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César Vallejo

lento salón en cono, te cerraron, te cerré

-- de César Vallejo --

lxxii
lento salón en cono, te cerraron, te cerré,
aunque te quise, tú lo sabes,
y hoy de qué manos penderán tus llaves.
Desde estos muros derribamos los últimos
escasos pabellones que cantaban.
Los verdes han crecido. Veo labriegos trabajando,
los cerros llenos de triunfo.
Y el mes y medio transcurrido alcanza
para una mortaja, hasta demás.
Salón de cuatro entradas y sin una salida,
hoy que has honda murria, te hablo
por tus seis dialectos enteros.
Ya ni he de violentarte a que me seas,
de para nunca; ya no saltaremos
ningún otro portillo querido.
Julio estaba entonces de nueve. Amor
contó en sonido impar. Y la dulzura
dió para toda la mortaja, hasta demás.

Poema lento salón en cono, te cerraron, te cerré de César Vallejo con fondo de libro

José Martí

ayer la vi en el salón

-- de José Martí --

xxi
ayer la vi en el salón
de los pintores, y ayer
detrás de aquella mujer
se me saltó el corazón.
Sentada en el suelo rudo
está en el lienzo: dormido
al pie, el esposo rendido
al seno el niño desnudo.
Sobre unas briznas de paja
se ven mendrugos mondados:
le cuelga el manto a los lados,
lo mismo que una mortaja.
No nace en el torvo suelo
ni una viola, ni una espiga:
¡muy lejos, la casa amiga,
muy triste y oscuro el cielo!...
¡Esa es la hermosa mujer
que me robó el corazón
en el soberbio salón
de los pintores de ayer!

Poema ayer la vi en el salón de José Martí con fondo de libro

César Vallejo

Trilce: LXXII

-- de César Vallejo --

Lento salón en cono, te cerraron, te cerré,
aunque te quise, tú lo sabes,
y hoy de qué manos penderán tus llaves.

Desde estos muros derribamos los últimos
escasos pabellones que cantaban.
Los verdes han crecido. Veo labriegos trabajando,
los cerros llenos de triunfo.
Y el mes y medio transcurrido alcanza
para una mortaja, hasta demás.

Salón de cuatro entradas y sin una salida,
hoy que has honda murria, te hablo
por tus seis dialectos enteros.
Ya ni he de violentarte a que me seas,
de para nunca; ya no saltaremos
ningún otro portillo querido.

Julio estaba entonces de nueve. Amor
contó en sonido impar. Y la dulzura
dió para toda la mortaja, hasta demás.

Poema Trilce: LXXII de César Vallejo con fondo de libro

José Alcalá Galiano

En el álbum de la señorita de Gaviria

-- de José Alcalá Galiano --

En el salón dorado resplandece
en tiesto lindo de soberbia china,
rica en gala y olor, flor peregrina
que al pasmo universal su dueño ofrece.

Y allá distante pobrecilla crece
en el prado que el sol claro ilumina
entre la hierba inculta y tosca espina,
bella aunque humilde flor que el aire mece.

Laura, del salón regio que admiramos
en hora buena gocen los primores,
pues suyos son sus opulentos amos.

Pero amemos al prado con sus flores
si nuestro fue y entre ellos nos criamos
gozando sus perfumes y colores.



Jorge Isaacs

En la noche callada

-- de Jorge Isaacs --

Ay! cuántas veces en las lentas horas
De la noche callada, antes que el sueño
Venga á cerrar mis párpados, recorre
Mi memoria tenaz los bellos días
De lloros y de risas infantiles
A que siguieron tan hermosos años!
Sus palabras de amor entonces oigo,
Sus votos de constancia...No cumplidos,
Y vuelvo á ver la luz de esa mirada
Que hundióse en el Ocaso de la vida
Para ya no lucir...Ay! para siempre!
Ay! cuántas veces los amigos caros
Al corazón desde la infancia unidos,
Que ya no existen...Mi memoria evoca,
Y hallo en torno de mí sólo sus tumbas,
A do bajaron, como al soplo frío
Del invierno, las hojas macilentas...
Imagínome entonces que recorro
Un salón de banquete ya desierto,
Do algunas luces oscilando mueren...
Donde se ven aquí y allá dispersas
Las guirnaldas marchitas... Lo han dejado
Todos, excepto yo; y así en la vida
Ay! cuántas veces me contemplo solo!



Octavio Paz

hermosura que vuelve

-- de Octavio Paz --

En un rincón del salón crepuscular
o al volver una esquina en la hora indecisa y blasfema,
o una mañana parecida a un navío atado al horizonte,
o en morelia, bajo los arcos rosados del antiguo acueducto,
ni desdeñosa ni entregada, centelleas.
El telón de este mundo se abre en dos.
Cesa la vieja oposición entre verdad y fábula,
apariencia y realidad celebran al fin sus bodas,
sobre las cenizas de las mentirosas evidencias
se levanta una columna de seda y electricidad,
un pausado chorro de belleza.
Tú sonríes, arma blanca a medias desenvainada.
Niegas al sueño en pleno sueño,
desmientes al tacto y a los ojos en pleno día.
Tú existes de otro modo que nosotros,
no eres la vida pero tampoco la muerte.
Tú nada más estás,
nada más fulges, engastada en la noche.



Pablo Neruda

soneto lxii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxii
ay de mí, ay de nosotros, bienamada,
sólo quisimos sólo amor, amarnos,
y entre tantos dolores se dispuso
sólo nosotros dos ser malheridos.
Quisimos el tú y yo para nosotros,
el tú del beso, el yo del pan secreto,
y así era todo, eternamente simple,
hasta que el odio entró por la ventana.
Odian los que no amaron nuestro amor,
ni ningún otro amor, desventurados
como las sillas de un salón perdido,
hasta que se enredaron en ceniza
y el rostro amenazante que tuvieron
se apagó en el crepúsculo apagado.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima vii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en la rama
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡ay! -pensé-, ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como lázaro, espera
que le diga: “levántate y anda”!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xviii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo,
del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como cuna de nácar
que empuja al mar y que acaricia el céfiro
tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡oh, si las flores duermen,
qué dulcísimo sueño!



Salvador Díaz Mirón

Despedida al piano

-- de Salvador Díaz Mirón --

Tristes los ojos, pálido el semblante,
de opaca luz al resplandor incierto,
una joven con paso vacilante
su sombra traza en el salón incierto.

Se sienta al piano: su mirada grave
fija en el lago de marfil que un día
aguardó el beso de su mano suave
para rizarse en olas de armonía.

Agitada, febril, con insistencia
evoca al borde del teclado mismo,
a las hadas que en rítmica cadencia
se alzaron otra vez desde el abismo.

Ya de Mozart divino ensaya el estro,
de Palestrina el numen religioso,
de Weber triste el suspirar siniestro
y de Schubert el canto melodioso.

-¡Es vano! -exclamó la joven bella,
y apagó en el teclado repentino
su último son, porque sabía ella
que era inútil luchar contra el destino.

-Adiós -le dice-, eterno confidente
de mis sueños de amor que el tiempo agota,
tú que guardabas en mi edad riente
para cada ilusión alguna nota;

hoy mudo estás cuando tu amiga llega,
y al ver mi triste corazón herido,
no puedes darme lo que Dios me niega:
¡la nota del amor o del olvido!



Antonio Machado

Las moscas

-- de Antonio Machado --

Vosotras, las familiares,
inevitables golosas;
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela
—que todo es volar—, sonoras,
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada;
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.



Manuel Reina

A media noche (Reina)

-- de Manuel Reina --

Choca tu dulce boca con la mía,
mujer deslumbradora;
y brotará la ardiente poesía
que mi mente atesora.

Deja, deja que rompa ese lujoso
traje de terciopelo
que oculta, como amante cariñoso,
de tu belleza el cielo.

Quiero una bacanal regia y grandiosa;
que el dios de los amores
en ella cubra tu cabeza hermosa
de perfumadas flores.

Un banquete de dioses, una orgía
tan rica y deslumbrante,
que exceda a la más bella fantasía
del genio más gigante.

Que esté el salón cubierto de brocados,
y telas suntuosas;
la mesa, de manjares delicados
y de divinas rosas.

Y que haya esos licores deliciosos
coronados de llamas,
que engendran en la mente luminosos
y bellos panoramas.

Los generosos vinos espumantes
dejemos al olvido;
¡quiero beber en copa de brillantes
el oro derretido!

Y cuando de estos goces y delicias
esté mi pecho lleno,
expirar entre besos y caricias,
reclinado en tu seno.



Medardo Ángel Silva

Hora santa

-- de Medardo Ángel Silva --

Los espejos de límpida mirada
con una voluptuosa complacencia
copiaban tu imperial magnificencia
de blondes y de seda perfumada.

Las bujías de ardiente llamarada,
en el salón de asiática opulencia,
fingían, circundando tu presencia,
los ojos de una fiera hipnotizada...

Un llanto largo y musical vertía
Chopin en una rara melodía...
Huyeron ritmos como sueños vanos...

Flotó un perfume de yacentes lilas...
¡Y ante la inmensidad de tus pupilas
dejé mi corazón entre tus manos!



Julio Flórez

En el salón

-- de Julio Flórez --

Poem

En tu melena, do la noche habita, temblaba una opulenta margarita como un astro fragante entre la sombra; de pronto, con tristeza, doblaste la cabeza y rodó la la alta flor sobre la alfombra.

Sin verla, diste un paso y la flor destrozaste blandamente con tu escarpín de refulgente raso.

Yo, que aquello miraba, de repente con angustia infinita, al ver que la tortura deliciosa se alargaba de aquella flor hermosa, con voz que estrangulaba mi garganta

dije a la flor ya exánime y marchita: «¡Quién fuera tú... Dichosa margarita, para morir así... Bajo su planta!»



Julio Herrera Reissig

Llegada de los meses y de las horas

-- de Julio Herrera Reissig --

(Terpsícore puede más que Morfeo)

Saludando cortésmente a la buena Mamá Juno
(Son las XII de la noche, del mes doce a 31)
Entran: Junio, Julio, Agosto, Setiembre, Octubre y Noviembre.
Enero, Marzo y Abril, Mayo, Febrero y Diciembre.

Síguelos el Viejo Tiempo, con traje de soberano.
(El Patriarca de los Siglos a quien ninguno conoce).
Y tomadas de la mano,
Formando rueda y bailando la vieja danza del brinco:
La seis, la ocho, la nueve, la diez, la once, la doce,
La una, la dos, la cuatro, la tres, la siete y la cinco.

(Anuncian: está Terpsícore.) Todos despiertan y ríen:
El gran salón se ilumina con mil resplandores blancos;
Barba Azul corre en sus zancos;
Raras macabras armónicas los instrumentos deslíen,
Y sin que haya espiritistas saltan las mesas y bancos.
Byron, Tirteo y Quevedo se olvidan de que son cojos,
Rabelais y el gran Leopardi no saben ya sus defectos;
Homero y Milton se muestran, ambos, con grandes anteojos;
los cuerdos se vuelven locos y arlequines los proyectos.
(Por bailar a misia Parca también se le van los ojos).



Evaristo Carriego

Revelación (Carriego)

-- de Evaristo Carriego --

Lujosamente bella y exquisita,
con aire de gitana tentadora,
llegaste, adelantándote a la hora,
rodeada de misterios a la cita.

El salón reservado oyó la cuita
de una cálida noche pecadora,
y al amor de tu carne ofrendadora
reventaron las yemas de Afrodita.

Fué en esa breve noche de locuras,
propicia al Florel de tus ternuras,
que, cual glóbulos de ansias pasionales,

tu sangre delictuosa de bohemia
infiltró en el cansancio de mi anemia
el ardor de los fuertes ideles!



José Martí

mis versos van revueltos...

-- de José Martí --

Mis versos van revueltos y encendidos
como mi corazón: bien es que corra
manso el arroyo que en fácil llano
entre céspedes frescos se desliza:
¡ay! ; pero el agua que del monte viene
arrebatada; que por hondas breñas
baja, que la destrozan; que en sedientos
pedregales tropieza, y entre rudos
troncos salta en quebrados borbotones,
¿cómo, despedazada, podrá luego
cual lebrel de salón, jugar sumisa
en el jardín podado con las flores,
o en pecera de oro ondear alegre
para querer de damas olorosas?
inundará el palacio perfumado,
como profanación: se entrará fiera
por los joyantes gabinetes, donde
los bardos, lindos como abates, hilan
tiernas quintillas y rimas dulces
con aguja de plata en blanca seda.
Y sobre sus divanes espantadas
las señoras, los pies de media suave
recogerán, en tanto el agua rota,
falsa, como todo lo que expira,
besa humilde el chapín abandonado,
y en bruscos saltos destemplada muere!



Blanca Andreu

tú eras columna de babilonia o casi

-- de Blanca Andreu --

Tú eras columna de babilonia o casi,
capítulo del beso de babel cuando eras mano labios dedos torres,
historia alta de ti,
el libro de la voz deshojándose con paso de danza,
y la colonia que se despierta y escribe estrofas verdes,
y el viento era cascabel para tus pies
en la luna bermeja del salón.
O cuando fuiste dioses, dioses para la adolescencia que se vende,
o antes, sí, antes de esperar casas
del lenguaje arquitecto,
templos para bisoledad y rastro lejano de ti,
mirando el ligero mediterráneo,
aguardando una iluminación del nervioso mar,
un haz de días,
una camada lírica.



Rubén Darío

de invierno

-- de Rubén Darío --

En invernales horas, mirad a carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de alençón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del japón.
Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos, mírame, con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de parís.
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Rubén Darío

De invierno (Darío)

-- de Rubén Darío --

En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
Envuelta con su abrigo de marta cibelina
Y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
Rozando con su hocico la falda de Alençón,
No lejos de las jarras de porcelana china
Que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
Entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
Voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

Como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos, mírame, con su mirar risueño,
Y en tanto cae la nieve del cielo de París.



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