Buscar Poemas con Taller


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Se han encontrado 7 poemas con la palabra taller

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Juan Bautista Arriaza

Viendo a Su Majestad visitar la Imprenta Real

-- de Juan Bautista Arriaza --

Gran Rey, Vos que con pasos vencedores
del rigor de los hados enemigos,
visitasteis los presos y mendigos,
convirtiendo sus lágrimas en flores.

Ved ya como la prensa en sus sudores
prepara a esa virtud fieles testigos:
pues delante de Príncipes amigos
no gime, sino canta sus loores.

El taller de Minerva en un momento
caracteres movibles combinando
retrata el fugitivo pensamiento.

¡Ah! Si al de sus vasallos ahora dando
una sola expresión, un solo acento...
¿Qué dijera el papel? ¡VIVA FERNANDO!

Poema Viendo a Su Majestad visitar la Imprenta Real de Juan Bautista Arriaza con fondo de libro

Evaristo Carriego

La muchacha que siempre anda triste

-- de Evaristo Carriego --

Así anda la pobre, desde la fecha
en que, tan bruscamente, como es sabido,
aquel mozo que fuera su prometido
la abandonó con toda la ropa hecha.

Si bien muchos lo achacan a una locura
del novio que oponía sobrados peros...
Todavía se ignoran los verdaderos
motivos admisibles de la ruptura.

Sin embargo, en los chismes, casi obligados,
de los pocos momentos desocupados,
una de las que cosen en el taller

dice,— y esto lo afirma la propia abuela, —
que desde que ella estuvo con la viruela
él, ni una vez siquiera, la ha vuelto a ver.

Poema La muchacha que siempre anda triste de Evaristo Carriego con fondo de libro

Evaristo Carriego

La queja

-- de Evaristo Carriego --

Como otras veces cuando la angustia
le finge graves cosas hurañas,
la infeliz dijo, después que el rojo
vómito tibio mojó la almohada,
las mismas quejas de febriciente,
las mismas quejas entrecortadas
por el delirio, las que ella arroja
como un detritus de la garganta.
Bajo el recuerdo remoto y vivo,
jornadas rudas de su desgracia,
rápidos cruzan por la memoria
sus desconsuelos de amargurada:
desde el sombrío taller primero
que vió su carne cuando era sana,
hasta la hora de la caída
de la que nunca se levantara.
Porque era linda, joven y alegre
ascendió toda la suave escala:
supo del fino vaso elegante
que vuelca flores en la cloaca.

Poema La queja de Evaristo Carriego con fondo de libro

Evaristo Carriego

Residuo de fábrica

-- de Evaristo Carriego --

Hoy ha tosido mucho. Van dos noches
que no puede dormir; noches fatales,
en esa oscura pieza donde pasa
sus más amargos días, sin quejarse.

El taller la enfermó, y así, vencida
en plena juventud, quizás no sabe
de una hermosa esperanza que acaricie
sus largos sufrimientos de incurable.

Abandonada siempre, son sus horas
como su enfermedad: interminables.
Sólo, a ratos, el padre se le acerca
cuando llega borracho, por la tarde...

Pero es para decirla lo de siempre,
el invariable insulto, el mismo ultraje:
¡le reprocha el dinero que le cuesta
y la llama haragana, el miserable!



Francisco Sosa Escalante

El mendigo (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Ya no piedad sino temor abrigo,
(No porque lleve corazon de roca),
Si oigo que santa caridad invoca
Envuelto en sus harapos el mendigo.

En él oculto encuentro al enemigo
De la familia y del taller; provoca
Al incauto holgazán á vida loca.
Que es de su infame proceder testigo.

Si un asilo benéfico le ofrece
La hermosa y noble caridad cristiana,
Al nombre del asilo se enardece.

¿Trabajo le brindais? con furia insana
Os mira, y al instante desparece
Para volver á mendigar mañana.



Claudio Rodríguez

alto jornal

-- de Claudio Rodríguez --

Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.



Claudio Rodríguez

hilando (la hilandera de espaldas, del cuadro de velázquez)

-- de Claudio Rodríguez --

( la hilandera de espaldas , del cuadro de velázquez)
tanta serenidad es ya dolor.
Junto a la luz del aire
la camisa ya es música, y está recién lavada,
aclarada,
bien ceñida al escorzo
risueño y torneado de la espalda,
con su feraz cosecha,
con el amanecer nunca tardío
de la ropa y la obra. Este es el campo
del milagro: helo aquí,
en el alba del brazo,
en el destello de estas manos, tan acariciadoras
devanando la lana:
el hilo y el ovillo,
y la nuca sin miedo, cantando su viveza,
y el pelo muy castaño
tan bien trenzado,
con su moño y su cinta;
y la falda segura; sin pliegues, color jugo de acacia.
Con la velocidad del cielo ido,
con el taller, con
el ritmo de las mareas de las calles,
está aquí, sin mentira,
con un amor tan mudo y con retorno,
con su celebración y con su servidumbre.



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