Buscar Poemas con Sosiego


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Se han encontrado 51 poemas con la palabra sosiego

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Miguel Unamuno

Ni mártir ni verdugo

-- de Miguel Unamuno --

Busco guerra en la paz, paz en la guerra,
el sosiego en la acción y en el sosiego
la acción que labra el soterraño fuego
que en sus entrañas bajo nieve encierra

nuestro pecho. Rodando por la tierra
al azar claro del destino ciego
vida en el juego y en la vida juego
buscando voy. Pues nada más me aterra

Poema Ni mártir ni verdugo de Miguel Unamuno con fondo de libro

Alfonso Reyes

¡a cuernavaca!

-- de Alfonso Reyes --

A cuernavaca voy, dulce retiro,
cuando, por veleidad o desaliento,
cedo al afán de interrumpir el cuento
y dar a mi relato algún respiro.
A cuernavaca voy, que sólo aspiro
a disfrutar sus auras un momento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
Ni campo ni ciudad, cima ni hondura;
beata soledad, quietud que aplaca
o mansa compañía sin hartura.
Tibieza vegetal donde se hamaca
el ser en filosófica mesura...
¡A cuernavaca voy, a cuernavaca!

ii
no sé si con mi ánimo lo inspiro
o si el reposo se me da de intento.
Sea realidad o fingimiento,
¿a qué me lo pregunto, a qué deliro?
básteme ya saber, dulce retiro
que solazas mis sienes con tu aliento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
El sosiego y la luz el alma apura
como vino cordial; trina la urraca
y el laurel. De los pájaros murmura;
vuela una nube; un astro se destaca,
y el tiempo mismo se suspende y dura...
¡A cuernavaca voy, a cuernavaca!

Poema ¡a cuernavaca! de Alfonso Reyes con fondo de libro

Amado Nervo

sosiego

-- de Amado Nervo --

Ultra limen
más allá de la impaciencia
de los mares enojados la tranquila
indiferencia de los limbos irisados
y la plácida existencia
de los monstruos no soñados...
Más allá de la violencia
de ciclones y tornados,
la inmutable trasparencia
de los cielos estrellados...
Más allá del río insano
de la vida, del bullir
pasional, el océano
pacífico del morir,
con su gris onda severa,
con su inmensa espalda inerte
que no azota volandera
brisa alguna...
¡Y mi galera
de ébano y plata, se advierte
sola, en el mar sin ribera
de la muerte!

Poema sosiego de Amado Nervo con fondo de libro

Amado Nervo

la santidad de la muerte

-- de Amado Nervo --

La santidad de la muerte
llenó de paz tu semblante,
y yo no puedo ya verte
de mi memoria delante,
sino en el sosiego inerte
y glacial de aquel instante.
En el ataúd exiguo,
de ceras a la luz fatua,
tenía tu rostro ambiguo
qiuetud augusta de estatua
en un sarcófago antiguo.
Quietud con yo no sé qué
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de quién ya sabe el porqué.
Placidez, honda, sumisa
a la ley; y en la gentil
boca breve, una sonrisa
enigmática, sutil,
iluminando indecisa
la tez color de marfil.
A pesar de tanta pena
como desde entonces siento,
aquella visión me llena
de blando recogimiento
y unción..., Como cuando suena
la esquila de algún convento
en una tarde serena...



Lope de Vega

Cuando el mejor planeta en el diluvio

-- de Lope de Vega --

Cuando el mejor planeta en el diluvio
templa de Etna y volcán la ardiente fragua,
y el mar pasado el límite desagua,
encarcelando al sol dorado y rubio;

Cuando cuelgan del Cáucaso y Vesubio
mil cuerpos entre verdes ovas y agua,
cuando balas de nieve y rayos fragua,
y el Gange se juntó con el Danubio;

cuando el tiempo perdió su mismo estilo
y el infierno pensó tener sosiego
y excedió sus pirámides el Nilo;

cuando el mundo quedó turbado y ciego,
¿dónde estabas, Amor, cuál fue tu asilo,
que en tantas aguas se escapó tu fuego?



Lope de Vega

Del corazón los ojos ofendidos

-- de Lope de Vega --

Del corazón los ojos ofendidos
hacen batalla sobre cuál me mata.
El corazón con agua los maltrata,
que los quiere cegar por atrevidos.

Los ojos, por quien entran encendidos
espíritus de amor, que amor dilata,
dan fuego al corazón porque los trata
con tanto mal, en tanto bien perdidos.

Ojos, si el corazón con llanto os ciega,
corazón, si los ojos con el fuego,
un contrario abrasado, y otro frío,

sin duda que mi fin de acerca y llega,
que no puede durar ni hallar sosiego
reino tan dividido como el mío.



Lope de Vega

Don Félix, si al Amor le pintan ciego

-- de Lope de Vega --

Don Félix, si al Amor le pintan ciego,
lo que no viera yo jamás lo amara;
si con alas veloces, ¿cómo para?,
pues tengo entre mis lágrimas sosiego

Si no me ha consumido, ¿cómo es fuego,
no siendo fénix en el mundo rara?
Y si es desnudo Amor, ¿cómo repara
en que le vistan, o se cansa luego?

Pintarle como niño, importa poco;
Luzbel se amó, y así fue amor nacido
antes que viese Adán del sol la lumbre.

Mejor fuera pintarle como a loco,
haciéndole a colores el vestido,
y no llamarle Amor, sino costumbre.



Lope de Vega

Mano amorosa, a quien Amor solía

-- de Lope de Vega --

Mano amorosa a quien amor solía
dar el arco y las flechas de su fuego,
porque como era niño, y al fin ciego,
matases tú mejor lo que él no vía.

El cielo ha sido autor de tu sangría
para poner a tu crueldad sosiego,
haciendo su milagro con mi ruego
nacer corales entre nieve fría.

Vierte esa fuente de rubíes puros,
¡oh peña de cristal! con blanda herida,
¿pero cómo podrán al hierro impío

mis tiernos ojos asistir tan duros,
pues vengándome a costa de mi vida,
la sangre es tuya y el dolor es mío?



Lope de Vega

Padre de los humanos, Amor ciego

-- de Lope de Vega --

Padre de los humanos, Amor ciego,
de quien nació la vida de dos vidas,
y por quien tantas fueron consumidas,
destierro de la paz y del sosiego.

Amor, que a un tiempo eres troyano y griego,
breve placer, tesoro del rey Midas,
divino ensalmador de tus heridas,
luna, que porque crece, mengua luego,

¿por qué te llaman padre, si no eres
como Saturno que sus hijos come?
Que, en efeto, aborreces lo que quieres.

Amor, pues no hay quien residencia tome
a la poca verdad de tus placeres,
mi muerte será Alcides que te dome.



Jorge Guillén

tarde mayor

-- de Jorge Guillén --

Libre nací y en libertad me fundo.
Cervantes
tostada cima de una madurez,
esplendiendo la tarde con su espíritu
visible nos envuelve en mocedad.
Así te yergues tú, para mis ojos
forma en sosiego de ese resplandor,
trasluz seguro de la luz versátil.
Si aquellas nubes tiemblan a merced,
un día, de un estrépito enemigo,
mescolanza de súbito voraz,
oscurecidos y desordenados
penaremos también. Y no habrá alud
que nos alcance en la ternura nuestra.
Esos árboles próceres se ahíncan
dedicando sus troncos al cénit,
a un cielo sin crepúsculos de crimen.
Si tal fronda perece fulminada,
rumoroso otra vez igual verdor
se alzará en el olvido del tirano.
Y pasará el camión de los feroces.
Castaños sin historia arrojarán
su florecilla al suelo blanquecino.
Un ámbito de tarde en perfección
tan desarmada humildemente opone,
por fin venciendo, su fragilidad
a ese desbarajuste sólo humano
que a golpes lucha contra el mismo azul
impasible, feroz también, profundo.
Fugaz la historia, vano el destructor.
Resplandece la tarde. Yo contigo.
Eterna al sol la brisa juvenil.



Jorge Luis Borges

la plaza san martín

-- de Jorge Luis Borges --

A macedonio fernández
en busca de la tarde
fui apurando en vano las calles.
Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
Con fino bruñimiento de caoba
la tarde entera se había remansado en la plaza,
serena y sazonada,
bienhechora y sutil como una lámpara,
clara como una frente,
grave como un ademán de hombre enlutado.
Todo sentir se aquieta
bajo la absolución de los árboles
jacarandás, acacias
cuyas piadosas curvas
atenúan la rigidez de la imposible estatua
y en cuya red se exalta
la gloria de las luces equidistantes
del leve azul y de la tierra rojiza.
¡Qué bien se ve la tarde
desde el fácil sosiego de los bancos!
abajo
el puerto anhela latitudes lejanas
y la honda plaza igualadora de almas
se abre como la muerte, como el sueño.



Diego de Torres Villarroel

vida bribona

-- de Diego de Torres Villarroel --

En una cuna pobre fui metido,
entre bayetas burdas mal fajado,
donde salí robusto y bien templado,
y el rústico pellejo muy curtido.
A la naturaleza le he debido
más que el señor, el rico y potentado,
pues le hizo sin sosiego delicado,
y a mí con desahogo bien fornido.
Él se cubre de seda, que no abriga,
yo resisto con lana a la inclemencia;
él por comer se asusta y se fatiga,
yo soy feliz, si halago a mi conciencia,
pues lleno a todas horas la barriga,
fiado de que hay dios y providencia.



Emilio Bobadilla

A orillas del río

-- de Emilio Bobadilla --

A la orilla de un río, arrastrándose llegan
dos soldados heridos: beben ávidamente;
uno, rota la mano, rota el otro la frente,
y después a una charla candorosa se entregan.

— Yo vengo de Siberia —dice el uno—, me dieron
este fusil. «Pelea del Zar por la grandeza»,
me ordenaron, so pena de perder la cabeza.
— A mí por Alemania, por el Kaiser me hirieron.

— En mi aldea, allá lejos, al Zar yo no vi nunca.
— Y yo tampoco al Kaiser. ¡Miserable labriego,
ya para nada sirvo con esta mano trunca!

— Yo, pobre campesino, sólo aspiro al descanso...
Y del campo en el dulce y vesperal sosiego,
sigue corriendo el río indiferente y manso...



Emilio Bobadilla

El caballo de Atila

-- de Emilio Bobadilla --

En cañón se transforma, de repente, el arado;
la metralla derriba reliquias venerables
—monumentos artísticos de glorioso pasado—
y en las ciudades entran las hienas implacables.

Se pierden en los campos las fértiles cosechas;
los pensiles se mueren de nostalgia de riego;
resquebrajan los muros de los templos las brechas,
y no encuentran las aves para cantar sosiego.

Desolación y ruina, orfandad y miseria;
en hospital de sangre conviértese el museo;
todo es dolor y lágrimas, confusión y laceria,

incendio, asesinatos, violaciones, saqueos...
Y el blando tintineo de la vacuna esquila
se apaga en el relincho del caballo de Atila.



Emilio Bobadilla

La fuente envenenada

-- de Emilio Bobadilla --

Cantaba en el silencio de la noche la fuente,
y en torno suyo, luego de acabada la lucha,
fraternizaban todos, bebiendo ávidamente,
a la luz de los astros, sin temor del escucha.

Y era aquel un refugio de efímero sosiego,
de paz un simulacro, pasajero armisticio;
campo mustio que anhela el benéfico riego,
beso puro que ansía harto de carne el vicio.

Y un día envenenaron la fuente —intermediaria
de frescura y silencio, entre uno y otro bando—
(¿era más cruel el hombre de la edad cuaternaria?)

y con ritmo, al estruendo de la metralla ajeno,
en la noche la fuente continuaba cantando,
sin saber que brindaba en su linfa veneno...!



Emilio Bobadilla

Lección de Filosofía

-- de Emilio Bobadilla --

Los cañones demuelen catedrales y casas,
y embermejan el río las huestes convulsivas
que vencedoras entran en hormigueras masas,
bayoneta calada, entre mueras y vivas.

En éxodo aflictivo huyen las multitudes
cual de un mar que de pronto terrible se desborda.
¿Qué son de las montañas los épicos aludes
y qué el gritar confuso de atolondrada horda?

En la margen opuesta del río, en la pradera,
—todo paz y verdura, bucólico embeleso
de una tarde beatífica de dulce primavera—,

mientras el hombre esgrime fusil, espada y gumia,
—sus armas predilectas de cultura y progreso-
una vaca el sosiego del crepúsculo rumia.



Emilio Bobadilla

Primavera lúgubre

-- de Emilio Bobadilla --

¡Oh mañana de triunfo, de cristalino ambiente!
Las rosas se entreabren como pidiendo besos;
y hay un aroma lúbrico en el aire caliente
y están de gordas frutas los árboles, obesos!

Y a la luz de esta diáfana matinal zambra de oro,
que ensancha de alegría los prietos corazones,
desfilan por las calles con lento andar sonoro,
camino de la muerte, miles de batallones!

Y el cielo es de azurita y la mar corre suave,
y todo está dormido como envuelto en un manto,
y no turba el sosiego de los aires un ave

y el valle está pidiendo caricias de zampoña,
y los hombres se matan sin compasión, en tanto,
cual si la vida fuese un árbol que retoña!



Pablo Neruda

soneto lxvi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.



Pedro Antonio de Alarcón

A Pompeya

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Cuando amanezca el iracundo día
que en la mente de Dios leyó el Profeta,
y, al agrio son de la final trompeta,
abandone de Adán la raza impía,

ora el sosiego de l ahuesa fría,
ora los lares de la vida inquieta,
y pase el JUICIO extremo, y el del Planeta
quede la extensa faz muda y vacía,

no será tan horrendo y pavoroso
encontrar por doquier huellas del hombre
y ni un hombre en campiñas ni ciudades,

como verte, sin vida ni reposo,
desierta y mancillada por tu nombre,
expiar ¡oh Pompeya! tus maldades.



Pedro Calderón de la Barca

Laura

-- de Pedro Calderón de la Barca --

¿Qué género de ardor es el que llego
hoy a sentir, que más parece encanto,
pues luciendo tampoco abrasa tanto
y abrasando tan mudo, arde tan ciego?

¿Qué género de llanto es sin sosiego
éste, que a tanto incendio no da espanto,
pues al fuego apagar no puede el llanto,
ni al llanto puede consumir el fuego?

Donde materia no hay, no se da llama.
Mas ¡ay! que sin materia en el abismo
una y otra aprensión es quien la inflama.

Luego cierto será este silogismo:
si fuego de aprensión tiene quien ama,
amor y infierno todo es uno mismo.



Pedro Soto de Rojas

En la partida, hablando con Sierra Nevada

-- de Pedro Soto de Rojas --

Huyo de ti, porque eres poderosa,
sierra, de helar al sol cuando te ofende
y no de hacer la llama que me enciende
o más voraz, o menos rigurosa.

Huyo, porque entre nieves y entre rosa
sobre tus faldas sus venenos tiende
sierpe, si no se ve, que bien se entiende,
sierpe a mi voz de oreja cautelosa.

Quizá el puerto tendrá de Guadarrama
o sierpes no, u orejas a mi ruego,
quizá su nieve aplacará mi llama,

y ya que no la aplaque en tanto fuego,
pues llegaré difunto mar de fama,
puerto será de mi mortal sosiego.



José Tomás de Cuellar

Impresiones de invierno

-- de José Tomás de Cuellar --

SILENCIO...! Soledad...! En torno mío
No susurran las auras bullidoras;
Prensa mi corazón infortunado
El invencible hastío.
Ya estoy aquí cansado,
Al pié del tronco de la añosa encina,
Trayendo á la memoria
De mis placeres la fugaz historia.
Ya estoy aquí solícito buscando,
Si no el placer, el que perdí sosiego:
Ya cansaron mi oído



Juan Bautista Arriaza

La guarida del amor

-- de Juan Bautista Arriaza --

Amor, como se vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.

¡Ay, Silvia!, vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos
en ellos parte a refugiarse, luego.

¡Qué extraño ver a tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos
y el yugo recibir que tú le pones!

Si a más de que esos ojos son tan bellos
está todo el amor con sus traiciones
haciéndonos la guerra dentro de ellos.



Gaspar María de Nava Álvarez

Razón de no hacer versos durante la guerra

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Cupido, como niño, se estremece
del temeroso son del bronce herido,
y en las faldas de Venus escondido,
mientras dura la guerra no aparece.

Como el numen, que el pecho me enardece,
a sus blancos halagos lo he debido,
con el bélico afán está abatido,
con el continuo susto se enflaquece.

Pues tiembla y huye de la lid el ciego,
pues sin él no hay ardor ¿por qué me afano?
¿Por qué en pos de las musas no sosiego?

No más versos, no más hasta que Jano
a la Discordia apague el turbio fuego,
y la graciosa Paz nos de la mano.



Gutierre de Cetina

cuando pienso me da dolor doblado

-- de Gutierre de Cetina --

Ningún pensar me da contentamiento;
si fuera de pensar deleite siento,
ni sé entenderme a mí ni a mi cuidado.
Entre mi mal el bien viene mezclado;
ni lo sé conocer ni tomar tiento:
que en gustando del bien el sentimiento,
o se convierte en mal o ya es pasado.
En medio del deleite llega luego
el recelo del mal, considerando
que es un tal bien un poco de agua al fuego.
Así el monstruo marino está llorando
mientra el cielo y el mar muestran sosiego,
de futura tormenta recelando.



Gutierre de Cetina

a don luis de cotes, obispo de empurias

-- de Gutierre de Cetina --

Ando siempre, señor, de pena en pena,
de llanto en llanto y de uno en otro fuego;
ni por andar ni por tener sosiego
dolor afloja o mi fortuna es buena.
El alma de años ya y de daños llena,
que ciega nuestros apetitos ciego
debría volver de tan dañoso juego
a vida más tranquila y más serena.
Si el alma misma es causa de su daño,
¿por qué la causa? y si la fuerza el hado,
el arbitrio ¿qué es del?, ¿qué libre tiene?
pues yo no sé entender mal tan extraño,
suplícoos me digáis de este pecado
quién es primera causa o dónde viene.



Gutierre de Cetina

entre armas, guerra, fuego, ira y furores

-- de Gutierre de Cetina --

Que al soberbio francés tienen opreso,
cuando el aire es más turbio y más espeso,
allí me aprieta el fiero ardor de amores.
Miro el cielo, los árboles, las flores,
y en ellos hallo mi dolor expreso,
que en el tiempo más frío y más avieso
nacen y reverdecen mis temores.
Digo llorando: «¡oh dulce primavera,
cuándo será que a mi esperanza vea
ver de prestar al alma algún sosiego
mas temo que mi fin mi suerte fiera
tan lejos de mi bien quiere que sea,
entre guerra y furor, ira, armas, fuego.



Gutierre de Cetina

ay, mísero pastor!, ¿dó voy huyendo

-- de Gutierre de Cetina --

¿curar pienso un ardor con otro fuego?
¡cuitado!, ¿adónde voy? ¿estoy ya ciego
que ni veo mi bien ni el mal entiendo?
¿dó me llevas, amor? si aquí me enciendo,
¿tendré do voy más paz o más sosiego?
si huyo de un peligro, ¿a dó voy luego?
¿es menor el que voy hora siguiendo?
¿fue más ventura el betis, por ventura,
que era agora pisuerga? ¿aquél no ha sido
tan triste para mí como ese agora?
si falta en amarílida mesura,
¿cómo la tendrá dórida, sabido
que llevo ya en el alma otra señora?



Hernando de Acuña

En muy suave aunque en muy gran tormento

-- de Hernando de Acuña --

En muy suave aunque en muy gran tormento
vivo, y arderme siento en dulce fuego,
do en vivas llamas hallo un gran sosiego
y en extrema pasión contentamiento.

¿Con qué manera de agradecimiento
pagaré amor que en tal desasosiego,
y en le extremo de pasión do llego,
me tiene con su causa tan contento?

Sólo mostrarme puedo agradecido
en contentarme ahora y en pesarme
que me halla Amor tal pena dilatado;

que pues tal ocasión había de darme,
con razón llamaré tiempo perdido
el que sin padecer se me ha pasado.



Salvador Díaz Mirón

Vigilia y sueño

-- de Salvador Díaz Mirón --

La moza lucha con el mancebo
-su prometido y hermoso efebo-
y vence a costa de un traje nuevo.

Y huye sin mancha ni deterioro
en la pureza y en el decoro,
y es un gran lirio de nieve y oro.

Y entre la sombra solemne y bruna,
yerra en el mate jardín, cual una
visión compuesta de aroma y luna.

Y gana el cuarto, y ante un espejo,
y con orgullo de amargo dejo,
cambia sonrisas con un reflejo.

Y echa cerrojos, y se desnuda,
y al catre asciende blanca y velluda,
y aún desvestida se quema y suda.

Y a mal pabilo, tras corto ruego,
sopla y apaga la flor de fuego,
y a la negrura pide sosiego.

Y duerme a poco. Y en un espanto,
y en una lumbre, y en un encanto,
forja un suceso digno de un canto.

¡Sueña que yace sujeta y sola
en un celaje que se arrebola,
y que un querube llega y la viola!



Salvador Rueda

sonetos VI

-- de Salvador Rueda --

Quietud, pereza, languidez, sosiego...;
Un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
queda el que a fascinado y ciego.

El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.

Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.

6



Marilina Rébora

no le hables de la muerte...

-- de Marilina Rébora --

No le hables de la muerte...
No le hables de la muerte, háblale de las flores,
de la aurora dorada y el ocaso de fuego,
del azul del océano y el arco de colores,
de los ríos de plata y el astro sin sosiego.
Cuéntale del amante los dichosos amores,
del reír de los niños eternamente en juego,
del canto del poeta y de los trovadores,
del que con fe suplica y hace escuchar su ruego.
Es criatura de amor: infúndele confianza,
que es menester salvarla de la melancolía,
guardarle para sí, indemne, la esperanza,
sin que sepa de angustias, dolor ni sufrimiento.
Sostenla, porque en su alma haya siempre alegría,
al cielo la mirada, el espíritu al viento.



Marilina Rébora

la música

-- de Marilina Rébora --

La música
dan ritmo a la faena los trozos musicales;
combate la tristeza la suave melodía;
cuando preocupaciones asedian, habituales,
cantares apaciguan la mente, todavía.
La música es así, remedio de los males,
inagotable fuente a escanciar cada día;
sosiego de palacios, templanza de arrabales,
y placidez del alma, armonizante guía.
Si acaso preguntaras, qué en la hora postrera
ansío oír de nuevo, mi gusto no vacila:
aurora, de panizza canción a la bandera,
y la muerte de isolda, el aria de dalila,
también de mefistófeles el dantesco monólogo
o el coro de los angeles, divinizando el prólogo.



Rosalía de Castro

En el alma llevaba un pensamiento

-- de Rosalía de Castro --

Desbórdanse los ríos si engrosan su corriente
Los múltiples arroyos que de los montes bajan,
Y cuando de las penas el caudal abundoso
Se aumenta con los males perennes y las ansias,
¿Cómo contener, cómo, en el labio la queja?
¿Cómo no desbordarse la cólera en el alma?



Busca y anhela el sosiego...
Mas... ¿Quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto
Dormido vuelve a soñar.
Que hoy, como ayer y mañana,
Cual hoy en su eterno afán,
De hallar el bien que ambiciona
—Cuando solo encuentra el mal-
Siempre a soñar condenado
Nunca puede sosegar.
¡Aturde la confusa gritería
Que se levanta entre la turba inmensa!
Ya no saben qué quieren ni qué piden;
Mas, embriagados de soberbia, buscan
Un ídolo o una víctima a quien hieran.



Miguel Unamuno

Tus ojos son los de tu madre

-- de Miguel Unamuno --

Tus ojos son los de tu madre, claros,
antes de concebirte, sin el fuego
de la ciencia del mal, en el sosiego
del virgíneo candor; ojos no avaros

de su luz dulce, dos mellizos faros
que nos regalan su mirar cual riego
de paz, y á los que el alma entrego
sin recelar tropiezo. Son ya raros



A la sabiduría

-- de Juan Díaz Rengifo --

Pluguiera a Dios, que en ti, Sabiduría
(Guía del alma, y celestial lumbrera)
hubiera yo empleado el largo día,
la fría noche, el tiempo, que perdiera.

Tuviera con tu dulce compañía
alegría en lo adverso, y paz entera:
viera lo que no vi cuando creía,
que veía, lo que ver jamás quisiera.

Vencido de ignorancia, pobre, y ciego
entrego a ti el ingenio envejecido
despedido del ocio y vano juego,

ruégote le recibas, que aunque ha sido
perdido por su gran desasosiego,
sosiego ha de hallar a ti rendido.



Juan Nicasio Gallego

Al autor del Anti-Quijote

-- de Juan Nicasio Gallego --

La voz sonora de un rocín gallego
que al Setabiense aclama noche y día
llegando al reino de la muerte fría
del buen Quijote perturbó el sosiego.

¡Hi de pu...!, Dijo el paladín manchego,
¿ese follón amengua mi valía?
¡Sús! ¡Alto! ¡A castigar su demasía!
Ensilla, Sancho, a Rocinante luego.

Señor, ¿a Rocinante? Si se enfada
mi rucio solo acallará sus voces,
dejándole tendido en la estacada.

Harto se echa de ver que no conoces,
Sancho amigo, su fuerza denodada:
capaz es de matarte el rucio a coces.



Julio Flórez

Lejos!

-- de Julio Flórez --

Poem

De cuando en cuando, un hálito de fuego, llega hasta mí y el corazón me abrasa; quema mi frente pensativa y pasa como un aroma por mis labios, luego.

Pierde entonces mi espíritu el sosiego y huye de mí los ámbitos traspasa y llega hasta la verja de tu casa donde escuché al partir t‘último ruego!

Aquel, «¡No me abandones!» que dijiste con tus labios pegados a mi boca, la postrera mañana en que me viste.

Y lleno de dolor, comprendo al punto, que aquel hálito ardiente que me toca, es el alma de aquel beso difunto!



Julio Herrera Reissig

La procesión

-- de Julio Herrera Reissig --

El señor Cura, impuesto de sus oros sagrados,
Acaudilla el piadoso rebaño serraniego;
En voz alta exorciza los demonios, y luego
Salpica de agua santa las siembras y los prados.

Corean cien ladridos la procesión. Por grados,
Las músicas naufragan en el ancho sosiego...
Todo vuelve al divino mutismo solariego:
Gentes, rebaños, eras, parroquias y collados.

La emoción del crepúsculo pesa solemnemente.
Pájaros en triángulo vuelan sobre el torrente...
De cuando en cuando gime con unción oportuna,

La inválida miseria de un viejo carricoche...
Todo es grave. El castillo encantado de luna,
Llena de cuentos de hadas los campos y la noche.



Julio Herrera Reissig

decoración heráldica

-- de Julio Herrera Reissig --

Señora de mis pobres homenajes,
débote amar aunque me ultrajes.
Góngora

soñé que te encontrabas junto al muro
glacial donde termina la existencia,
paseando tu magnífica opulencia
de doloroso terciopelo oscuro.

Tu pie, decoro del marfil más puro,
hería, con satánica inclemencia,
las pobres almas, llenas de paciencia,
que aún se brindaban a tu amor perjuro.

Mi dulce amor que sigue sin sosiego,
igual que un triste corderito ciego,
la huella perfumada de tu sombra,

buscó el suplicio de tu regio yugo,
y bajo el raso de tu pie verdugo
puse mi esclavo corazón de alfombra.



Julio Herrera Reissig

la velada

-- de Julio Herrera Reissig --

La cena ha terminado: legumbres, pan moreno
y uvas aún lujosas de virginal rocío...
Rezaron ya. La luna nieva un candor sereno
y el lago se recoge con lácteo escalofrío.

El anciano ha concluido un episodio ameno
y el grupo desanúdase con un placer cabrío...
Entre tanto, allá fuera, en un silencio bueno,
los campos demacrados encanecen de frío.

Lux canta. Lidé corre. Palemón anda en zancos.
Todos ríen... La abuela demándales sosiego.
Anfión, el perro, inclina, junto al anciano ciego,

ojos de lazarillo, familiares y francos...
Y al son de las castañas que saltan en el fuego
palpitan al unísono sus corazones blancos.



Fernando de Herrera

Fueron de un corto bien que huye luego

-- de Fernando de Herrera --

Fueron de un corto bien que huye luego,
antes que vuelva la ocasión la frente,
muestras las que el Amor halló presente,
con mi alma ardió en su eterno fuego.

Pero glorias de un niño solo y ciego,
que cedo las deshace un accidente,
¿cómo pueden valer a un pecho ausente,
que en su dolor no alcanza algún sosiego?

Fundé mis esperanzas en arena,
que el viento esparce, airado, sin concierto,
y rendido al temor, perdí el recelo.

Cayeron, y el cruel, por mayor pena,
en altas nubes desmayó desierto,
ni alzar osando ni inclinar el vuelo.



Fernando de Herrera

Triste esperanza, incierta, en blando pecho

-- de Fernando de Herrera --

Triste esperanza, incierta, en blando pecho
por luengo tiempo inútil engendrada,
que mi descanso y gloria aventurada
en temor truecas vano y en estrecho,

huye de mí, que sobra el daño hecho;
sigue en otra ocasión mejor entrada;
porque en vida tan mísera y cansada
es toda tu porfía sin provecho.

Si este lugar lloroso te contenta,
busca mejor fortuna al pobre estado,
y sosiego al furor del dolor mío;

que atendiendo el deseo me atormenta,
y caído y sin fuerzas mi cuidado,
me estrecha el corazón con torpe frío.



La blanca nieve y la purpúrea rosa

-- de Francisco de la Torre --

La blanca nieve y la purpúrea rosa,
que no acaba su ser calor ni invierno,
el sol de aquellos ojos, puro, eterno,
donde el amor como en su ser reposa;

la belleza y la gracia milagrosa
que descubren del alma el bien interno,
la hermosura donde yo discierno
que está escondida más divina cosa;

los lazos de oro donde estoy atado,
el cielo puro donde tengo el mío,
la luz divina que me tiene ciego;

el sosiego que loco me ha tornado,
el fuego ardiente que me tiene frío,
yesca me han hecho de invisible fuego.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 56

-- de Francisco de Quevedo --

Del sol huyendo, el mismo sol buscaba,
y al fuego ardiente cuando el fuego ardía;
alegre iba siguiendo mi alegría,
y, fatigado, mi descanso hallaba.
Fue tras su libertad mi vida esclava,
y corrió tras si vida el alma mía;
buscaron mis tinieblas a su día,
que dando luz al mismo sol andaba.
Fui salamandra en sustentarme ciego
en las llamas del sol con mi cuidado,
y de mi amor en el ardiente fuego;
pero en camaleón fui transformado
por la que tiraniza mi sosiego,
pues fui con aire de ella sustentado.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 13

-- de Francisco de Quevedo --

¿no ves, piramidal y sin sosiego,
en esta vela arder inquieta llama,
y cuán pequeño soplo la derrama
en cadáver de luz, en humo ciego?
¿no ves, sonoro y animoso, el fuego
arder voraz en una y otra rama,
a quien, ya poderoso, el soplo inflama
que a la centella dio la muerte luego?
así pequeño amor recién nacido
muere, alexi, con poca resistencia,
y le apaga una ausencia y un olvido;
mas si crece en las venas su dolencia,
vence con los que pudo ser vencido
y vuelve en alimento la violencia.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 1

-- de Francisco de Quevedo --

Viéndote sobre el cerco de la luna
triunfar de tanto bárbaro contrario,
¿quién no temiera, ¡oh noble belisario!,
que habías de dar envidia a la fortuna?
estas lágrimas tristes, una a una,
bien las debo al valor extraordinario
conque escondiste en alto olvido a mario,
que mandando nació desde la cuna.
Y ahora, entre los míseros mendigos,
te tiraniza el tiempo y el sosiego
la memoria de altísimos despojos.
Quisiéronte cegar tus enemigos,
sin advertir que mal puede ser ciego
quien tiene en tanta fama tantos ojos.



Francisco Javier Salazar Arboleda

Soneto en un aniversario

-- de Francisco Javier Salazar Arboleda --

Vuelves, oh sol, a señalar el día
en que viste pasar con raudo vuelo
junto a tu esfera, en dirección al cielo,
al ángel de mi amor y mi alegría;

Y a mí me viste en soledad sombría
puesto de hinojos en el duro suelo,
de la muerte implorando su consuelo
y tan sólo alcanzando su agonía.

Desde entonces, oh sol, es noche oscura
a mis ojos tu luz, y de la vida
la triste senda con mi llanto riego.

Amarga, cual la hiel, me es su ventura,
y un tormento su gloria fementida;
sólo en mi cruel dolor hallo sosiego.



Francisco Sosa Escalante

Al sueño (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

¡Oh sueño bondadoso! á tí me entrego,
A tí que alejas el mortal quebranto
Cuando te acercas con cariño santo
Brindando al alma celestial sosiego.

Cierra mis ojos escuchando el ruego
Del triste corazón que anega el llanto,
Y en onda pura de inefable encanto
De mi rudo penar apaga el fuego.

Ven; á tu influjo bienhechor las horas
Veloces se deslizan, como ruedan
Del arroyo las aguas bullidoras.

Ven, sueño dulce, ven; solo me quedan
Tus bellas ilusiones seductoras
Que la pasada realidad remedan.



Carolina Coronado

a emilio dormido

-- de Carolina Coronado --

¡cuál brilla su alba frente
de angélica pureza!...
¡Cuál vierte su mejilla
el candor infantil!
exhalan el aliento
sus labios bulliciosos
más dulce que las auras
del aromado abril.
Entre rosado velo
de púrpura y de flores
protege su descanso
el ángel de la paz.
Y vaga cariñoso
en torno de su cuna
y halaga blandamente
su adormecida faz.
Y coronó su lecho
de blancas azucenas,
y coronó su frente
de rosas y azahar.
Silencio... Que no turbe
ninguna voz humana
su plácido sosiego,
su blando dormitar.



Clemente Althaus

Noticias de la patria

-- de Clemente Althaus --

Es dulce a quien habita tierra ajena
nuevas sabe su país nativo,
que engaña de la ausencia la gran pena;
mas yo, que ausente de mi patria vivo,
consuelo ni alegría sentir suelo
con lo que a todos es grato y festivo.
Antes me oprime grave desconsuelo;
llanto vierten los ojos, hechos fuente,
y me lamento al poderoso cielo.
Pero ¿cómo alegrarme? ¿cómo ardiente
no derramar inconsolable lloro?
Si es fuerza siempre que la fama cuente
que el dulce patrio suelo a quien adoro,
y de quien sus miradas Dios aparta,
hijos pierde, virtud, honra y tesoro;
sin que jamás un punto de él se parta
la atroz Discordia, como siempre ayuna,
nunca de presas y de estragos harta.
Tal vez, por excusar tan importuna
pena, estar anhelé do no pudiera
de mi patria saber nueva ninguna.
¡Dichoso el hombre que la luz primera
ver alcanzó de la bondad divina
en tierra que en sosiego y paz prospera,
ni a sí propia se labra la rüina!



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