Buscar Poemas con Rueda


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Se han encontrado 89 poemas con la palabra rueda

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Líber Falco

Poema en la tarde

-- de Líber Falco --

Muchachas, muchachos,
a la rueda rueda
que en mi pecho tengo
toda la música de la tarde
y una alegría azul, que tiñe mis pupilas.

Muchachas, muchachos,
a la rueda rueda.
Que vuestra sea la calle
y toda la vereda.

Niña mía, si estás triste
te bajaré una estrella
y a la rueda rueda
tú jugarás con ella.

Muchachas, muchachos,
a la rueda rueda.
Que vuestra sea la calle
y toda la vereda.

Poema Poema en la tarde de Líber Falco con fondo de libro

José Lezama Lima

rueda el cielo

-- de José Lezama Lima --

Rueda el cielo -que no concuerde
su intento y el grácil tiempo-
a recorrer la posesión del clavel
sobre la nuca más fría
de ese alto imperio de siglos.
Rueda el cielo -el aliento le corona
de agua mansa en palacios
silenciosos sobre el río
a decir su imagen clara.
Su imagen clara.

Va el cielo a presumir
-los mastines desvelados contra el viento-
de un aroma aconsejado.
Rueda el cielo
sobre ese aroma agolpado
en las ventanas,
como una oscura potencia
desviada a nuevas tierras.
Rueda el cielo
sobre la extraña flor de este cielo,
de esta flor,
única cárcel:
corona sin ruido.

Poema rueda el cielo de José Lezama Lima con fondo de libro

Gabriela Mistral

la tierra

-- de Gabriela Mistral --

Niño indio, si estás cansado,
tú te acuestas sobre la tierra,
y lo mismo si estás alegre,
hijo mío, juega con ella...
Se oyen cosas maravillosas
al tambor indio de la tierra:
se oye el fuego que sube y baja
buscando el cielo, y no sosiega.
Rueda y rueda, se oyen los ríos
en cascadas que no se cuentan.
Se oyen mugir los animales;
se oye el hacha comer la selva.
Se oyen sonar telares indios.
Se oyen trillas, se oyen fiestas.
Donde el indio lo está llamando,
el tambor indio le contesta,
y tañe cerca y tañe lejos,
como el que huye y que regresa...
Todo lo toma, todo lo carga
el lomo santo de la tierra:
lo que camina, lo que duerme,
lo que retoza y lo que pena;
y lleva vivos y lleva muertos
el tambor indio de la tierra.
Cuando muera, no llores, hijo:
pecho a pecho ponte con ella,
y si sujetas los alientos
como que todo o nada fueras,
tú escucharás subir su brazo
que me tenía y que me entrega,
y la madre que estaba rota
tú la verás volver entera.

Poema la tierra de Gabriela Mistral con fondo de libro

Abraham Valdelomar

El árbol del cementerio

-- de Abraham Valdelomar --

EL ÁRBOL DEL CEMENTERIO

No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.

No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda,

dieron a mi niñez ésta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:

fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.



Adelardo López de Ayala

A Luis Larra

-- de Adelardo López de Ayala --

Porque el mundo es una bola,
rueda inconstante, cual ves...
Pues ¿qué fijeza habrá en tres,
si nadie fija una sola?
Si gané por carambola,
hoy malograré mí afán...:
¡No temas! Listos están
mesa, marfil, tacos, tizas...
Y, ¡qué diablos!... Las palizas
como se toman se dan.



Alfonsina Storni

Nácar marino

-- de Alfonsina Storni --

Columnas de plata sostienen el cielo;
varas de jacinto se levantan del mar;
trepan a la bóveda
guirnaldas de flores de sal.

Escamas de sirenas de nácar
envuelven las serpientes
espejantes del mar.

Detrás del firmamento
rueda su bola fría
un sol blanco de cristal.

Su luz esmerilada
llama a todos los peces del mar.

Verticales,
asomando las bocas rosadas,
todos los peces están.



Amado Nervo

perlas negras - amiga, mi larario está vacío

-- de Amado Nervo --

Amiga, mi larario está vacío:
desde que el fuego del hogar no arde,
nuestros dioses huyeron ante el frío;
hoy preside en sus tronos el hastío
las nupcias del silencio y de la tarde.
El tiempo destructor no en vano pasa;
los aleros del patio están en ruinas;
ya no forman allí su leve casa,
con paredes convexas de argamasa
y tapiz del plumón, las golondrinas.
¡Qué silencio el del piano! su gemido
ya no vibra en los ámbitos desiertos;
los nocturnos y scherzos han huido...
¡Pobre jaula sin aves! ¡pobre nido!
¡misterioso ataúd de trinos muertos!
¡ah, si vieras tu huerto! ya no hay rosas,
ni lirios, ni libélulas de seda,
ni cocuyos de luz, ni mariposas...
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
el viento sopla, la hojarasca rueda.
Amiga, tu mansión está desierta;
el musgo verdinegro que decora
los dinteles ruinosos de la puerta,
parece una inscripción que dice: ¡muerta!
el cierzo pasa, suspirando: ¡llora!



Lope de Vega

Que eternamente las cuarenta y nueve

-- de Lope de Vega --

Que eternamente las cuarenta y nueve
pretendan agotar el lago Averno;
que Tántalo del agua y árbol tierno
nunca el cristal ni las manzanas pruebe;

que sufra el curso que los ejes mueve
de su rueda Ixión, por tiempo eterno;
que Sísifo, llorando en el infierno,
el duro canto por el monte lleve;

que pague Prometeo el loco aviso
de ser ladrón de la divina llama,
en el Caucaso, que sus brazos liga;

terribles penas son, mas de improviso
ver otro amante en brazos de su dama,
si son mayores, quien los vio los diga.



Luis Lloréns Torres

la negra(a félix matos bernier)

-- de Luis Lloréns Torres --

Bajo el manto de sombras de la primera noche,
la mano de elohím, ahíta en el derroche
de la bíblica luz del fiat omnifulgente,
te amasó con la piel hosca de la serpiente.

Puso en tu tez la tinta del cuero del moroco
y en tus dientes la espuma de la leche del coco.
Dio a tu seno prestigios de montañesa fuente
y a tus muslos textura de caoba incrujiente.

Virgen, cuando la carne te tiembla en la cadera,
remedas la potranca que piafa en la pradera.
Madre, el divino chorro que tu pecho desgarra,

rueda como un guarismo de luz en la pizarra.
Oh, tú, digna de aquel ebrio de inspiración
cántico de los cánticos del rey salomón.



Manuel de Zequeira

Las mujeres aman a los hombres

-- de Manuel de Zequeira --

Verás amigo un burro alivolante,
a un buey tocar la flauta dulcemente,
correr una tortuga velozmente
y hacer de volatín un elefante:

En requesones vuelto el mar de Atlante,
y de Guadiana el agua en aguardiente,
el Ebro, y Duero y Tajo con corriente
de generoso vino de Alicante:

Verás durante el sol lucir la luna,
verás de noche el sol claro y entero,
verás parar su rueda la fortuna:

Estos portentos, sí, verás primero
que puedas encontrar mujer alguna
que quiera al hombre falto de dinero.



Manuel del Palacio

Desaliento

-- de Manuel del Palacio --

Placeres, gloria, juventud, poesía,
Sueños del corazón enamorado,
Á través de las brumas del pasado
Aun os evoca la memoria mía.

Cual eco de lejana melodía
Regocijais mi espíritu apenado,
Y á vuestro aliento dulce y regalado
Reviven mi ambición y mi alegría.

Pájaro soy do quiera peregrino
Que preso en tosca malla ó red de seda
Á cantar y sufrir al mundo vino:

El anhelo del bien sólo me queda,
¡Y acaso nunca fijará el destino
De mi fortuna la inconstante rueda!



Manuel del Palacio

El fin del pavo

-- de Manuel del Palacio --

¡Pasó! De su hermosura sólo queda
Un pálido recuerdo en la cocina;
Allí su pluma está rizada y fina
Con la que veces mil hizo la rueda.

Su piel rosada y tersa cual la seda
Muy pronto rasgará mano asesina:
¿Por qué no fué al nacer ave dañina
Del bosque secular en la arboleda?

Mártir de sus domésticos deberes
Él al capricho bárbaro se inmola
Del más feroz y torpe de los seres.

Yo ceñiré á su sien una aureola;
Lector, ¿lo dudas? ¿Convencerte quieres?
Regálamelo asado, á la española.



Jaime Sabines

igual que los cangrejos...

-- de Jaime Sabines --

Igual que los cangrejos heridos
que dejan sus propias tenazas sobre la arena,
así me desprendo de mis deseos,
muerdo y corto mis brazos,
podo mis días,
derribo mi esperanza,
me arruino.
Estoy a punto de llorar.

¿En dónde me perdí, en qué momento
vine a habitar mi casa,
tan parecido a mí que hasta mis hijos me toman por su
padre
y mi mujer me dice las palabras acostumbradas?

me recojo a pedazos,
a trechos en el basurero de la memoria,
y trato de reconstruirme,
de hacerme como mi imagen.
¡Ay, nada queda!
se me caen de la mano los platos rotos,
las patas de las sillas, los calzones usados,
los huesos que desenterré
y los retratos en que se ven amores y fantasmas.

¡Apiádate de mí!
quiero pedir piedad a alguien.
Voy a pedir perdón al primero que encuentre.
Soy una piedra que rueda
porque la noche está inclinada y o se le ve el fin.

Me duele el estómago y el alma
y todo mi cuerpo está esperando con miedo
que una mano bondadosa me eche una sábana encima.



Javier del Granado

la montaña

-- de Javier del Granado --

Flagela el rayo la erizada cumbre,
el huracán en sus aristas choca,
y arranca airado con la mano loca
su helada barba de encrespado alumbre.

Rueda irisado de bermeja lumbre
el turbión que en cascada se disloca,
y hunde a combazos la ventruda roca,
para que el oro en su oquedad relumbre.

Bate el cóndor tajantes cimitarras
y arremetiendo al viento de la puna,
estruja al rayo en sus sangrientas garras.

Reverberan de nieve las pucaras,
y soplando el pututo de la luna
se yerguen en la cima los aimaras.



Jorge Luis Borges

el testigo

-- de Jorge Luis Borges --

Desde su sueño el hombre ve al gigante
de un sueño que soñado fue en bretaña
y apresta el corazón para la hazaña
y le clava la espuela a rocinante.
El viento hace girar las laboriosas
aspas que el hombre gris ha acometido.
Rueda el rocín; la lanza se ha partido
y es una cosa más entre las cosas.
Yace en la tierra el hombre de armadura;
lo ve caer el hijo de un vecino,
que no sabrá el final de la aventura
y que a las indias llevará el destino.
Perdido en el confín de otra llanura
se dirá que fue un sueño el del molino.



Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 10

-- de Jorge Manrique --

Los estados y riqueza
que nos dejan a deshora,
¿quién lo duda?
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
Que bienes son de fortuna
que revuelven con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.
↑ A deshora: fuera de tiempo
↑ veloz



César Vallejo

Trilce: XX

-- de César Vallejo --

Al ras de batiente nata blindada
de piedra ideal. Pues apenas
acerco el 1 al 1 para no caer.

Ese hombre mostachoso. Sol,
herrada su única rueda, quinta y perfecta,
y desde ella para arriba.
Bulla de botones de bragueta,
libres,
bulla que reprende A vertical subordinada.
El desagüe jurídico. La chirota grata.

Mas sufro. Allende sufro. Aquende sufro.

Y he aquí se me cae la baba, soy
una bella persona, cuando
el hombre guillermosecundario
puja y suda felicidad
a chorros, al dar lustre al calzado
de su pequeña de tres años.

Engállase el barbado y frota un lado.
La niña en tanto pónese el índice
en la lengua que empieza a deletrear
los enredos de enredos de los enredos,
y unta el otro zapato, a escondidas,
con un poquito de saliva y tierra,
pero con un poquito
no má-
.S.



César Vallejo

Trilce: LXVI

-- de César Vallejo --

Dobla el dos de Noviembre.

Estas sillas son buenas acojidas.
La rama del presentimiento
va, viene, sube, ondea sudorosa,
fatigada en esta sala.
Dobla triste el dos de Noviembre.

Difuntos, qué bajo cortan vuestros dientes
abolidos, repasando ciegos nervios,
sin recordar la dura fibra
que cantores obreros redondos remiendan
con cáñamo inacabable, de innumerables nudos
latientes de encrucijada.

Vosotros, difuntos, de las nítidas rodillas
puras a fuerza de entregaros,
cómo aserráis el otro corazón
con vuestras blancas coronas, ralas
de cordialidad. Sí. Vosotros, difuntos.

Dobla triste el dos de Noviembre.
Y la rama del presentimiento
se la muerde un carro que simplemente
rueda por la calle.



César Vallejo

al ras de batiente nata blindada

-- de César Vallejo --

Xx
al ras de batiente nata blindada
de piedra ideal. Pues apenas
acerco el 1 al 1 para no caer.
Ese hombre mostachoso. Sol,
herrada su única rueda, quinta y perfecta,
y desde ella para arriba.
Bulla de botones de bragueta,
libres,
bulla que reprende a vertical subordinada.
El desagüe jurídico. La chirota grata.
Mas sufro. Allende sufro. Aquende sufro.
Y he aquí se me cae la baba, soy
una bella persona, cuando
el hombre guillermosecundario
puja y suda felicidad
a chorros, al dar lustre al calzado
de su pequeña de tres años.
Engállase el barbado y frota un lado.
La niña en tanto pónese el índice
en la lengua que empieza a deletrear
los enredos de enredos de los enredos,
y unta el otro zapato, a escondidas,
con un poquito de saliva y tierra,
pero con un poquito
no má
.S.



César Vallejo

dobla el dos de noviembre

-- de César Vallejo --

lxvi
dobla el dos de noviembre.
Estas sillas son buenas acojidas.
La rama del presentimiento
va, viene, sube, ondea sudorosa,
fatigada en esta sala.
Dobla triste el dos de noviembre.
Difuntos, qué bajo cortan vuestros dientes
abolidos, repasando ciegos nervios,
sin recordar la dura fibra
que cantores obreros redondos remiendan
con cáñamo inacabable, de innumerables nudos
latientes de encrucijada.
Vosotros, difuntos, de las nítidas rodillas
puras a fuerza de entregaros,
cómo aserráis el otro corazón
con vuestras blancas coronas, ralas
de cordialidad. Sí. Vosotros, difuntos.
Dobla triste el dos de noviembre.
Y la rama del presentimiento
se la muerde un carro que simplemente
rueda por la calle.



Delmira Agustini

Florecimiento

-- de Delmira Agustini --

La noche entró en la sala adormecida
arrastrando el silencio a pasos lentos...
Los sueños son tan quedos, que una herida
sangrar se oiría. Rueda en los momentos

una palabra insólita, caída
como una hoja de otoño... Pensamientos
suaves tocan mi frente dolorida
tal manos frescas, ¡ah!... ¿Por qué tormentos

misteriosos los rostros palidecen
dulcemente?... Tus ojos me parecen
dos semillas de luz entre las sombra,

y hay en mi alma un gran florecimiento
si en mí los fijas; si los bajas, siento
como si fuera a florecer la alfombra.



Diego Hurtado de Mendoza

Un claro ingenio, un vivo entendimiento - A Luis Barahona de Soto

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Un claro ingenio, un vivo entendimiento,
Un sentido profundo, un raro aviso,
Una varia leccion y un decir liso,
Cual, señor Soto, en vuestros versos siento;

Pocas veces el claro firmamento
A los mortales concederlos quiso,
Y con razon aquel pastor de Anfriso
Os llama para algun notable intento;

Porque de vuestro ingenio é invencion
Piensa hacer industria por do pueda
Subir la tosca rima á perfeccion.

Tenga la Parca el hilo, y en su rueda
Ríjase la fortuna por razon;
Que puesto donde estáis, muy poco os queda.



Emilio Bobadilla

¡Así es la vida!

-- de Emilio Bobadilla --

Truena el cañón; en lucha venatoria,
como espigas, inerme el hombre rueda
y a la luz de una luna sin memoria
todo en silencio legendario queda.

En la penumbra del hogar vacío
la vieja al viejo cuenta sus dolores
y amortiguado el odio, el caserío
lento se va poblando de rumores.

Ya el campanario roto da la hora,
vuelve el arado a socavar la tierra
que el sol de Mayo paternal decora;

vendrán las noches largas; con sentida
voz hablará el recuerdo de la guerra;
vendrá el olvido luego. ¡Así es la vida!



Emilio Bobadilla

El aviador

-- de Emilio Bobadilla --

Inventaste una máquina ligera
imitando del pájaro las alas;
con tu capricho sólo por frontera,
por el espacio a tu placer resbalas.

Admiro tu industriosa diligencia,
tu audacia y tu desprecio de la muerte.
Todo lo vence al cabo la paciencia
y el curso cambia de la misma suerte.

Minúsculo sin duda el universo
aparece a tus ojos cuando subes.
Eres del metafísico el reverso,

cuyo pensar por los espacios rueda:
tu cuerpo se remonta hasta las nubes,
pero en tierra tu espíritu se queda.



Emilio Bobadilla

El combate de Ostende

-- de Emilio Bobadilla --

Tras de las dunas truenan los cañones teutones;
desde la mar la flota británica contesta;
vuelan hechos pedazos los pesados cañones
y el pueblo a defenderse hasta morir se apresta.

Llueven bombas del cielo, que lo destruyen todo;
la bulla de las armas y de los gritos rueda
sobre charcos de sangre, entre muertos y lodo,
en un aire mefíticio de asfixiante humareda.

La ciudad arde en llamas, los obuses retumban
y los diques se rompen y se anega la gente;
con horrísono estruendo las casas se derrumban,

las aguas por las calles hierven desaforadas
y corren por los campos, en éxodo doliente,
en busca de refugio, las turbas espantadas...



Emilio Bobadilla

Moscovia

-- de Emilio Bobadilla --

Borrachos de aguardiente, revueltos y convulsos,
el mujik, el gran duque, el pope y el cosaco
—del crimen epiléptico los mórbidos impulsos—
entran en el palacio de los zares a saco.

Huye despavorido el autócrata pálido,
la ensangrentada mano temblando de ira y miedo,
los ojos muy abiertos sobre el semblante escuálido
y en la boca la angustia de un tartamudo credo.

Derrúmbase el imperio: un fraile epileptoide
envenenado, rueda en macabro banquete
—de libertinos locos la híbrida escorpioide—:

un perfil circasiano, unas manos muy blancas,
unos ojos muy negros, en el rostro blanquete,
unas piernas muy largas y unas redondas ancas...



Ernesto Cardenal

acuarela

-- de Ernesto Cardenal --

Los ranchos dorados cercados de cardos;
chanchos en las calles;
una rueda de carreta
junto a un rancho, un excusado en el patio,
una muchacha llenando su tinaja,
y el momotombo
azul, detrás de los alegres calzones colgados
amarillos, blancos, rosados.



Julián del Casal

tristissima nox

-- de Julián del Casal --

Noche de soledad. Rumor confuso
hace el viento surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas puso.
Del horizonte hasta el confín difuso
la onda marina sollozando rueda
y, con su forma insólita, remeda
tritón cansado ante el cerebro iluso.
Mientras del sueño bajo el firme amparo
todo yace dormido en la penumbra,
sólo mi pensamiento vela en calma,
como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos alumbra
el vacío profundo de mi alma.



Manuel José Othón

una estepa de nazas

-- de Manuel José Othón --

¡ni un verdecido alcor, ni una pradera!
tan sólo miro, de mi vista enfrente,
la llanura sin fin, seca y ardiente
donde jamás reinó la primavera.

Rueda el río monótono en la austera
cuenca, sin un cantil ni una rompiente
y, al ras del horizonte, el sol poniente,
cual la boca de un horno, reverbera.

Y en esta gama gris que no abrillanta
ningún color; aqui, do el aire azota
con ígneo soplo la reseca planta,

sólo, al romper su cárcel, la bellota
en el pajizo algodonal levanta
de su cándido airón la blanca nota.



Oliverio Girondo

milonga

-- de Oliverio Girondo --

Sobre las mesas, botellas decapitadas de champagne con corbatasblancas de payaso, baldes de níquel que trasuntan enflaquecidosbrazos y espaldas de cocottes.
El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso, contradice elpelo rojo de la alfombra, imanta los pezones, los pubis y la punta delos zapatos.
Machos que se quiebran en un corte ritual, la cabeza hundida entre loshombros, la jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquitito de espuma en las axilas,y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan un corcovo ypegan cuatro patadas en el aire. Un enorme espejo se derrumba con lascolumnas y la gente que tenía dentro; mientras entre un oleajede brazos y de espaldas estallan las trompadas, como una rueda decohetes de bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.



Oliverio Girondo

destino

-- de Oliverio Girondo --

Destino
y para acá o allá
y desde aquí otra vez
y vuelta a ir de vuelta y sin aliento
y del principio o término del precipicio íntimo
hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste a aquelloo de lo opuesto
y rueda que te roe hasta el encuentro
y aquí tampoco está
y desde arriba abajo y desde abajo arriba ávido asqueado
por vivir entre huesos
o del perpetuo estéril desencuentro
a lo demás
de más
o al recomienzo espeso de cerdos contratiempos y destiempos
cuando no al burdo sino de algún complejo herniado en plenovuelo
cálido o helado
y vuelta y vuelta
a tanta terca tuerca
para entregarse entero o de tres cuartos
harto ya de mitades
y de cuartos
al entrevero exhausto de los lechos deshechos
o darse noche y día sin descanso contra todos los nervios delmisterio
del más allá
de acá
mientras se rota quedo ante el fugaz aspecto sempiterno de lo aparenteo lo supuesto
y vuelta y vuelta hundido hasta el pescuezo
con todos los sentidos sin sentido
en el sofocatedio
con uñas y con piensos y pellejo
y porque sí nomás



Pablo Neruda

lamento lento

-- de Pablo Neruda --

En la noche del corazón
la gota de tu nombre lento
en silencio circula y cae
y rompe y desarrolla su agua.
Algo quiere su leve daño
y su estima infinita y corta,
como el paso de un ser perdido
de pronto oído.
De pronto, de pronto escuchado
y repartido en el corazón
con triste insistencia y aumento
como un sueño frío de otoño.
La espesa rueda de la tierra
su llanta húmeda de olvido
hace rodar, cortando el tiempo
en mitades inaccesibles.
Sus copas duras cubren tu alma
derramada en la tierra fría
con sus pobres chispas azules
volando en la voz de la lluvia.



Pedro Bonifacio Palacios

Tempestad

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Agrupándose ligeras
vienen nubes tenebrosas,
y montañas espantosas
en el cielo acongojado
de sus senos, derramado
como un colosal torrente,
agua pura y transparente
que moja el suelo enlutado.
Cruza errante la centella
cual tétrica exhalación;
su estentórea vibración
deja flamígeras huellas;
sopla el viento que resuella
y en el muelle renegrido,
se escucha el recio bramido
del vendaval que se estrella.
Ha alzado el día su vuelo
y en las olas espumosas,
gigantescas y brumosas,
tiende la noche su velo;
débil barca con recelo
va el atlántico surcando
de proa a popa tumbando
entre la cuna agua-cielo.
Como de ronca metralla
un rujido estentoroso
colosal e impetuoso
cual la voz de la batalla;
luego círculos y mallas
se escuchan, se ven rojizas,
y el aquilón que hace trizas
en duros muros estalla.
Es de noche. La oración
se ha alejado del poniente,
quedó desierta y doliente
la confundida creación;
caen hojas en montón,
tiembla el árbol, rueda el nido,
vibra el rumor y el silbido
se escucha del aquilón.



Densas nubes vomita el Occidente

-- de José Somoza --

Densas nubes vomita el Occidente,
la noche en carro de ébano se sienta,
vuela en aras de fuego la tormenta,
hierve el rayo en la espuma del torrente;

la selva tala el huracán mugiente,
tronchada cruje el haya corpulenta,
rueda el risco al barranco y le acrecienta,
los montes en el mar hunden su frente;

la luna en olas de tinieblas nada,
es trono del relámpago la esfera,
y el imperio del mal anuncia el trueno;

la luz y paz que en hora bienhadada
el cielo al angustiado mundo diera,
huye y se acoge al corazón del bueno.



José Ángel Buesa

el pozo seco

-- de José Ángel Buesa --

Dejé mi copa en el brocal maldito.
Grité hacia abajo, hacia el profundo hueco,
pero el coro sarcástico del eco
me devolvió multiplicado el grito.
Llegaba tarde: el pozo estaba seco.
Un gran golpe de viento lleno el pozo,
y, al recorrer su vertical garganta,
en su más honda hondura oí un sollozo,
donde cantaba el agua y ya no canta...
Brillaba entonces la primera estrella,
pero el anochecer amanecía
cuando me puse a comparar aquella
profunda sed del pozo con la mía.
Y allí dejé mi copa abandonada,
con un tardío gesto de homenaje
por quien se supo dar sin pedir nada
al que calmo su sed y siguió viaje...
Y allí, junto al brocal ennegrecido,
y el cubo roto, y la inservible rueda,
comprendí que no cabe en el olvido
la ingratitud de un agua que se ha ido
ni el espanto de un pozo que se queda...



José Ángel Buesa

la enredadera

-- de José Ángel Buesa --

En el áureo esplendor de la mañana,
viendo crecer la enredadera verde,
mi alegría no sabe lo que pierde
y mi dolor no sabe lo que gana.
Yo fui una vez como ese pozo oscuro,
y fui como la forma de esa nube,
como ese gajo verde que ahora sube
mientras su sombra baja por el muro.
La vida entonces era diferente,
y, en mi claro alborozo matutino,
yo era como la rueda de un molino
que finge darle impulso a la corriente.
Pero la vida es una cosa vaga,
y el corazón va desconfiando de ella,
como cuando miramos una estrella,
sin saber si se enciende o si se apaga.
Mi corazón, en tránsito de fuego,
ardió de llama en llama, pero en vano,
porque fue un ciego que extendió la mano
y sólo halló la mano de otro ciego.
Y ahora estoy acodado en la ventana,
y mi dolor no sabe lo que pierde
ni mi alegría sabe lo que gana,
viendo crecer la enredadera verde
en el áureo esplendor de la mañana.



José Ángel Buesa

envío

-- de José Ángel Buesa --

La vida pasa; la vida rueda...
Quizás se aparten tu alma y la mía,
pero el recuerdo nace y se queda...
Y aunque el deseo no retroceda
y nuestra llama se apague un día,
mientras yo pueda soñar, y pueda
regar mis sueños en la vereda
de la armonía,
tendré la dulce melancolía
de aquellas frases entre la umbría
y aquellos besos en la alameda.



Félix María Samaniego

La fregona

-- de Félix María Samaniego --

Estaba una fregona por enero
metida hasta los muslos en el río,
lavando paños con donaire y brío
y mil necios trayendo al retortero.

Un cierto conde alegre y placentero
la pregunta por gracia: —¿Tienes frío?
Respondió la fregona: —Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero.

El conde, que era astuto y supo dónde,
la dijo, haciendo rueda como un pavo,
que le encendiera un cirio que traía.

Y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el cabo:
—Pues sople ese tizón Vueseñoría.



Gerardo Diego

reflejos

-- de Gerardo Diego --

Reflejos
a pedro garfias
en este río lácteo
los navíos no sueñan sobre el álveo
como un guante famélico
el día se me escapa de los dedos
me voy quedando exhausto
pero en mi torso canta el mármol
una rueda lejana
me esconde y me suaviza
las antiguas palabras
cae el líquido fértil de mi estatua
y los navíos cabecean
amarrados al alba



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxx

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Una mujer me ha envenenado el alma
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo, de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez, ¿porqué acusarme?
¿puedo dar más de lo que a mí me dieron?



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lvi

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Hoy como ayer, mañana como hoy
¡y siempre igual!
un cielo gris, un horizonte eterno
y andar..., Andar.
Moviéndose a compás como una estúpida
máquina, el corazón;
la torpe inteligencia del cerebro
dormida en un rincón.
El alma, que ambiciona un paraíso,
buscándole sin fe;
fatiga sin objeto, ola que rueda
ignorando por qué.
Voz que incesante con el mismo tono
canta el mismo cantar;
gota de agua monótona que cae,
y cae sin cesar.
Así van deslizándose los días
unos de otros en pos,
hoy lo mismo que ayer..., Y todos ellos
sin goce ni dolor.
¡Ay!, ¡a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir...
Amargo es el dolor; ¡pero siquiera
padecer es vivir!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima ii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
sin adivinarse dónde
temblando se clavará;
hoja del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde a caer volverá;
gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y no sabe
qué playa buscando va;
luz que en los cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
ignorándose cuál de ellos
el último brillará;
eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo, sin pensar
de dónde vengo, ni adónde
mis pasos me llevarán.



Gutierre de Cetina

contra el influjo del contrario cielo

-- de Gutierre de Cetina --

Que a nuestra voluntad cegar porfía,
ha andado trabajando el alma mía
por defenderla de amoroso velo.
Y no bastando aquel divino celo
con que me ha desviado y me desvía,
pudo en el cuerpo más su fantasía,
como en cosa compuesta acá en el suelo.
No debe el alma ser reprehendida,
pues libre sin lesión ninguna queda
y sola la mortal parte ofendida.
Ni basta aquella que nos vuelve en rueda,
por ser elementada nuestra vida,
que contra el cielo defenderla pueda.



Hernando de Acuña

Como el poderos ver, señora mía

-- de Hernando de Acuña --

Como el poderos ver, señora mía,
me sustentaba sin usar de otra arte,
cuando en segura y reposada parte
Fortuna tanto bien me concedía;

así, después que por contraria vía
volvió su rueda, y con el fiero Marte,
sin que cese su furia ni se aparte
de mí, los dos me dañan a porfía,

ni su poder ni la prisión francesa,
do por nuevo camino me han traído,
privarán de su bien mi pensamiento;

con que no sólo ningún mal me pesa,
mas aun, señora, viéndome perdido,
conozco que lo estoy, y no lo siento.



Idea Vilariño

lo que siento por ti

-- de Idea Vilariño --

Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.

Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.

Lo que siento por ti, tan doloroso
como pobre luz de las estrellas
que llega dolorida y fatigada.

Lo que siento por ti, y que sin embargo
anda tanto que a veces no te llega.



Tirso de Molina

Al molino del amor

-- de Tirso de Molina --

Al molino del amor
alegre la niña va
a moler sus esperanzas;
quiera Dios que vuelva en paz;
en la rueda de los celos
el amor muele su pan,
que desmenuzan la harina,
y la sacan candeal.
Río con sus pensamientos,
que unos vienen y otros van,
y apenas llego a la orilla,
cuando ansí escucho cantar:
Borbollicos hacen las aguas
cuando ven a mi bien pasar;
cantan, brinca, bullen, corren
entre conchas de coral;
y los pájaros dejan sus nidos,
y en las ramas del arrayán
vuelan, cruzan, saltan, pican
toronjil, murta y azahar.

Los bueyes de las sospechas
el río agotando van;
que donde ellas se confirman,
pocas esperanzas hay;
y viendo que a falta de agua
parado el molino está,
desta suerte le pregunta
la niña que empieza a amar:

-Molinico, ¿por qué no mueles?

-Porque me beben el agua los bueyes.

Vió el amor lleno de harina
moliendo la libertad
de las almas que atormenta,
y ansí le cantó al llegar:

-Molinero sois, amor,
y sois moledor.

-Sí lo soy, apártense,
que le enharinaré.



Como esa gota

-- de Vicenta Castro Cambón --

Rueda el trueno, el relámpago brilla;
contra el vidrio la lluvia golpea.
Impaciente he dejado mi silla...
Me atormenta tenaz una idea.

Hace rato que el trueno ha cesado.
Ya la lluvia los vidrios no azota,
pero el agua en el techo ha quedado
y se filtra por él gota a gota.

Ese ruido me cansa y enerva.
Se parece esa gota a la idea
que esta noche, porfiada y acerba,
mi cerebro golpea... Golpea...



Vicente Huidobro

Las ciudades

-- de Vicente Huidobro --

En las ciudades
Hablan
Hablan
Pero nadie dice nada

La tierra desnuda aún rueda
Y hasta las piedras gritan

Soldados vestidos de nubes azules
El cielo envejece entre las manos
Y la canción en la trinchera

Los trenes se alejan por sobre cuerdas paralelas

Lloran en todas las estaciones

El primer muerto ha sido un poeta
Se vio escapar un pájaro de su herida

El aeroplano blanco de nieve
Gruñe entre las palomas del atardecer

Un día
se había perdido en el humo de los cigarros

Nublados de las usinas
Nublados del cielo

Es un espejismo

Las heridas de los aviadores sangran en todas las estrellas

Un grito de angustia
Se ahogó en medio de la bruma
Y un niño arrodillado
Alza las manos

TODAS LAS MADRES DEL MUNDO LLORAN



Andrés Eloy Blanco

La órbita del agua

-- de Andrés Eloy Blanco --

Vamos a embarcar, amigos,
para el viaje de la gota del agua.
Es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro.

Para nosotros no es sino un punto,
una semilla de luz,
una semilla de agua,
la mitad de lágrimas de una sonrisa,
pero le cabe el cielo
y sería el naufragio de una hormiga.

Vamos a seguir, amigos,
la órbita de la gota de agua:
De la cresta de una ola
salta, con el vapor de la mañana;
sube a la costa de una nube
insular en el cielo, blanca, como una playa;
viaja hacia el Occidente,
llueve en el pico de una montaña,
abrillanta las hojas,
esmalta los retoños,
rueda en una quebrada,
se sazona en el jugo de las frutas caídas,
brinca en las cataratas,
desemboca en el río, va corriendo hacia el Este,
corta en dos la sabana,
hace piruetas en los remolinos
y en los anchos remansos se dilata
como la pupila de un gato,
sigue hacia el Este en la marea baja,
llega al mar, a la cresta de su ola
y hemos llegado, amigos... Volveremos mañana.



Antonio Machado

La noria

-- de Antonio Machado --

La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula,
¡pobre mula vieja!,
al compás de la sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!...
Mas sé que fue un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia.



Manuel Reina

La catarata y el ruiseñor

-- de Manuel Reina --

I
Desplómase la rauda catarata
envuelta en luz y plata,
rompiendo en mil pedazos su diadema;
al abismo se lanza y precipita,
y ruge, canta, grita,
formando con sus ritmos un poema.

Al ver sus vestiduras y cendales
cubiertos de cristales
y de resplandeciente pedrería,
un ruiseñor contémplala extasiado,
y canta entusiasmado
sublime y amorosa melodía.

Y en torno del torrente que flamea
el pájaro aletea;
moja en el agua límpida su pluma,
y por la catarata arrebatado
el pájaro, asfixiado,
en el abismo rueda entre la espuma.

II
El vicio es una hirviente catarata
que rauda se desata
y en el oscuro abismo se despeña;
y al mirar su diadema de brillantes,
su luz y sus cambiantes,
el alma, alguna vez, suspira y sueña.



Medardo Ángel Silva

Rondel

-- de Medardo Ángel Silva --

Bailas: grácil y fino, sobre la alfombra,
tu cuerpo adolescente rápido rueda;
y el alma siente anhelos de ser tu sombra
para morir besando tu pie de seda.

Lo rojo de tu veste la muerte incita
y el beso que en tus labios suspenso queda
roba el aire oloroso que fresco agita
tu cabello ondulante de nardo y seda...

Mi espíritu doliente sigue los trazos
de tu planta que un albo lirio remeda
tus mejillas enciende sus rojos rasos
y el corazón quisiera ser mil pedazos
para que lo triture tu pie de seda!



Medardo Ángel Silva

Trova (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Eres como esos paisajes
en donde la Luna enreda,
sobre los quietos ramajes,
su blanco vellón de seda.

Tu amor, que me da la vida,
tiene la gracia discreta
de una lágrima escondida
en un cáliz de violeta.

Por exceso de pasión,
después de que te he besado,
se queda mi corazón
igual a un cielo estrellado.

Bajo la urdimbre de seda
de tu pestaña rosada,
si alguna lágrima rueda,
goza tanto, que se queda
en tu pupila, extasiada.

Tus manos, lirios enanos,
dominaron mi altivez,
y no son alardes vanos:
las rosas huelen después
que las tienes en las manos.



Miguel Unamuno

Siémbrate!

-- de Miguel Unamuno --

Sacude la tristeza y tu ánimo recobra,
no quieto mires de la fortuna la rueda
como gira al pasar rozando tu vereda
que á quien quiere vivir vida es lo que le sobra.

No haces sino nutrir esa mortal zozobra
que así en las redes del morir lento te enreda,
pues vivir es obrar y lo único que queda
la obra es; echa, pues, mano á la obra.



Juan Ramón Jiménez

ajuste

-- de Juan Ramón Jiménez --

¡qué difícil es unir
el tiempo de frutecer
con el tiempo de sembrar!
(el mundo jira que jira,
ruedas que nunca se unen
en una rueda total)
¡un solo día de vida,
un día completo y todo,
que no se acabe jamás!



Juan Ruiz Arcipreste de Hita

libro de buen amor 27

-- de Juan Ruiz Arcipreste de Hita --

Al pavón la corneja vídol' faser la rueda,
dixo con grand envidia: 'yo faré quanto pueda,
'por ser atán fermosa' -esta locura coeda:
la negra por ser blanca contra sí se denueda.
Peló todo su cuerpo, su cara et su çeja;
de péndolas de pavón vistió nueva pelleja,
fermosa et non de suyo fuese para la iglesa:
algunas fasen esto que fiso la corneja.
Graja empavonada como pavón vestida
vídose bien pintada, e fuese enloqueçida,
a mejores que non ella era desagradeçida,
con los pavesnos anda la tan desconoçida.
El pavón de tal fijo espantado se fiso,
vido el mal engaño, et el color apostiso,
pelole toda la pluma, et echola en el carriso,
más negra paresía la graja que el eriso.
Ansí con tu envidia fases a muchos sobrar,
pierden lo que ganaron por lo ageno cobrar,
con la envidia quieren por los cuerpos quebrar,
non fallarán en ti si non todo mal obrar.
Quien quiere lo que non es suyo, et quiere otro paresçer
con algo de lo ageno ahora resplandesçer,
lo suyo e lo ageno todo se va a perder,
quien se tiene por lo que non es, loco es, va a perder.
Lt;lt;lt;
índice de la obra
gt;gt;gt;



Juan Zorrilla de San Martín

Tu y yo (Zorrilla)

-- de Juan Zorrilla de San Martín --

Perfume de una flor que, al desprenderse,
ni una hoja de sus pétalos lastima;
tibio efluvio de luna de verano
que en el disco plateado se destila;
calor de una mirada de ternura
que atraviesa inocente unas pupilas;
roce de un alma que, buscando otra alma,
en sí misma sin ruido se desliza:

Lágrima que oscilando sobre el alma,
se evapora al color del dolor mío;
rumor de oleaje que, en desierta orilla,
rueda mugiendo entre escarpados riscos;
ave que huye y, al volar llorando,
quiebra la rama en que dejó a sus hijos;
nota que, al desprenderse de una cuerda
deja al pobre laúd, temblando, herido:



Julio Flórez

Candor

-- de Julio Flórez --

Azul... Azul... Azul estaba el cielo.
El hálito quemaste del estío
comenzaba a dorar el terciopelo
del prado, en donde se remansa el río.

A lo lejos, el humo de un bohío,
tal de una novia el intocado velo,
se alza hasta perderse en el vacío
con un ondulante y silencioso vuelo.

De pronto me dijiste: -El amor mío
es puro y blando, así como ese río
que rueda allá sobre el lejano suelo-

y me miraste al terminar, tranquila,
con el alma asomada a tu pupila.
Y estaba azul tu alma como el cielo.



Julio Flórez

Dos amarguras de distinta fuente

-- de Julio Flórez --

Poem

Olas, viento y espumas, cielo y agua; el sol, tras de las brumas, muere en su roja y gigantesca fragua.

Una nívea gaviota que se aleja en el aire la nota de un grito agudo y penetrante deja.

Yo solo, en la baranda del navío que cruje y tiembla y anda penosamente sobre el mar, sonrío y pienso en ti, y en mis pestañas brilla, pura y sola, una lágrima, rueda en mi mejilla Y cae en las arrugas de una ola.

Y allá van ola y llanto juntamente: ¡Dos símbolos eternos de quebranto! ¡Dos amarguras de distinta fuente!



Julio Herrera Reissig

La siesta (Reissig)

-- de Julio Herrera Reissig --

No late más un único reloj: el campanario,
que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
el cual, al sol de enero, agriamente chispea,
con su aspecto remoto de viejo refractario...

A la puerta, sentado se duerme el boticario...
En la plaza yacente la gallina cloquea
y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
junto a la cual el cura medita su breviario.

Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores,
bendice las faenas, reparte los sudores...
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda

las ropas que el domingo sufren los campesinos...
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
huye, soltando coces, de los perros vecinos.



Julio Herrera Reissig

Llegada de los meses y de las horas

-- de Julio Herrera Reissig --

(Terpsícore puede más que Morfeo)

Saludando cortésmente a la buena Mamá Juno
(Son las XII de la noche, del mes doce a 31)
Entran: Junio, Julio, Agosto, Setiembre, Octubre y Noviembre.
Enero, Marzo y Abril, Mayo, Febrero y Diciembre.

Síguelos el Viejo Tiempo, con traje de soberano.
(El Patriarca de los Siglos a quien ninguno conoce).
Y tomadas de la mano,
Formando rueda y bailando la vieja danza del brinco:
La seis, la ocho, la nueve, la diez, la once, la doce,
La una, la dos, la cuatro, la tres, la siete y la cinco.

(Anuncian: está Terpsícore.) Todos despiertan y ríen:
El gran salón se ilumina con mil resplandores blancos;
Barba Azul corre en sus zancos;
Raras macabras armónicas los instrumentos deslíen,
Y sin que haya espiritistas saltan las mesas y bancos.
Byron, Tirteo y Quevedo se olvidan de que son cojos,
Rabelais y el gran Leopardi no saben ya sus defectos;
Homero y Milton se muestran, ambos, con grandes anteojos;
los cuerdos se vuelven locos y arlequines los proyectos.
(Por bailar a misia Parca también se le van los ojos).



Julio Herrera Reissig

la siesta

-- de Julio Herrera Reissig --

No late más un único reloj: el campanario,
que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
el cual, al sol de enero, agriamente chispea,
con su aspecto remoto de viejo refractario...

A la puerta, sentado se duerme el boticario...
En la plaza yacente la gallina cloquea
y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
junto a la cual el cura medita su breviario.

Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores,
bendice las faenas, reparte los sudores...
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda

las ropas que el domingo sufren los campesinos...
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
huye, soltando coces, de los perros vecinos.



Julio Herrera Reissig

la flauta

-- de Julio Herrera Reissig --

Tirita entre algodones húmedos la arboleda...
La cumbre está en un blanco éxtasis idealista;
y en brutos sobresaltos, como ante una imprevista
emboscada, el torrente relinchando rueda.

Todo es grave... En las cañas sopla el viento flautista.
Mas súbito, rompiendo la invernal humareda,
el sol, tras de los montes, abre un telón de seda,
y ríe la mañana de mirada amatista.

Cien iluminaciones, en fluidos estambres,
perlan de rama en rama, lloran de los alambres...
Descuidando el rebaño, junto al cauce parlero,

upilio se confía dulcemente a su flauta,
sin saber que de amores, tras un álamo, incauta,
contemplándole filida muere como un cordero.



Evaristo Carriego

El alma del suburbio (poesía)

-- de Evaristo Carriego --

El griego musicante ya desafina
en la suave habanera provocadora,
cuando se anuncia a voces, desde la esquina
«el boletín — famoso — de última hora».

Entre la algarabía del conventillo,
esquivando empujones pasa ligero,
pues trae noticias, uno que otro chiquillo
divulgando las nuevas del pregonero.

En medio de la rueda de los marchantes,
el heraldo gangoso vende sus hojas...
Donde sangran los sueltos espeluznantes
de las acostumbradas crónicas rojas.

Las comadres del barrio, juntas, comentan
y hacen filosofía sobre el destino...
Mientras los testarudos hombres intentan
defender al amante que fué asesino.



Evaristo Carriego

El amasijo

-- de Evaristo Carriego --

Dejó de castigarla, por fin cansado
de repetir el diario brutal ultraje,
que habrá de contar luego, felicitado,
en la rueda insolente del compadraje.

— Hoy, como ayer, la causa del amasijo
es, acaso, la misma que le obligara
hace poco, a imponerse con un barbijo
que enrojeció un recuerdo sobre la cara. —

Y se alejó escupiendo, rudo, insultante,
los vocablos más torpes del caló hediondo
que como una asquerosa náusea incesante
vomita la cloaca del bajo fondo.

En el cafetín crece la algarabía,
pues se está discutiendo lo sucedido,
y, contestando a todos, alguien porfía
que ese derecho tiene sólo el marido...



Evaristo Carriego

El casamiento

-- de Evaristo Carriego --

Como nada consigue siendo prudente
del montón de curiosos que han hecho rueda
esperando a los novios, vuelve el agente
a disolver los grupos de la vereda.

Que después del desorden que hace un momento
se produjo, interviene de rato en rato:
cada cinco minutos cae el sargento
y, con razón, no quiere pagar el pato...

En la acera de enfrente varias chismosas
que se hallan al tanto de lo que pasa,
aseguran que para ver ciertas cosas
mucho mejor sería quedarse en casa.

Alejadas del cara de presidiario
que sujiere torpezas, unas vecinas
pretenden que ese sucio vocabulario
no debieran oirlo las chiquilinas.



Evaristo Carriego

El silencioso que va a la trastienda

-- de Evaristo Carriego --

Francanrénte, es huraña la actitud de ese obrero
que, de la alegre rueda casi siempre apartado,
se pasa así las horas muertas, con el sombrero
sobre la pensativa frente medio inclinado.

Sin asegurar nada, dice el almacenero
que, por momentos, muchas veces le ha preocupado
ver con qué aire tan raro se queda el compañero
contemplando la copa que apenas ha probado.

Como a las indirectas se hace el desentendido,
el otro día el mozo, que es un entrometido,
y de lo más cargoso que se pueda pedir,

se acercó a preguntarle no sabe qué zoncera
y le clavó los ojos, pero de una manera
que tuvo que alejarse sin volver a insistir.



Evaristo Carriego

El suicidio de esta mañana

-- de Evaristo Carriego --

En medio del gentío ya no hay quien pueda
pasar, pues andan sueltos los pisotones
que han promovido algunas serias cuestiones
entre los ocupantes de la vereda.

En la puerta, un travieso chico remeda
la jerga de un vecino que a manotones
logró llegar al grupo de los mirones
que, una vez en el patio, formaran rueda.

Una buena comadre, casi afligida,
cuenta a una costurera muy vivaracha
que, a estar a lo que dicen, era el suicida

— un borracho perdido, según oyó
el marido de aquella pobre muchacha
que a fines de este otoño lo abandonó



Federico García Lorca

Reyerta

-- de Federico García Lorca --

En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde,
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.

*

El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.

*

La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.



Fernando de Herrera

Subo con tan gran peso quebrantado

-- de Fernando de Herrera --

Subo con tan gran peso quebrantado
por esta alta, empinada, aguda sierra,
que aun no llego a la cumbre cuando yerra
el pie y trabuco al fondo despeñado.

Del golpe y de la carga maltratado,
me alzo a pena y a mi antigua guerra
vuelvo ¿mas qué me vale? Que la tierra
mesma me falta al curso acostumbrado.

Pero aunque en el peligro desfallesco
no desamparo el paso; que antes torno
mil veces a cansarme en este engaño.

Crece el temor y en la porfía cresco,
y sin cesar, cual rueda vuelve en torno,
así revuelvo a despeñarme al daño.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 75

-- de Francisco de Quevedo --

Si nunca descortés preguntó, vano,
el polvo, vuelto en barro peligroso,
«¿por qué me obraste vil o generoso?»
al autor, a la rueda y a la mano;
él todo presumido de tirano,
a nueve lunas peso congojoso
(que llamarle gusano temeroso
es mortificación para el gusano),
¿de dónde ha derivado la osadía
de pedir la razón de su destino
al que con su palabra encendió el día?
¡oh, humo!, ¡oh, llama!, sigue buen camino:
que el secreto de dios no admite espía,
ni mérito desnudo le previno.



Francisco Sosa Escalante

A una artista (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

No canta el ave así; no así del viento
El suspirar se escucha en la arboleda,
Ni el manso arroyo que entre guijas rueda
El són iguala de tu dulce acento.

Ya revele tu voz del pensamiento
Amargura tenaz ó dicha leda,
Es nota de arpa celestial; remeda
Alegre risa ó funeral lamento.

Mas ay! si á influjo de tu dulce canto
Olvida el triste corazón sus penas
Tambien es causa de dolor y llanto.

Infundes el amor cual las sirenas,
Y á aquel que admira tu hechicero encanto
A eterno vasallaje le condenas!



Francisco Sosa Escalante

La partida (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Del mar azul en la extensión la luna
Su luz difunde placentera y grata;
Como en espejo de luciente plata
Se mira reflejar sin mancha alguna.

En tanto, de la mísera fortuna
La rueda siempre veleidosa, ingrata,
Prosigue su girar, y me arrebata
A la beldad que amé como á ninguna.

Hiende las olas la velera nave
Que al alma roba su mejor tesoro,
A la que canta como trina el ave.

Y al ver que párte la mujer que adoro,
El dardo siento de la pena grave
Y el mar aumento con mi triste lloro.



Francisco Villaespesa

drama eterno

-- de Francisco Villaespesa --

¡la tragedia es vulgar por lo sencilla!
una breve disputa acalorada:
la sangre que se agolpa a la mejilla
y que de pronto nubla la mirada.
Un grito: un arma que en el aire brilla;
y una mujer que rueda ensangrentada,
partido el corazón por la cuchilla,
por una tremebunda puñalada.
Yo miré al criminal enloquecido
de rodillas, besando el rostro ciego
donde la muerte su pavor retrata...
Siempre así es el amor, será y ha sido:
mata de celos y de un golpe, y luego
besa y besa, llorando lo que mata.



José Eustasio Rivera

grabando en la llanura

-- de José Eustasio Rivera --

Grabando en la llanura las pisadas,
y ambos, uncida al yugo la cabeza,
dos bueyes de humillada fortaleza
pasan ante las tímidas vacadas.

Por el pincho las pieles torturadas
fruncen con una impávida entereza;
y al canto del boyero, con tristeza
revuelven las pupilas agrandadas.

Mientras flora la rueda, el correaje
chirría en los cuernos, y la ruta queda
bordada, a trechos, de espumoso encaje;

y ellos, bajo el topacio vespertino,
parecen en la errante polvareda
dos tardas pesadumbres del camino.



José Gautier Benítez

redención

-- de José Gautier Benítez --

Cuando uno muere, en la tumba
se queda encerrada el alma,
hasta el día que en la losa
rueda de amor una lágrima.

El sol el llanto evapora,
y en el vapor, a las altas
regiones del cielo asciende
tranquila y feliz el alma.

¡Triste de aquel que en su muerte
ninguna lágrima arranca!
¡no tiene quien lo redima
ni quien liberte su alma!



José Martí

¡no, música tenaz...!

-- de José Martí --

¡no, música tenaz, me hables del cielo!
es morir, es temblar, es desgarrarme
sin compasión el pecho! si no vivo
donde como una flor al aire puro
abre su cáliz verde la palmera,
si del día penoso a casa vuelvo...
¿Casa dije? ¡no hay casa en tierra ajena!...
Roto vuelvo en pedazos encendidos!
me recojo del suelo: alzo y amaso
los restos de mí mismo; ávido y triste
como un estatuador un cristo roto:
trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre
¡venid a ver, venid a ver por dentro!
pero tomad a que virgilio os guíe...
Si no, estáos afuera: el fuego rueda
por la cueva humeante: como flores
de un jardín infernal se abren las llagas:
y boqueantes por la tierra seca
queman los pies los escaldados leños!
¡toda fue flor la aterradora tumba!
no, música tenaz, me hables del cielo!



José Martí

copa con alas

-- de José Martí --

Una copa con alas: quién la ha visto
antes que yo? yo ayer la vi. Subía
con lenta majestad, como quien vierte
óleo sagrado: y a sus bordes dulces
mis regalados labios apretaba:
ni una gota siquiera, ni una gota
del bálsamo perdí que hubo en tu beso!
tu cabeza de negra cabellera
te acuerdas? con mi mano requería,
porque de mí tus labios generosos
no se apartaran. Blanda como el beso
que a ti me transfundía, era la suave
atmósfera en redor: la vida entera
sentí que a mí abrazándote, abrazaba!
perdí el mundo de vista, y sus ruidos
y su envidiosa y bárbara batalla!
una copa en los aires ascendía
y yo, en brazos no vistos reclinado
tras ella, asido de sus dulces bordes:
por el espacio azul me remontaba!
oh amor, oh inmenso, oh acabado artista:
en rueda o riel funde el herrero el hierro:
una flor o mujer o águila o ángel
en oro o plata el joyador cincela:
tú sólo, sólo tú, sabes el modo
de reducir el universo a un beso!



José Martí

me han dicho, buen florencio...

-- de José Martí --

Me han dicho, buen florencioque deseas
ver un grano de trigo,
luego que sobre él cruza y recruza
la rueda corpulenta del molino:
¡pues, ven! ábreme el pecho:
que traigo en él un grano bien deshecho.



José Martí

a los espacios

-- de José Martí --

A los espacios
a los espacios entregarme quiero
donde se vive en paz, y con un manto
de luz, en gozo embriagador henchido,
sobre las nubes blancas se pasea,
y donde dante y las estrellas viven.
Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto
en ciertas horas puras, cómo rompe
su cáliz una flor, y no es diverso
del modo, no, con que lo quiebra el alma.
Escuchad, y os diré: viene de pronto
como una aurora inesperada, y como
a la primera luz de primavera
de flor se cubren las amables lilas...
Triste de mí: contároslo quería
y en espera del verso, las grandiosas
imágenes en fila ante mis ojos
como águilas alegres vi sentadas.
Pero las voces de los hombres echan
de junto a mí las nobles aves de oro:
ya se van, ya se van: ved cómo rueda
la sangre de mi herida.
Si me pedís un símbolo del mundo
en estos tiempos, vedlo: un ala rota.
Se labra mucho el oro, el alma apenas!
ved cómo sufro: vive el alma mía
cual cierva en una cueva acorralada:
¡oh nono está bien:
me vengaré, llorando!



José Martí

rosilla nueva

-- de José Martí --

¡traidor! con qué arma de oro
me has cautivado?
pues yo tengo coraza
de hierro áspero.
Hiela el dolor: el pecho
trueca en peñasco.
Y así como la nieve,
del sol al blando
rayo, suelta el magnífico
manto plateado,
y salta el hilo alegre
al valle pálido,
y las rosillas nuevas
riega magnánimo;
así, guerrero fúlgido,
roto a tu paso,
humildoso y alegre
rueda el peñasco;
y cual lebrel sumiso
busca saltando
a la rosilla nueva
del valle pálido.



José Martí

copa ciclópea

-- de José Martí --

Copa ciclópea
el sol alumbra: ya en los aires miro
la copa amarga: ya mis labios tiemblan,
no de temor, que prostituye,¡de ira!...
El universo, en las mañanas alza
medio dormido aún de un dulce sueño
en las manos la tierra perezosa,
copa inmortal, en donde
hierven al sol las fuerzas de la vida!
al niño triscador, al venturoso
de alma tibia y mediocre, a la fragante
mujer que con los ojos desmayados
abrirse ve en el aire extrañas rosas,
iris la tierra es, roto en colores,
raudal que juvenece y rueda limpio
por perfumado llano, y al retozo
y al desmayo después plácido brinda!
y para mí, porque a los hombres amo
y mi gusto y mi bien terco descuido,
la tierra melancólica aparece
sobre mi frente que la vida bate,
de lúgubre color inmenso yugo!
la frente encorvo, el cuello manso inclino
y, con los labios apretados,muero.



José Martí

¡vivir en sí, qué espanto!

-- de José Martí --

¡vivir en sí, qué espanto!
salir de sí desea
el hombre, que en su seno no halla modo
de reposar, de renovar su vida,
en roerse a sí propia entretenida.
La soledad ¡qué yugo!
del aire viene al árbol alto el jugo:
de la vasta, jovial naturaleza
al cuerpo viene el ágil movimiento
y al alma la anhelada fortaleza.
¡Cambio es la vida! vierten los humanos
de sí el fecundo amor: y luego vierte
la vida universal entre sus manos
modo y poder de dominar la muerte.
Como locos corceles
en el cerebro del poeta vagan
entre muertos y pálidos laureles,
ansias de amor que su alma recia estragan
de anhelo audaz de redimir repleto
buscar en el aire bueno a su ansia objeto
y vive el triste, pálido y sombrío,
como gigante fiero
a un negro poste atado,
con la ración mezquina de un jilguero
por mano de un verdugo alimentado.
¡Fauce hambrienta y voraz, un alma amante!
y aquí, enredado entre sus hierros, rueda
y el polvo muerde, el aire tasca y queda
atado al poste el mísero gigante.



Carolina Coronado

a una estrella

-- de Carolina Coronado --

Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.
Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?
¿por qué la tierra sin descanso rueda?
¿por qué la luna el globo majestoso
mueve, mientras tu carro misterioso
inmóvil, fijo en el espacio queda?
¿es que mi vista de mortal no alcanza
a percibir desde su oscuro asiento
allá en la altura suma el movimiento
de tu carroza que en lo inmenso avanza?
¡ah, sí! que por espíritu movida
la creación sin descanso se sostiene,
y todo en la creación marcado tiene
forma y destino, movimiento y vida.
Tú giras, sí: tus alas soberanas
sulcan el mundo y sus confines tocan...
Mas ¿cómo en tu carrera no se chocan
tus millares sin número de hermanas?
más allá de su límite prescrito
sediento avanza, audaz el pensamiento,
y tu origen, tu vida, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.



Carolina Coronado

el salto de léucades

-- de Carolina Coronado --

El sol a la mitad de su carrera
rueda entre rojas nubes escondido;
contra las rocas la oleada fiera
rompe el leucadio mar embravecido.
Safo aparece en la escarpada orilla,
triste corona funeral ciñendo:
fuego en sus ojos sobrehumano brilla,
el asombroso espacio audaz midiendo.
Los brazos tiende, en lúgubre gemido
misteriosas palabras murmurando;
y el cuerpo de las rocas desprendido
«faón» dice, a los aires entregando.
Giró un punto en el éter vacilante;
luego en las aguas se desploma y hunde:
el eco entre las olas fluctuante
el sonido tristísimo difunde.



Carolina Coronado

canción III

-- de Carolina Coronado --

Cuando la luz de la tarde
en occidente se apaga,
y la reina de las sombras
con ligero paso avanza;
en esas horas tranquilas,
inspiradoras del alma;
cuando en las alas del viento
el silencio se derrama;
cuando la tórtola dulce
lánguido suspiro exhala
con acento lastimero
recogida entre las ramas.
A aliviar voy mis cuidados
a la orilla solitaria
de un pacífico arroyuelo,
que entre fresnos se dilata.
Y vagando pensativa
por la arboleda callada,
sueño dichas venideras,
o canto las ya pasadas.
Y comparo al manso río
mi existencia sosegada.
Él rueda blando entre flores;
ella entre ilusiones blanda.



Clemente Zenea

Adiós (JCZ)

-- de Clemente Zenea --

¿Qué te puedo ofrecer? –De un alma inquieta
un suspiro de amor desesperado,
mis pálidos laureles de poeta
y mis sueños de mártir emigrado!

Vengo a brindarte una esperanza tierna
para pagarle a mi pasión tributo,
y a pronunciar mi despedida eterna
vistiendo el arpa con crespón de luto.

Amargo adiós entre mis labios vaga,
como rueda en el aire el eco incierto
del gemido de un hombre que naufraga
cuando corta el bajel ondas del puerto.

¡Ya no más te veré! –Ronco murmullo
levanta mi conciencia, y yo indignado
imponiendo cadenas a mi orgullo
perdón te pido por haberte amado!

¡Perdón! ¡Perdón! –No pienses, inhumana,
que mi tormento y mi dolor mitiga
la promesa de hallar en ti una «hermana,»
o el pensamiento de llamarte «amiga.»

Olvida el loco afán y el entusiasmo
con que tu imagen adoré de hinojos,
y no pagues con risas de sarcasmo
las gotas más acerbas de mis ojos.

Olvida si es posible, las pasadas
noches, en que al cruzar junto a tus rejas
blanquearon mis cabellos las nevadas,
y el viento se llevó mis tristes quejas!



Ramón de Campoamor

El gran festín

-- de Ramón de Campoamor --

De un junco desprendido a una corriente
un gusano cayó,
y una trucha, saltando de repente,
voraz se lo tragó.
Un martín-pescador cogió a la trucha
con carnívoro afán;
y al pájaro después, tras fiera lucha,
lo apresó un gavilán.
Vengando esta cruel carnicería,
un diestro cazador
dio un tiro al gavilán que se comía
al martín-pescador.
Pero,¡ay!, al cazador desventurado
que al gavilán hirió,
por cazar sin licencia y en vedado,
un guarda le mató.
A otros nuevos gusanos dará vida
del muerto la hediondez,
para volver, la rueda concluida,
a empezar otra vez.
¿Y el amor? ¿Y la dicha? Los nacidos
¿no han de tener más fin
que el de ser comedores y comidos
del Universo en el atroz festín?...



Ricardo Güiraldes

El nido (Güiraldes)

-- de Ricardo Güiraldes --

Donde más alto trepa la sierra, un pico agudo y liso apunta al cielo su puñalada de piedra.

El sol y el viento se astillan entre sus riscos.

Y si la nieve, en su base, le circunda con regio fulgor de pureza, emerge más frío, más puro; severo e inconmovible, en su negrura lustrosa.

Cuando la amenaza de enorme cilindro rojizo rueda del horizonte, como un toldo que se corriese sobre el mundo, las cosas todas se quejan, en terror de espera; la tierra empalidece a la amenaza brutal de la tormenta. Entonces un punto negro aparece en el espacio, crece y crece, mientras, en impetuosas curvas, viene ampliando la espiral de su vuelo.

Es el Cóndor.

El viento chirría en sus rehacias plumas. Y súbitamente, cerrando las alas, desciende en perpendicular hacia la cima, como un pedazo de infinito que cayera sobre tierra.

París, 1912.



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