Buscar Poemas con Reconocer


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Se han encontrado 6 poemas con la palabra reconocer

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Lope de Vega

Del templo de la fama en alta parte

-- de Lope de Vega --

Del templo de la Fama en alta parte
vi diez, los que hasta ahora fueron nueve;
aquél por quien Apolo no se mueve
formaba un mármol excediendo el arte.

Con el rey de Sión estaba aparte
Gedeón, cuya gente en Acab bebe;
el que a rendir la tierra y mar se atreve,
y Arturo con el ánglico estandarte;

Héctor, César, y Carlos, con Gofredo,
que el gran sepulcro libertó de Cristo;
mas cuando entre los diez, (para alabarlos),

reconocer el último no puedo,
oigo una voz que dijo: «A los que has visto
dio luz, y quito fama el Quinto Carlos».

Poema Del templo de la fama en alta parte de Lope de Vega con fondo de libro

César Vallejo

Trilce: XLIX

-- de César Vallejo --

Murmurado en inquietud, cruzo,
el traje largo de sentir, los lunes
de la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado
de quién seré.

Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá
a todos en las blancas hojas
de las partidas.
Esa guardarropía, ella sola,
al volver de cada facción,
de cada candelabro
ciego de nacimiento.

Tampoco yo descubro a nadie, bajo
este mantillo que iridice los lunes
de la razón;
y no hago más que sonreir a cada púa
de las verjas, en la loca búsqueda
del conocido.

Buena guardarropía, ábreme
tus blancas hojas:
quiero reconocer siquiera al 1,
quiero el punto de apoyo, quiero
saber de estar siquiera.

En los bastidores donde nos vestimos,
no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo
de par en par.
Y siempre los trajes descolgándose
por sí propios, de perchas
como ductores índices grotescos,
y partiendo sin cuerpos, vacantes,
hasta el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!

Poema Trilce: XLIX de César Vallejo con fondo de libro

Pablo Neruda

soneto xxii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xxii
cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.
Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en angol, a la luz de la luna de junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.
Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.

Poema soneto xxii   cien sonetos de amor (1959) mañana de Pablo Neruda con fondo de libro

Marilina Rébora

espejos

-- de Marilina Rébora --

Espejos
mírate en el espejo que tu imagen proyecta,
esperando un instante a que se muestre clara;
verás, a pesar tuyo, la figura imperfecta
y las desarmonías patentes de la cara.
Sin contemplarte pues como estampa dilecta,
en tus propios defectos, exhaustiva, repara,
para reconocer por fin lo que te afecta
como quien llanamente una verdad declara.
A lo real concorde y en idéntico modo
habrás de examinar prolija tu conciencia:
sentimientos, virtudes, pasiones sobre todo;
comprobarás errores y lagunas de olvidos,
mas para tu consuelo que es también una ciencia
piensa que dios se vale de los arrepentidos.



Mario Benedetti

semántica práctica

-- de Mario Benedetti --

Sabemos que el alma como principio de la vida
es una caduca concepción religiosa e idealista
pero que en cambio tiene vigencia en su acepción segunda
o sea hueco del cañón de las armas de fuego
hay que reconocer empero que el lenguaje popular no está rigurosamente al día
y que cuando el mismo estudiante que leyó en konstantinov que la idea del alma es fantástica e ingenua
besa los labios ingenuos y fantásticos de la compañerita que no conoce la acepción segunda
y a pesar de ello le dice te quiero con toda el alma



Ramón López Velarde

Una viajera

-- de Ramón López Velarde --

En mi ostracismo acerbo me alegré esta mañana
con el encuentro súbito de una hermosa paisana
que tiene un largo nombre de remota novela:
la hija del enjuto médico del lugar.
Antaño íbamos juntos de la casa a la escuela;
las tardes de los sábados, en infantil asueto,
por las calles del pueblo solíamos vagar,
y jugando aprendimos los dos el alfabeto.

Me saludó, y en medio de graciosos cumplidos,
su armonioso lenguaje me hizo reconocer
en ella a la cuentista de las horas de ayer
en la Plaza de Armas de musicales nidos.

¡Pobre amiga de entonces, pobre flor provinciana
que en metrópolis andas en ruidoso paseo;
pobre flor casadera, rosa que eres hermana
de las que se desmayan en humilde cacharro
esperando que vuelvas del viaje de recreo!

Para que no se manche tu ropa con el barro
de ciudades impuras, a tu pueblo regresa;
y sólo pido, en nombre de mi tristeza extática
que oyó tu voz ingenua, que en la nocturna plática
hagas de mí un recuerdo jovial de sobremesa.



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