Zorrilla de San Martín --

Perfume de una flor que, al desprenderse,
ni una hoja de sus pétalos lastima;
tibio efluvio de luna de verano
que en el disco plateado se destila;
calor de una mirada de ternura
que atraviesa inocente unas pupilas;
roce de un alma que, buscando otra alma,
en sí misma sin ruido se desliza:

Lágrima que oscilando sobre el alma,
se evapora al color del dolor mío;
rumor de oleaje que, en desierta orilla,
rueda mugiendo entre escarpados riscos;
ave que huye y, al volar llorando,
quiebra la rama en que dejó a sus hijos;
nota que, al desprenderse de una cuerda
deja al pobre laúd, temblando, herido:



Fernando de Herrera

Hondo Ponto, que bramas atronado

-- de Fernando de Herrera --

Hondo Ponto, que bramas atronado
con tumulto y terror, del turbio seno
saca el rostro de torpe miedo lleno,
mira tu campo arder ensangrentado,

y junto en este cerco y encontrado
todo el cristiano esfuerzo y sarraceno,
y cubierto de humo y fuego y trueno,
huir temblando el impío quebrantado.

Con profundo murmullo la victoria
mayor celebra, que jamás vio el cielo
y más dudosa y singular hazaña,

y di que sólo mereció la gloria,
que tanto nombre da a tu sacro suelo,
el joven de Austria y el valor de España.



Francisco Villaespesa

sara es viciosa...

-- de Francisco Villaespesa --

Sara es viciosa. Su pupila oscura
de incitantes promesas es venero...
Bebe como un tudesco, y fuma y jura
con el canalla argot de un marinero.
Su placer es violento. Besa, muerde
y grita, y al final de la batalla,
muere su voz y hasta la vista pierde
y en nerviosos ataques se desmaya.
¡Oh, jilguero embriagado de alegría,
nadie te vio llorar!... ¡Tan sólo un día
furtivo llanto se asomó a tus ojos
y tu mirada se perdió en el cielo,
viendo dos hilos de tu sangre rojos
temblando en la blancura de un pañuelo!...



Francisco Villaespesa

en la penumbra

-- de Francisco Villaespesa --

¡la hora confidencial!... Entre banales
palabras, toda entera, te respiro
como un perfume, y en tus ojos miro
desnudarse tu espíritu... Hay fatales
silencios... Se oscurecen los cristales;
y se esfuma la luz en un suspiro,
temblando sobre el pálido zafiro
que azula entre tus manos imperiales.
Las tinieblas palpitan... Andan miedos
descalzos por las sedas de la alfombra,
mientras que, presintiendo tus hechizos,
naufraga la blancura de mis dedos
en la profunda y ondulante sombra
del mar tempestuoso de tus rizos.



José Cadalso

De la timidez natural de los hombres

-- de José Cadalso --

¡A cuánto susto el cielo te condena,
oh género mortal, flaco y cuitado!
Se espantan unos en el mar salado
y tiembla otros cuando Jove truena.

Otros si el eco del león resuena,
otros cuando el magnate está irritado,
otros cuando en la cárcel han pasado
días y noches tristes con cadena.

Yo sólo discurrí no temblaría
al trueno, ni al león, ni al poderoso,
ni a la prisión, ni a todo el orbe entero.

Mas se engañó mi débil fantasía:
el rostro de mi Filis desdeñoso
me cubre de terror, temblando muero.



José Gautier Benítez

como tú quieras

-- de José Gautier Benítez --

Bajo el sol tropical de las antillas
marchítase la flor;
como ella palidecen tus mejillas
al fuego del amor.

Mas la pálida rosa, vida mía,
la reina es del pensil,
y la besan, temblando de alegría,
las auras del abril.

Sé, en buen hora, la rosa que fragante
al aura da su olor,
y yo seré... La brisa susurrante,
la brisa del amor.



José Martí

la poesía es sagrada. nadie

-- de José Martí --

La poesía es sagrada. Nadie
de otro la tome, sino en sí. Ni nadie
como a esclava infeliz que el llanto enjuga
para acudir a su inclemente dueña,
la llame a voluntad: que vendrá entonces
pálida y sin amor, como una esclava.
Con desmayadas manos el cabello
peinará a su señora: en alta torre,
como pieza de gran repostería,
le apresará las trenzas; o con viles
rizados cubrirá la noble frente
por donde el alma su honradez enseña;
o lo atará mejor, mostrando el cuello,
sin otro adorno, en un discreto nudo.
¡Mas mientras la infeliz peina a la dama,
su triste corazón, cual ave roja
de alas heridas, estará temblando
lejos ¡ay! en el pecho de su amante,
como en invierno un pájaro en su nido!
maldiga dios a dueños y tiranos
que hacen andar los cuerpos sin ventura
por do no pueden ir los corazones!



José Martí

poética

-- de José Martí --

La verdad quiere cetro. El verso mío
puede, cual paje amable, ir por lujosas
salas, de aroma vario y luces ricas,
temblando enamorado en el cortejo
de una ilustre princesa o gratas nieves
repartiendo a las damas. De espadines
sabe mi verso, y de jubón violeta
y toca rubia, y calza acuchillada.
Sabe de vinos tibios y de amores
mi verso montaraz; pero el silencio
del verdadero amor, y la espesura
de la selva prolífica prefiere:
¡cuál gusta del canario, cuál del águila!



Carolina Coronado

en un álbum una de cuyas páginas se presentaba a la magdalena en actitud de clamar al cielo

-- de Carolina Coronado --

¡piedad!... Virgen, arráncame y levanta
de entre estas rocas donde estoy hundida:
hieren sus filos mi desnuda planta,
no hay senda abierta y moriré en la huida.
Corrí sin tino tras lejana estrella
ansiosa de su luz brillante y pura
y osé trepar a esta eminente altura
para después precipitarme de ella.
Subí a la cumbre por camino blando
lleno de blancas perfumadas rosas
y ahora no encuentro de pavor temblando
más que pendientes altas y espantosas.
¡Piedad!... Virgen. Tu mano salvadora
las manos prenda que hacia ti levanto
y hasta los muros de tu pueblo santo
conduce el alma que tu auxilio implora.



Carolina Coronado

improvisada en el liceo de madrid

-- de Carolina Coronado --

Del íntimo del alma agradecida
una voz exhalar sólo quisiera,
una voz tan profunda y tan sentida,
que cual yo me conmuevo, os conmoviera;
pero a bondad tan dulce sorprendida,
yo no puedo cantar por más que quiera;
y temblando y confusa en este instante
no encuentro ni una voz, ni un consonante.



Claudio Rodríguez

alto jornal

-- de Claudio Rodríguez --

Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.



Clemente Althaus

El juicio final

-- de Clemente Althaus --

Ya en el postrero universal jüicio
del Juez supremo a la presencia me hallo,
y aguardo el justo inapelable fallo
que eterno espera a la virtud y al vicio.

Mas ¡ay! ¿adverso me será o propicio?
¿de Cristo o de Satán seré vasallo?
En duda tan crüel, temblando callo,
mas digno que de premio de suplicio.

Ya las turbas el Juez ha separado,
y el rostro favorable o enemigo
al diestro vuelve y al siniestro lado:

pero yo, justo Dios ¿a quienes sigo,
cuando a la Virtud abras y al Pecado
los palacios del premio y del castigo?



Clemente Althaus

Sueño de un malvado

-- de Clemente Althaus --

Durmiose; y al profundo abismo luego
le parece que baja despeñado,
donde castiga inextinguible fuego
a cuantos mueren en mortal pecado,
y donde son las penas tan atroces,
que las mayores penas terrenales
son ilusiones y parecen goces
junto a aquellos tormentos inmortales.
Él, a quien enseñó Filosofía
que mueren alma y cuerpo juntamente,
él, que del fuego eterno se reía,
ya, ya se mira en la ciudad doliente.
¡Ay! ¡qué voces extrañas! ¡ay! ¡qué lloro
desesperado hiere sus oídos!
¡Ay! ¡qué confuso ensordeciente coro
de gritos, de blasfemias y gemidos!
De hirsuta cola y retorcido cuerno,
ya lo circunda enjambre numeroso
de los feos señores del Infierno,
más feroces que toros en el coso.
Prueba de ellos a huir; y a cualquier lado
un furioso demonio ve delante;
crudos hieren su cuerpo desdichado
con saetas de fuego penetrante,
cuyo incendio con tal viveza siente,
que súbito del sueño se recuerda,
dando por el terror diente con diente,
temblando todo cual vibrada cuerda.



Rubén Darío

venus

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar .
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



Rubén Darío

rima ii

-- de Rubén Darío --

Amada, la noche llega;
las ramas que se columpian
hablan de las hojas secas
y de las flores difuntas.
Abre tus labios de ninfa,
dime en tu lengua de musa:
¿recuerdas la dulce historia
de las pasadas aventuras?
¡yo la recuerdo! la niña
de la cabellera bruna
está en la cita temblando
llena de amor y de angustia.
Los efluvios otoñales
van en el aura nocturna,
que hace estremecerse el nido
en que una tórtola arrulla.
Entre las ansias ardientes
y las caricias profundas,
ha sentido el galán celos
que el corazón le torturan.
Ella llora, él la maldice,
pero las bocas se juntan...
En tanto los aires vuelan
y los aromas ondulan;
se inclinan las ramas trémulas
y parece que murmuran
algo de las hojas secas
y de las flores difuntas.



Rubén Darío

Venus (Darío)

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



Rubén Darío

Rima II (Rubén Darío)

-- de Rubén Darío --

Amada, la noche llega;
las ramas que se columpian
hablan de las hojas secas
y de las flores difuntas.
Abre tus labios de ninfa,
dime en tu lengua de musa:
¿recuerdas la dulce historia
de las pasadas aventuras?
¡Yo la recuerdo! La niña
de la cabellera bruna
está en la cita temblando
llena de amor y de angustia.
Los efluvios otoñales
van en el aura nocturna,
que hace estremecerse el nido
en que una tórtola arrulla.
Entre las ansias ardientes
y las caricias profundas,
ha sentido el galán celos
que el corazón le torturan.
Ella llora, él la maldice,
pero las bocas se juntan...
En tanto los aires vuelan
y los aromas ondulan;
se inclinan las ramas trémulas
y parece que murmuran
algo de las hojas secas
y de las flores difuntas.



© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba