Buscar Poemas con Santas


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Se han encontrado 12 poemas con la palabra santas

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Góngora

En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba

-- de Góngora --

Fragoso monte, en cuyo vasto seno
duras cortezas de robustas plantas
contienen aquel nombre en partes tantas
de quien pagó a la tierra lo terreno:

así cubra de hoy más cielo sereno
la siempre verde cumbre que levantas,
que me escondas aquellas letras santas
de que a pesar del tiempo has de estar lleno.

La corteza do están desnuda, o viste
su villano troncón de hierba verde,
de suerte que mis ojos no las vean.

Quédense en tu arboleda, ella se acuerde
de fin tan tierno, y su memoria triste,
pues en troncos está, troncos la lean.

Poema En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba de Góngora con fondo de libro

César Vallejo

El pan nuestro

-- de César Vallejo --

Se bebe el desayuno... Húmeda tierra
de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno... La mordaz cruzada
de una carreta que arrastrar parece
una emoción de ayuno encadenada!

Se quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz
volaron desclavadas de la Cruz!

Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo,
Señor...!

Todos mis huesos son ajenos;
yo talvez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón...!

Poema El pan nuestro de César Vallejo con fondo de libro

Salomé Ureña

tristezas (a mi esposo ausente)

-- de Salomé Ureña --

Nuestro dulce primogénito,
que sabe sentir y amar,
con tu recuerdo perenne
viene mi pena a aumentar.

Fijo en ti su pensamiento,
no te abandona jamás:
sueña contigo y, despierto,
habla de ti nada más.

Anoche, cuando, de hinojos,
con su voz angelical
dijo las santas palabras
de su oración nocturnal;

cuando allí junto a su lecho
sentéme amante a velar,
esperando que sus ojos
viniese el sueño a cerrar,

incorporándose inquieto,
cual presa de intenso afán,
con ese acento que al labio
las penas tan sólo dan,

exclamó como inspirado:
!tú no te acuerdas, mamá?
el sol ¡que bonito era
cuando estaba aquí papá!

Poema tristezas (a mi esposo ausente) de Salomé Ureña con fondo de libro

Pedro Bonifacio Palacios

Avanti

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.

Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.

Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura

que se mellan los garfios de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!



Andrés Héctor Lerena Acevedo

Friso místico

-- de Andrés Héctor Lerena Acevedo --

Por el camino blanco marchan contritos
los monjes centenarios de la abadía,
meditando breviarios... Al irse el día,
por el camino blanco marchan contritos
en larga caravana, trágica y pía.

Barbas pontificales, barbas de plata,
idealizan sus férvidos rostros sagrados,
y, empuñando los mangos de sus cayados
que a la luz del crepúsculo florecen plata
como sombras que fueren marchan callados.

Venerables ascetas, austero rito,
practican en las horas santas del día.
Con los dorsos curvados hacia la vía
sus almas se remontan a lo Infinito
en un éxtasis mudo de eucaristía.

A lo lejos la torre del monasterio
comenta en lengua de oro sacros escritos,
mientras los viejos monjes marchan contritos
con su andar de fatiga, paz y misterio
que evoca, en el poniente, bíblicos mitos.

Muere el día. En el friso del horizonte
lucen las barbas cándidas como alabastros.
Y, al escalar los santos el arduo monte
en el altar supremo del horizonte
como si fueran cirios prenden los astros.



Antonio Machado

Crece en la plaza en sombra

-- de Antonio Machado --

Crece en la plaza en sombra
el musgo, y en la piedra vieja y santa
de la iglesia. En el atrio hay un mendigo...
Más vieja que la iglesia tiene el alma.
Sube muy lento, en las mañanas frías,
por la marmórea grada,
hasta un rincón de piedra... Allí aparece
su mano seca entre la rota capa.
Con las órbitas huecas de sus ojos
ha visto cómo pasan
las blancas sombras en los claros días,
las blancas sombras de las horas santas.



Antonio Machado

¡Oh figuras del atrio más humildes

-- de Antonio Machado --

¡Oh figuras del atrio, más humildes
cada día y lejanas:
mendigos harapientos
sobre marmóreas gradas;
miserables ungidos
de eternidades santas,
manos que surgen de los mantos viejos
y de las rotas capas!
¿Pasó por vuestro lado
una ilusión velada,
de la mañana luminosa y fría
en las horas más plácidas?...
Sobre la negra túnica, su mano
era una rosa blanca...



Medardo Ángel Silva

Tapiz

-- de Medardo Ángel Silva --

Los húmedos myosotis de tus ojos
sugieren claros lienzos primitivos
con arcángeles músicos de hinojos
y santas de los góticos motivos.

Copiaron esos místicos sonrojos
los ingenuos maestros primitivos
y dieron los myosotis de tus ojos
a sus Evangelistas pensativos...

Virgen de las polícromas vidrieras,
los zahumerios y los lampadarios:
velan tus sueños todas mis quimeras
y, ante el cortejo de tus primaveras,
dan su mirra y olor mis incensarios.



Evaristo Carriego

De invierno (Carriego)

-- de Evaristo Carriego --

Frío y viento. Ya en la casa miserable,
tiritando se durmió la viejecita,
y en la pieza, abandonada como siempre,
gime y tose, sin alivio, la enfermita.

¡Oh, qué noche! Se me antoja ver extraños
rojos cirios en las calles solitarias...
¡Con qué lúgubre sigilo van pasando
las angustias, en sus rondas silenciarias!

Madre, hermana, prima, santas compasivas
de las trágicas miserias sollozantes:
¿qué será de los enfermos esta noche,
tan adusta de presagios inquietantes?

¡Oh, las vidas, condenadas en el lecho
al suplicio de las fiebres horrorosas...
¡Pobrecitos los pulmones que no llegan
al dorado mes del sol y de las rosas!



Francisco Sosa Escalante

Loor eterno

-- de Francisco Sosa Escalante --

Formen ¡oh patria! tu mejor tesoro
A despecho del tiempo y de los hados,
Los nombres de los héroes esforzados
Que supieron morir por tu decoro.

Que de los bardos el cantar sonoro
Pregone por doquier de tus soldados
El ínclito valor, y así grabados
Sus hechos guarden caractéres de oro.

No permitas que borre en su carrera
El tiempo destructor, del sabio el nombre,
Ni el del apóstol de virtudes santas.

Por ellos es brillante y duradera
Tu gloria, y es excelso tu renombre
Y altiva y libre su grandeza cantas.



Clemente Althaus

Al mismo (Colón)

-- de Clemente Althaus --

Gloria suprema del linaje humano,
que al griego excedes y al valor latino,
Oh tú en quien plugo al Hacedor divino
juntar sus dones con profusa mano:

¡Oh grande vencedor del océano,
y vencedor más grande del destino,
descubridor de un mundo y adivino,
tipo ideal del héroe y del cristiano!

Sin duda el mundo ante grandezas tantas
absorto, y grato a tan heroicas penas,
del orbe el cetro colocó a tus plantas...

Mas ¡ay! de asombro y de dolor me llenas,
cuando indignadas tus cenizas santas
agitan en la tumba tus cadenas!



Clemente Althaus

La oración (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Ya de suena de la santa Ave María
la solemne campana, que el ocaso
llorar parece del lejano día:
Como de encanto súbito por caso,
Sucede hondo silencio de repente,
al urbano bullicio; el presto paso
detiene al son la pasajera gente,
que con rápida mano la cabeza
a los cielos descubre reverente;
y la salutación gloriosa reza
con que el arcángel anunció a María
que, sin perder su virginal pureza,
en sus entrañas Dios encarnaría;
y Lima toda, de silencio llena,
en su santo pensamiento se une pía.
Mas rápida cambiar se ve la escena,
cuando cesan las santas campanadas;
y ya de nuevo donde quiera suena
el rumor de coloquios y pisadas.



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