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Amado Nervo

anathema sit

-- de Amado Nervo --

Para jesús urueta.

I
si negare alguno que santa maría,
del dios paracleto paloma que albea,
concibió sin mengua de su doncellía,
¡anatema sea!
anatema los que burlan el prodigio sin segundo
de la flor intacta y úber que da fruto siendo yema;
que los vientres que conozcan, como légamo infecundo,
no le brinde sino espurias floraciones. ¡Anatema!

ii
si alguno dijere que cristo divino
por nos pecadores no murió en judea
ni su cuerpo es hostia, ni su sangre vino,
¡anatema sea!
anatema los que ríen de oblaciones celestiales
en que un dios, loco de amores, es la víctima suprema;
que no formen para ellos ni su harina los trigales,
ni sus néctares sabrosos los viñedos. ¡Anatema!

iii
si alguno afirmare que el alma no existe,
que en los cráneos áridos perece la idea,
que la luz no surge tras la sombra triste,
¡anatema sea!
anatema los que dicen al mortal que tema y dude,
anatema los que dicen al mortal que dude y tema;
que en la noche de sus duelos ni un cariño los escude,
ni los bese la esperanza de los justos. ¡Anatema!

Poema anathema sit de Amado Nervo con fondo de libro

Ramón López Velarde

tema ii

-- de Ramón López Velarde --

Tema ii
a fuerza de quererte
me he convertido, amor,
en alma en pena.
¿Por qué, fuensanta mía,
si mi pasión de ayer está ya muerta
y en tu rostro se anuncian los estragos
de la vejez temida que se acerca,
tu boca es una invitación al beso
como lo fue en lejanas primaveras?
es que mi desencanto nada puede
contra mi condición de ánima en pena
si a pesar de tus párpados exangües
y las blancuras de tu faz anémica,
aún se tiñen tus labios
con el color sangriento de las fresas.
A fuerza de quererte
me he convertido, amor, en alma en pena,
y en el candor angélico de tu alma
seré una sombra eterna...

Poema tema ii de Ramón López Velarde con fondo de libro

Lava el soberbio mar del sordo cielo

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Lava el soberbio mar del sordo cielo
la ciega frente, cuando airado gime
agravios largos del bajel que oprime,
bien que ya roto, su enojado velo;

hiere, no solo nubes, mas al suelo,
porque su brazo tema e imperio estime.
Olas, no rayos, en su playa imprime;
tiembla otro Deucalión su igual recelo.

Envidia —-cuando, fuerte y espantosa,
la mar la rota nave ya presenta
ya al cielo, ya a la arena, de su seno—-

al rústico el piloto vida exenta.
Yo así en mis celos, libertad dichosa,
no cuando alegre, cuando en ellos peno.

Poema Lava el soberbio mar del sordo cielo de Luis Carrillo y Sotomayor con fondo de libro

Diego Hurtado de Mendoza

Gasto en males la vida, y amor crece

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Gasto en males la vida, y amor crece,
En males crece amor y allí se cría,
Esfuerza el alma, y á hacer se ofrece
De la pena costumbre y compañía.

No me espanto de vida que padece
Tan brava servidumbre y que porfía;
Mas espántome cómo no enloquece
Con el bien que ve en otros cada dia.

En dura ley, en conocido engaño,
Huelga el triste, Señora, de vivir,
Y tú, que le persigas la paciencia.

¡Oh cruda tema! Oh áspera sentencia!
Que por fuerza me fuerzas á sufrir
Los placeres ajenos y mi daño.



Enrique Lihn

hotel lucero

-- de Enrique Lihn --

Finito todo y también estos brazos
que se me tienden en la semipenumbra
y un hilo el de la voz soplo que apenas brota

pero incisivamente de una fuente: la duda
el bello aparecer de este lucero
¿el del amanecer? ¿el de la tarde?
¿abre el día o lo cierra?
bajo la ducha una estrella se apaga
que, absurdamente, la comparte contigo
las estrellas que viste nacer, a mediodía
estaban muertas desde hace cien años
sólo hiciste el amor con una luz
olfateaste «la ausente de todos los ramos».
Resuena un timbre en el hotel lucero
traga y escupe esta boca de sombra
para el caso es lo mismo: apariciones
y desapariciones instantáneas.
No sé en qué sentido hemos hablado de todo
¿era la duda el tema que nos hizo vestirnos
justo en la hora convenida
salir de allí en distintas direcciones
y la que me detuvo
para ver, y fue inútil, si volvías la cara?



Enrique Lihn

la infancia

-- de Enrique Lihn --

La infancia: el tema de unos juegos florales
relativamente feroces, pero en fin, música
alrededor de una glorieta vacía.



Pedro Calderón de la Barca

A Lope de Vega Carpio

-- de Pedro Calderón de la Barca --

Aunque la persecución
de la envidia tema el sabio,
no reciba della agravio,
que es de serlo aprobación.
Los que más presumen son,
Lope, a los que envidia das,
y en su presunción verás
lo que tus glorias merecen;
pues los que más te engrandecen
son los que te envidian más.



Pedro Salinas

el contemplado

-- de Pedro Salinas --

Tema
de mirarte tanto y tanto,
de horizonte a la arena,
despacio,
del caracol al celaje,
brillo a brillo, pasmo a pasmo,
te he dado nombre; los ojos
te lo encontraron, mirándote.
Por las noches,
soñando que te miraba,
al abrigo de los párpados
maduró, sin yo saberlo,
este nombre tan redondo
que hoy me descendió a los labios.
Y lo dicen asombrados
de lo tarde que lo dicen.
¡Si era fatal el llamártelo!
¡si antes de la voz, ya estaba
en el silencio tan claro!
¡si tú has sido para mí,
desde el día
que mis ojos te estrenaron,
el contemplado, el constante
contemplado!



José Ángel Buesa

poema del secreto

-- de José Ángel Buesa --

Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día y otro día...
Y no puedo olvidar.
Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente...
Y no puedo olvidar.
Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, así como al azar...
Puedo verte con otro, sin suspirar siquiera,
y no puedo olvidar.
Ya vez: tú no sospechas este secreto amargo,
más amargo y profundo que el secreto del mar...
Porque puedo dejarte de amar, y sin embargo...
¡No te puedo olvidar!



Juan de Arguijo

Las estaciones (Arguijo)

-- de Juan de Arguijo --

Vierte alegre la copia en que atesora
Bienes la primavera, da colores
Al campo y esperanza á los pastores
Del premi ode su fe la bella Flora;

Pasa ligero el sol adonde mora
El cancro abrasador, que en sus ardores
Destruye campos y marchita flores,
Y el orbe de su lustre descolora;

Sigue el húmedo otoño, cuya puerta
Adornar Baco de sus dones quiere;
Luego el invierno en su rigor se extrema.

¡Oh variedad comun, mudanza cierta!
¿Quién habrá que en sus males no te espere?
Quién habrá que en sus bienes no te tema?



Gutierre de Cetina

si de amor y de vos tan poco fío

-- de Gutierre de Cetina --

Del amor y de vos nace este celo;
de vuestra honestidad nada recelo;
menor es contra vos mi desvarío.
Que vuestra voluntad me dé un desvío
hace que tema amor, del nace un celo
tal que vengo a temer si amáis al cielo.
¡Ved hasta dónde llega el dolor mío!
jamás tuve de vos una sospecha,
ya que tenerla cierta es imposible,
ni otra cosa deseé que otros desean.
Que con mi voluntad la vuestra estrecha
estuviese deseo, y, si es posible,
tan juntas que las dos una alma sean.



Salvador Novo

tema de amor

-- de Salvador Novo --

Dentro de estos cuatro muros
pretendí ocultar mi dicha:
pero el fruto, pero el aire
¿cómo me los guardaría?

hora mejor que pospuse,
voces que eran para mí,
camino que no elegí
destino que no dispuse;
¡cómo os volvisteis oscuros!
¡qué amargo vuestro sabor
cuando nos encerró mi amor
dentro de estos cuatro muros!

entre tu aurora y mi ocaso
el tiempo desaparecía
y era nuestra y era mía
sangre, labio, vino y vaso.

En perdurar se encapricha
mi sombra junto a tu luz
y bajo negro capuz
pretendí ocultar mi dicha.
Pero el fruto, pero el aire,
pero el tiempo que no fluya,
pero la presencia tuya
fuerte, joven, dulce, grande;
sangre tuya en vena mía,
lazos a instantes maduros,
dentro de estos cuatro muros
cómo me los guardaría?



Mariano Melgar

¡Ay, amor! Dulce veneno

-- de Mariano Melgar --

¡Ay, amor!, dulce veneno,
ay, tema de mi delirio,
solicitado martirio
y de todos males lleno.

¡Ay, amor! lleno de insultos,
centro de angustias mortales,
donde los bienes son males
y los placeres tumultos.

¡Ay, amor! ladrón casero
de la quietud más estable.
¡Ay, amor, falso y mudable!
¡Ay, que por causa muero!

¡Ay, amor! glorioso infierno
y de infernales injurias,
león de celosas furias,
disfrazado de cordero.

¡Ay, amor!, pero ¿qué digo,
que conociendo quién eres,
abandonando placeres.
Soy yo quien a ti te sigo?



Julio Herrera Reissig

el enojo

-- de Julio Herrera Reissig --

Todo fue así: sahumábase de lilas
y de heliotropo el viento en tu ventana;
la noche sonreía a tus pupilas,
como si fuera su mejor hermana...

Mi labio trémulo y tu rostro grana
tomaban apariencias intranquilas,
fingiendo tú mirar por la persiana,
y yo, soñar al son de las esquilas.

¡Vibró el chasquido de un adiós violento!...
Cimbraste a modo de una espada al viento;
y al punto en que iba a desflorar mi tema,

gallardamente, en ritmo soberano,
desenvainada de su guante crema,
como una daga, me afrentó tu mano.



Evaristo Carriego

Reproche musical

-- de Evaristo Carriego --

Si te sientas como anoche junto al piano,
a mis ruegos insensible, taciturna:
fugitiva de aquel aire wagneriano
que tú sabes. Si, cual trágica nocturna,

traes la sombra del mutismo caprichoso
de unos celos singulares y tardíos,
volveremos a rozar el enojoso
viejo tema del porqué de tus hastíos.

¿Ves, amada? Ya se ha oído la sombría
voz solemne del Maestro: ya ha asomado
su faz grave la orquestal Melancolía,
y el esplín contagia el alma del teclado.

Deja ¡loca! de tocar... Risueñamente,
ven y cura tus neurosis, flor de anemia,
con las risas que destilan el ardiente
rojo filtro de la música bohemia:



Francisco de Quevedo

parnaso español 29

-- de Francisco de Quevedo --

Si de un delito propio es precio lido
la horca, y en menandro la dilema,
¿quién pretendes, ¡oh júpiter!, que tema
el rayo a las maldades prometido?
cuando fueras un pobre endurecido,
y no del cielo majestad suprema,
gritaras, tronco, a la injusticia extrema,
y, dios de mármol, dieras un gemido.
Sacrilegios pequeños se castigan;
los grandes en los triunfos se coronan,
y tienen por blasón que se los digan.
Lido robó una choza, y le aprisionan;
menandro un reino, y su maldad obligan
con nuevas dignidades que le abonan.



Francisco de Quevedo

parnaso español 40

-- de Francisco de Quevedo --

Para, si subes; si has llegado, baja;
que ascender a rodar es desatino;
mas si subiste, logra tu camino,
pues quien desciende de la cumbre, ataja.
Detener de fortuna la rodaja,
a pocos concedió poder divino;
y si la cumbre desvanece el tino,
también, tal vez, la cumbre se desgaja.
El que puede caer, si él se derriba,
ya que no se conserva, se previene
contra el semblante de la suerte esquiva.
Y pues nadie que llega se detiene,
tema más quien se mira más arriba;
y el que subió, por quien rodando viene.



Carlos Pellicer

tema para un nocturno

-- de Carlos Pellicer --

Cuando hayan salido del reloj todas las hormigas
y se abra por fin la puerta de la soledad,
la muerte,
ya no me encontrará.
Me buscará entre los árboles, enloquecidos
por el silencio de una cosa tras otra.
No me hallará en la altiplanicie deshilada
sintiéndola en la fuente de una rosa.
Estoy partiendo el fruto del insomnio
con la mano acuchillada por el azar.
Y la casa está abierta de tal modo,
que la muerte ya no me encontrará.
Y ha de buscarme sobre los árboles y entre las nubes.
(¡Fruto y color la voz encenderá!)
y no puedo esperarla: tengo cita
con la vida, a las luces de un cantar.
Se oyen pasos ¿muy lejos?... Todavía
hay tiempo de escapar.
Para subir la noche sus luceros,
un hondo son de sombras cayó sobre el mar.
Ya la sangre contra el corazón se estrella.
Anochece tan claro que me puedo desnudar.
Así, cuando la muerte venga a buscarme,
mi ropa solamente encontrará.



Clemente Althaus

A Martín de Porres

-- de Clemente Althaus --

En vano, gran Martín, la Noche fría
vistió tu rostro con su sombra oscura;
mas que la nieve era tu alma pura,
y más clara que sol de mediodía.
Y hoy en la gloria perennal te alegras,
mientras gimen sin tregua en el profundo
mil y mil que tuvieron en el mundo
los rostros blancos y las almas negras.
Si, como vil, el orgulloso suelo
y como infame, tu color rechaza,
igual es en honores cada raza
en la feliz república del cielo.
Y hasta permiten las divinas leyes
que aquellos cuya vida más se humilla
allá reciban más augusta silla,
del mundo esclavos y del cielo reyes.
¿Qué corona de sol resplandeciente
hay que perder su resplandor no tema,
ante la luz de la inmortal diadema
que hoy enguirnalda tu gloriosa frente?
Y son nuestras mas fúlgidas estrellas
bosquejo apenas y confusa sombra
de esas que tú, como brillante alfombra,
o cual dorado pavimento, huellas.



Ramón María del Valle Inclán

rosaleda

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Cuando iba por la selva nocturna, sin destino,
escuché una esperanza cantar sobre el camino,
en la alborada de oro. Yo pasaba. Su canto
daba sobre una lírica fresca rama de acanto.

Saliendo de mi noche, me perdí en un recinto
de rosas. Por los métricos sellos de un laberinto,
los senderos en fuga culterana y ambigua,
conjugaban el tema de la fábula antigua.

Conversé con las rosas, y, como un amuleto,
recogí de las rosas el sideral secreto.
Los números dorados
de sus selladas cláusulas, me fueron revelados.

Mi alma se daba,
dándose gozaba,
y transcendía
su esencia en goce.
Se consumía
en la alegría
del que conoce.



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