Buscar Poemas con Silvestre


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Se han encontrado 11 poemas con la palabra silvestre

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Amós de Escalante

En Monte Carceña

-- de Amós de Escalante --

En tus quebrados senos, oh Carceña,
retoña el roble que robusta quilla
dio a las cántabras naves, y en Sevilla
plantó, hace siglos, la cristiana enseña.

¡Oh, si de nuevo en tu cerrada breña
hallaren presa el hacha y la cuchilla,
aún lograran los mares de Castilla
lucir hazañas que la mente sueña!

Sóbrale jugo a la silvestre rama;
fáltales sangre a los mortales pechos
que a esfuerzos nuevos y a grandezas guíe;

sangre que el hielo trueque en viva llama,
ociosas quejas en fecundos hechos,
y a la loca fortuna desafíe.

Poema En Monte Carceña de Amós de Escalante con fondo de libro

Jorge Isaacs

A orillas del torrente

-- de Jorge Isaacs --

Del raudal rumoroso en las riberas
Mirábamos del sol la última luz
En las copas jugar de las palmeras,
Y abajo, en lejanía,
Con los oleajes de la mar bravía
En el confín del horizonte azul.

Pálida cual los nardos que en su frente
Ajaba el frenesí de mi pasión,
Arrojando el más bello a la corriente,
"Mira, dijo, ya en vano
Resistir quiero a tu poder ufano...
El raudal eres tú, yo soy la flor".

Trébol silvestre su sepulcro alfombra
Do en mis brazos durmió junto al raudal,
Y las palmeras que voluble sombra
Nos dieron en los días
De juventud y locas alegrías,
Sombra al sepulcro solitario dan!

Poema A orillas del torrente de Jorge Isaacs con fondo de libro

Delmira Agustini

Mi musa

-- de Delmira Agustini --

Mi musa tomó un día la placentera ruta
de los campos fragantes; ornada de alboholes,
perfumando sus labios en la miel de la fruta
y dorando su cuerpo al fuego de los soles.

Vivió como una ninfa: desnuda, en fresca gruta,
engalanando espejos de lagos tornasoles.
La gran garza rosada de su forma impoluta.
Volvió a mí como el oro de luz de los crisoles.

Más pura; los cabellos emperlados de gotas
lucientes y prendidos de abrojos; trajo notas
de pájaro silvestre y en los labios más fuego.

Yo peinela y vestila sus parisinas galas,
y ella hoy grave pasea por mis lujosas salas
un gran aire salvaje y un perfume de espliego.

Poema Mi musa de Delmira Agustini con fondo de libro

Manuel José Othón

el ruiseñor

-- de Manuel José Othón --

Oid la campanita, cómo suena,
el toque del clarín, cómo arrebata,
las quejas en que el viento se desata
y del agua el rodar sobre la arena.

Escuchad la amorosa cantilena
de favonio rendido a flora ingrata
y la inmensa y divina serenata
que pan modula en la silvestre avena.

Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y entre los árboles cubierto,

sólo yo alcé mi voz consoladora,
como una blanda y celestial caricia,
cuando jesús agonizó en el huerto.



Pablo Neruda

soneto xxvi cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xxvi
ni el color de las dunas terribles en iquique,
ni el estuario del río dulce de guatemala,
cambiaron tu perfil conquistado en el trigo,
tu estilo de uva grande, tu boca de guitarra.
Oh corazón, oh mía desde todo el silencio,
desde las cumbres donde reinó la enredadera
hasta las desoladas planicies del platino,
en toda patria pura te repitió la tierra.
Pero ni huraña mano de montes minerales,
ni nieve tibetana, ni piedra de polonia,
nada alteró tu forma de cereal viajero,
como si greda o trigo, guitarras o racimos
de chillán defendieran en ti su territorio
imponiendo el mandato de la luna silvestre.



Pablo Neruda

soneto lxiv cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxiv
de tanto amor mi vida se tiñó de violeta
y fui de rumbo en rumbo como las aves ciegas
hasta llegar a tu ventana, amiga mía:
tú sentiste un rumor de corazón quebrado
y allí de la tinieblas me levanté a tu pecho,
sin ser y sin saber fui a la torre del trigo,
surgí para vivir entre tus manos,
me levanté del mar a tu alegría.
Nadie puede contar lo que te debo, es lúcido
lo que te debo, amor, y es como una raíz
natal de araucanía, lo que te debo, amada.
Es sin duda estrellado todo lo que te debo,
lo que te debo es como el pozo de una zona silvestre
en donde guardó el tiempo relámpagos errantes.



Pablo Neruda

soneto lviii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lviii
entre los espadones de fierro literario
paso yo como un marinero remoto
que no conoce las esquinas y que canta
porque sí, porque cómo si no fuera por eso.
De los atormentados archipiélagos traje
mi acordeón con borrascas, rachas de lluvia loca,
y una costumbre lenta de cosas naturales:
ellas determinaron mi corazón silvestre.
Así cuando los dientes de la literatura
trataron de morder mis honrados talones,
yo pasé, sin saber, cantando con el viento
hacia los almacenes lluviosos de mi infancia,
hacia los bosques fríos del sur indefinible,
hacia donde mi vida se llenó con tu aroma.



Juan de Arguijo

El triste fin, la suerte infortunada

-- de Juan de Arguijo --

El triste fin, la surete infortunada
(Ajeno premio de la fe constante)
Del uno y otro miserable amante,
A quien perdió una noche y una espada,

Oculta en sombre obscura esta labrada
Piedra. Tú, peregrino caminante,
Repara el grave caso, y con semblante
Pio suspende el curso á tu jornada;

Que darás tiernas lágrimas no dudo
A estas cenizas, donde aun dura ardiente
El fuego que causó desdicha tanta;

Debida composión al mal que pudo
Mudar color en la cercana fuente,
Y el de su fruto en la silvestre planta.



Tengo mil amigos

-- de Vicenta Castro Cambón --

TENGO mil amigos,
sus nombres ignoro;
yo quiero ignorarlos, nadie me los diga
que Olvido es mi dueño y Olvido es celoso.

Mil amigos tengo;
di con un camino,
di con un camino que saben los pájaros,
camino que lleva del alma a lo íntimo.

Mil amigos tengo;
jamás a mi vera
pasaron algunos y otros aun pasando
no me reconocen y libre me dejan.

Si algunos rozando
mi mano dijeron
su nombre, al instante creí haber soñado
y a mi dueño dije: “No temas, fué el viento.”

Y es dicha de veras
tener mil amigos,
ser ave en la selva y desde la selva
música silvestre dar al peregrino...

Tengo mil amigos,
sus nombres ignoro
y es dicha ignorarlos; nadie me los diga,
nadie me los diga: mi dueño es celoso...



Miguel Unamuno

La luna y la rosa

-- de Miguel Unamuno --

En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
y el aroma de la noche
le henchía -sedienta boca-
el paladar del espíritu,
que adurmiendo su congoja
se abría al cielo nocturno
de Dios y su Madre toda...

Toda cabellos tranquilos,
la Luna, tranquila y sola,
acariciaba a la Tierra
con sus cabellos de rosa
silvestre, blanca, escondida...
La Tierra, desde sus rocas,
exhalaba sus entrañas
fundidas de amor, su aroma ...

Entre las zarzas, su nido,
era otra luna la rosa,
toda cabellos cuajados
en la cuna, su corola;
las cabelleras mejidas
de la Luna y de la rosa
y en el crisol de la noche
fundidas en una sola...

En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
mientras la rosa se daba
a la Luna, quieta y sola.



Rubén Darío

Año nuevo (Darío)

-- de Rubén Darío --

Las doce de la noche por las puertas de la gloria
Y el fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,
Sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,
San Silvestre.



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